Un catalán expresidente de Gobierno (francés) se presenta a la alcaldía de BCN. El éxito del candidato por el tercio Banca/C’s dependerá de si los barceloneses compran que BCN necesita un Ministro de Interior
Esta semana Manuel Valls ha anunciado que se presenta a la alcaldía de BCN por el tercio C’s. Lo ha hecho en un acto en el CCCB, a tutiplén. Lo seguirá haciendo en los próximos meses -Valls, todo apunta a ello, se presentará más veces y en más actos que un tupperware-, pues ahora mismo se ha presentado por los pelos y minimal. Poco se sabe de su candidatura, sobre quién la integra, sobre cuál es su equipo / de qué árbol ha caído, sobre su programa y, tachán-tachán, sobre quién paga la fiesta, algo a lo que el candidato no ha contestado a ningún medio francés -aquí, somos más senequistas, y esas cosas no nos interesan-, y que ha suscitado cierta polémica, al menos, en Francia -Valls aún posee, en el momento en el que escribo estas líneas, su cargo de diputado en la Asamblée Nationale, y no queda bien invertir lo que se cobra en otro proyecto político en otro Estado-. Un catalán expresidente de Gobierno se presenta a la alcaldía de BCN. No es algo muy común. De hecho, es algo estadísticamente improbable si pensamos que el último catalán presidente del Gobierno o del Estado -español-, en lo que es una historia abreviada de España, se produjo en 1873, que se dice rápido. Bueno. Valls, momento fundacional, alcaldía. Es un bello momento para preguntarse y quién es él, de dónde viene y hacia dónde puede ir. Como en todas las historias barcelonesas, la cosa empieza en el siglo XIX y con un tipo en el dólar, y con el mismo apellido que el candidato.
¿Y quién es él? En Barcelona, la base de la pirámide trófica reposa en personas sin abuelo. Es decir, que o tienes abuelo o, en cierto target, estás bajo sospecha. El caso de Valls es, en ese sentido, espectacular. No sólo tiene abuelo, sino bisabuelo. Por lo que, en efecto, está capacitado no sólo para dirigir Barcelona, sino para, en caso de vacío de poder, ser obispo emérito. Su bisabuelo, ya lo habrán adivinado, no es otro que Josep María Valls i Vicens, abogado e hijo -guau, Manuel Valls tiene tatarabuelo, lo que también le daría derecho a incendiar el Liceu cuando quiera y recalificarlo- de Magí Valls, fundador de la banca Hijos de Magí Valls, uno de los hombres de La Reinaxença, el movimiento cultural que quería jubilar el catalán por todo lo alto, con poemas, y fundirse, tras esa pompa fúnebre, con el nacionalismo español. No fue posible, pues el nacionalismo español no aceptó como animal de compañía ni siquiera a un zombie. Ese rechazo es el origen del catalanismo, me temo, tal y como apuntan las ultimísimas investigaciones del filólogo Josep Lluís Marfany. Bajo pseudónimo, el bisabuelo renaixentistapublicó ensayo, poesía, teatro y novela en catalán. El hermano de este prócer era a su vez Agustí Valls, amigo personal de Torras i Bages -el obispo que recondujo el carlismo gagá hacia la primera formulación del catalanismo conservador y católico; su eslogan: «Catalunya», glups, «serà cristiana o no serà»; Prat de la Riba, a principios el siglo XX, fue quien le dio un toque al corpus; Jordi Pujol le dio el tercer toque; ahora, le están dando el cuarto a ver cómo queda; quedará formalmente radical, pero reconocible para Torras i Bages; el catalanismo de izquierdas ha tenido otro recorrido; a ver si lo sigue teniendo; vaya, que paréntesis más largo-. Curiosidad: Agustí hizo un poema patriótico sobre Rafael de Casanova -el conseller en cap del Consell de Cent, cuando 1714-, leído a Rubió i Ors -junto a Milà i Fontanals, los Menéndez Pelayo cat- en un acto. Moló mucho en su día, hasta el punto de que ese poema es el posible origen de la celebración anual de los 11S posteriores.
The next generation. Josep María Valls tuvo, a su vez, dos hijos: Magí y Nolasc Valls i Martí. Magí Valls fundó la Banca Ponsa i Valls -supongo que, como su nombre indica, junto al señor Ponsa-, que se fue al garete en los años 20, momento en el que optó por la enseñanza. Fue miembro de la histórica Associació Protectora de l’Ensenyança Catalana, y colaboró con medios del Noucentisme, como en D’ací d’allà, su capilla Sixitina. Nota a pie de página: el Noucentisme es la forma cultural del catalanismo conservador tras la Renaixença; aún perdura en estilo lingüístico, dinámicas, verticalidad y límites; formulado con la primera autonomía, la Mancomunitat de Prat de la Riba, es la cultura de Estado más dilatada en el Estado. Fue fundador e, importante jefe de redacción de El Matí, el diario conservador y católico cat, vinculado en breve a UDC -a UDC la reconocerán de otras películas; en CiU era la U-, un partido raro y, hasta cierto punto, único en el Estado. Fundado ya con la República, era un partido conservador, católico pero netamente republicano; a su fundador se lo pelaron los malos en Burgos, cuando el tsunami-. Magí, un hombre que lo pasó mal durante la revolución anarquista de BCN -escondió curas-, y luego, en el nacional-catolicismo de Franco -fue depurado-, fue el padre del padre de Manuel Valls, Xavier Valls i Subirà, pintor. El hermano del abuelo Magí, Nolasc Valls, fue también, por cierto, pintor. Fundó la Acadèmia Valls, donde fueron alumnos Modest Cuixart y Antoni Tàpies. Anécdota que explica BCN en su brutalidad. Años después de todo eso, un día coincidieron Tàpies y Xavier Valls, padre de Manuel Valls y sobrino de Nolasc, el antiguo profe de Tàpies. Para explicar que, como pintor, jugaba en otra Liga, Tápies le preguntó a Xavier que qué coche tenia. «Un Dos Cavalls», dijo. Tàpies: «Quèeeeee? Jo tinc un Mercedes!». Sí, Barcelona, bajo su manto de silencio y rollo cívico, es un bombardeo continuo.
Rayos, voy a cambiar de párrafo. Xavier Valls, el padre de Manuel, disfrutó de la vida cultural de la BCN de postguerra. Una juerga. Reflejada en esta anécdota en la que no participó, pero que vale su peso en oro. En una sesión clandestina de poesía, realizada en casa de Carles Riba, el gran poeta vivo y no exiliado del momento, el joven poeta Josep Palau i Fabre leyó La sabata, un poema dedicado a una puta. Por lo que, acto seguido, tuvo que emigrar por piernas a Francia ante el escándalo y el vacío posterior de la BCN de pocos apellidos que hablaba rimado. Es posible que algo así de pequeño y estrecho sucediera en la vida de Xavier Valls, que se fue en los años 40 a París, a intentar llevar una carrera razonable de pintor -figurativo, algo raro en el París de entonces, y común en España-. Se casó con Luisangela Galfetti, suiza italiano-hablante. Se instalaron en un piso de propiedad municipal, del que sólo salieron cuando, hala, les echaron. Al parecer, llevaron una vida difícil y con alegrías esporádicas del artista consolidado, pero no tanto. En los 60 se produce cierto reconocimiento, que llega a Esp en los 70, y a Cat en los 80. Sea como sea, la familia consiguió comprar una casa modernista en el barrio de Horta -un barrio cutre-mono, bello y con algún asesinato urbanístico-, a la que venían cada verano. En uno de esos veranos, nació, zas, Manuel Valls i Galfetti, aka Manuel Valls, barcelonés de casualidad, como todo el mundo.
Dublineses. ¿Quién es Manuel Valls? Es tras Pasqual Maragall -y su hermano Ernest-, el político con ese valor agregado barcelonés de tener el abuelo mas chachi. Un abuelo, en el caso de Valls, en las antípodas vitales e ideológicas de Joan Maragall, el poeta y periodista de mayor entidad de su época. Si bien católico, comprendió la magnitud y el interés del anarquismo barcelonés. Desapareció del mapa, por cierto, tras los sucesos de 1909, cuando escribió pidiendo el perdón para Ferrer i Guàrdia y demás condenados por el primer levantamiento anarquista barcelonés del siglo XX. El Noucentisme y los escasos apellidos de esa burguesía coquetona, pero salvaje y a navaja, le dieron para el pelo. Esa ciudad, esos escasos apellidos, como en las novelas de Marsé, ríen la gracia, hasta que dejan de reírla. Y no perdonan. Los Valls, ubicados más a la derecha que los Maragall, parece que recibieron ese trato marginal dispensado al que se arruina en una ciudad de escasos apellidos no arruinados, al que tiene un dos-cavalls, y no un Mercedes. Lo que pudo haber dibujado cierto gamberrismo en las últimas generaciones de Valls. Barcelona, es, en fin, una ciudad con modales, si bien con una dureza descomunal en sus élites. Es difícil entrar en ellas, pero muy fácil salir. Basta con ser raro más tiempo y con mayor intensidad de lo deseado, o con tener una economía rara. Uno de los pensadores barceloneses más sólidos del siglo XX -Johan Cruyff-, explicó que «del Barça se sale en globo». Es decir, rodeado y entre horcas y antorchas. Algo parecido sucede en esta ciudad que no se habla de Diagonal abajo, si bien no lo parece. Es decir, una ciudad clasista, dura y con capacidad finolis para no hacerlo perceptivo. Desde 1909. Que se dice pronto.
¿De dónde viene? Manuel Valls se cría en Francia y veranea en BCN. Vive en el seno de una familia conservadora y católica, que ha huido de un país y de una ciudad conservadora y católica. Lo que ilustra que posee un izquierdismo y un conservadurismo de difícil traducción peninsular. O, incluso, universal. Conserva la fe católica familiar hasta edad tardía. Su hermana -vive en la casa de Horta; por lo visto es procesista, como su propia madre; en algún tuit ha afeado la conducta de su hermano y rememorado al avi Magí al respecto, un tipo al que no le hubiera hecho mucha gracia su acercamiento al nacionalismo esp/C’s; en la actualidad, apoya la candidatura de su hermano, de manera que incluso fue al acto de presentación- ha apuntado que en algún momento Valls pudo haber valorado el sacerdocio como salida espiritual y profesional. Sea como sea va a la universidad -Historia- donde milita en sindicatos universitarios. En el acto de la presentación de su candidatura, el dato más importante y nítido que emitió es que, en todo caso, no acabó sus estudios. Carece de titulación / se formó en las aulas de Nuestra Señora de la Calle. Sí, pero, ¿en qué calle?
La calle es de quien la trabaja. A los 17 años se afilia al PSF -Partido Socialista francés- y engrosa sectores más conservadores que el de tonton Mitterrand, que en 1981, cuando Alaska y los Pegamoides, aún lleva en su programa la nacionalización de la banca. A los 20 años se naturaliza francés -algo importante; su hermana, por ejemplo, conserva la doble nacionalidad; esa decisión explica una apuesta, tal vez política-. A los 24 años estrena cargo. En el ConsejoZzzzz RegionalZZZZ de Île-de-France -rayos, como disfruto poniendo la ^-, donde pica piedra. Va alternando ese biotopoZzzz con otros cargos, mayormente internos. Va subiendo en el ascensor del partido. En los 90 es el capo de comunicación del partido. Y, ojo, cuidadín, en el interín 1997-2002 fue el jefe de comunicación en el gabinete de Jospin. Vamos, que sabe un huevo de comunicación, oficio aprendido en París, donde hay botón nuclear, grandeur, un poder efectivo, y unas puñaladas efectivas, mayores y más trascendentes que las emitidas por aquí abajo. En 2001 y 2002 le cambia la vida. Es elegido alcalde de Évry, un suburbio de París, y diputado en la Assamblée. Toca cacho, vamos.
Vida de un alcalde. Importante: llegó a Évry en paracaídas. No conocía nada del municipio. Y se especializó en lo que las derechas llaman seguridad ciudadana, y las izquierdas no suelen llamar de ninguna forma. Eso le populariza, glups, en el municipio y en el partido. Medita presentarse a la primarias presidenciales. Pero no lo hace. Tras la elección de Hollande, es nombrado Ministro de Interior en el Gobierno de Ayrault, por sus aportaciones en el campo de la seguridad -otro cuidadín- en Évry. Como Ministro de Interior, y en un momento de auge para el Frente Nacional, Valls parece incorporar a sus políticas discursos y actitudes frentenacionalistas. Se centra en la cosa inmigración y, con mayor brillo, en la cosa gitanos. Practica expulsiones, batiendo el récord de lepenismo institucional con 10.000 en un año, y como la gitanofobia le hace cada vez más famoso, se gusta y ejecuta algunas plásticamente llamativas, como la de una niña gitana, Leonarda Dibrani, de 15 años, que fue detenida en plena excursión escolar, como si hubiera matado a Kennedy. Posteriormente fue deportada a Kosovo, la Dinamarca del Mediterráneo -Dinamarca del siglo X, quiero decir-. No se traga con Hollande, pero es el miembro más popular del gabinete. Ya había empezado, en fin, esa dinámica del Sur europeo, en la que los ministros más populares eran los de Interior.
CATALÀ UNIVERSAL. En 2014, tras una crisis de Gobierno, es nombrado Primer Ministro. Junto a Andreu Nin -alto cargo en la Internacional Sindical Roja-, o Joan Antoni Samaranch -alto cargo del COI-, entra en el Olimpo de los catalanes que han llegado más lejos como autoridad. No hay mucho de eso, en efecto. Su obra es una mezcla de las aportaciones de ZP -inaugura, por todo lo alto, la crisis terminal de la socialdemocracia en Francia, al optar por la austeridad y por una poética gore para la reforma laboral; eso le crea problemas a su izquierda y a su derecha/Macron-, y del patriota europeo al uso, anclado en la derecha y especializado en el tema minorías étnicas. Consciente del creciente papel central del tema de la inmigración en Francia, participa en él con propuestas de regulación del velo en espacios públicos, y poniendo, como Sarkozy, a los gitanos en el punto de mira. La gestión de los atentados integristas en París y Niza supuso también un endurecimiento de la seguridad, cierta excepcionalidad permanente y una intensificación de la solución policial sobre todas las cosas. En 2016 dimite. Se presenta a las primarias del PS y propone cambiar el nombre al PS. Las pierde ante Hamon, a quien sólo conoce su madre a la hora de comer. Coquetea con Macron, su antiguo empleado/ministro, que se hace el sueco. Elegido como diputado socialista en 2017, no tarda en abandonar el PS. Pide su entrada en el bloque de Macron. Se la dan, pero de rasqui. Participa en el bloque, si bien no es un diputado adscrito a él. La sensación es que es un hombre con mucho tiempo libre. Es decir, con una carrera política finalizada. En Francia, al menos, es una especie, de un sólo individuo, que tiene chungo existir a su izquierda y a su derecha. Algo ha pasado que ya no se puede ser el límite conservador en la izquierda bajo la forma y las políticas de Valls. Hasta que, de pronto, en las 2015, pasa algo raro. Valls se deja ver haciendo campaña con C’s para las elecciones cat. Lleva barba. Cuando un tipo sin barba se deja barba es que o bien se ha divorciado, o bien está acometiendo cambios aún más importantes, para los que se requiere máscara. Una barba es, técnicamente, una máscara.
GIRA EL MÓN I TORNA AL BORN / CIRCUNVALA EL MUNDO Y VUELVE AL BORN. Sí, hace algún acto de campaña para C’s. C’s es un partido raro. Aún, a estas alturas, no se sabe si es un partido esp o cat. Es el partido cat no procesista -primera fuerza cat tras las elecciones de 2017- que más ha comprendido, en su mecánica, al Procés. De manera que lo reproduce. Por otra parte, es un partido frágil y raro en Cat. Su staff es ultra-nacionalista y con líderes con tics, prosodia y, en algunos casos, pasado, vinculados a la derecha esp. Sus votantes, según las encuestas, no. Por lo que podrían salir pitando en caso de intensificación, oral o escrita, de ese nacionalismo. Valls, en ese sentido, daba lustre a C’s en aquella campaña. Aportaba su pasado PS, la cosa republicana francesa -un acceso al nacionalismo de Estado menos bestia y cañí, y más efectivo, que los accesos locales-. Y la barba. Por otra parte, era espectacular tener un Primer Ministro en un acto electoral. Daba proyección y situaba a C’s como un objeto moderado y tabulado en Europa. Por lo demás, la asociación de Valls con C’s no cuadraba. Faltaban piezas para entenderla. Unos meses después, empezaron a aparecer piezas del puzzle, que otorgaban al todo un sentido. Valls empezó a hacer cenas en BCN. Con grupos profesionales y de amistad, por lo general, me dicen, relacionados con los escasos apellidos barceloneses. Trascendían de esas cenas, a partir de artículos de opinión publicados en la prensa, grandes frases y actitudes de Valls. Trascendió así que se piró de un cenorrio, después de afear la conducta al pack burguesía BCN. Eso, me dicen compis franceses, es el sello de Valls, ese antiguo jefe de comunicación: la filtración beneficiosa. Hace meses que se ha instalado en la ciudad. Tiene guasa, pero vive en el Carrer París. Y parece aclimatarse al terruño. Este verano, informaba la prensa del cuore, se lió con una espécimen, recién divorciada, del colectivo de apellidos carolingios millonetis barcelonensis. Eran felices y comían perdices RH-.
Más piezas sobre el puzle de la unión Valls + C’s, no tan natural y sencilla, al punto de que, en el primer acto de presentación del candidato, no asistió el grueso del equipo municipal de C’s. El hecho de que se presente como una plataforma -«horizontal», como todo en Cat desde 2012-, supone a) nada, y b) un cambio radical en C’s, que tiende a rehuir coaliciones y esas cosas -la última, en unas europeas, acudió coaligado con un partido ultra irlandés; no le fue bien, y hoy aún se hacen chistes al respecto-. En una ciudad de pocos apellidos, pero muchos de ellos un tanto bocazas, se dice que C’s ha desaparecido del trade-mark de la lista por sugerencia de los financieros de Valls, que por supuesto no dan la cara. La idea es que, una vez dominada la bestia procesista, ahora conviene dominar la otra bestia: un ayuntamiento de izquierdas no olímpicas.
¿Hacia donde va? Una ciudad, especialmente BCN, la ciudad más grande de Europa que no es capital de Estado, con un ayuntamiento descomunal -poseedor de grandes atribuciones en educación, en sanidad, en asistencia social, por ejemplo-, y con una sociedad diversa y complicada, es algo difícil de aprehender cuando aterrizas en paracaídas. Lo que dificulta el triunfo de Valls, un barcelonés viejo -ese tipo que mola en la política BCN y cat-, pero lejano, muy lejano. ¿Hay partido? Hay partido. Puede haberlo. ERC ha substituido a su candidato -zas- por Ernest Maragall, hermano de Pasqual Maragall. La acción ha supuesto un símbolo de rebeldía en ERC frente a la máquina procesista, un indicio de que no jugará la carta de la banderita, sino la municipalista, así como el dato de que, bien gane ERC, o bien ganen Comuns, puede haber un Ajuntament de izquierdas. Esa carta procesista, todo apunta, la jugará PDeCAT, o la Crida, que no se sabe cuál será el nombre artístico. Se barajaban como candidatos a Ferran Mascarell -exchico Maragall, pasado con armas y tropas al procesismo; pocas armas y tropa, por cierto-, y Pilar Rahola -tertuliana, es decir, una política de riesgo; todas las instituciones por las que ha pasado, ya sea el Congreso o el Ajuntament, han resultado ser, posteriormente, territorio quemado-. Con la elección de Maragall, la cosa ha quedado un poco en bolas. Sea cual sea el candidato, jugarán la baza de que ganando BCN, la República se hará en un plis-plas, por aclamación en Europa, y aún nos darán un juego de sartenes. Sí, es inverosímil, pero esas cosas cuelan en cada elección desde 2012. Si consiguen que estas elecciones municipales sean patrióticas, y no municipales -algo muy probable o, al menos, posible-, C’s/Valls pueden comerse una rosca. Una rosca de ingestión difícil. El PP -un partido residual en BCN y en Cat- ha anunciado, sí, que llegaría a un acuerdo con Valls posteriormente a las elecciones. Pero es difícil que alguien más apoye a Valls, por lo que tendría que ganar por KO. En este momento, algo poco verosímil. Colau/Comuns parece estar bien situada/situados. También parece que el tema común del grueso de las candidaturas será la seguridad, la suciedad, el turismo, y esos temas que, tradicionalmente, las derechas sobreactúan y dominan con luz propia. Y, dentro de ellas, Valls, el hombre que llegó a Ministro de Interior y a Primer Ministro gestionando esos temas en un municipio de 50.000 habitantes. Muy posiblemente, la apuesta implícita de su candidatura es, de hecho, un mensaje sencillo, derechista, cargado de riesgo social y éxito electoral: BCN necesita un Ministro de Interior.