La ciudad se articula, básicamente, en sociedad civil (poder popular) y sociedad política (poder público). En su forma más expresiva de ciudadanía, la sociedad civil actúa a través de movimientos sociales, organizaciones de la sociedad civil que presionan a la sociedad política (Estado e instituciones afines) en lo tocante a la defensa y/o conquista de […]
La ciudad se articula, básicamente, en sociedad civil (poder popular) y sociedad política (poder público). En su forma más expresiva de ciudadanía, la sociedad civil actúa a través de movimientos sociales, organizaciones de la sociedad civil que presionan a la sociedad política (Estado e instituciones afines) en lo tocante a la defensa y/o conquista de derechos (humanos, civiles, políticos, económicos, ecológicos, etc.).
Hay movimientos sociales espontáneos y efímeros (por ejemplo la reciente protesta de jóvenes de la periferia francesa contra el consumismo a través de la quema de vehículos), así como los que se prolongan en el tiempo y adquieren formas distintas para reivindicar un único derecho, como la isonomía o igualdad legal de las mujeres en relación a los hombres (ejemplos de ella son la obra «Lisístrata», del griego Aristófanes, nacido en el siglo 5º a.C., y el movimiento feminista de la segunda mitad del siglo 20).
La organización de la sociedad en movimientos sociales es inherente a su estructura de poder. El teatro tuvo en la antigua Grecia el papel político de dotar a la población de razón crítica a través de una expresión estética, como lo comprueba la obra de Sófocles: Antígona desafía a Creonte (la conciencia del individuo basada en la justicia ante la legalidad del poder respaldada en la tradición).
Los movimientos sociales adquieren, a lo largo de la historia, distintas expresiones: estética, religiosa, económica, ecológica, etc. A partir del siglo 1º el Imperio Romano vio socavadas sus bases por un movimiento social de carácter religioso -el Cristianismo- que se negó a reconocer la divinidad de César y propagó la radical dignidad de todo ser humano, llamado a la comunión de amor con sus semejantes y con Dios, según el mensaje predicado por una víctima del Imperio -Jesús de Nazaret-, en quien los adeptos de la nueva fe reconocían la presencia de Dios en la Tierra.
Desde la Revolución Francesa la sociedad civil pasó a movilizarse más frecuentemente en movimientos sociales. Sin embargo es reciente la noción de que la sociedad civil debe organizarse para presionar al poder público y no necesariamente para aspirar también a la «toma del poder». Eso demostró el carácter multifacético de los movimientos -indígenas, negros, mujeres, migrantes, homosexuales, etc.- y el hecho de constituir instancias políticas no siempre partidarias.
Esa «laicización» de los movimientos sociales es lo que permitió alcanzar autonomía en relación a las instancias de poder -político, religioso, económico, etc.- y al mismo tiempo surgir como fuerzas de alteridad ante el poder institucionalizado. Es el fenómeno reciente del empoderamiento de la sociedad civil que, cuanto más fuerte es, más logra cambiar la democracia meramente representativa en democracia efectivamente participativa.
Esa participación tiene hoy en Brasil expresiones efectivas en la construcción de la ciudad, como el presupuesto participativo. Fue a finales de la década de 1970 cuando se inició la experiencia del presupuesto participativo, en el que la población debatió y decidió la aplicación de los recursos públicos. Los municipios pioneros fueron: Lajes (SC) a partir de 1978, Boa Esperança (ES) en 1982, Diadema (SP) en 1983, y Vila Velha (ES) en 1986.
La más duradera, sin embargo, fue la de Porto Alegre, que se proyectó nacional e internacionalmente como nueva metodología de gestión pública participativa. Según el Foro Nacional de Participación Popular, entre 1997 y 2004 ya habían adoptado el presupuesto participativo 103 municipios brasileños.
En Ipatinga (MG), municipio de unos 220 mil habitantes, se crearon Consejos Regionales, representados en el Consejo Municipal del Presupuesto, integrado por el alcalde, el vicealcalde, secretarios, concejales, representantes de las asociaciones de pobladores y otras entidades no gubernamentales.
Son las asociaciones de pobladores las que configuran la capilaridad del presupuesto participativo, recogiendo las reivindicaciones de los pobladores y movilizándolos en busca de la conquista de sus aspiraciones. Representadas en los Consejos Regionales, ellas tejen la red de la democracia participativa.
Las atribuciones del consejo comprendían tanto la definición de las obras a ser realizadas en el municipio como el acompañamiento de su desarrollo, incluyendo la fiscalización de la ejecución presupuestaria. Y anualmente se realizaba el Congreso Municipal de Prioridades Presupuestarias (Compor), con la participación de más de cinco mil personas. Con acceso a la informática, hoy en muchos municipios, como ocurre en Belo Horizonte, el señalamiento de prioridades es realizado por elección electrónica.
Lo ideal sería proveer a todas las escuelas municipales de laboratorios de informática, que funcionarían incluso los fines de semana, reuniendo a la población joven y adulta, en un proyecto más abarcante de inclusión digital.
Al fomentar el surgimiento de nuevos liderazgos populares, el presupuesto participativo debe equiparse de instrumentos como el disco-Cámara y el disco-Alcaldía, de manera que los ciudadanos puedan intervenir directamente en la calidad de los servicios públicos.
Por su estructura democrática, el presupuesto participativo permite a los más pobres intervenir en la selección de prioridades y hacer que ellos dejen ya la secular condición de excluidos de los servicios públicos. Es pues una herramienta privilegiada de construcción de democracia participativa.
Fuente: http://www.adital.com.br/site/noticia.asp?boletim=1&lang=ES&cod=49179