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Vamos a hablar de la prostitución en Cuba

Fuentes: CubaDebate

El presidente Bush ha descendido de su pedestal para denunciar que hay mucha prostitución en la Cuba de hoy. Obviamente, el presidente no sabe lo que fue Cuba en un tiempo pasado y lo que es ahora. Tampoco sabe lo que es el propio lugar donde vive, es decir, Washington D.C., donde la prostitución, masculina […]

El presidente Bush ha descendido de su pedestal para denunciar que hay mucha prostitución en la Cuba de hoy. Obviamente, el presidente no sabe lo que fue Cuba en un tiempo pasado y lo que es ahora.

Tampoco sabe lo que es el propio lugar donde vive, es decir, Washington D.C., donde la prostitución, masculina y femenina, es una de las industrias más lucrativas, suponiendo que eso se pueda llamar industria.

Cuba fue, desde los tiempos de la colonia, y hasta el triunfo de la revolución, uno de los centros más importantes de prostitución en las América.

Eso lo viví yo de cerca y tengo muchos recuerdos.

En La Habana, la capital, la prostitución era uno de los negocios más lucrativos para los jefes de policía y sus subordinados.

Recuerdo un episodio muy pintoresco. Ocurrió durante los años 40, más o menos. La casa de prostitución más famosa de la capital era la casa de Marina. Estaba en la calle Genios, muy cerca del Palacio Presidencial. Muchos turistas americanos salían del barco e iban derechitos para la famosa casa.

Un día llegó a La Habana el actor Errol Flyn, que era entonces muy famoso y enseguida lo llevaron a la casa. Alguna muchacha del barrio lo vio entrar en la casa y dio la voz en toda la zona.

Entonces ocurrió algo muy curioso. Más de mil mujeres, de todas las edades, e incluso niñas, se aglomeraron frente a la casa de Marina exigiendo que Errol Flyn saliera. Querían verlo. Querían su autógrafo. Querían sobarlo.

Fue un verdadero escándalo. Todo aquel barrio, el espacio entre Galiano y el Prado, y entre Neptuno y la calle San Lázaro, estaba ocupado por miles de casas de prostitución.

Era uno de los mejores negocios de la ciudad.

Andando los años, Marina mudó su negocio para la calle Trocadero. Creo que entre Industria y Crespo, si no me equivoco. La zona llegó a convertirse en un escándalo intolerable. Llovían las críticas.

Un día se me ocurrió iniciar en el periódico donde yo trabajaba una campaña contra la prostitución. Aquello fue sensacional. El primero que se disgustó conmigo fue el jefe de la policía, luego los ministros del gobierno.

La campaña fue de tal naturaleza que no tuvieron más remedio que invadir el barrio y cerrar todas las casas de prostitución. Botaban los muebles para la calle, expulsaron a las mujeres, detuvieron a las dueñas. Se excedieron con el propósito de buscarme el odio de aquellas gentes y lo consiguieron.

A la pobre Marina le tiraron los muebles por el balcón. A partir de aquella masacre yo tuve que andar con pies de plomo. El teléfono de mi casa sonaba constantemente para transmitirle chismes a mi esposa. Me hicieron la vida insoportable.

Un día, ocurrió algo inesperado. Me llamó Marina, a la que yo no conocía, y me dijo que quería hablar conmigo privadamente. La cité en la calle 12 a la entrada del cementerio. Llegué, me estacioneé detrás del carro de Marina y me pasé para su automóvil. Tan pronto me senté al lado de la mujer, ella rompió a llorar.

«Usted ha desgraciado mi vida, usted me ha arruinado», decía entre sollozos. Luego se calmó y me dijo que estaba arruinada, que yo era el culpable.

Hay que imaginar el cuadro, en la parte trasera de un automóvil. Yo no sabía que hacer. Entonces me dijo que ella quería abrir su casa y necesitaba mi permiso. Yo protesté. «No es cierto», le dije. «Sí, es cierto, yo tengo el permiso del presidente, del ministro, del jefe de la policía, pero si usted me publica una nota me vuelven a cerrar», me dijo.

Me ofreció dinero. «Marina, si yo le acepto a usted solamente diez centavos, a la media hora lo sabe toda La Habana». Rogó, lloró, amenazó. Al fin le dije: «Mire, Marina, haga lo que usted quiera. Mientras viva yo no me vuelvo a meter con el negocio de la prostitución», le dije. Y entonces me dio abrazos y besos.

Fue una dura experiencia para mi. La revolución, por supuesto, no acabó con la prostitución. Yo lo se. Pero no es ahora lo que era en tiempos de la colonia. El presidente Bush exagera. No sabe de qué está hablando. Debe preocuparse maás de lo que ocurre alrededor de la Casa Blanca. Cuba es hoy otro país.

* Luis Ortega, periodista cubano radicado en Miami
New York Daily News