El Estado español va cuesta abajo hacia el tercer mundo. Sin frenos, en picado, es un derrumbe y no hay quien lo pare. No podemos olvidar que la cifra de los 5 millones de parados está cada vez más cercana. No debe despreciarse el hecho de que la economía sumergida, que esconde las cloacas de […]
El Estado español va cuesta abajo hacia el tercer mundo. Sin frenos, en picado, es un derrumbe y no hay quien lo pare. No podemos olvidar que la cifra de los 5 millones de parados está cada vez más cercana. No debe despreciarse el hecho de que la economía sumergida, que esconde las cloacas de la prostitución, la droga, el fraude fiscal y corruptelas varias, ese tipo de economía es la que ha caracterizado aquel «milagro español» del que apenas hace dos años se hablaba con ínfulas y boca grande: la «octava potencia mundial» decían…
Me he cansado de escribir acerca del neoesclavismo que caracterizaba la economía mediterránea hispana. En aquellos tiempos de vacas gordas, tiempos que terminaron apenas hace un año, hablar de la mano de obra barata, cuasi -esclava, que desembarcaba en el sur, y desde el sur, irradiaba desde ahí hacia todo el Levante y hacia Madrid, era un asunto tabú. Sólo podía escribirse sobre ello en medios de contrainformación y «alternativos».
Cuando se puso en la TVE un reportaje denuncia sobre El Ejido, ese campo de esclavos bajo plástico en la provincia de Almería, hubo ceses fulminantes, hubo censura oficial, se corrió el velo periodístico a que se nos tiene tan acostumbrados en esta democracia de baja calidad que reina (nunca mejor dicho) en España.
Sólo los pesados y testarudos hemos insistido en hablar y escribir sobre las cloacas en que se construyó este desarrollismo: esclavitud, trata de blancas, pelotazos urbanísticos, economía sumergida. Ahora el paisaje podría completarse de manera perfecta con las enormes tramas de corrupción que, como es notorio, son descomunales precisamente en aquellas regiones del Estado que más se apoyaron en un modelo desarrollista propio del neoesclavismo. El complemento perfecto para tanto fraude de ley en la explotación del trabajo neoesclavo, en el pelotazo urbanístico, en la prostitución masiva de extranjeras, etc., no estriba en otra cosa que en la untuosa compra y venta de favores, en la putrefacción de una clase política gárrula, hortera, arribista, criminal.
La trama Gürtel toca de cerca hoy a los regímenes de los conservadores de Valencia, Madrid. Pero algún día se acabarán desbloqueando también las aguas estancadas del régimen chavista andaluz, donde los socialistas contaron con décadas enteras para mantener Andalucía en su destino trágico de sumidero para las ayudas «al desarrollo». Andalucía, Castilla-La Mancha, Extremadura y Asturies son ejemplos de cotos cerrados a la alternancia política, antros donde un porcentaje significativo de los puestos de la administración son puestos a dedo, y en donde la posesión de un carnet es garantía para salir del paro y figurar con una nómina en la Universidad, aprobar unas oposiciones ad hominem, ocupar cargos y disfrutar de contratos ad hoc, o, en fin, donde poder solucionarle la vida a un cuñado, a una sobrina o a cualquier parásito con «adhesión inquebrantable» al puño y la rosa que le dan de comer.
Y mientras tanto, de forma obcecada, esa estrategia española y tercermundista que se basa en las economías sumergidas, en la corruptela y en el amiguismo, se viene a completar con un panorama oscurantista en grado sumo: baja la cantidad presupuestada para el I+D+i (¡que inventen ellos!), y no se toca ni un solo ápice de la legislación educativa que hunde al estado en la peor de las indigencias: la ignorancia.
He ahí esos institutos donde se encierra a niñ@s de 16 años como si fueran monstruos peligrosos dispuestos a arrasar las calles pero que, curiosamente sí pueden abortar sin consentimiento paterno. Ahí están esas fábricas de fracaso escolar que, en esas regiones corruptas y caciquiles precisamente llega al 30% de los jóvenes. Ahí esta ese almacenamiento de cuerpos jóvenes que no aprenden o no quieren aprender nada y que, lógicamente, son proclives a dar por el saco a cuanto profesor o «autoridad» se les ponga por delante. Profesores que, progresivamente, han perdido la autoridad de forma indignante y que a la más mínima reprimenda que lanzan al alumno vago o irrespetuoso, se exponen a las denuncias correspondientes en el juzgado y a un expediente administrativo por faltarle al respeto al menor que a su vez le ha faltado al respeto… Evidentemente hay culpables de este surrelaismo. Es obvio que si los inspectores, orientadores, pedagogos, liberados sindicales, asesores de formación etc., se reincorporaran a la enseñanza, entonces la proporción entre alumnos y profesores (la llamada «ratio» ) disminuiría drásticamente y la calidad de la enseñanza en España lo notaría de forma muy notable. Pero ¿quién decide sobre los que deciden? Este Estado anda muy sobrado de elementos parásitos, y eso tiene que ver con nuestra recaída inminente en el tercer mundo.
No hay economía productiva. El fisco se hunde y todos lo burlan. Ladrillos, pelotazo, chiringuito de playa… Un Plan Bolonia que va ser una especie de LOGSE, vale decir, una suerte de desastre, para la Universidad pública. Y finalmente una cantera donde, salvando minorías y excepciones valiosas, abundan los muchachos chulos, faltones, ignorantes y que no conocen límites, pues la pedagogía «progre» ha producido este sueño de la razón, que es la Educación en el Estado Español.
De cabeza vamos al tercer mundo.
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.