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Variaciones (conocidas) sobre Vázquez Montalbán

Fuentes: Rebelión

Sentado como un escriba recién sentado, dueño de saberes varios e ironía, cariño, timidez y alguna morcilla de arroz al paso, con geometría y compasión, memoria y deseo en su poesía viajera, íntima y cosmopolita al tiempo, viendo pasar informes de la CIA o tomando un imaginario café con el seductor Galíndez, anda distraído, como […]

Sentado como un escriba recién sentado, dueño de saberes varios e ironía, cariño, timidez y alguna morcilla de arroz al paso, con geometría y compasión, memoria y deseo en su poesía viajera, íntima y cosmopolita al tiempo, viendo pasar informes de la CIA o tomando un imaginario café con el seductor Galíndez, anda distraído, como muerto, el escritor Vázquez Montalbán. Comunista, marxista, allendista, guevarista, quizá vietnamita en aquel mayo tan parisino y legendario, tenía un ligero brillo en la mirada a medio camino entre la bondad y la comprensión hacia todos los seres de un contemplativo y la indestructible tenacidad de los protagonistas de la Orquesta Roja. Una mirada provocadora, casi indefinible.

Perteneciente a una generación de descubridores por franquista necesidad, curioso y atento articulista, sagaz escritor de novelas negras o blancas o rosas con las andanzas por el reverso de las situaciones de su personaje Pepe Carvalho (existen miles de lectores agradecidos), con su escritura cotidiana y opiniones, mostró una forma de estar en el mundo. Una forma de izquierdas (con sus particularidades y requiebros) de mirar el mundo. Un punto de vista diferente a la opinión extendida por la propaganda. Estudioso de la copla y otras expresiones de la cultura de clase, observando a los muchachos de Atzavara, armado con la memoria sentimental de España y de sus enanitos de pasión, hombre del PSUC y de inquebrantables amistades, analista y eminente castrólogo es, aunque a algunos les cueste todavía reconocerlo, uno de los escritores más sólidos y fecundos de la segunda mitad del XX español. Un escritor que, sin olvidar la novela o el ensayo largo, más reposado, ha dejado su huella en infinidad de revistas y periódicos.

Lanzador de panfletos desde el planeta de los simios o más allá de los suburbios de cualquier ciudad del mundo, atento investigador junto al subcomandante Marcos, su larga producción podrá leerse dentro varias décadas (si es que en el futuro el capital dispone que se siga leyendo) como un mosaico, un retrato mordaz -personal y único adornado con pinceladas de gran literatura (Cuarteto)- de la realidad española, de las diferentes etapas de la evolución social y política que han atravesado, como corrientes de agua helada, nuestra historia común. Desde Contra los gourmets (todo un tratado) a La Aznaridad (un fino análisis de contexto) pasando por sus últimas reflexiones sobre la globalización y sus nefastas consecuencias o su agudeza para el matiz de corte sociológico del mítico universo del fútbol, cada palabra escrita destilaba cordura y criterio. Es hecho probado que Vázquez Montalbán era un hombre cabal.

Muchos libros en el fardo, algunos inolvidables, amante de la cocina y la comida -ahí están sus libros sobre gastronomía- esta colección de tópicos sobre la figura de Vázquez Montalbán quedaría vacía (si no lo está ya) sin algún detalle fugaz, revelador, de esos que suelen aparecer al hilo de las fastuosas necrológicas. Luchador antifranquista, barcelonés y crítico con el estado de las cosas, MVM era maestro en el difícil arte del silencio, de las pausas. En su última aparición en la Fiesta del PCE junto a Ignacio Ramonet (muchos dúos juntos) habló con firmeza y justicia. Luego saludó con cariño a los conocidos y se marchó rumbo a los mares del sur o a Bangok. O camino del Comité Central por si todavía no habían retirado el cadáver. En fin, grande Manolo Vázquez Montalbán, grande su recuerdo de escritor político. De escriba.