Ciertamente Max Horkheimer (1895-1973), el filósofo y sociólogo alemán, fue la mitad más desapercibida del dúo dinámico Adorno/Horkheimer, detrás la Escuela de Frankfurt. Muy a pesar de todo. A pesar de haber sido por décadas su jefe y el principal organizador que logró llevarla por el mar de guerra y salvar de los nazis a -casi- […]
Ciertamente Max Horkheimer (1895-1973), el filósofo y sociólogo alemán, fue la mitad más desapercibida del dúo dinámico Adorno/Horkheimer, detrás la Escuela de Frankfurt. Muy a pesar de todo.
A pesar de haber sido por décadas su jefe y el principal organizador que logró llevarla por el mar de guerra y salvar de los nazis a -casi- todos sus colaboradores trasladando el Instituto de Investigaciones Sociales (Institut für Sozialforschung) que la cobijaba primero a Suiza y luego a Estados Unidos.
A pesar de haber sido uno de los artífices de la teoría crítica -incluso quien la bautizó- y coautor con Adorno de una de sus obras más emblemáticas: Dialéctica de la Ilustración (1944).
A pesar de haber sido un pensador original de por sí e iniciador de un nuevo tipo de interacción entre filosofía y ciencias sociales, propia de los francfortianos (Seyla Benhabib, On Max Horkheimer: new perspectives, MIT 1993, p. 9-11).
Aun así, pocos no tendrían problemas en señalarlo en alguna de sus fotos grupales (quizás también porque -si una vez uno ya lo ubica- el autor de El eclipse de la razón de modo extraño suele parecerse simplemente a… todos los demás).
Stuart Jeffries en una nueva biografía colectiva de la Escuela de Frankfurt -muy a contrapelo de estas apariencias- rescata su singularidad y reconstruye su trayectoria intelectual (su retorno a Hegel y al joven Marx, interés en cuestiones culturales e ideológicas en el capitalismo, etcétera.) que convirtieron al Instituto bajo su dirección en un centro heterodoxo de estudios multidisciplinarios y en la mejor encarnación -por bien o por mal- de un proceso más amplio, la emergencia del marxismo occidental, divorciado ya de la clase trabajadora y pesimista en cuanto a sus capacidades revolucionarias (Grand Hotel Abyss: the lives of Frankfurt School, Verso 2016, p. 95-96).
Aun así, a pesar de su centralidad, pocos sabrían señalar algún pasaje suyo aparte quizás de aquella cita canónica quien no quiera hablar de capitalismo debería callar también sobre el fascismo (lo que igual no quiere decir que es una mala cita… ¡todo lo contrario!).
En un ensayo que la contiene (Los judíos y Europa, en: Zeitschrift für Sozialforschung, diciembre 1939) -que, otra vez, pocos aun conociendo aquel pasaje sabrían señalar- Horkheimer analiza el auge del antisemitismo y fascismo en contexto del colapso del orden liberal en periodo de entreguerras y las nuevas tendencias en el capitalismo, a lo que hoy mirando el racismo, xenofobia y la crisis en Europa ( goo.gl/uePPG1 ) se antoja decir quien no quiera hablar del neoliberalismo debería callar también sobre la islamofobia.
Igualmente ante el auge del post-fascismo -con la diferencia de que éste hoy quizás tiene más que ver con cosas culturales que puramente económicas (algo que de algún modo anticipó la Escuela de Frankfurt)-, el dictum original sigue actual.
Lo mismo pasa mirando a EU el país en que los francfortianos encontraron el refugio, pero que comparaban sin cesar -por los mismos mecanismos de propaganda e industria cultural calculados a forzar la obediencia- con… la Alemania nazi (p. 221-225).
Ante la extraña y escandalosa rehabilitación de George W. Bush ( goo.gl/kkLhtS ) que en comparación con Trump ya no se ve tan mal (sic), se antoja decir quien no quiera hablar sobre el bushismo (y sus crímenes), debería callar también sobre el trumpismo.
Ante la serie de abusos sexuales por celebrities y políticos en EU -el capítulo Trump (‘grab them by the pussy’) ya lo vimos el año pasado- ventilados con toda la razón pero de modo que suele reproducir todas las tendencias individualistas de nuestra sociedad ( goo.gl/sHtoFX ), algo que venía criticando la Escuela de Frankfurt, o ignorar las historias pasadas -¡Bill Clinton!: no, no era sólo una inocente vez( goo.gl/gqcAJh )- se antoja decir quien no quiera hablar de otros abusos o ponerlos en un contexto más amplio (¡el capitalismo!), debería callar también sobre Trump o Weinstein.
Finalmente mirando al Medio Oriente y la (casi) total extinción de palestinos como sujetos de la historia con la reciente decisión de Trump sobre Jerusalén/Al Quds ( goo.gl/2yVkPo ) -o la lamentable histórica incondicionalidad de Adorno y Horkheimer hacia Israel (sólo Marcuse criticaba como los perseguidos se convertían en los perseguidores)- se antoja decir «quien no quiera hablar sobre la ‘cuestión palestina’, debería callar también sobre la ‘cuestión judía'».
Horkheimer -lamentablemente- en los 50 y 60 tampoco quiso hablar de las intervenciones estadunidenses a lo largo del mundo y cuando ya se decidía a decir algo, hablaba por ejemplo del rol positivo de EU en Vietnam (sic). Adorno -al menos- era más crítico.
Fue también él, que en su calidad del jefe del Instituto, forjó -o forzó- un lenguaje esopiano en los escritos de la Escuela de Frankfurt, una especie de auto-censura que floreció sobre todo en los 40 durante el exilio estadunidense.
Vedadas eran las palabras como marxismo o revolución, para no antagonizar las autoridades y los donantes en EU, un país inherentemente hostil a las ideas socialistas (Benhabib, p. 8), pero Horkheimer solía sacarlos también en los 30 de los ensayos de Walter Benjamin -uno de los francfurtianosa quién no logró salvar- y en los 50 a su regreso a Alemania, de los textos del joven y radical (sic) Jürgen Habermas, igualmente para no antagonizar las autoridades de la nueva República Federal.
Los términos capitalismo (sic) y lucha de clases (sic) los eliminó personalmente de la Dialéctica… purgando metódicamente post factum -ahora sí, junto con Adorno- el listo ya manuscrito (véase: Slavoj Zizek, Living in the end times, Verso 2010, p. 204-205).
Este vacío es aún más visible al comparar la Diálectica… con Historia y conciencia de clase (1923) de György Lukács uno de los textos fundacionales del marxismo occidental: si bien en ambos libros la reificación y el fetichismo son el centro del análisis, en Lukács todo (aun) está aterrizado en política, lucha de clases y formación histórica concreta (capitalismo), mientras en el dúo Adorno-Horkheimer todo ya es puramente filosófico (razón instrumental, manipulación/dominación tecnológica, etcétera.).
¿»Quién borra de sus textos la palabra ‘capitalismo’, no tiene el derecho de hablar del… capitalismo?». No será la primera ni la única contradicción de la Escuela de Frankfurt.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2017/12/29/opinion/016a1pol