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«Veladas» prohibiciones, descaradas intenciones

Fuentes: Gara

Hace escasas semanas, el Senado español aprobó una moción que insta a su Parlamento a prohibir el uso del burka y el niqab en los espacios públicos, incluida la calle. Ahora este debate se ha trasladado a la Asamblea francesa de la mano de su ministra del Interior, Michelle Alliot-Marie, en clara sintonía con otras […]

Hace escasas semanas, el Senado español aprobó una moción que insta a su Parlamento a prohibir el uso del burka y el niqab en los espacios públicos, incluida la calle. Ahora este debate se ha trasladado a la Asamblea francesa de la mano de su ministra del Interior, Michelle Alliot-Marie, en clara sintonía con otras leyes ya aprobadas en el Estado francés o con su famoso debate sobre la identidad nacional -francesa, claro-.

Todo esto nos lo quieren vender como un logro y un avance para la libertad y la dignidad del las mujeres. Menos mal, pobrecitas de nosotras, gracias a estas buenas gentes que se preocupan de nuestra tutela y de decirnos cómo hemos de usar nuestro cuerpo, cómo hemos de vivir nuestra sexualidad y, ahora, incluso cómo hemos de vestirnos… ya nos podemos sentir liberadas. Ya nos podemos sentir tan libres como las occidentales que, como es bien sabido, hace ya décadas se deshicieron de las ataduras de la opresión machista y ahora pueden dedicarse a exportar la fórmula de su éxito por todos los rincones del planeta.

Ya se sabe que, tal y como explica la investigadora social Sandra Gil, las mujeres migrantes somos víctimas de nuestra cultura, de nuestros maridos, de nuestras tradiciones, de nuestra ignorancia; en definitiva, de nosotras mismas. Y si además somos musulmanas, ya no os queremos ni contar. Es lógico que se pueda decidir por nosotras. A fin de cuentas, somos el reflejo de nuestros propios países: incapacitadas, dependientes, sumisas, tradicionales y subdesarrolladas; nada que ver con las modernas, independientes y emancipadas mujeres de la sociedad europea.

Si estas últimas deciden hacerse monjas de clausura para redimir el pecado original de todas la Evas del mundo, no es por imposición de ningún tipo, sino como resultado de un profundo proceso de reflexión y pensamiento místico que sólo los seres superiores pueden llegar a alcanzar. Las dietas del melocotón o las operaciones de cirugía estética para cumplir con los cánones de belleza del sistema patriarcal son un acto más de catarsis liberadora. Por supuesto, es mucho más degradante para su dignidad el que una joven de 16 años vaya al instituto con la cabeza cubierta por un pañuelo a que les pida a sus padres que le paguen una operación de aumento de pecho por haber aprobado el bachillerato.

No sabemos a quién pretenden engañar. Que estas iniciativas cuenten con el respaldo de partidos como la UMP de Sarkozy, el PP, CiU o UPN (como todo el mundo sabe, vanguardia política de la lucha por la liberación de las mujeres) nos da una idea de por dónde van los tiros.

No se trata de liberar a nadie. Sencillamente, se trata de invisibilizarnos todavía más. De atacar nuestras señas culturales y de identidad. En definitiva, islamofobia y machismo en estado puro. El hecho de que como reacción a estos ataques cada vez más mujeres musulmanas, progresistas y feministas decidan llevar el hiyab por razones no tanto religiosas sino políticas, para luchar contra esta invisibilización y defender su presencia en la sociedad sin tener que renunciar a lo que son, no debería sorprender a nadie y sí suscitar una reflexión.

Si de verdad se preocupan por nuestra libertad y nuestra dignidad, en vez de prohibir el uso del niqab y el burka, algo anecdótico en las calles de los estados español y francés, cuya legislación nos toca padecer en Euskal Herria, ¿por qué no invierten estos esfuerzos y energía en la lucha contra la explotación y las condiciones tan indignas como humillantes en las que estamos trabajando miles de mujeres migrantes, principalmente en el sector del servicio doméstico y el de cuidados? Hay que ser hipócrita para hablar de la libertad de las mujeres y al mismo tiempo poner en marcha todos los mecanismos legales y sociales para negarnos los derechos más elementales como trabajadoras y ciudadanas.

De qué otro modo se puede explicar si no que las denuncias por malos tratos presentadas por mujeres en situación administrativa irregular sean respondidas inmediatamente por la Policía con la apertura del correspondiente expediente de expulsión contra la denunciante, el cual se ejecuta automáticamente en caso de que en la sentencia no se den por probados dichos malos tratos. ¿Quién se puede atrever a denunciar bajo estas circunstancias? Lo dicho, los vemos realmente preocupados por la salvaguarda de nuestros derechos y nuestra libertad.

Pero todo esto debemos circunscribirlo en una estrategia que va aún más lejos. Como decía Tariq Ramadan recientemente en una interesante entrevista (GARA, 2010-6-19), esto sólo es un intento de los poderes políticos y los medios de comunicación para instrumentalizar estas controversias, sobre todo en una coyuntura de crisis económica. Se trata de crear un enemigo sobre el que podamos proyectar todos nuestros problemas y frustraciones, y culpabilizarle de ello. Es siempre lo mismo, dice Tariq Ramadan: tú eres el malo y nosotros los buenos. En Euskal Herria esta estrategia es de sobra conocida. Sólo quieren despistarnos y que nos enfrentemos entre nosotras y nosotros, en vez de que aunemos fuerzas para luchar contra los verdaderos causantes de nuestros problemas.

A nosotras no nos engañan. Ante tanta imposición y desprecio, estamos dispuestas a seguir saliendo a la calle, cada una vestida como le dé la gana, a protestar y a defender nuestros derechos, revindicando, junto al resto de las mujeres vascas, que aquí vivimos y aquí decidimos, también sobre estas cuestiones.

Inshallah!