«Pero somos capaces, señor Presidente, de sacrificar nuestras vidas para salvar la tranquilidad, la paz y libertad de Colombia.» Oración por la paz, Jorge Eliécer Gaitán. El pasado 26 de septiembre de 2016 fue firmado el Acuerdo Final de la Paz entre el gobierno de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del […]
Oración por la paz, Jorge Eliécer Gaitán.
El pasado 26 de septiembre de 2016 fue firmado el Acuerdo Final de la Paz entre el gobierno de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo, después de un proceso largo de negociaciones previas y las oficiales celebradas en la Habana, Cuba, de más de cuatro años, para terminar un conflicto armado de 52 años. Este acto contó con la presencia de representantes de la ONU y de muchos gobiernos, con acompañamiento también de muchas fuerzas populares y sociales colombianas, que valoran este acontecimiento como un hito histórico del presente y futuro de la nación.
Aún resta un trecho, esperemos que no tan largo, para lograr un acuerdo igual o similar con las guerrillas del ELN. Y, por supuesto, desactivar las bandas de paramilitares y otras fuerzas armadas integradas por capataces y empleados de los grandes terratenientes que campean en sus haciendas a buen recaudo.
Habrá que esperar al 2 de octubre, fecha del plebiscito para que el pueblo colombiano refrende con su voto este acuerdo de paz, para ver en realidad en qué medida la conciencia cívica de los ciudadanos del país respalda o no abrumadoramente las condiciones que asegurarán el cese definitivo del conflicto, del caos, del revanchismo y de la muerte, que surgieron hace muchos años como consecuencia de las políticas entronizadas por las clases gobernantes y plutócratas en el país, con el fin de eliminar al contrario partidista y eternizarse en el poder y apropiarse, mediante la explotación, el despojo y la fuerza bruta, de las riquezas que debían pertenecer y distribuirse entre las clases mayoritarias y más pobres de los campos y ciudades..
Porque ante un hecho como este del retorno de Colombia a una situación pacífica esperanzadora, lo esperable sería una derrota aplastante en el plebiscito de los sectores guerreristas que se han beneficiado de la confrontación militar y, además, que el resultado de un porcentaje mayoritario de asistentes a las urnas refleje que cada cual está dispuesto a poner su granito de arena para sepultar el pasado, iluminar el presente y contribuir a edificar un futuro mejor para todos, en el que prime la libertad, la equidad, la justicia y la paz.
Ante el surgimiento de la insurgencia armada en Colombia, cabe hacerse muchas preguntas, entre las cuales surgen inevitablemente algunas como las siguientes: ¿Quién empezó primero? ¿Cómo surgió este legado de tratar de exterminar al contrario de ideas o de partido, mediante el asesinato? ¿Cuáles fueron las causas sociales que determinaron la reacción de enfrentar mediante la violencia, aquellas violencias inveteradas ejercidas por las clases y gobiernos que detentaron siempre el poder político y económico?
Es conocido que desde bien temprano en las repúblicas fundadas al inicio de la independencia, y específicamente en Colombia, en la noche del 25 de septiembre de 1828, hace 188 años, se intentó de asesinar a Bolívar, entonces presidente de la Gran Colombia, por parte de un grupo de complotados que respondían a personajes adversarios de la época, y en particular Santander, que era entonces el vicepresidente. Aquella noche pudo morir Bolívar, si Manuelita, su acompañante de amores, en vez de permitirle a su amante enfrentar a los forajidos que asaltaron su vivienda, no le hubiera indicado e impelido a huir a través de una ventana. El héroe de mil batallas se salvó gracias a una fuga solitaria, y permaneció junto a un criado bajo un puente durante unas dos horas. Pero los conspiradores lograron asesinar a los pocos centinelas, a dos de los ayudantes del libertador y a los dos sabuesos del presidente. A Manuelita le propinaron una bofetada. Además, el general Fergunson, ayudante de Bolívar, que estaba en un cuartel próximo, al escuchar el alboroto, llegó al lugar y encontró a su amigo Pedro Carujo, que en ese instante era uno de los conjurados. Al preguntarle a éste: «¿Qué pasa?», la respuesta de Carujo fue atravesarle el corazón de un tiro.
Todos aquellos complotados que así actuaron contra el Libertador, le acusaban de dictador y habían creado su caldo de cultivo al amparo de las libertades de palabra, reunión y prensa, y se manifestaban libremente como furibundos propagandistas del odio e incluso propalaban a través de todos los periódicos una incitación manifiesta al magnicidio, con versos como este: «Eso quiere decir que la cabeza/ al tirano y los pies cortar debemos/ si es que una paz durable apetecemos.»
Casi dos años después, el 4 de junio de 1830, unos complotados con iguales fines, emboscaron al General Sucre que estaba acompañado con una escolta mínima, y le asesinaron, en una campiña de Nariño, cuando se dirigía hacia Bogotá. Fue una muerte «con alevosía, ensañamiento, ventaja y premeditación». Y cualquiera que hubiera sido la ruta que Sucre se decidiera a escoger en su marcha, allí le esperaban bandas armadas dispuestas a matarlo.
Sobre esta muerte expresó Bolívar: «Yo pienso que la mira de este crimen ha sido privar a la patria de un sucesor mío» «La bala cruel que le hirió el corazón mató a Colombia y me quitó la vida».
Apenas unos meses después, a la una y tres minutos del día 17 de diciembre de 1930 murió Simón Bolívar, el sol de Colombia. Murió prácticamente abandonado a su suerte y enfermo en extremo, rodeado de pocos amigos, en la quinta de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta.
Una semana antes, el 10 de diciembre había enviado su último mensaje a los colombianos: «Habéis presenciado mis esfuerzos para plantar la libertad donde reinaba antes la tiranía. He trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aun mi tranquilidad… Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad, y hollaron lo que me es más sagrado: mi reputación y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores… No aspiro a otra gloria que a la consolidación de Colombia. Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la unión… Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro.»
¡Hermoso mensaje que, sin embargo, tuvo y aún tiene muchos oídos sordos, porque aún en la Colombia actual, Bolívar y sus seguidores contemporáneos tienen, en las altas clases políticas y sociales, muchos enemigos que abusan de la credulidad de parte del pueblo!
Y en el pasado más reciente, es conocido que quien representaba una esperanza política para Colombia, Jorge Eliécer Gaitán, que congregaba en los actos a miles de personas, como sucedió en la llamada Marcha del silencio, fue asesinado por orden de sus adversarios el 9 de abril de 1948, apenas 2 meses después de que pronunciara la famosa Oración por la paz, el 7 de febrero de 1948, que entre otras ideas expresaba: «Pero somos capaces, señor Presidente, de sacrificar nuestras vidas para salvar la tranquilidad, la paz y libertad de Colombia.»
Aquel político, perteneciente a una rama del tradicional Partido liberal, no era miembro de ninguna guerrilla ni de filiación marxista, y sin embargo, porque amenazaba, debido a su popularidad, con alcanzar la presidencia en las elecciones, la violencia decidió apartarlo del camino. Todo el mundo conoce de la reacción de las masas y la insurrección popular desatada por aquel homicidio, conocida por el Bogotazo, que conmovió a la capital colombiana y a todo el país.
Las situaciones políticas y las condiciones sociales en los años posteriores condujeron a la aparición de las guerrillas revolucionarias que reivindicaban determinadas transformaciones políticas y sociales, con episodios en estos más de 52 años, en que no sólo la paz fue alterada, sino que las poblaciones de las ciudades y los campos sufrieron las consecuencias de la lucha armada.
Con los acuerdos firmados con las FARC y otros que se firmen en el futuro inmediato con el ELN, Colombia y sus fuerzas políticas y sociales, y el pueblo en general, tiene grandes retos que vencer. Porque habrá una comisión de la verdad que debe convertirse en el espejo que haga visible todos los asuntos vitales, hechos, acontecimientos, víctimas y victimarios, en este largo periodo histórico. Y algún día habrá de reconocerse que, sin la actuación de las guerrillas revolucionarias en este largo lapso, muchas de las transformaciones sociales que hoy son reconocidas y aceptadas como necesarias para el país en el acuerdo general, jamás habrían sido reconocidas, acogidas como compromiso, ni decididas resueltamente para poner en práctica en plazos determinados.
Pero además del compromiso del cese de las armas, hay un compromiso mayor, y es que el gobierno presente y los gobiernos futuros, y toda la sociedad, deben implementar todas aquellas transformaciones políticas y sociales que fueron las razones para el surgimiento de las guerrillas, su mantenimiento en estos 52 años, y sus pedidos estratégicos en las negociaciones durante más de cuatro años. Al ceder y aceptar por ambas partes sobre asuntos diversos en este largo proceso histórico, ambos adversarios han dado nuestra de madurez, realismo y sapiencia, y han ganado ellos, pero fundamentalmente lo ha conseguido Colombia toda.
Ahora bien, ante el futuro habrá que pensar que los compromisos implican años de implementación compleja, con una gran dedicación y con la garantía de acciones, obras y recursos económicos.
La paz convenida descansa sobre una base fundamental. El respeto de las vidas de los adversarios políticos y la aceptación de la realidad de que dentro del marco de la democracia que se declara reconocida constitucionalmente, las masas y sus representantes tienen derecho a manifestarse pacíficamente. Ese será el logro principal en lo político.
Y en el futuro, nadie podrá vaticinar cuándo ocurrirá, cabe preguntarse si las clases del más rancio conservadurismo y reaccionarias impenitentes, aceptarán el triunfo y permanencia en el poder de un gobierno que represente los ideales e ideas de los sectores progresistas o revolucionarios, y sin recurrir a la violencia. Entonces sí tendremos la oportunidad de reconocer el triunfo pleno y definitivo de la paz. Pero en fin, pienso que todo se puede, y Colombia puede demostrar que es la Gran Colombia y que su pueblo logró en su devenir histórico lo que mucho antes parecía imposible.
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