Este es el relato de compañeros y compañeras sobre las tarifas que reciben por sus colaboraciones escritas o fotográficas en papel o en la web, radiofónicas o televisivas. Al propio Gervasio Sánchez ya le ocurrió en época de ‘vacas gordas’.
Jueves, 25 de febrero de 1993, Prístina (Kosovo).
«Gervasio, enhorabuena, mi diario ha publicado hoy un especial titulado Homenaje a Sarajevo con textos de Bogdan Bogdanovic, Ismail Kadaré, Claudio Magris y Predrag Matveievic y las seis fotos de gran tamaño que han elegido son tuyas».
30 de marzo de 1993, Zaragoza (España).
«No es posible que me hayan pagado por esas seis fotos 18.000 pesetas. Es una miseria, es una vergüenza», me digo al borde del llanto.
Segunda semana de abril de 1993, Madrid (España).
«¿Cómo es posible que me hayas valorado este trabajo con una cantidad tan irrisoria?», pregunto a la persona responsable de la sección de fotografía. «Son fotos de archivo», me responde. «Son fotos hechas en los últimos meses en lugares muy peligrosos y este diario no ha pagado ni una peseta por su producción», insisto. «Las fotos ya están valoradas y ya no se puede dar marcha atrás». Fin de la conversación.
Ese mismo diario acababa de ganar 5.032 millones de pesetas en 1992, su récord histórico.
Quiero contar esta anécdota ocurrida hace casi un cuarto de siglo antes de hablar de las tarifas que se pagan hoy en día porque es importante saber lo siguiente: es falso que las dificultades económicas de los medios de comunicación sean el origen del desorden actual. En tiempos de vacas gordas también ocurrían hechos desagradables y vergonzosos. Había personajes (quiero ser diplomático) en los medios de comunicación que se dedicaban a maltratar de palabra y obra a los colaboradores. Responsables cuyo único interés era regatear hasta los límites insospechados. No les importaba si el trabajo se había hecho en zonas oscuras extremadamente peligrosas. Querían ahorrar a cualquier precio, quedar bien con sus jefes, recibir sobres bajo mano, bonificaciones, golpecitos en la espalda.
Los comités de redacción y de empresa miraban a otro lado. Las asociaciones de prensa no opinaban sobre (por favor) menudencias. Volvamos al presente.
Managua, 16 de febrero de 2017, 16.25 de la tarde, hora nicaragüense.
Envío a unos cincuenta compañeros y compañeras un mensaje por correo electrónico preguntándoles por las tarifas que reciben por sus colaboraciones escritas o fotográficas en papel o en la web, radiofónicas o televisivas. Me centro en personas que trabajan en corresponsalías en el extranjero o coberturas de alto riesgo, algunas de las cuales han destacado en este oficio y han ganado premios prestigiosos. Me comprometo a mantener el anonimato y también a no dar los nombres de los medios implicados. Tampoco vale la pena darlos: estas vergüenzas ocultas afectan a casi todos. Se salvan algunos regionales (sorprendería los nombres de esos medios) y casi ningún digital.
Managua, 17 de febrero de 2017, 6 de la mañana, hora nicaragüense.
He recibido tanta información que podría escribir varios artículos. Los correos destilan un gran cabreo. Algunas historias son muy hirientes. Me duelen todas, pero sobre todo aquellas que afectan a compañeras y compañeros que han alcanzado edades peligrosas. Ningunear económicamente a un colaborador que supera los 50 años es condenarlo a la marginación.
Da ganas de escribir los nombres de los medios, los nombres de los intermediarios, los nombres de los desvergonzados. Contar sus obsesiones: si su equipo favorito perdía el domingo, llegaban cabreados al trabajo el lunes y ese día regateaban más. Si su equipo ganaba, quizá podía beneficiarte algún brote de magnanimidad. Pero estamos en el país de la hipocresía y del cinismo: sabemos el pecado, conocemos la sutilidad o la bravuconería con la que actúan los maestros de la impudencia, pero hay que callarse los nombres de los pecadores. Porque los que pecan siempre quieren vivir en la impunidad.
Empiezo describiendo la situación de una persona a la que admiro profundamente. Todo el mundo reconoce que es la mejor en su especialidad. «Me pagan 60 euros por una pieza corta y 90 euros por una larga. 25 euros por una crónica de radio», me responde. ¿Cuántas horas dedicas diariamente a tu trabajo? «Dedico muchas horas al día a informarme. Por lo menos cuatro o cinco horas las dedico a leer la prensa local en varios idiomas y también leo medios internacionales. Además, veo las noticias de la televisión en los canales locales y escucho la radio constantemente».
¿Llegas a fin de mes? Me pide máxima confidencialidad, como si se avergonzara. Yo también me avergüenzo. «Lo que gano no llega para pagar el alquiler», me responde cabizbajo (no lo veo pero lo siento así). Y pienso: este oficio está orquestado por algunos miserables capaces de rascar donde ya solo sale sangre.
Cambiemos de zona. Otra persona que considero imprescindible en esta profesión me pasa sus ingresos y sus gastos mensuales. Me quedo de piedra. No doy crédito. Peor no la pueden tratar. Los responsables del medio lo saben, le han trasladado su solidaridad. Pero nadie es capaz de desenredar el hilo de la podredumbre. Es cierto que su medio está viviendo horas complicadas, como casi todos, pero sus ejecutivos siguen ganando cantidades inmorales.
Gasta 1.500 euros al mes en el alquiler de la casa, la cotización mínima de autónomos, internet, gestoría, etc. No incluye lo que gasta en comer. Dos meses de 2016 ingresó menos de esa cantidad. Otros seis meses la superó por poco. Tres meses consolidó los 2.000 euros. Tuvo un mes especial porque hizo una cobertura en una zona conflictiva. Este año aspira a ingresar lo mismo que gasta sin incluir el coste de la cesta de la compra. Al fin y al cabo comer es relativo.
Tengo la mesa llena de tarifas, facturas e intercambios de emails. Pura chicha que me sonroja. Vamos a desmenuzar. 35 euros por texto y crónica desde Alepo para una web de un diario nacional. «Al final nos pagaron el doble pero insistieron que esa era su tarifa», explica la persona afectada. 180 euros por una galería de 10 fotos para la web sin importar dónde estén hechas. 1.200 euros por un reportaje de textos y fotos en un dominical realizado en uno de los países más peligrosos del mundo.
Los dominicales han bajado las tarifas drásticamente. «Hace dos años pagaban 1.800 euros y 2.100 si iba en portada. Hoy pagan como máximo 1.500 euros», comenta otra persona con mucha experiencia, que añade: «Las tarifas siguen bajando de manera continua. Cada trabajo se paga menos que el anterior y se crean situaciones muy tensas y desagradables». Hace diez años se podía pagar 3.000 euros por texto y fotos para diez o doce páginas.
En las televisiones pasa algo parecido. «Cuando llegué a mi destino en 2009 la cadena me pagaba 450 euros por un directo y 700 u 800 euros por piezas más elaboradas. Ahora está todo a 200 euros y muchas veces aprovechan una conexión de satélite para que hagas directos para dos cadenas distintas que se han unido y pagarte como si trabajaras solo para una. Todo en bruto. He dejado de colaborar con ellos», explica una persona que trabaja en una agencia y una radio.
La jefa de internacional de otra cadena rechazó unos vídeos de Siria en diciembre 2011 al argumentar que los tenía gratis en Internet. «Un día después la agencia Reuters compró esos mismos vídeos por 1.500 euros y me dieron las gracias desde Londres porque estaban cansados de descargarse vídeos de Internet», recuerda otro informador.
Aquí tienen un bochornoso diálogo entre un informador y los responsables de internacional y la sección de pagos de una cadena de televisión con sede en Madrid. «¿Sabes cómo habéis valorado mi intervención? Es para mandaros la factura», escribe el periodista desde la capital de un país en llamas. «Finalmente, no utilizamos tus imágenes. Nos vinieron bien tus declaraciones y las metimos como totales telefónicos, pero es política de la empresa pagar solo por imágenes emitidas o crónicas periodísticas. Quizá te enfades si no te pagamos nada, pero si crees que debemos pagarte lo mejor es que trates el tema de dinero con producción. Como tú lo veas. Un saludo», contesta el jefe de internacional.
El mismo periodista ya ha vivido una situación parecida en otro país conflictivo. Le quieren pagar 300 euros por tres vídeos y, al plantear una mejora el jefe de internacional, le contesta: «Te avanzo mis ideas. El día que le vendo tu material al director de informativos es el lunes. El problema es que los presupuestos del año están super ajustados y me han dicho que no podemos comprarte nada ni a ti ni a nadie. Lo que significa que si Woodward y Bernstein nos venden una entrevista en exclusiva con la captura incluida por ellos mismos de Bin Laden y Al Zawahiri no se la podemos comprar porque no tenemos rupias ni para pipas».
El periodista busca consuelo y consejo en una productora amiga del mismo canal que le responde: «Yo creo que lo deberías aceptar, se te va a rotular en las piezas y eso es curriculum para ti (te podemos grabar un DVD con las tres piezas y así ya puedes poner que eres colaborador de este medio) y sobre todo porque se te abre una puerta para poder currar más veces en un futuro». El remate es maravillosamente obsceno: «Valora ya tú, qué es lo que más te importa, si el dinero o el hacer curriculum».
Las críticas de las personas consultadas son generalizadas y duras. Algunos se quejan más del trato recibido (correos electrónicos sin contestar, promesas incumplidas, actitudes prepotentes, etc.) que de la propia cochambrosa política de tarifas. Un profesional afirma: «Creo que los medios españoles encabezan la lista de cutrerío, ninguneo y falta de respeto hacia los profesionales a nivel europeo. No importa la inclinación ideológica o el ramalazo pseudo progresista de alguna nueva cabecera. La tendencia es pagar el mínimo aunque nunca falta dinero para diseñadores, programadores, etc.».
Otro no se corta a la hora de describir el trato que ha recibido: «El mamoneo, las tarifas ridículas de los ‘grandes’ y la falta de respeto han hecho que prefiera escribir en inglés (que evidentemente me cuesta más que en castellano) a ofrecer historias aquí. Lo que tenía claro es que la pobreza moral y profesional en España no me podía cortar las alas». Una tercera persona se centra en el trato que recibe como corresponsal por parte de los medios españoles: «Te pagan pésimamente pero te exigen que dejes lo que estás haciendo para colaborar inmediatamente con ellos cuando les interesa». Un cuarto reportero también hace autocrítica: «La falta de oportunidades y el alto grado de competitividad invitan a profesionales y no profesionales a aceptar esas tarifas indignas y reventar el mercado».
Habla un fotógrafo de prestigio desde una zona de alto riesgo en la actualidad: «Se está convirtiendo en un oficio imposible. En Iraq, el fixer (la persona que facilita el acceso a zonas de interés informativo y el contacto con las personas que se desea entrevistar) más barato (con un inglés malo) cobra 300 euros. Si se trata de ir al frente quiere cobrar 700 euros. Si ven que vas a compartir gastos te cobran más. Ningún medio quiere pagarte los gastos. Cada vez que hago números lloro (literalmente). Estoy pensando en dejar la cámara».
Otro fotógrafo asegura que «la revolución tecnológica ha creado una idea equivocada sobre los costes. Muchos responsables creen que se debe pagar menos al no imprimirse en papel. Pero el gasto de producción sigue siendo el mismo».
¿Qué alternativa queda? «Muchachos y muchachas de clase media y alta con padres que pueden pagar por viajes, equipo, seguridad al regreso, etc… No es su culpa, yo mismo pertenezco a ese estrato social, pero el retrato de la realidad que va a mostrar alguien acomodado, sin una tradición de lucha, con ansia de notoriedad y escasos asideros ideológicos y culturales no va a ser el mismo que el de la mayoría, que no está satisfecha», reflexiona otro periodista con casi dos décadas de experiencia.
Algunos fotógrafos han decidido pasarse directamente al vídeo aunque no es oro todo lo que reluce. «Te quieren pagar 300 euros por un vídeo que requiere una producción, un guion, imágenes que necesitan buen sonido y que luego hay que editar, grafismo, gastos generales, etc.», explica un antiguo fotógrafo («lo de la foto está muerto»), que admite que tampoco «salen las cuentas y la calidad es la gran perjudicada».
Uno de los participantes en esta encuesta resume el sentimiento general sin paliativos: «Me siento engañado por los grandes medios al abaratar nuestras tarifas mientras sus trabajadores gozan de sueldo, sanidad y aire acondicionado en sus oficinas. Me siento engañado por las asociaciones de prensa que invitan a callarse y bajarse los pantalones ante cualquier atisbo de problema que surja. Me siento engañado cuando oigo en las facultades de comunicación la importancia del periodista multitarea cuando la realidad te demuestra que eso significa hacer 3 o 4 funciones distintas por el precio de una. Me siento engañado cuando veo que mis compañeros aceptan tarifas de mierda».
Fuente: http://www.lamarea.com/2017/03/13/verguenzas-ocultas-del-periodismo-espanol/