Todo el pueblo colombiano es víctima del conflicto armado. Dicho conflicto fue instrumentalizado por el imperio y la oligarquía mediante la degradación planeada. Fue puesto al servicio de la dominación extranjera y de la entrega compradora. Así, se apoderaron del territorio, la economía, la política y la cultura. Nos mancillaron a todos. Sin embargo hay […]
Todo el pueblo colombiano es víctima del conflicto armado. Dicho conflicto fue instrumentalizado por el imperio y la oligarquía mediante la degradación planeada. Fue puesto al servicio de la dominación extranjera y de la entrega compradora. Así, se apoderaron del territorio, la economía, la política y la cultura. Nos mancillaron a todos.
Sin embargo hay víctimas de víctimas. Las víctimas del pueblo – «los pobres» – siempre serán las más desconocidas. En el proceso de degradación del conflicto los victimarios se convierten en víctimas y viceversa. Los victimarios y las víctimas – como lo estamos viendo – terminan confundidos en esa dinámica. Victimarios como Uribe dicen defender a las víctimas y víctimas iniciales – como los mismos guerrilleros – han terminado del lado de los victimarios. Es una desgracia compleja y una tragedia algo confusa para el común.
Asesinatos, masacres, desapariciones forzadas, secuestrados, retenidos, desplazados, despojados, migrantes internos y externos, damnificados por atentados, extorsionados, infiltrados, violaciones de todo tipo, niños y mujeres reclutados a la fuerza, jóvenes que no tienen otra salida que sumarse a los diferentes grupos armados, exiliados, perseguidos y amenazados, familias descompuestas, son sólo una parte de las innumerables víctimas de nuestro conflicto colombiano.
Seis (6) millones de desplazados internos lo dicen todo. Más de cuatro (4) millones de migrantes hacia Venezuela, Ecuador, EE.UU. y Europa complementan la cifra de la diáspora colombiana. Cuatro (4) millones de hectáreas de tierras despojadas y muchos más en la mira de la ocupación ilegal. Nuestra nación arrasada por una guerra fratricida que se originó por la inequidad absoluta en la propiedad de la tierra y la entrega humillante de nuestros recursos naturales.
No obstante, el justificado alzamiento armado – ya sea a la defensiva, en resistencia, a la ofensiva, en todas las formas que adquirió – no ha servido para resolver el problema sino para agravarlo. Ahora hay más concentración de la tierra que cuando apareció la insurgencia campesina. El imperio ha contado con los recursos para poner las cosas a su favor y, de alguna manera, le hemos ayudado. La estrategia armada del pueblo falló, nunca fue verdadera insurrección. Habrá que evaluar las causas y los errores.
Si queremos conquistar la Paz hay que revisar y re-valuar el concepto de víctimas. Los hay de toda naturaleza. De la violencia estatal, guerrillera, paramilitar y/o delincuencial. De la violencia armada y sus «efectos colaterales». De la violencia económica, social, política y cultural. De la confrontación inter-étnica y territorial provocada por el mismo Estado. De la violencia contra las mujeres y los/as diferentes. De la censura y la persecución de los que piensan de otra manera. En fin, hay para todos los gustos y sabores.
El gobierno trata de despersonalizar a las víctimas. Quiere pintar del mismo color a todos las mártires e igualar a los torturadores. Pretende despolitizar el análisis de esa realidad. Desfigurar y camuflar la responsabilidad del Estado y de las clases dominantes. Lo máximo a que aspira es a que todos nos creamos víctimas y victimarios. Los guerrilleros tratan de aferrarse a su papel de víctimas pero sólo logran quedar como victimarios sin memoria.
Algunos creen que el problema se resuelve con sumas y restas, con comparaciones, exculpaciones y perdones generales. Poses y apariencias para la tribuna. Las verdaderas víctimas, las de carne y hueso, de todos los bandos, saben que la principal reparación es el reconocimiento y el verdadero perdón. El castigo político y jurídico es más difícil. Como lo observamos en los países sudamericanos del Cono Sur, ese castigo ha sido a cuenta gotas, y eso que allá los victimarios fueron nítidamente identificados.
Quienes – en lo inmediato – aspiran a castigar a Uribe y a todos sus cómplices (estatales, políticos, empresarios privados, militares, jueces, mafiosos, paramilitares, pueblo regalado y vendido, etc.) están en su derecho pero, tal vez inconscientemente, le hacen el juego a quienes desde el otro lado quieren cobrar justicia extrema por los crímenes cometidos por la guerrilla. Al hacerlo impiden que una «paz medida y parcial» se convierta en herramienta de reconciliación y de avance democrático.
Uribe le teme a que los diálogos sean coronados por un acuerdo porque sabe que en «paz» pueden progresar con mayor celeridad los procesos en su contra y de sus encubridores. Pero, los verdaderos y numerosísimos crímenes de Estado sólo podrán ser develados a fondo cuando la oligarquía sea derrotada políticamente. Antes no. La tarea central es, entonces, unificar a quienes desean la Paz y derrotar a los que no pueden separase de la guerra para abrirle el camino al pueblo para su protagonismo político y social.
Mientras gobierne gente como los Santos, Vargas Lleras, Gavirias o Pastranas, etc., nunca se permitirá que la verdad histórica salga a flote. Los entrelazamientos criminales entre oligarcas, empresarios, mafias narcotraficantes y toda clase de delincuentes tratarán de ser ocultados. Solo unos gobiernos efectivamente democráticos podrán, con sistematicidad y firmeza, reivindicar la memoria de las víctimas – de todas – y cerrar esa cruel y dolorosa página de nuestra historia.
A pesar de la paciencia que hemos tenido, habrá que tener mucha más. Es indispensable para convertir el dolor en perdón, el perdón en gloria y la gloria al servicio de las mayorías. Sólo así las víctimas serán redimidas y los victimarios encontrarán la paz. Ojalá, muchos de ellos en la cárcel. No se sabe.
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