Como si de un derbi futbolero se tratara, España ha entrado en tromba en el debate sobre el presente y futuro de su Sanidad. Y como es costumbre, todo está fervientemente polarizado, con el sistema público asociado al modelo bueno y el privado, al bando malo. Hay poco espacio para los matices, los argumentos y […]
Como si de un derbi futbolero se tratara, España ha entrado en tromba en el debate sobre el presente y futuro de su Sanidad. Y como es costumbre, todo está fervientemente polarizado, con el sistema público asociado al modelo bueno y el privado, al bando malo. Hay poco espacio para los matices, los argumentos y los datos. Las etiquetas enseguida son repartidas, sin posibilidad alguna de opinión distinta a la que se espera. Tal vez por este motivo, Víctor Madera guarda velado silencio. Anónimo para una gran mayoría, el consejero delegado de Capio Sanidad es el hombre del momento, el ogro que se enriquece con la salud de los españoles para unos y un brillante gestor para otros, casi con más responsabilidad sobre la buena marcha del sistema que cualquier ministro o consejero del ramo.
Quién le iba a decir a este asturiano de 51 años afincado en Londres y padre de tres hijas que se convertiría en el hombre de la sanidad privada en España. Especialista en medicina deportiva, su paso académico por Estados Unidos y la posterior formación en la primera promoción del máster en Dirección y Gestión de Instituciones Sanitarias, impartido en la Escuela Nacional de Sanidad, hicieron de Víctor Madera un prototipo de gestor con cartilla de médico. Sus primeros pasos como directivo sanitario fueron al frente de varios centros de la Cruz Roja. Entonces era sólo un treintañero y estaba en fase de rodaje, pero pronto tuvo la oportunidad de desembarcar en un incipiente negocio, la atención a los pacientes en lista de espera, que un matrimonio de médicos había comenzado a cultivar en Castilla La Mancha (Bono) bajo una red de clínicas bautizada como Recoletas.
De la mano de un inversor institucional, el fondo de inversión CVC, el médico asturiano dio forma a Ibérica de Diagnóstico y Cirugía (IDC), sociedad desde la que compró en 1998 aquella red de pequeñas clínicas con las que la sanidad pública concertaba la cirugía de las listas de espera. El camino estaba marcado y tanto Víctor Madera como su socio Javier de Jaime, responsable del fondo de capital riesgo para España, vieron en el modelo de externalización de servicios sanitarios un negocio en ciernes. A partir de entonces, como recuerda el propio impulsor, replicaron el modelo y desembarcaron en Extremadura, también bajo signo socialista (Ibarra), para saltar luego a la popular Comunidad de Madrid (Gallardón-Aguirre) y a la convergente Cataluña (Pujol), irrumpiendo así en las principales plazas sanitarias del país y abarcando todo el espectro político.
El avance de IDC no llamó la atención hasta que a partir de 2002 fueron a por grandes hospitales públicos. En una situación similar a la actual, su oportunidad de compra se debió a la mala situación financiera que arrastraban el Hospital General de Cataluña y la Fundación Jiménez Díaz. Dos grandes centros, por número de pacientes atendidos, que iniciaban el proceso de gestión público-privado en la sanidad española. Estos golpes de efecto convirtieron en muy poco tiempo al grupo sanitario en el primer gestor privado del país, una tarjeta de presentación que sirvió para que CVC, en la época de vino y rosas, vendiera la compañía a principios de 2005 al grupo hospitalario sueco Capio por más de 300 millones de euros. Cambiaron los accionistas, pero el alma mater de la compañía siguió al frente, dispuesto a llevar el proyecto a un nuevo estadio.
El paraguas del socio industrial sueco, paradigma del modelo de bienestar europeo, duró poco. A finales de 2006, el gigante asistencial, controlado por fondos de pensiones suecos, fue adquirido por las firmas de capital riesgo Apax y Nordic tras pagar cerca de 2.000 millones de euros. Otra rotación de accionistas, esta vez en la matriz, que tampoco afectó a Victor Madera, entonces vicepresidente del grupo y consejero delegado en España, que además de continuar en el puesto contó con el apoyo financiero necesario para desarrollar la compañía durante esa nueva etapa, hasta el punto de consolidar un grupo que cuenta en nuestro país con 30 centros, 7.500 empleados y 1.800 camas. Esta historia empresarial de éxito hizo que Madera se reencontrara con su colega De Jaime a principios de 2011, cuando CVC compró el negocio español de Capio por 900 millones.
De la mano del capital riesgo
Y como en las etapas anteriores, el modelo sigue siendo el mismo. En este último periodo, Capio ha aumentado su peso en el negocio con la apertura de nuevos hospitales y ha peleado por la compra de su principal competidor en este segmento, la compañía valenciana Ribera Salud, fundada y controlada por las cajas de ahorro locales Bancaja y CAM. Como con otros activos, la mala situación financiera de algunos hospitales por impagos de la Comunidad de Valencia y la necesidad de vender de sus propietarios, dos entidades financieras quebradas que han sido engullidas por Bankia y Banco Sabadell, provocó una nueva oportunidad para Madera consolidara su posición de dominio en el mercado. La operación, sin embargo, ha quedado en suspenso, manteniéndose un estatus quo al que se arriman otros operadores privados como Sanitas o USP-Quirón.
Muy en especial durante los últimos años, la sanidad privada lleva siendo uno de los principales objetivos de los inversores. Cualquier private equity lo explica con sencillez y alude a un par de factores para justificar su interés. Los actuales propietarios (Comunidades Autónomas) de los hospitales necesitan dinero o, dicho de otra forma, no disponen de los recursos suficientes para financiar su funcionamiento y tampoco tienen el valor de tomar decisiones, en el ámbito de la gestión, contrarias a sus intereses políticos. De esta manera, la oportunidad para el comprador es doble, pues puede presionar a la baja para comprar un activo ante la urgencia del vendedor y además puede optimizar la inversión vía costes con la implementación de medidas eficientes sin atender a consideraciones políticas, sino puramente empresariales, y sin afectar a la calidad del servicio.
En este sentido, Madera lleva explicando el mismo discurso desde hace diez años. Así ocurrió cuando IDC, el germen del actual grupo, adquirió la madrileña Clínica de Nuestra Señora de la Concepción, conocida popularmente como La Concha, propiedad de la Fundación Jiménez Díaz. También entonces, en el no tan lejano 2002, la venta tuvo lugar a raíz de la ruinosa situación económica que atravesaba el propietario, un organismo sin ánimo de lucro que se vio abocado a desprenderse del activo, al que la administración local concedió una concesión a 30 años bajo condición de entregarse a un nuevo propietario. Ya en esa época la legitimidad del modelo de Madera era cuestionado por los directivos y parte del equipo médico, aunque igual que ahora el doctor asturiano explicaba que «el negocio procede del ahorro obtenido con una gestión eficaz«.
El máximo responsable de Capio Sanidad reduce el ruido del actual debate a un mero conflicto laboral, el que afecta a los profesionales de la sanidad pública y su resistencia a perder las condiciones con otro modelo, como le ocurre al veterano piloto de una aerolínea ante el fenómeno low-cost. «¿Hay más accidentes ahora o vuela más gente?» En su opinión, el patrón público-privado no cuestiona el servicio universal y gratuito de la sanidad, sino que contribuye a la prestación del servicio a un coste menor, lo que permite una mejor administración de los recursos públicos, contando incluso con el margen de beneficio que el operador privado obtiene por su gestión. Los números a este respecto, sin embargo, son difíciles de hacer. Como reconocen operadores del negocio, evaluar el coste por paciente en un gran centro hospitalario es un ejercicio objetivamente imposible.
El cuestionado papel de los políticos
En lugar de hablar de números o modelos, el debate sobre la sanidad termina siempre en el fango de la política. Y motivos no faltan. Esta misma semana se conocía que la empresa Unilabs, de la que desde el pasado agosto es consejero Juan José Güemes, exresponsable de Sanidad de la Comunidad de Madrid, se ha hecho con la gestión de los análisis clínicos privatizados por el político popular durante su mandato (2008-10) tras adquirir el 55% del consorcio adjudicatario. Por este motivo, aunque el comprador, filial de Capio, no tiene que ver con su antigua división en España y aunque el exdirigente popular, actual ejecutivo del instituto de Empresa, se desvinculó de la política hace más de dos años, la concurrencia de factores que invitan a la sospecha hace que el debate sobre la privatización de la sanidad se tiña de sombras y elementos de duda.
El problema de fondo supera al maniqueísmo entre lo público y lo privado para llegar a la esfera de lo político. Al final, son los partidos con capacidad de gobernar quienes incurren en las mismas prácticas ‘extractivas’. Resulta fácil encontrar a dirigentes de uno y otro color como consejeros o asesores de compañías que antes fueron públicas y ahora privadas, desde Felipe González (Fenosa Gas Natural) a José María Aznar (Endesa), pasando por Rodrigo Rato (Telefónica), que operan en mercados regulados en condiciones de competencia limitada, como puede terminar ocurriendo con el sector sanitario, donde los volúmenes de inversión son tan elevados que las barreras de acceso para que exista oferta de distintos operadores pueden ser infranqueables, de manera que el sector tienda a una concentración en un par de grandes compañías.
De momento, Madera ha evitado fichajes políticos de campanillas, aunque eso no le ha librado de que se extendiera por las redes sociales un bulo según el cual el triunvirato más malvado del PP, formado por Esperanza Aguirre, María Dolores de Cospedal y Rodrigo Rato, es propietario de Capio, una relación mercantil que explicaría el interés de los populares por privatizar la sanidad pública. La verdad, sin embargo, es bien distinta, aunque los constantes viajes de las élites dirigentes entre lo público y lo privado generan ese caldo de cultivo que hace verosímil cualquier vinculación capciosa, porque en el fondo es lo que cabe esperar. Y es que al final, el patrón se repite, e igual que las grandes empresas sufragan la ONG de la exvicepresidenta De la Vega los grandes de la sanidad privada participan en la inciativa de cluster impulsada por el exconsejero madrileño de Sanidad.