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[Crónicas sabatinas] ¡Por la fraternidad, por nuestro apoyo mutuo, por nuestra solidaridad, por nuestra prudencia!

Vindicación (común) de lo común (que, como el amanecer, no es poco)

Fuentes: Rebelión

Para Paco Cerdà, por El peón. “Es el viejo ideal de la unión y la fuerza. El frágil junco que, unido en mata, no puede ser arrancado. El agrupémonos todos frente a dioses, reyes y tribunos. El todos para uno y uno para todos. El pueblo unido que jamás será vencido.

Hay un grupo de peones en Asturias. Siete peones. Son negros como el carbón que cada día les tizna ropa, rostro y manos -marchamo de clases- en la mina San Nicolás, ‘la Nicolasa’ de Mieres. Pero hoy, 6 de abril de 1962, estos siete picadores que trabajan en la capa novena del subsuelo, a casi medio kilómetro de profundidad y bajo una dureza extrema, han decidido que no va a ensuciarse. Se plantan”.

Sin embargo, el principal legado de la aventura secesionista ha sido la profundización de una división en una sociedad que se había presentado, durante décadas, como un modelo de convivencia y porosidad. Una división que discurre, fundamentalmente, por una frontera etnolingüística no sellada y que se acompaña de diferencias económicas que se habían atenuado mediante la infinidad de interacciones que ofrecen las sociedades contemporáneas y abiertas.
Ha habido intentos reiterados, pero infructuosos, de negar la división social y la fractura afectiva en la sociedad catalana. Estos intentos han incluido todo tipo de iniciativas: desde acciones de “diplomacia” por parte de emisarios del gobierno regional, en todo el mundo, hasta campañas de los medios de comunicación “afectos” y ensayos de corte académico, incluso. El mensaje principal es que Cataluña es una sociedad híbrida que contiene una rica variedad de comunidades con unos intereses y valores muy diferentes. Nadie puede disentir sobre eso, por supuesto: la mayoría de las sociedades son híbridas y contienen múltiples complejidades y matices, pero pueden polarizarse abruptamente en torno a un tema político único y relevante.En el caso de Catalunya se ha hablado de nación, pero ese concepto no sirve. Ya la he dicho que el sentido de las palabras cambia incluso en cada década. El historiador lucha para que no se proyecten conceptos de una época en otra.

Henry Kamen (2020)

Para la versión ampliada: http://slopezarnal.com/vindicacion-comun-de-lo-comun-que-como-el-amanecer-no-es-poco/#more-985

Por primera vez en muchos años, el monotema no es hoy asunto central en .Cat (ni en el conjunto de España).

Un regalo: una intervención de Andrés de Francisco sobre su Visconti y la decadencia, https://www.youtube.com/watch?v=7AaOPK2Jj44&feature=youtu.be

La dedicatoria es, al mismo tiempo, una recomendación: El peón (Pepitas de Calabaza, 2020). ¡No se lo pierdan!

Tres recomendaciones más sobre lo que a todos nos preocupa: 1. Joan Benach, “El relato oficial del coronavirus oculta una crisis sistémica” https://ctxt.es/es/20200302/Politica/31295/coronavirus-epidemia-crisis-capitalismo-recesion-joan-benach.htm. 2. Rafael Poch de Feliu, “En aguas desconocidas.” https://rafaelpoch.com/2020/03/10/en-aguas-desconocidas/#more-429 [un comentario de un lector amigo en el apartado 3]. 3. Marciano Sánchez Bayle, “Los medios, la epidemia y el miedo” https://www.nuevatribuna.es/articulo/actualidad/coronavirus-epidemia-miedo-sanidadpublica/20200311114142171935.html. Eso sí, la lucha de clases (empresarial) sigue más vigente que nunca: “Foment (la gran patronal catalana) pide bajar tributos (o la no aplicación de algunos de los tributos previstos por el Govern en su proyecto de presupuestos) y facilitar despidos ante el coronavirus”.

La cita de Kamen es pertinente en mi opinión. Destaco una frase de un artículo reciente de Javier Cercas: “Para un votante [o activista, militante o ciudadano/a] de izquierda es mucho más duro tener que aguantar la ceguera de la izquierda que la de la derecha”.

Nuestro asunto de hoy.

En “Deshaciendo lo común” (https://elpais.com/elpais/2020/01/27/opinion/1580142741_006274.html), Juan Claudio de Ramón sostiene que si abriésemos el angular para preguntarnos qué era lo más importante que ha ocurrido en España en los dos últimos siglos, la respuesta no sería distinta que la dada en otros países europeos: “el tránsito de una sociedad agraria a una industrial y de servicios, y la democratización de la ciudadanía, con la igualdad entre hombre y mujer en muy primer plano”. Eso, en su opinión, es lo más importante (por mucho que esa igualdad entre hombres y mujeres estuviera lejos de ser una realidad real). Pero si en cambio, prosigue, nos preguntáramos por lo más singular de la trayectoria política española del mismo período su respuesta sería otra: “la evolución de la relación de la izquierda con la idea de España, y su paulatino intercambio de papeles con el centro y la derecha”.

Su explicación: aunque a menudo se presenta al siglo XIX español “como un fracaso en términos de construcción nacional”, lo cierto es que esa tesis tiene mucho de falacia retrospectiva. Si España no se hubiera constituido como comunidad nacional en aquel entonces, “hoy no estaríamos teniendo muchos de los debates que tenemos”. Desde su punto de vista, más ajustado sería decir “que, habiendo tenido una primera fase exitosa, existe un momento, acaso más reciente de lo supuesto, en que el sentimiento de copertenencia empieza a decaer”.

Lo que le importa destacar, señala a continuación, es que había sido la izquierda española –“lo que entonces era izquierda: liberales radicales y progresistas, de todos los territorios”– la que con más pasión había defendido la idea una nación constitucional, mientras que habían sido los sectores conservadores los apegados a una «España de los pueblos».

Es notable, destaca, cómo esa concepción “foralista del país, una suerte de confederación de pueblos preconstitucionales”, ha migrado a la izquierda. Así, es uno de sus ejemplos, “Idoia Mendia ha señalado que la «concordia entre territorios» debe ser la seña de identidad del PSOE”. Por el contrario, el principio de ciudadanía igualitaria es reclamado actualmente “por partidos de centro y de derecha”. Cuando en el Congreso se votan cuestiones como una selectividad única o una tarjeta sanitaria común, “la izquierda vota en contra y la derecha a favor”.

La situación que vivimos se podía resumir según De Ramón: “en lugar de buscar un equilibrio entre ambos, la izquierda abandona lo común, convertido en desvalor, para encumbrar lo propio”. La derecha, insiste, “recoge lo que la izquierda desatiende y, de pronto, símbolos comunes o una educación bilingüe (también en español) son cosas pretendidamente de derechas”. Algo chocante examinado con ojos de fuera (los de Barbara Layer, en Le Monde, por ejemplo): «resulta perturbador ver que actualmente toda la izquierda española considera “progresista” este regreso de España hacia la afirmación de las identidades territoriales».

Se rompe España, se pregunta Juan Claudio de Ramón. Él no lo sabe. Pero cuesta creer, señala, “que un Estado pueda preservar su unidad a medio plazo cuando sus ciudadanos tienen cada vez menos y menos cosas en común, con el beneplácito de una izquierda más y más volcada en el monocultivo de las pertenencias locales”. España, para él, es un delicado equilibrio entre lo común y lo propio, y lo común, sostiene de nuevo, “parece no contar ya para la izquierda”.

Hasta aquí De Ramón.

Por supuesto que podemos apuntar muchos matices y críticas a su explicación y formular algunas preguntas-dudas básicas: ¿de verdad de la buena que el principio de ciudadanía igualitaria (remarco el adjetivo) es reclamado actualmente “por partidos de centro y de derecha”? ¿Se habla con precisión si se afirma que la concepción “foralista del país, una suerte de confederación de pueblos preconstitucionales” rige de forma hegemónica en la izquierda? ¿En toda ella?

Pero alejémonos de estas cuestiones y vayamos al asunto central: ¿no cuenta lo común para la izquierda? Me da que sí, que cuenta, que dicen que cuenta, que debe contar, cuanto menos para un sector (que hay que desear amplio) de las izquierdas, pero es evidente que lo común apenas cuenta (más bien descuenta) para las fuerzas nacionalistas, especialmente para el nacional-secesionismo .Cat., y que sus reflexiones y finalidades han contagiado a un sector de esa supuesta izquierda (que se siente y dice sentirse muy catalana, muy vasca, muy gallega,…) que no siempre es minoritario. Lo propio, lo que creen propio (pura invención en ocasiones), lo estrechamente propio (es decir, su sesgada construcción nacionalista) está siempre en el puesto de mando. Su forma, tenaz, ininterrumpida, de hacer país, de hacer nación, de hacer futuro Estado, y de alejarse (y alejarnos) del resto de la ciudadanía trabajadora española. Son otros, son extraños, no “son como nosotros”, apenas tenemos nada en común. En ocasiones ni el RH. Ni siquiera el ADN.

Saben, y no les ha sido necesario leer a Gramsci o consultar con alguno de sus intelectuales orgánicos puestos en el tema, que la hegemonía cultural es esencial. Y esa hegemonía (paso a paso, poco a poco, goteando siempre, sin interrupción), ese sentido común acrítico generalizado, se consigue con la apropiación de los medios de formación ideológica y manipulación informativa, con una escuela nacionalmente servicial y con la ideología (formas de vida, incluso de sentir y pensar) que muchas familias (activistas, militantes de la causa), consciente o inconscientemente, generan en su entorno. Ininterrumpidamente. Su forma (nacional y nacionalista) de estar en el mundo y de cultivar “sus tradiciones”..

Miles de ejemplos pueden esgrimirse. Ubiquémonos en .Cat y elijamos al azar a un estudiante de último curso de primaria o de los primeros de ESO (o incluso de cursos superiores, incluyendo ciclos formativos de grado medio o superior). Preguntémosle por personajes históricos como Francesc Cambó, Prat de la Riba, Macià, Lluís Companys o Josep Tarradellas. Tal vez pueda tener alguna duda con el segundo de los nombres citados pero no creo que haya ningún estudiante que deje decir algo (lo usual, lo hegemómico) sobre cualquiera de las otras “personalidades de país”. Demos luego estos nombres: Estanislao Figueras, Manuel Azaña, Juan Negrín, Matilde Landa, Diego Martínez Barrio, Clara Campoamor, Margarita Nelken, la Pasionaria. No es improbable que en todos los casos, casi en todos ellos, la respuesta sea el silencio. “Me suenan.. pero ahora no caigo”.

Hay más ejercicios posibles. Preguntemos a un estudiante medio de .Cat por las comarcas catalanas y por sus capitales. No digo todas pero es probable que cite 10 o más. Luego intentemos que sitúe en un mapa, aproximadamente, Albacete, Huelva, Murcia, Mérida, Vigo o Almazán. Podemos conjeturar el resultado.

Hablemos de Jordi Pujol y preguntemos si es un chorizo (un lladre). Luego, lo mismo, sobre Bárcenas o el nombre que ustedes prefieran. Veremos, notaremos las diferencias. De calado: un mártir de la Patria frente a unos corruptos (que lo son desde luego) incorregibles.

Y así siguiendo. No ejemplifico más.

¿No hay nada que decir en sentido contrario? Por supuesto que sí. Por supuesto que muchos estudiantes del resto de España puede desconocer figuras centrales de la cultura catalana… pero no siempre y en todos los casos. Es mucho más probable, aunque parezca que he extraviado la mesura, que un estudiante malagueño o palentino conozca las figuras de Miró, Dalí o Tàpies que un estudiante catalán las de Goya -sí, digo bien, Goya-, Antonio López o incluso Velázquez. Picasso vivió en Barcelona y tiene un museo en la ciudad.

Nunca se sabe todo, por supuesto, y hasta cierto punto parece razonable que tengamos un conocimiento mayor de lo más cercano… Pero hasta cierto punto, no hasta el punto del desconocimiento (buscado, promovido) de lo más importante y esencial de las culturas españolas (destaco el plural) en su conjunto.

¿Es una tarea que debería ser común conocer lo común (y esencial) de todos nosotros? Lo es. ¿Es un objetivo alcanzable? Sin duda. Empero, la ideología nacionalista (que es eso, una ideología donde se pone énfasis siempre en la visión nacional-secesionista de la propia nación y, en la mayoría de las ocasiones, de forma excluyente) hará todo lo posible para reducir (para ir reduciendo) lo común a muy poca cosa. Conoceremos dónde nace y donde desemboca el Francolí, incluso su longitud, y desconoceremos casi todo del Duero, del Tajo o del Guadalquivir. Como si fueran el Rin o el Ródano pero sin el plus europeo.

¿Y eso por qué? Porque lo primero, en la cosmovisión nacionalista, construye país, genera cultura nacional(ista); lo segundo no, nos aleja y nos hace pensar en coordenadas españolas, ibéricas. Y eso sí que no, eso lo opuesto a sus finalidades. España (es decir, el resto de España) debe concebirse como algo extraño al ser y sentirse catalán.

Asunto menor pensarán. Pero no, no lo es. Es tema mayor, de gran importancia. Para el ahora y para el mañana.

Les dejo en buena compañía: dos aproximaciones al concepto ‘nación’ del historiador José Luis Martín Ramos, especialmente dirigidos a los lectores de tradición marxista (con apuntes históricos de mucho interés, nada triviales, y con una crítica puntual a Kamen):

1. La definición de nación por Stalin es la más invocada por la intelectualidad comunista, pero no en todas partes; y no es corpus doctrinal propiamente dicho de la Internacional Comunista. De hecho en Francia o en España no empieza a circular el folleto de Stalin, escrito en 1913, hasta la segunda mitad de los años treinta. No tengo presente que tuviera incidencia en el comunismo italiano y no la tuvo en el alemán o el austríaco. En realidad su definición fue una metedura de pata de Stalin. Lenin le encargo refutar a Bauer y la propuesta de la autonomía nacional-cultural y la federalización del estado y la socialdemocracia. Stalin hizo otra cosa: como Bauer había hecho una definición de nación entró al trapo. La preocupación por definir la nación es del nacionalismo de esa época; el nacionalismo democrático de 1789, de 1808, de 1830 e incluso de 1848 no se definía, se identificaba contra el poder absoluto.

Stalin entró en el trapo y parió un artefacto: “Nación es una comunidad humana estable, históricamente formada y surgida sobre la base de la comunidad de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de cultura”. Lenin nunca quiso entrar en ese terreno; lo que le importaba era la realidad material, los movimientos nacionales, y la unidad de clase y partido ante ellos. La definición de Stalin no se incorporó al cuerpo doctrinal del bolchevismo, que se atuvo – no sin disidencias- a la asunción de la defensa del derecho de autodeterminación; una asunción compleja, fundamentalmente táctica – en el sentido más amplio del término- y que se acompañaba siempre con la defensa de la unidad de clase y la negación de la división o la federalización de la socialdemocracia por orígenes nacionales.

La IC no incorporó el error de Stalin sino la perspectiva de Lenin. Una perspectiva en la que tras la guerra mundial y la revolución rusa tomó además un nuevo giro: el problema nacional pasó a ser el “problema nacional y colonial”. Ese es el título y el contenido de los discursos y los acuerdos de la IC. Cuando Stalin dictó sus conferencias de abril de 1924, publicadas en 1926 en el folleto Los principios del leninismo, no hizo ninguna alusión a su definición de 1913 –ni a cualquier intento de definición- y por el contrario el capítulo que dedicó al “problema nacional”, recogió de entrada el giro de perspectiva: “el problema nacional ha dejado de ser un problema particular e interno de los Estados, para convertirse en un problema general e internacional, en el problema mundial e liberar a los pueblos oprimidos, en los países dependientes y en las colonias, del yugo del imperialismo”. El giro se forzó luego, para justificar el apoyo a las reivindicaciones de las minorías nacionales de los estados del centro de Europa y de los Balcanes constituidos por el tratado de Versalles, considerando su lucha también como un movimiento de emancipación anticolonial frente a esos nuevos estados “imperialistas”; y esa maniobra la aplicó a finales de los veinte también a España, dentro de otro artefacto interpretativo en el que se la caracterizaba como semifeudal y al propio tiempo imperialista.

En cualquier caso, más allá de la táctica de apoyo a los movimientos nacionales, “democráticos”, la fórmula de 1913 siguió estando ausente hasta que Stalin empezó a imponerse sobre todos sus contrincantes, en 1929. Fue entonces cuando se recuperó. En 1930 Jordi Arquer tradujo un folleto del Partido Comunista Francés, que era un recorta y pega de textos diversos titulado El comunisme i la qüestió nacional i colonial , en el que por primera vez se introducía la lamentable fórmula de Stalin; por más que la mayor parte del folleto siguió ocupándose de la cuestión colonial y de las luchas que se estaban produciendo en Asia y África. El texto completo de Stalin, de 1913, no se publicó hasta los años del Frente Popular, en el contexto de la confrontación liderada por el movimiento comunista entre la nación – la identidad nacional como identidad popular- y el nacionalismo. En Cataluña esa introducción, hecha ya por el PSUC durante la guerra civil, se reforzó por el peso intelectual de Pierre Vilar.

2. El intento de definir, catequísticamente, la nación va en contra de su naturaleza de construcción histórica. Ese es el embrollo que no vieron y el que cayeron Bauer, Stalin y tutti quanti, estupefactos ante la cantidad y variabilidad de características. El término nación tuvo usos diferentes en el pasado, pero su acepción actual corresponde fundamentalmente al de “nación política” (ojo que el qué quiere decir eso y sus derivaciones es otro largo debate), que se constituye como comunidad soberana y que puede, en casos como el de España, subsumir identidades nacionales no políticas anteriores.

La nación-identidad nacional soberana, y por tanto política, se construye históricamente y en esa construcción incluye materiales diversos (experiencia común de ejercicio o reivindicación de esa soberanía, mitos históricos, simbolismo unificador, lengua, religión, tradiciones…). Esa es la interpretación que yo comparto. Esos materiales pueden entrar en proporción y prioridad diferente según las características de cada proceso. El abuso hasta el falseamiento de cada material es también variable. Por eso creo que Kamen, al menos en las entrevistas (no he leído el libro), exagera cuando generaliza y deforma si convierte la construcción en mentira directamente.

Desde esa interpretación también comparto la tesis de que la identidad nacional española, España no como territorio geográfico, patrimonio de una corona… sino como comunidad soberana, aparece y se construye -con los antecedentes que se puedan ver- en la guerra de independencia de 1808-1814. No antes, ni con el llamado reino hispano-visigodo, ni con la lucha -no tan común- contra los estados musulmanes, la mal llamada Reconquista, ni con la unión dinástica de las Coronas de Aragón y Castilla, ni con las centralizaciones administrativas del siglo XVIII. Aunque claro está que todos esos procesos anteriores pueden estar acompañados de hechos históricos, la formación y expansión de las lenguas, la cultura religiosa compartida,… incluso la consideración de políticas de la corona (de estado) que van más allá del monarca concreto, que son de estado pero no “nacionales”; hechos que se integrarán en el universo de la identidad nacional, pero que no pueden ser considerados teleológicamente como pasos de una andadura predeterminada.

Una referencia y un comentario: Cristian Segura, “El difícil homenaje a García Márquez y Vargas Llosa”. El Ayuntamiento de Barcelona se resiste a colocar una placa de homenaje en Sarrià, el barrio donde vivieron los dos premios Nobel. https://elpais.com/cultura/2020-03-04/el-dificil-homenaje-a-garcia-marquez-y-vargas-llosa.html. La observación de Friedrich E.

UNA PLACA EN RECUERDO DE GABRIEL JACKSON

El artículo de Cristian Segura (“El difícil homenaje a García Márquez y Vargas Llosa”, en “El País” de 05.03.2020), nos ilustra -y sobre todo nos previene-, de lo que, determinadas personas, podemos encontrarnos en su momento, cuando pongamos en marcha la iniciativa de poner una placa conmemorativa en la fachada del edificio del barrio del Putget barcelonés, donde durante 23 años vivió Gabriel Jackson. A destacar en el referido artículo el por qué de la actitud obstruccionista del grupo municipal de ERC (en el caso de una placa análoga, en una calle del Sarrià barcelonés, donde vivió Vargas Llosa), que, muy probablemente, se verá reforzada con la silente aquiescencia del grupo “podemos-comú-nosequé” de Ada Colau, y el del PSC. Y a retener -a modo de aviso- el grado de vergonzosa indocumentación que demostró la alcaldesa Ada Colau, cuando, en el año 2018, tildó al Almirante Cervera de fascista (sic), como “argumentación” justificativa para quitar la placa con su nombre del barrio marítimo de La Barceloneta.

Mucho ánimo, mucha calma, mucha prudencia y mucha ayuda mutua.