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Violencia estructural & Acoso

Violencia y modelo patriarcal. Una sociedad cómplice

Fuentes: Rebelión

Reflexión crítica sobre el reciente caso de la joven napolitana que se suicidó tras sufrir el acoso en las redes sociales por la difusión de un vídeo sexual por parte de su expareja.

El reciente caso de la joven napolitana que se suicidó tras el acoso sufrido en distintas redes por un vídeo sexual difundido por su expareja impide silenciar la siempre evidente permanencia del yugo patriarcal y la violencia estructural que supone el bosquejo de la desigualdad, la desesperanza, la exclusión, la discriminación y el olvido. A día de hoy la violencia estructural se llama acoso. Como se sabe existen diferentes tipos de actividades contempladas legalmente sobre este tipo de hostigamiento que mantienen una serie de características entre las que destaca el comportamiento ofensivo persistente en el tiempo, la angustia causada a la víctima y el hecho de ser una práctica reconocida como inapropiada.

Se entiende pues, en este último punto, que la sociedad se opone a este tipo de comportamiento, denunciándolo y posicionándose con la víctima. Sin embargo, el caso de Italia deja patente la alarmante complicidad social con la que muchas veces se rompe la privacidad y a la libertad sexual, algo en teoría constitutivo de toda democracia, no deja de desvelar que en una sociedad como la nuestra, en la que se naturaliza la opresión y el rol secundario de la mujer, ésta no se refleja sólo en los trabajos más precarios, pensiones y salarios y en la gran amalgama de prácticas machistas constantes y cotidianas, sino que también se marca en la cama. La mujer que se ha quitado la vida lo ha hecho porque Italia, un país cuyo antiguo presidente Silvio Berlusconi presumía de su talante machista retrógrado, las mujeres no deben ni pueden hablar de sexo, tema tabú del que sólo tiene potestad el hombre.

La misma hipocresía visceral normalizada en las relaciones heterosexuales, que entiende que el rol de la mujer en la cama es satisfacer y servir al hombre – otorgar placer y no recibirlo- es la que hizo que mucha gente se burlara de Tiziana y se llegara incluso a vender camisetas, grupos de Facebook, burlas en Twitter y parodias en Youtube. Comportamientos deleznables que responden a la relación patriarcal de poder directa entre hombres y mujeres de control, uso, sumisión, subyace de manera profunda en la organización de la sociedad, mantenida de manera intencionada y deliberada. Basta con poner la tele para ver cómo la mujer sigue siendo representada y reconstruida como un objeto de sensualidad y deseo sexual irrechazable, fragmentándose el cuerpo femenino hasta cosificarlo, deviniendo un producto a consumir desde la dialéctica patriarcal. En esta coyuntura, parece evidente que la deconstrucción de los códigos de representación suponen un paso importante para generar nuevas alternativas desde otro enfoque. Del mismo modo, basta con leer las noticias de maltrato que siguen asolando la realidad para percatarnos de la necesidad de una alfabetización, un aprendizaje de cómo leer críticamente cierto tipo de noticias.

De esta forma, una sociedad que preste escrupulosa atención a cómo presentan los medios de comunicación la violencia doméstica, estará capacitada para criticar con firmeza cuando ésta aparezca de manera frívola y trivial. Cuántas veces la búsqueda de una emotividad primaria que apenas vale para saciar una curiosidad morbosa es la misma que impide profundizar en el origen de lo relatado. La violencia de género o violencia contra las mujeres son, no lo olvidemos, todas aquellas conductas violentas contra las mujeres por el hecho de serlo, es decir, que son ejercidas en razón de los condicionantes que introduce el género. Las mujeres son, transformando las palabras de Luís Cernuda, prisioneras entre muros cambiantes, obligadas a vivir en una sucesión de celdas y círculos. Lo que conocemos como femenino en el patriarcado, nos recuerda Luce Irigay, no sería lo que las mujeres son o han sido, sino lo que los hombres han construido para ellas. El patriarcado se rige por unas reglas que vienen determinadas por los estereotipos de género que nos asignan desde que somos niñas y niños así como por los símbolos creados que se han ido asentando como verdades absolutas a lo largo de los siglos. Todo abuso, acoso, y maltrato que no es condenado individual y colectivamente por una sociedad, se alarga en el tiempo de igual manera que toda negación de la perduración del sistema patriarcal supone cierta complicidad con el mismo. La utilización de cualquier violencia -física o psicológica a través de la desvalorización y el sometimiento para controlar a las mujeres- es aprendida, tanto a la hora de ejercerla como de sufrirla, por lo que cabe afrontar el problema -público y no privado- como lo que es, una cuestión de Estado. El de Tiziana no es el primer caso de suicidio tras la difusión de contenidos sexuales en internet.

En nuestras manos está que sea el último, porque en última instancia, sólo desde una crítica que surja de la concienciación y la reeducación, desde la familia, las aulas, los medios, las instituciones y la sociedad en general, podremos acabar de una vez por todas con el yugo del patriarcado y de la violencia estructural que impone. El terreno de batalla de la lucha de género, es el de un suelo que pisamos, una tierra movediza denominada sistema patriarcal, que se amolda a las diferentes etapas históricas, pero no viene determinado y que por tanto, puede llegar a su fin y ser sustituido por uno más igualitario y justo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.