Estamos curados de espanto. Pero no por eso dejamos de asombrarnos cada vez que nos citan. Cuando los medios hablan de anarquismo, sacan la garrota. No hay vez que no se les vea el plumero. Da igual su afiliación política. Los de de la Iglesia porque hay que mantener viva la sagrada cruzada contra los […]
Estamos curados de espanto. Pero no por eso dejamos de asombrarnos cada vez que nos citan. Cuando los medios hablan de anarquismo, sacan la garrota. No hay vez que no se les vea el plumero. Da igual su afiliación política. Los de de la Iglesia porque hay que mantener viva la sagrada cruzada contra los descreídos. Los de la derecha por aquello de al enemigo ni agua. Los de centro por su cinismo costumbrista (ya se sabe, todos son iguales, todos hicieron de las suyas, dicen con su rutinaria arrogancia). Y los de izquierda… los de izquierda, nada de nada. En España no hay medios de comunicación de izquierda: los liquidaron al amanecer parientes de los que ostentan el poder
Ha sido precisamente el referente mediático de esa pedantocracia que nos quiere gobernar el encargado, una vez más, de sembrar cizaña a voleo sobre el movimiento libertario español. Ahora a cuenta de una exposición que se ha inaugurado en Zaragoza con motivo del centenario de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Premier oficial, sin duda interesante en su apartado documental, pero con el evidente prejuicio de presentarlo como una muestra de arqueológica ideológica. O como mucho de una anacrónica corriente utópica y romántica. Cosa de nostálgicos ajenos a la realidad de los tiempos que corren.
Por eso el diario El País nos ha regalado sendas exclusivas. Una en forma de tribuna de opinión del historiador Juan Casanova, que pasa por ser una autoridad en la materia, seguramente por ser maño oriundo y por haber hecho la mili en el Servicio Histórico Militar, donde pudo bucear a sus anchas en los archivos malditos. Y al día siguiente una crónica sobre la exposición de marras. Ambas informaciones adolecían de la misma evanescencia. Prejuicios y perjuicios a menudo narrados con la pomposa gravedad de quien persigue demonizar deleitando. Esos malvados ácratas tan ligeros de gatillo.
Casanova hace el aliño habitual, decoroso en las formas, con un punto de rigor en el contenido, pero sin olvidar dejar caer el tema del supuesto terrorismo como una de las señas de identidad del anarcosindicalismo español. Ese movimiento social, fuertemente arraigado entre los trabajadores, factor decisivo de la transformación cívico-social de la clase obrera, del que, aunque no sabe explicar el porqué de su casi exclusivo arraigo en España, concluye que es agua pasada. Un claro ejemplo de prospectiva sin base ni fundamento, una versión castiza de historia contra-fáctica Da igual, no consintamos que la premeditada realidad nos estropee una buena historia, que decían los genios del periodismo creativo. Ahí queda, lo dijo Casanova, punto redondo: fue bonito mientras duró, pero ya es una pieza de museo. Palabra de historiadores ufólogos para aviso de caminantes.
La otra pieza maestra de nuestro periódico global en español es más soez. Pero no se trata de una rareza, el diario que un día fue independiente ya nos tiene acostumbrados a este tipo de jugarretas. La letra con sangre entra y si ilustramos un texto con una foto-denuncia, mejor que mejor, la opinión pública nos lo agradecerá. Y dicho y hecho. El País ha colocado junto a la crónica de la muestra «Tierra y Libertad. 100 años de anarquismo en España», no una foto de época, sino una recreación «del atentado anarquista contra José Canalejas, presidente del Consejo de Ministros en 1912». Será, como dice a modo de presentación Casanova, el director científico de la exposición, para «hacer justicia» a este fenómeno.
¿Ladran luego cabalgamos? Lo único que estos ataques a la objetividad histórica demuestran es que en las alturas hay miedo de que la utopía anarquista vuelva donde solía, como demuestra la pleyade de grupos que surgen reivindicando la idea libertaria, cuando del comunismo sólo queda su capitalismo salvaje y de la socialdemocracia su capitulación con armas y bagajes ante el neoliberalismo. Hoy hay un movimiento obrero anarcosindicalista (CGT, CNT, Solidaridad, etc.) que, como ha demostrado la huelga general del 29-S y las movilizaciones anexas, propende a ser el polo de atracción de movimientos sociales y sindicatos alternativos; los principales colectivos jóvenes que actúan política y radicalmente en la sociedad civil son de estirpe ácrata y, como en aquellos bravos años del centenario, dignidad y lucha, hay una explosión de ateneos, publicaciones y prensa de carácter antiautoritario. Y no es flor de un día. La radia alternativa más veterana del país es Radio Klara, libre y libertaria, que emite desde Valencia (104,4 FM) hace ya más de 29 años, y el equipo de Todos los Nombres, uno de los colectivos más representativos de la galaxia asociativa para la recuperación de la memoria histórica, está animado e impulsado por gente bregada en la idea.
Y todo a base de voluntad y convicción. Sin apoyos estatales ni patrocinios. Con las manos desnudas. Con la misma generosidad con que han levantado por suscripción popular monumentos y placas en ciudades y pueblos en homenaje a Durruti (León), Abad de Santillán (Reyero), Ascaso (Zaragoza), Seguí (Barcelona) y tantos otros luchadores comprometidos la casusa de la libertad, la igualdad y la solidaridad. Un rayo que no cesa ni cesará mientras queden personas con dignidad y conciencia social. Ahí está, como último botón, la reciente entrega en el Parlamento Europeo de una Carta a la Ciudadanía Europea firmada por cientos de ciudadanos exigiendo la anulación de las sentencias del franquismo, misiva que va suscrita, entre otros muchos intelectuales, por el escritor José Luis Sampedro y el filósofo Michel Onfray.
Esa es la realidad sin colorantes ni conservantes. Y lo demás son cuentos y medias tintas. Aunque ya sabemos que a los españoles les han contado muchas historias. Cuentos y más cuentos, verdades a medias, mentiras descaradas y cuchilladas a la historia para aterrorizarnos con sermones, mitos y leyendas. Como esa otra «reconstrucción» del asesinato de Cánovas del Castillo (el Monstruo de Málaga, luego vendría Carnicerito) que preside en berroqueño pedestal la entrada al edifico del Senado. Para general escarmiento, y sobre todo para ocultar la consustancial violencia del Estado y de los poderes fácticos, que muchas veces hicieron espontánea e irrefrenable la legítima defensa de los oprimidos. Compensaría que nuestros galácticos investigadores glosaran, por ejemplo, la recuperación del sumario del proceso militar a Joan Peiró, entregado por Hitler a Franco desde el exilio francés y fusilado en Paterna (Valencia) porque se negó a aceptar un alto cargo en los sindicatos del régimen («el acero se rompe, nunca se dobla», respondió), aunque ante el tribunal constará el testimonio a su favor de muchos religiosos y personas de derechas a quienes había salvado la vida.
Pero el canon autista de académicos e intelectuales mediáticos está al acecho, impasible el ademán. Todo en la cultura impostada de la democracia del 18 de julio y sus herederos conspira contra la memoria democrática del pueblo soberano.