Bienvenidos al Museo del Hogar. A nuestra derecha podemos admirar una hermosa colección de instrumentos de cocina. Obsérvese con detenimiento como, a pesar del uso, algunos de los artefactos todavía conservan su brillo natural como consecuencia de los repetidos lavados a que eran sometidos por las llamadas amas de casa. Nótese igualmente el hermoso […]
Bienvenidos al Museo del Hogar.
A nuestra derecha podemos admirar una hermosa colección de instrumentos de cocina. Obsérvese con detenimiento como, a pesar del uso, algunos de los artefactos todavía conservan su brillo natural como consecuencia de los repetidos lavados a que eran sometidos por las llamadas amas de casa. Nótese igualmente el hermoso diseño de los platos así como restos de piel humana sobre el estropajo.
Nos encontramos ahora frente a una ventana desde la que se atisbaba la historia a su paso por la calle. Las marcas que se aprecian a ambos lados del marco corresponden a uñas de mujer, posiblemente, desesperada.
A la izquierda se puede advertir una artística pieza llamada cama. Conocida también como lecho, la cama estaba dedicada a la procreación, el divertimento y el descanso por ese orden. Llamo la atención sobre la silueta que se insinúa en el medio que, obviamente, corresponde a las espaldas y extremidades inferiores de una mujer. La aparente suciedad de las sábanas es realmente restos de sangre y lágrimas debido a que no siempre existía, al parecer, común acuerdo en lo que se refiere a las dos primeras funciones del mueble.
La mecedora que tenemos delante constituye una de las piezas más importantes de este museo. Si observan detenidamente percibirán como la mecedora desarrolla un movimiento de vaivén que permitía una mayor relajación de su ocupante, generalmente una mujer. Sus múltiples usos hacían de la mecedora uno de los muebles de mayor uso en el hogar. En ella se dormía y amamantaba a los hijos, se esperaba al esposo, se controlaban los impulsos, se envejecía, se cosía la ropa, se disipaban las dudas que suscitara la ventana, se envejecía, se presenciaban las telenovelas y se envejecía.
Esta interesante colección de diversas joyas añade a su valor cremático su riqueza espiritual. La pieza más importante de esta colección es, como ustedes sin duda conocen, el anillo de desposada, vínculo de fidelidad y obediencia por el cual la mujer era autorizada no sólo a asomarse a la ventana, sino incluso a saludar la vida, tras los cristales, con la debida discreción y recato.
Ya para finalizar esta visita al Museo del Hogar, convendría detenerse brevemente ante el señorío y solidez de la puerta principal que comunicaba la vivienda con el exterior. Su hermética fortaleza hacía prácticamente imposible la apertura desde el interior, a no ser que se dispusiera de la llave o del permiso, como lo atestiguan las numerosas osamentas de mujer que yacen junto a ella.
La dirección de este Museo, al tiempo que les da la gracias por su visita, tiene a bien comunicarles el próximo y definitivo cierre de la presente exposición a causa del deterioro de la misma.