El grito fascista «¡Viva la muerte!» recorrió España durante mucho tiempo. Antes, en el siglo XIX, un sector de españoles no tenía reparos en promocionar otro: «¡Vivan las cadenas!». Y aún antes, a comienzos de ese siglo, cuando nos llegaban fuertes aún los ecos de la Revolución Francesa, una zona de España y de españoles […]
El grito fascista «¡Viva la muerte!» recorrió España durante mucho tiempo. Antes, en el siglo XIX, un sector de españoles no tenía reparos en promocionar otro: «¡Vivan las cadenas!». Y aún antes, a comienzos de ese siglo, cuando nos llegaban fuertes aún los ecos de la Revolución Francesa, una zona de España y de españoles alzó su voz: «¡Viva la Pepa!». Eso ha sido España durante gran parte de su historia, de forma parecida a lo que ha sido -y es- el mundo, en general: una lucha entre la razón y la fe, entre las emociones y el cerebro, entre la libertad y el miedo a ser libres. En el sur de los EEUU mucha gente tiene aún miedo a la libertad y se aferra a La Biblia y a las teorías creacionistas. En no pocos lugares del mundo islámico -como Turquía- se observa muy bien la pugna entre quienes quieren ser libres o más libres y quienes se agarran a cuatro reglas morales simples que se dictan para no cumplirlas, por supuesto, sólo para que estén ahí; se establecen más bien para evitar que entren las leyes liberadoras, o sea, se trata de no comer ni dejar comer.
No, no, fe y razón no son compatibles, por mucho que se empeñen evolucionistas como Francisco J. Ayala en intentar demostrarlo o entendieron que lo demostraban Tomas de Aquino o San Agustín, los engendros de la filosofía aristotélico tomista son de época, sin duda, una de las cimas del ridículo presentado como pensamiento filosófico. Hawking tiene razón: en la idea de universo no cabe Dios. Y Parménides afirmaba algo esencial: el ser es eterno y no puede no ser, pero ese ser eterno no es Dios. Lo que sucede es que todo esto es feo, nos deja sin esperanzas e inventamos a Dios, como afirmó Feuerbach. El vacío, el miedo, la incertidumbre, se cubren con un mito, con un imaginario, no es más que una maniobra de supervivencia. Pero estamos arrojados a la vida, condenados a ser libres, como sostenían Sartre y Heiddegger, y a construir nuestra existencia racionalmente.
En España se empezaba a ser libre en 1931 con la Segunda República. La mujer empezaba a ser libre, muchas de las cuestiones que hoy se tienen por «feministas» comenzaron entonces pero con naturalidad, no con el esperpento actual; los maestros eran pobres y pasaban hambre pero eran respetados y sabios. Luego había una turba de parias que confundió la revolución con la destrucción del patrimonio histórico, artístico y religioso porque estaban hartos de tiranías pequeñas y grandes. Y había una llamada burguesía que arrastraba el lastre de tanto «vivan las cadenas», de la fe y la inmovilidad, las cadenas de «en el Imperio de España nunca se pone el sol». Vaya si se pone, como se le está empezando a poner ya a los EEUU y ahora es el momento de que las clases dirigentes de Europa y otros lugares del mundo extirpen ese cáncer que tiene el mundo desde que acabó la Segunda Guerra Mundial, con la complicidad de los mismos que ahora deben desprenderse poco a poco de él. A ver si tienen agallas porque es que esto ha llegado demasiado lejos: o ellos -los putrefactos que desde EEUU y otros lugares han provocado la crisis de 2008- o todos.
Se puso el sol en el imperio español y, en la Segunda República, España intentaba comenzar a ser más libre, fue pionera en su revolución, dentro del siglo XX. Pero no, no pudo ser. Otra vez la garra del miedo y de la muerte. Por muchos desmanes que se dieran no está justificado que se apostara por la muerte, la guerra, la sangre, el fascismo que detuvo cuarenta años un proceso a pesar de que consolidara a la clase media sobre la que después se iba a asentar esto a lo que hoy llaman democracia. Por eso ahora hay que colocar las cosas en su lugar y a los muertos en el suyo. No querían muerte, pues ahí la tienen, han escupido al cielo y los muertos les han caído encima a los asesinos y a sus herederos que están en la COPE, en El Mundo, en La Razón… Que se hable de esto, que los jóvenes hablen de aquello, claro que sí, estamos muertos y los jóvenes más, a ver si aquellos muertos -tan vivos- nos resucitan. Lo conocemos de sobra: los pueblos que olvidan su historia corren el riesgo de repetirla. Franco fue un genocida no tanto porque ganara una guerra sino porque se ensañó con los vencidos una vez vencidos. Y en este asunto o se está con el fratricida o contra él.
Estamos viendo con claridad dónde están los franquistas, los muertos a los que Garzón quiere desenterrar ya están hablando y nos están siendo útiles: nos muestran dónde están escondidos los neofascistas, esos que ahora no pueden buscar otro Franco, no porque no quieran sino porque la situación geopolítica lo impide, a pesar de que por Europa corran vientos fascistas, el miedo no es exclusivo de España, está en Francia, en Austria, en Italia, en Inglaterra, en Alemania. Mientras Franco seguía matando españoles inocentes, ya por estrategia y por placer, en Alemania Hitler consolidaba su poder. Pero las dos «grandes democracias» europeas, Francia e Inglaterra («La Raposa», la llamaba León Felipe) miraban para otro lado, incluso simpatizaban con Franco y con Hitler para detener al comunismo. Contra Hitler ya no tuvieron más huevos que ir porque se había pasado defendiendo los intereses de los mercaderes alemanes (los Thyssen, los Mohn, los Siemens…) pero a Franco lo dejaron hacer y deshacer para luego, en el colmo del cinismo, condenar su dictadura y aislarla, hasta que los EEUU en los años cincuenta se dieron cuenta de que por encima de la dictadura estaban sus intereses militares y nos colocaron sus bases militares. Bien, pues ahora, que las personas que murieron no lo hayan hecho para nada, que todos sepan la mierda que es una gran parte del mundo y de la vida, a ver si así vamos paulatinamente arrojando esa parte al estercolero de la Historia. A veces la muerte puede traernos luz y vida pero para vivir en este planeta y disfrutar de él, no para disfrutar en otro teórico mundo. La Iglesia apostó por la muerte franquista y ahora sigue apostando por la muerte cuando prefiere que muera un niño al que se le puede curar antes de que las que mueran sean unas células que potencialmente contienen muerte. La Iglesia está ahí para consuelo de timoratos e ignorantes, igual que llevó bajo palio a la muerte en forma de dictador fascista hoy la lleva bajo palio en forma de prejuicio destructivo. Nos promete la vida después de la muerte pero la vida está en la vida, lo demás es pura contingencia y especulación.
Lo he dicho en otras ocasiones, de pequeño me hacían rezar en los templos: «Te rogamos, Señor, por nuestro caudillo, Francisco». La constante sigue: «Te rogamos, Señor, por nuestro caudillo, don Miedo, don Olvido, don Dinero, doña Ignorancia, doña Hipocresía». El sentido de tu vida, hermano, dice la Iglesia oficial, es sufrir en este valle de lágrimas que ya Dios te recompensará en el Cielo». O sea, inmólate en vida pero sin llenarte el cuerpo de explosivos, sólo el cerebro, hasta que te reviente y lo pongas al servicio de la muerte, es decir, de la nada y de las mitras. La pólvora y la metralla corren por cuenta de la Iglesia oficial, negociante y medrosa (las paga con el dinero que le saca a sus feligreses y al Estado, no con el sudor de su frente, aunque, bien pensado, su trabajo consiste en castrar cerebros). Eso o la soledad del lobo estepario. El precio de la libertad es la soledad. Solitarios del mundo, ¡uníos! Contra la muerte.