Las luchas en defensa del derecho a la vivienda en el Estado español fueron uno de los movimientos sociales más revulsivos que se revitalizaron tras la crisis de 2008. La fuerza social que lo acompañó, así como su incidencia pública y mediática, no es comparable a la situación en la que se encuentra en este momento.
Factores y causas de este declive son varios, debatidos y analizados en numerosas ocasiones con la parecida y similar conclusión, unas veces más optimista y otras menos, de que el balance político no es el que nos gustaría.
En la coyuntura actual, tras más de 10 años de gran conflictividad social en la lucha por la vivienda, nos encontramos con una Ley de Vivienda que, habiendo sido uno de los principales objetivos estratégicos del movimiento en todo el Estado, no cumple con las expectativas que todas las ILP planteaban. Esto, junto con la reforma laboral aprobada por el gobierno, la no derogación de la ley mordaza y los pocos avances en materia ecologista, evidencia los límites de la hipótesis de la presión amable hacia el gobierno amigo. Hipótesis compartida de facto tanto por la izquierda institucional como por los movimientos sociales durante no pocos años.
Además, también atendemos a un vuelco político hacia la derecha y un proceso de fondo con tendencias propietaristas en materia de vivienda, que sigue avanzando, especialmente en ciertas capas medias que ven peligrar su posición social ante la incertidumbre general y la crisis capitalista.
Todo ello nos obliga a profundizar y a debatir, como única receta para avanzar, sobre horizonte, programa, consignas, sujeto y táctica. De esta manera podremos articular las luchas que nos ayuden a desarrollar políticamente al movimiento de vivienda y a desplegarnos como auténtica organización de clase. Para ello, en este artículo pretendemos introducir y aportar algunas reflexiones sobre un programa de transición ecosocialista, el control obrero de la vivienda y, finalmente, la estrategia y táctica para el movimiento.
Un programa sobre vivienda
Los programas de máximos-mínimos y de transición, tradicional debate marxiano, incluyen medidas y reivindicaciones desde la esfera de los derechos políticos hasta la esfera productiva; sin embargo, las reflexiones han escaseado en mayor medida en el ámbito de la vivienda. Por ello, intentaremos abordar esta cuestión en los siguientes párrafos.
Además, pretendemos polemizar con la propuesta política del Sindicato de Vivienda Socialista de Euskal Herria, presentada el 10 de junio por el Movimiento Socialista, en la cual se combinan desde propuestas como la “abolición de los alquileres, las hipotecas y la deuda” que únicamente sería posible tras haber superado un estado capitalista y, por ende tras desmercantilizar la vivienda, y otras como el “fin de los cortes de suministros” o la “suspensión de los desahucios” sobre las que es posible avanzar dentro del marco del sistema capitalista. Es necesario estudiar las experiencias históricas para extraer lecciones de ellas; a partir de esto podemos reconocer cómo la actual crisis del sistema capitalista no implica su derrumbe y menos aún en el caso del centro imperialista occidental, donde especialmente la socialdemocracia, como una de las distintas formas del reformismo, han demostrado históricamente su flexible capacidad para amortiguar impactos de crisis concretas e integrar de manera pasiva algunas demandas populares, aquello que conocemos como reforma pasiva. Debemos tener en cuenta que no existe una relación directa entre crisis estructural capitalista y fin del margen total para las conquistas parciales. Las últimas experiencias demuestran cómo las crisis en occidente traen consigo un mayor despliegue del Estado como soporte al mercado y no menos; la clase trabajadora debe aprovechar las grietas no para aumentar la confianza en una reforma estatal capitalista, pero sí para ganar posiciones sociales que contribuyan a su recomposición política y al aumento de su poder social.
En consecuencia, consideramos que se trata de un error, no desde una concepción etapista en la que la acumulación de reformas te permitan superar el orden social actual, sino porque algunas de estas reivindicaciones se sitúan necesariamente en el terreno de la disputa política por el poder que, además, entendemos que no es posible desde un sindicato, y otras desde la propia lucha inmediata por conquistas obreras, es decir, en el terreno de las reformas. Por eso, englobarlas en conjunto no resulta tan clarificador en términos programáticos al igual que estratégicos, ya que mezcla en un único y mismo tiempo todas las posibles fases en las que nos encontremos, sea un periodo de elevada conflictividad, transicional o tras la propia toma del poder político.
Es cierto que el mencionado programa político “se trata de una herramienta para la guerra cultural y de guía para la acción política”, pero este no podrá articularse en torno a lo que son reivindicaciones de distintas fases, que les corresponde desarrollar políticamente a distintos actores y diferentes niveles de conciencia, y que son, en algunos casos, difíciles de desplegarse en torno a experiencias concretas de lucha para el conjunto de clase trabajadora. Siendo esto último de especial relevancia puesto que es en estas experiencias concretas y sus procesos cuando los sujetos se conforman políticamente, se reconocen como un todo e incorporan conceptos e ideas.
Si actualmente hablamos sobre hegemonizar un posible programa de máximos comunista que sea útil para el movimiento de vivienda nos llevaremos una decepción. Más aún considerando el nivel actual del desarrollo de la construcción política de la clase trabajadora y de las condiciones objetivas del movimiento. Igualmente, puede ser interesante para introducir determinados lemas como “Vivienda universal y gratuita” en términos de debate interno, pero que tendrá pocos efectos tangibles hacia afuera. Necesitamos ideas-puente que nos sirvan para construir un sujeto político que no viene dado, acercando este horizonte al imaginario colectivo, objetivos alcanzables a corto y medio plazo que hagan no solo atractivas estas ideas, sino también útiles. Es decir, necesitamos una flexibilidad táctica para avanzar. Como explican Jodi Dean y Kai Heron: “La transición es la revolución. Los empujes y tirones de la transición, los retrocesos y los avances son el núcleo de las tradiciones revolucionarias marxistas y no marxistas (…) La transición es una caja negra que se encuentra entre el presente y nuestras visiones idealizadas del futuro” (Dean y Heron, 2022).
En este sentido, unas medidas de transición que pretendan dirigirse contra las bases del sistema capitalista y la división social de la propiedad de la vivienda con el objetivo de la movilización del conjunto de la clase trabajadora hacia la toma del poder político pueden servir de guía en ese mientras tanto y hacia dónde vamos. Reivindicaciones transitorias que tras una acumulación de avances, ofensivas y conquistas permitan consolidar una mayor capacidad estratégica de la clase trabajadora en el seno del sistema capitalista y que en periodos pre-transicionales y de crisis revolucionaria les puedan ayudar a conducirse hacia la revolución. Evidentemente, esta no será obra del movimiento de vivienda y sus actores en solitario por arte de magia, tampoco de una vanguardia que se autoproclame la verdadera heredera del partido comunista, pero sí es cierto que, desde la lucha por la vivienda, en íntima sinergia con otras luchas y conflictos, y también con una dirección política consciente, es posible contribuir en ese camino hacia la liberación del género humano.
Yendo a lo concreto en la cuestión de la vivienda, necesitamos medidas que sean prácticamente inalcanzables, pero no imposibles en el marco del sistema capitalista, y que pretendan avanzar al máximo en consolidar el uso social de la vivienda frente a su uso mercantil, desarrollando las contradicciones al límite entre ambos. Es decir, medidas que permitan rearticular una nueva concepción política de la vivienda que extienda progresivamente conceptos como planificación ecosocial (urbana) frente a anarquía del mercado inmobiliario o uso habitacional de la vivienda y no de cambio, reforzando el poder de las desposeídas frente al del rentista.
En el caso del Estado español, su desarrollo urbano-constructor y las propias contradicciones de la formación económica-social actual han causado que haya cerca de 1 vivienda por cada 2 habitantes, la cifra más alta a nivel europeo (Pablo Carmona, 2022) y que 3,8 millones de viviendas se encuentren vacías, de las cuales cerca de 1,25 millones se encuentran en ciudades de más de 50.000 habitantes según los últimos datos publicados por el INE de 2021. Este hecho es una de las consecuencias más visibles de la mercantilización de la vivienda, abriendo vías nada despreciables para la articulación de una serie de conflictos que introduzcan las concepciones políticas señaladas anteriormente.
La disputa por la vivienda vacía muestra dos potencialidades inmediatas. Primero, la irreconciabilidad del uso social de la vivienda frente a su uso mercantil, ya que este último conduce inevitablemente hacia la acumulación patrimonial, la desposesión de los medios de reproducción de la clase trabajadora, la construcción ecocida, que actualmente supone un sector responsable del 8% de las emisiones en el Estado español (Anticapitalistas, 2021), la progresiva destrucción de espacios verdes y el consumo acelerado de recursos naturales. Segundo, demuestra la necesidad de planificar colectivamente el destino de las más que suficientes viviendas de las que disponemos frente a un nuevo ciclo constructor en clave de alquileres asequibles subvencionados y verdes que se desplieguen mediante fórmulas de colaboración público-privada, que es la gran apuesta del lobby inmobiliario para relanzar sus beneficios coincidiendo en esta línea con los programas sobre vivienda del progresismo y que, además, la propia Ley de Vivienda impulsa.
Por ello, nosotras nos planteamos, aunque entendiendo que no es una medida perfecta y que deberá ser fruto de mayor reflexión y afinación, que la expropiación de toda la vivienda vacía y su control popular representan una reivindicación transitoria que fortalece el poder estratégico de la clase trabajadora y que supone una mejora material de sus condiciones de vida. Vayamos hacia una mayor descripción de esta idea, no sin antes ponderar que esta no se presenta como una calcomanía que se deba plasmar exactamente como se desarrolla en los siguientes párrafos ni pontificando al conjunto del movimiento de vivienda sobre el programa que nos traerá la revolución, sino como una vía exploratoria que dependerá del estado de la lucha de clases en cada momento, de su posibilidad real de implantación, de las rupturas políticas y cambios bruscos de la coyuntura y, también, del rol del Estado en cada fase. Además, esta reivindicación se debe comprender dentro de su inserción en un programa amplio con otras medidas de mayor inmediatez que se recogerán más adelante que, en caso de avanzar sobre las mismas, podrían abrir otros escenarios y, por lo tanto, otras delimitaciones tácticas sobre la propia reivindicación transitoria que planteamos.
La expropiación de toda la vivienda vacía entraña la nacionalización de aquella que no está cumpliendo la función social que entendemos que tendría que cumplir en una sociedad post-capitalista, lo cual también podría ser aplicable a la vivienda turística. Evidentemente, de manera similar a cuando se propone la nacionalización de sectores estratégicos de la economía, supone que la propiedad de esas viviendas vacías pase a ser del Estado, es decir, que sean públicas, sin infravalorar el riesgo que conlleva: el ilusionismo estatista en el que el Estado es un actor neutral en el capitalismo y del cual nos podemos desprender de su carácter de clase si se toman las decisiones adecuadas estando los nuestros en el gobierno o mediante determinadas reformas progresivas en el Boletín Oficial del Estado. Pero nada más lejos de la realidad, si dicha nacionalización viene acompañada de una larga ofensiva obrera en materia de vivienda, la materialización de esta implicaría un avance significativo para el proletariado. Pero no es suficiente. Dicha expropiación sólo significaría la canalización institucional de un avance, un reconocimiento por parte del Estado que cristaliza en su interior, lo que en ningún caso lo convertiría por sí solo en una medida de transición. Por explicitar lo que fue, de facto, una nacionalización de la vivienda vacía y que no conllevó ningún avance, estaría el ejemplo de la creación de la SAREB, que en este caso no era una apuesta del movimiento popular sino de la elite financiera-inmobiliaria para socializar las pérdidas en un contexto de crisis económica.
De ahí la necesidad de introducir la cuestión del control obrero (o control popular), que sería la variable que permitiría escaparnos del ciclo movilización-canalización a través de mediaciones organizativas estables. Se trata pues, de cómo el objetivo final “expropiación de la vivienda vacía, bajo control popular” nos puede ser útil en el camino para construir un bloque social que porte estas ideas. La organización es la prueba del algodón de cada proceso político y las luchas que seamos capaces de activar en torno a este proceso deben permitirnos condensarse en formas organizativas concretas. En otras palabras, las viviendas nacionalizadas serían controladas por los sindicatos de vivienda, de inquilinas y las asambleas de vivienda, es decir, por el conjunto de la clase trabajadora desposeída a través de un despliegue territorializado por pueblos y barrios, (que también podría adoptar la forma de control vecinal), de manera similar a los consejos obreros en el seno de las empresas como órganos naturales del ejercicio del poder del proletariado.
En este sentido, el control obrero debe ser diferenciado de cualquier forma de participación o co-gestión (Mandel, 1973) en las empresas públicas de vivienda, ya que comprende la integración e institucionalización de los propios sindicatos y sus cuadros en la responsabilidad y el colaboracionismo empresarial, que además en la cuestión de la vivienda adoptaría su particular enfoque en tono de corresponsabilidad humanitaria. No se trata de gestionar con los altos burócratas la sostenibilidad financiera de mantener las viviendas, su organigrama y la racionalidad estatal, sino de disputarle en todo momento al Estado la imposición de los requisitos de adjudicación de las viviendas públicas bajo criterios de vulnerabilidad y las condiciones de disciplinamiento social que genera, también los propios precios de los alquileres y la división espacial del reparto de la vivienda. Se trataría de una pugna permanente por la dominación política sobre uno de los elementos centrales de nuestra reproducción social en el seno del estado capitalista, y contra este. Podría, por ejemplo, culminarse organizativamente a través de Bolsas de Alquileres, de manera similar a las bolsas de trabajo del sindicalismo revolucionario del siglo XIX (Pelloutier, 1978), administradas por la propia clase trabajadora organizada en los Sindicatos de Vivienda decidiendo democrática y colectivamente el reparto de las viviendas, el pago de una renta conforme a las necesidades de cada hogar y el destino de esta para reparar/rehabilitar viviendas de la propia Bolsa. Por supuesto, el Estado capitalista como propietario de esas viviendas, a través de sus empresas públicas, no cedería con facilidad el dominio a estas denominadas Bolsas de Alquileres, sino que intentaría mantener formas de sanción y de coerción sobre estas, por lo que las Bolsas serían en realidad una respuesta organizativa al conflicto político permanente por el control de las viviendas.
A su vez, el control obrero en algunos casos es enunciado como “la apropiación progresiva de los medios de producción social”, como se recoge en el artículo titulado Seguir el ritme dels tambors electorals o construir una estratègia pròpia en la lluita per l’habitatge publicado en Horitzo Socialista. No obstante, esta afirmación es propia de lo que se conoce como una política de Autogestión, que consiste en la liberación paulatina de parcelas del Estado capitalista de manera que las relaciones sociales no estén sometidas a él, construyendo acumulativamente un poder propio que bien pueda rebasar al Estado ignorándolo, o bien batirlo directamente en el momento oportuno que las propias formas autogestionadas decidan. De nuevo, debemos decir que la experiencia histórica nos demuestra que las formas de doble poder requieren momentos fuertes de crisis del Estado, desmembramiento y desintegración del mismo. En la cuestión de la vivienda adoptaría la concreción práctica de ir recuperando fincas y bloques vacíos poco a poco (expropiación de viviendas por parte de la clase trabajadora), lo cual no deja de ser positivo y un avance, pero muy frágil en tanto en cuanto, en el ejercicio del monopolio de la violencia, el Estado capitalista integral puede terminar en cualquier momento con esa ilusión de autogestión, ya que incorpora en su núcleo a la esfera de la sociedad civil, que es donde se desarrollan estas experiencias. Por ello, no existe la posibilidad de una autogestión efectiva al margen del Estado en la actual fase histórica y coyuntural del capitalismo, y puede entrañar, he aquí una cuestión central, la necesidad de luchar para forjar una hegemonía política ecosocialista y obrera entre el conjunto de las clases subalternas y, por ende, la necesidad de la toma del poder político a través de una ruptura política en el Estado capitalista y una movilización masiva y revolucionaria.
De igual manera, estas experiencias de autogestión, al igual que el cooperativismo de vivienda, son ensayos necesarios y muy útiles como tareas preparatorias a desarrollar por todas las organizaciones, puesto que contribuyen a prefigurar un orden social diferente al existente. En cambio, serán difícilmente universalizables y exportables masivamente más allá de algunos sectores vanguardistas que las lleven a la práctica, independientemente de si se realiza durante el proceso una tarea propagandística para extender un programa comunista o no.
En resumen, el control obrero tiene como principal objetivo construir embriones de democracia obrera/popular en sectores estratégicos que te permitan acercarte a la toma del poder. Ahora, es cierto que incluso las propias reivindicaciones transitorias como la que hemos planteado en este texto nos resultan lejanas dada la coyuntura en la que nos encontramos. Por ello, una reivindicación transitoria, como en este caso la nacionalización de la vivienda vacía y su control social, no debe desligarse de un plan de lucha y de otras reivindicaciones y conquistas de mayor inmediatez, puesto que dependerá del avance sobre ellas para desarrollarse.
Este plan de lucha debe partir de la misma problemática que era enunciada en párrafos anteriores, de la necesidad de rearticular una nueva concepción política sobre la vivienda partiendo del conflicto entre el uso social de la misma y su uso mercantil. De nuevo en clave ecosocialista, donde el uso antisocial de la vivienda vacía (y/o turística) y la necesidad de la planificación de nuestros recursos sean los principales puntos de mira de nuestra acción política. Estas luchas y conflictos podrían articularse sobre un programa que podría incluir un arco de propuestas y batería de medidas como la despenalización de la okupación, sanciones reales y efectivas a la vivienda vacía por iniciativa popular, la inclusión de esta en inventarios públicos, alquileres forzosos en pisos recuperados, prohibición de los alquileres turísticos…
Es decir, se trata de luchas y de reivindicaciones que nos permitan avanzar en una guerra posicional contra el Estado. Como decíamos al inicio de este texto, los procesos políticos no son lineales, sino que viven saltos. En los últimos años hemos vivido un salto en lo que a la conciencia respecto a la vivienda se refiere, pero como atestigua el conjunto de la izquierda, un salto para atrás respecto a la situación de los años posteriores a 2008. Por eso mismo, consideramos que, en la situación política y organizativa actual del movimiento de la vivienda, del conjunto de la izquierda y de la clase trabajadora en general, medidas como la expropiación de la vivienda vacía y su control popular junto con un plan de lucha articulado sobre unas medidas más inmediatas como las mencionadas en el anterior párrafo, pueden ser útiles para la construcción de un movimiento por la vivienda que haga avanzar al conjunto de los movimientos sociales, a la clase trabajadora y que amplíe la bases de su sujeto de lucha.
Estrategia, táctica y movimiento de vivienda
Cuando hablamos de estrategia para la lucha por la vivienda o del propio movimiento en sí, es imprescindible partir de la función que entendemos que debe cumplir este como un actor/actores/parte de la lucha de clases. Su función es la de agrupar a distintos sectores de la clase trabajadora, con distintos niveles de conciencia, que a través de experiencias conjuntas y procesos compartidos pasen a reconocerse como un todo. Es decir, su función debe ser la de una escuela de lucha que contribuye a la reconstrucción de la clase trabajadora como sujeto político de manera que este tome conciencia de su poder real en el proceso de lucha contra el capital. Lo cual, como bien es sabido, es un paso necesario para superar el orden capitalista, aunque no suficiente, ya que no implica que la clase trabajadora desee crear un nuevo orden social. Por todo ello, las asambleas/sindicatos de vivienda se convierten en estructuras que disputan el control de uno de los elementos centrales de nuestra reproducción social como es la vivienda, que además también juega un papel clave en la cadena de valor de las sociedades del capitalismo financiero. Este entendemos puede ser un punto de partida que nos permita levantar un movimiento por la vivienda amplio y unitario.
El papel de las mencionadas estructuras no debe confundirse con el papel que se le atribuye al partido revolucionario (que no existe actualmente), cuya función se puede resumir en ser el operador estratégico que plantea el camino para la toma del poder político y la creación de un nuevo orden social. Sin querer entrar en un debate sobre la naturaleza del partido, ya que no es el objetivo de este último apartado, el partido y el movimiento se complementan y comparten algunas tareas y han de tender a confluir en la construcción de un bloque ecosocial alternativo. Sin embargo, es necesaria la autonomía consciente entre ambos, ya que en caso contrario las funciones probablemente se confundan y se superpongan.
De esta explicación se deriva la necesidad de entender y defender la actual existencia de corrientes ideológicas y políticas heterogéneas (también estratégicas) dentro del movimiento de vivienda, fruto de la pluralidad de sus actores, de su militancia y del conjunto de las personas que lo conforman, siempre con el objetivo del agrupamiento del conjunto de la clase trabajadora. Pluralidad política que, por cierto, también deberá ser defendida en un partido revolucionario aún por construir. Por ello, la lealtad de las asambleas de vivienda y los sindicatos de vivienda debe ser exclusivamente hacia el propio movimiento de vivienda en su conjunto como garantía necesaria para que pueda avanzar de manera unitaria partiendo de las diferencias actuales en su composición. Ninguna experiencia histórica revolucionaria respalda una acumulación pura de fuerzas en una misma organización, a través de una única hipótesis estratégica y no a través del debate y de la retroalimentación entre las existentes, sin saltos, sin rupturas, sin reconfiguraciones, sin alianzas. Lo cual nos implica siempre la necesidad de desarrollar una orientación política, propuestas y experiencias, que vayan más allá, que busquen superar y ampliar el, desgraciadamente, estrecho marco en el que nos situamos las revolucionarias
Para nosotras, la cuestión central gira en torno a dos elementos centrales. En la construcción de una dirección política consciente, no como una dirección auto-proclamada a priori, sino como la inteligencia colectiva, organizada y encarnada en un partido-estratega, flexible tácticamente apuntando en la consecución de unos objetivos concretos, y firme políticamente sobre la base de un horizonte estratégico ecosocialista. Y, en segundo lugar, en el desarrollo del movimiento de vivienda partiendo tanto de experiencias que se desplieguen a través de la acción unitaria como de un programa político, fruto del debate y de la acción, que permita incorporar a más sectores de la clase trabajadora e intervenir sobre el momento político actual.
Además, en relación con la cuestión táctico-estratégica, no podemos partir en exclusiva de la caracterización de la crisis capitalista en líneas generales, sino que es necesario estudiar la coyuntura en la que nos encontramos y analizar la formación social en la que se trabaja políticamente. La crisis capitalista se manifiesta y expresa sus contradicciones en ellas. Lo que implica ser muy cuidadosos y darle centralidad a las cuestiones tácticas incluso pequeñas y parciales, dado que la estrategia se pondrá en marcha a raíz del desarrollo de la táctica. De hecho, la crisis estratégica del movimiento de vivienda está profundamente conectada con una crisis táctica aguda.
Llevamos más de 10 años, con dos ciclos inmobiliarios parcialmente diferentes a nuestras espaldas, recurriendo a herramientas y tácticas marcadamente parecidas como parar desahucios, acciones en sedes bancarias/inmobiliarias, alguna que otra ocupación, negociaciones colectivas que difícilmente llegan a buen puerto, bloques que resisten la expulsión de sus vecinas, en las que se cambia algún lema que otro o la forma de comunicación en redes. No se quiere plantear que estas prácticas sean inútiles o estén completamente desfasadas, sino hacer un especial énfasis en esta crisis de experimentación táctica que a menudo es obviada por todas nosotras. Crisis táctica que también es una crisis de modelo de militancia y de conexión con las clases subalternas del conjunto de los movimientos sociales y organizaciones sindicales y políticas.
Huelgas parciales conjuntas de inquilinas y de trabajadoras, alianzas con el movimiento ecologista en defensa del territorio, brigadas de respuesta rápida al acoso inmobiliario de propietarios, nuevas formas de propaganda radical… Pensemos, exploremos, pongamos en práctica colectivamente sin sectarismos.
Debemos tener en cuenta que habrá reconocimientos del Estado, reformas no reformistas, retrocesos, procesos híbridos, siempre con el horizonte estratégico como prisma sobre el que desarrollar nuestras prácticas. Para nosotras parte de este horizonte es un programa de transición ecosocialista sobre la vivienda vacía en base a su uso antisocial como vía para avanzar a su desmercantilización. Pero no es ni será el único.
Andrés Pradillo forma parte del Área de Vivienda de Anticapitalistas Madrid
Referencias
Carmona Pascual, Pablo Cesar (2022) La democracia de propietarios.
Fondos de inversión, rentismo popular y la lucha por la vivienda.
Madrid: Traficantes de Sueños.
Anticapitalistas (2021). Ecosocialismo para cambiarlo todo. Perspectivas y propuestas para avanzar hacía una transición ecosocial de mayorías. https://www.anticapitalistas.org/wp-content/uploads/2021/06/Ecosocialismo-para-cambiarlo-todo-Castellano.pdf
Fuente: https://vientosur.info/vivienda-y-control-popular-una-propuesta-ecosocialista/