Los estudios de sociología electoral explican que, en tiempos de bonanza económica y estabilidad política, los electores acuden a las convocatorias locales y autonómicas más atentos a las personas que concurren a los cargos públicos que a los partidos políticos en que aquellas militan, y más pendientes de la calidad del pavimento de las calles, […]
Los estudios de sociología electoral explican que, en tiempos de bonanza económica y estabilidad política, los electores acuden a las convocatorias locales y autonómicas más atentos a las personas que concurren a los cargos públicos que a los partidos políticos en que aquellas militan, y más pendientes de la calidad del pavimento de las calles, la puntualidad en la recogida de basuras o la disponibilidad de aparcamientos que de los grandes principios ideológicos que separan a derechas e izquierdas del mapa político. Pero las elecciones autonómicas y municipales del próximo 22 de mayo se celebrarán en un escenario que no es ni boyante ni estable, y posiblemente muchos electores dejarán a un lado aceras, contenedores y parquímetros para pronunciarse, a modo de referendo o elecciones de medio mandato, acerca de la catastrófica situación económica y política nacional.
Tras la declaración de quiebra del gobierno portugués y el anuncio de rescate económico europeo (con el coste de salvajes recortes en servicios públicos, salarios, pensiones y otros indicadores de solidaridad y bienestar social), los españoles acudiremos a las urnas bajo la inquietante previsión de que somos la próxima pieza de caza en la mira de los mercados financieros. Lejos de contentarse con tres años de continuas concesiones (rescate de la banca con dinero público, abaratamiento del despido, reforma de las pensiones,…), banqueros y grandes empresarios han constatado que la sumisión del gobierno socialista de José Luís Rodríguez Zapatero (sumada a la debilidad de los grandes sindicatos y la mayoritaria pasividad de la sociedad civil) les otorga carta blanca para someter a España a una irrestricta dictadura corporativa. Con un 20% de la población bajo el umbral de la pobreza, casi cinco millones de desempleados, servicios públicos entre los peor financiados de Europa y derechos sociales y laborales en constante retroceso, el creciente malestar ciudadano sigue siendo apenas un rumor de fondo, casi siempre desorientado y amorfo, huérfano de toda expresión política y cultural organizada que pudiese poner en cuestión los intereses y las estrategias de la gran aristocracia corporativa. Lo que los tanques del capitán general Milans del Bosch no consiguieron en 1981 lo han conseguido treinta años más tarde los dineros del IBEX-35: extinguir aquella exigencia de libertad política y justicia social de la sociedad española que animó cuarenta años de sufrida resistencia antifranquista y una ardua transición a la democracia, y hoy permanece enmudecida, o hablando con una voz tan baja, o con un lenguaje tan poco comprensible, que apenas afecta o interesa a las grandes mayoría sociológicas. Mayorías a las que, por ahora, sólo parecen movilizar las emociones primarias del espectáculo futbolístico y la prensa del corazón, y que (en no pocos casos, decepcionados por actuaciones erráticas y entreguistas como la de Rodríguez Zapatero) se echan por millares en brazos del abstencionismo electoral y cívico, o aún peor, se dejan engatusar por el discurso tóxico de personalidades autoritarias como Nicolás Sarkozy (o Esperanza Aguirre) o delincuenciales como Silvio Berlusconi (o Francisco Camps), devolviendo toda su actualidad al conocido aforismo del histórico activista surafricano Stephen Biko: «el arma mas poderosa en manos del opresor es la mente del oprimido«.
Acierta el venerable Stéphane Hessell cuando compara «el poder del dinero, que nunca había sido tan grande, insolente y egoísta» con la opresión fascista que él combatió desde las filas de la Resistencia guerrillera francesa durante II Guerra Mundial. El nuevo fascismo financiero ha sustituido la camisa parda de los mamporreros del Partido Nazi por el impecable terno de raya diplomática del directivo de Standard and Poor’s, el periodista de The Financial Times o el funcionario del Banco Central Europeo, pero unos y otros tienen en común un idéntico desprecio por la soberanía de las naciones y los derechos democráticos de los ciudadanos. Harán falta mucho más que votos para hacerles frente. Si Europa quiere rescatar su alma democrática del abrazo venenoso de los mercados tiene por delante años o décadas de manifestaciones, huelgas, boicots y sabotajes, de indignación y desobediencia en las calles, las aulas y los tajos. Un camino de reflexión, organización y acción política radical que no será para los europeos ni más fácil ni menos costoso de lo que está siendo para tunecinos, egipcios, libios o sirios deshacerse de sus respectivos déspotas. Votar será un paso más entre otros muchos en ese largo camino de resistencias, y votar bien será votar contra el mercado, apoyando aquellos proyectos políticos progresistas más beligerantes contra las fuerzas corporativas, y más comprometidos con las luchas que lenta y laboriosamente van emergiendo desde el tejido social. Rodríguez Zapatero se presentó en 2004 como una alternativa viable y suficiente a la deriva autoritaria del aznarismo, y durante su primer mandato dio pasos apreciables en aspectos como la extensión de derechos civiles, la reivindicación de la memoria histórica democrática o la defensa del medio ambiente. Pero, cuando la batalla se desplazó al escenario de la economía, su perfil socialdemócrata se deshizo como una acuarela bajo la lluvia, y apenas tardó en arrodillarse y rendir pleitesía ante los enemigos corporativos de la democracia. Izquierda Unida tuvo la responsabilidad de dar respaldo a las mejores iniciativas de la primera legislatura de Rodríguez Zapatero, y ha tenido la valentía de desmarcarse de los disparates y las cobardías de la segunda. Así, IU apoyó activamente la Huelga General del 29-S, ha defendido a las familias afectadas por desahucios y abusos hipotecarios, se ha opuesto a la privatización de las cajas de ahorros, ha propuesto la nacionalización de las empresas y sectores estratégicos de nuestra economía y mantiene su compromiso con la completa desnuclearización de nuestro país. Son muestras más que suficientes de coherencia y beligerancia como para confiar a sus candidatos un voto de izquierdas, un voto con vocación de resistencia democrática frente al asalto implacable de la dictadura de los mercados.
Jónatham F. Moriche, Vegas Altas del Guadiana, Extremadura Sur, abril de 2011