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Ensayo

Voto económico, análisis y perspectiva

Fuentes: Rebelión

«Todo descenso en el orden de lo cualitativo se ve acompañado de una expansión en el orden cuantitativo. La esencia disminuye para que la substancia crezca.» [1] Agustín López Tobajas.   Introducción   En los años circundantes a la Segunda Guerra Mundial, la academia estadounidense comenzó a forjar un modelo de aproximación a la realidad […]

«Todo descenso en el orden de lo cualitativo se ve acompañado de una expansión en el orden cuantitativo. La esencia disminuye para que la substancia crezca [1] Agustín López Tobajas.

 

Introducción

 

En los años circundantes a la Segunda Guerra Mundial, la academia estadounidense comenzó a forjar un modelo de aproximación a la realidad política y social cada vez más cercano a postulados empíricos y susceptibles de ser falsados con posterioridad. Lo que se dio a llamar behavioral sciences (‘ciencias del comportamiento’), para ser conocido más tarde como behavioral revolution (‘revolución conductista’), rompía con una tradición contraria en el país norteamericano: «el Institucionalismo, cuyo centro de atención recaía sobre las reglas, los procedimientos y las organizaciones formales del sistema político, y cuyos referentes de fundamentación estaban dados  básicamente por la Filosofía, el Derecho y la Historia» [2] . El viraje, por tanto, fue sustancial y su motivación se produjo, en palabras del profesor de Ciencia Política en la Universidad de Stanford, Shanto Iyengar, con el cometido de ajustarse progresivamente al rigor científico:

«Until the middle of the twentieth century, the discipline of political science was primarily qualitative – philosophical, descriptive, legalistic, and typically reliant on case studies that failed to probe causation in any measurable way [en consecuencia] the word ‘science’ was not entirely apt» [3].

De forma paulatina, los métodos y las técnicas empíricas se incorporaron a la práctica politológica de la mano del Conductismo, según han recogido autores como David A. Bositis, Douglas Steinel [4] y Donald P. Green y sus compañeros [5] en décadas recientes. Si bien es cierto que el ánimo de conceder un estatus científico a la política también se produjo en Europa gracias fundamentalmente a la labor de Max Weber (1864-1920), «en los Estados Unidos, desde sus cimientos, la ciencia política buscó anteponer sus ideales e imágenes de la política democrática (…) dando paso a una imagen ‘pluralista’ de la política, que requería una ciencia empírica antes que las impenetrables abstracciones de la filosofía europea» [6].

La ciencia de la política surgió, entonces, como respuesta a una tradición que aplicaba, a juicio de Robert Dahl, un modelo «histórico, filosófico y descriptivo-institucional» [7]. Los Gabriel Aldmond (1911-2002), Harold Dwight Lasswell (1902-1978), Herbert Alexander Simon (1916-2001) o David Bicknell Truman (1913-2003) de los primeros años, dieron paso a una nueva generación de politólogos que desarrollaron las premisas de sus antecesores, más si cabe tras el célebre fiasco de los sondeos [8] en 1948, cuando dieron por ganador a Thomas E. Dewey (1902-1971) sobre Harry S. Truman (1884-1972) [9]. Robert Dahl, David Easton o Seymour Martin Lipset (1922-2006) fueron algunos de los politólogos que, tras el conflicto bélico, se beneficiaron del impulso financiero recibido por «instituciones como el Departamento de Defensa, la RAND Corporation, la Fundación Ford, la Rockefeller o la Carnegie» [10] para profundizar en el conocimiento de los estudios políticos empíricos.

En la segunda mitad del siglo, la disputa entre ambas vertientes de la politología continuó reproduciéndose expresada en términos de nueva ciencia política frente a teoría política, debido especialmente al repunte que experimentó esta última a partir de la década de 1950 gracias a ilustres pensadores afincados en Estados Unidos como Sheldon S. Wolin, Hannah Arendt (1906-1975) o Eric Voegelin (1901-1985). El litigio fue tan enconado que uno de los filósofos políticos contemporáneos más insignes, cuyo nombre suele aparecer unido al de los anteriores, Leo Strauss (1899-1973), afirmó desde su cátedra en la Universidad de Chicago a finales de los años sesenta:

«Sólo un gran necio llamaría diabólica a la nueva ciencia política: no posee los atributos que son propios de los ángeles caídos (…) Tampoco es neroniana. No obstante, se puede decir de ella que toca la lira mientras Roma arde. Se la excusa por dos motivos: no sabe que toca la lira y no sabe que Roma arde» [11].

El auge del enfoque positivista, más allá del conflicto entre académicos en el país norteamericano, se tornó decisivo de cara al futuro, tanto de la enseñanza como del análisis de la realidad social, especialmente si se considera que «hoy día los estudios electorales herederos de la llamada revolución conductista, con sus baterías metodológicas, son los enfoques dominantes a la hora de estudiar lo político tanto en Estados Unidos como en España» [12], según sostiene el profesor de la Universidad Complutense de Madrid, Víctor Alonso Rocafort.

Joseph Schumpeter y Anthony Downs

Sobre dicho caldo de cultivo, el imperante en la ciencia política estadounidense a mediados de siglo, aparecieron dos obras que dotaron de una nueva dimensión a la politología gracias a la incorporación de la economía [13] propuesta por sus artífices.

La primera de ellas surgió en 1942 de manos de un economista austriaco [14], Joseph Alois Schumpeter (1883-1950), quien en plena madurez intelectual publicó Capitalism, socialism and democracy. Basándose en el modelo elitista revisado anteriormente por Max Weber, Schumpeter reflexionó sobre el método democrático; introdujo la noción de que los políticos, en dicho sistema político, esconden motivaciones privadas tras su lucha por el poder; y sentó las bases de la competencia electoral y política -al tiempo que ofreció su teoría de la democracia [15]:

«La democracia no significa ni puede significar que el pueblo gobierna efectivamente (…) La democracia significa tan sólo que el pueblo tiene la oportunidad de aceptar o rechazar los hombres que han de gobernarle (…) Otro criterio identificador del método democrático, a saber: la libre competencia entre los pretendientes al caudillaje por el voto del electorado. Ahora puede expresarse un aspecto de este criterio diciendo que la democracia es el gobierno del político (…) En las democracias (…) la política se convierte inevitablemente en una carrera» [16].

Sin embargo, el aspecto que más trascendencia cobró de cara al advenimiento de la economía en la ciencia política fue su empleo de «la metáfora mercantil en su análisis de los procedimientos realistas propios de las democracias» [17], cuestión que ya había sido abordada por otros politólogos en los años cuarenta como Edward Pendleton Herring (1903-2004) o Valdimer Orlando Key (1908-1963).

Anthony Downs recogió, apenas unos años más tarde, el testigo de numerosos planteamientos apuntados por su homólogo austriaco. Suya será la segunda obra de referencia, publicada en 1957 bajo el título An economic theory of democracy. Downs, profesor en la Universidad de Stanford y especialista en administración y en políticas públicas, venía muy influenciado no solamente por el pensamiento de Schumpeter, sino por el peso creciente de la Universidad de Virginia y la Escuela de Rochester, que en aquel momento promulgaban el modelo de la public choice theory (‘teoría de la elección pública’) y, sobre todo, de la racional choice theory (‘teoría de la elección racional’).

La Escuela de Rochester fue fundada por William Harrison Riker (1920-1993), lo que le convirtió en uno de los politólogos estadounidenses más influyentes de la época [18], ya que «a partir de Riker, la ciencia política estadounidense sería una disciplina inédita y radicalmente diferente a sus gloriosas antepasadas» [19]. Por usar una imagen visual, Riker encendió la llama de la elección racional y Downs propagó el fuego:

«En la ciencia política la irrupción de la TER [Teoría de la Elección Racional] fue equivalente a una toma por asalto del establishment académico» [20].

En An economic theory of democracy, el autor reprodujo los postulados de la Escuela de Rochester -que permeaban igualmente a la psicología o la sociología- dotando al elector de un comportamiento racional. El de Illinois afirma que «por acción racional entendemos aquella está eficientemente ideada para lograr los objetivos políticos o económicos deliberadamente elegidos por el sujeto» [21]. De dicha explicación se extrae que el ciudadano se guía por cálculos de coste y beneficio para ejercer su derecho de sufragio en una dirección u otra [22], postura que excluye la identificación ideológica del elector, así como los distintos procesos (motivacionales, emocionales, contextuales e inconscientes) que se producen en la psique humana: «los ciudadanos (…) son racionales, cada uno de ellos considera las elecciones estrictamente como medio para seleccionar el gobierno que más los beneficia» [23].

No obstante, Downs profundiza en sus planteamientos recurriendo a premisas reconocibles en los escritos de la tradición elitista, desde los italianos Vilfredo Pareto (1848-1923) y Gaetano Mosca (1858-1941) al alemán Robert Michels (1876-1936) [24]:

«Partido es un equipo de individuos que tratan de controlar el aparato de gobierno ganando el poder mediante las elecciones (…) Sus miembros están motivados por su deseo personal de la renta, el prestigio y el poder que proporcionan los cargos públicos. Así pues, el cumplimiento de su función social constituye para ellos un medio de conseguir sus ambiciones privadas (…) Como sin éxito en las elecciones no se obtiene ninguno de los gajes de los cargos públicos, el objetivo principal de todo partido es ganarlas. De ahí que todas sus acciones se dirijan a maximizar el número de votos en su favor y que la política solo interese como simple medio para este fin» [25].

Las elecciones como medio para elegir al gobierno que más beneficia al votante y la política como medio para maximizar el número de votos con el fin de perpetuar el beneficio derivado de los cargos públicos. Downs presenta así la realidad política, imbuida de un comportamiento racional con marcados rasgos egoístas, por mucho que puntualice sobre ello: «<< racional >> (…) es sinónimo de << eficiente >>. Esta definición económica no debe confundirse con la definición lógica (es decir, referente a las proposiciones lógicas) ni con la definición psicológica (es decir, calculadora o no emocional)» [26]. Es llamativo que el autor eluda el calificativo calculador, ya que la teoría de la elección racional promueve un ejercicio de cálculo que permita al individuo saber cuál es la opción más sustanciosa para él mismo en el que se incluye, además, la necesidad de «valorar la capacidad de los respectivos candidatos, la verosimilitud de sus promesas, y las posibilidades reales que tienen de ganar» [27], según plantea el sociólogo madrileño Ludolfo Paramio.

Sea como fuerte, por recurrir a una expresión de la investigadora Marta Fraile, Capitalism, socialism and democracy y An economic theory of democracy abrieron la puerta por que la economía entró en las urnas [28], especialmente la segunda obra, ya que «el trabajo original de Downs (…) puede considerarse el punto de arranque de esta corriente de investigación» [29]. La analogía entre consumidor y votante de un lado, y política y mercado por otro, se hizo efectiva.

Teoría y práctica del voto económico

El politólogo y economista catalán Josep Maria Colomer ha sido uno de los estudiosos que se han hecho eco de la corriente iniciada en la década de 1950 en Estados Unidos. En un escrito datado en 1995, Colomer ejerce «la dudosa sabiduría que nos da la distancia» [30] y sintetiza la repercusión que ha tenido la misma desde su aparición:

«El llamado método de análisis ‘económico’ o de la elección racional ha sido la principal línea de desarrollo de los estudios políticos en la segunda mitad del siglo XX. Por decirlo con un dato llamativo, más de un tercio de los Premios Nobel de Economía concedidos desde los años setenta han ido a parar a autores situados a caballo entre la economía y la política; es decir, economistas que han aplicado el estilo económico de razonar a objetivos situados más allá de los tradicionales problemas de asignación privada de bienes materiales y han abordado nuevas cuestiones de decisión colectiva o políticas. Paralelamente, y desde una adscripción académica politológica, se ha seguido el camino inverso, es decir, el descubrimiento de la fecundidad del método ‘económico’ para el análisis político, tradicionalmente realizado desde otras perspectivas» [31].

Rápidamente la teoría matriz dio lugar al nacimiento de una importante variedad de escuelas: la teoría de la elección social, la teoría de juegos o la nueva economía política [32] fueron algunas de las disciplinas. Sin embargo, una de las líneas de investigación que mayor recorrido tuvieron fue la del economic voting (‘voto económico’), que postulaba:

«Los votantes basan sus decisiones en la eficacia económica, ya sea pasada y futura. De acuerdo con una tradición de la investigación electoral, la única información que se incorpora a las decisiones de los votantes concierne a su experiencia pasada. Los votantes evalúan los resultados económicos bajo el gobierno presente, ignoran las promesas sobre el futuro y llevan a la práctica un mecanismo de recompensa-castigo» [33].

Según recogen el antiguo ministro de Educación y Ciencia, José María Maravall, y el profesor de la Universidad de Nueva York, Adam Przeworski, el voto económico -en sus postulados originales, al menos- viene determinado por la coyuntura económica del país. Y por ello el electorado someterá a juicio al Gobierno. Como sugiere la investigadora Clara Riba, «hay que esperar a la década de los setenta, cuando se publican los tres trabajos seminales de Mueller (1970), Goodhart y Bhansali (1970) y Kramer (1971), para que la literatura sobre el voto económico adquiera relevancia. Es a partir de estos artículos cuando un número creciente de investigadores se interesa por el tema y cuando se consolidan grupos de académicos interesados en modelar la influencia de la economía en la política» [34]. En esa línea, uno de los pioneros fue el citado V. O. Key, profesor en la Universidad de Harvard, quien en 1966 postuló:

«[El elector es] un evaluador de acontecimientos, resultados y acciones del pasado. Juzga retrospectivamente; anticipa el futuro sólo en la medida en que así expresa su aprobación o desaprobación de lo que ha ocurrido antes. Los votantes pueden rechazar lo que han conocido; o aprobar lo que han conocido. Pero no es probable que se sientan atraídos por las promesas sobre lo nuevo o lo desconocido» [35].

La idea del votante como evaluador, apuntada por Key, fue recogida y ampliada por otro académico estadounidense de renombre: Gerald H. Kramer, quien en 1971, como señalaba Riba, publicó uno de los artículos de referencia en torno al voto económico. Allí ensayó sobre las repercusiones de la Gran Depresión en el devenir del Gobierno y enumeró varios de los elementos que influyen al mismo:

«National economic decisions frequently involve such considerations as how price stability must be sacrificad in order to achieve a specified growth rate, and so forth, so clearly, quantitative knowledge of the electoral consequences of varying mixes of growth, price stability, and unemployment is relevant for an incumbent administration wishing to maximize its own chances for reelection» [36].

Las reminiscencias del pensamiento de Downs son evidentes al apelar al interés del Ejecutivo, sin embargo, en el haber del profesor de la Universidad de Yale [37] queda su apunte sobre el deseo del aquél en ser reelegido: de no producirse dicha circunstancia, no podría garantizarse la motivación de la Administración de poner en práctica una política económica saneada [38] -tras Schumpeter, se sabe, sin embargo, que los políticos van a tender a perpetuarse en el cargo. Doce años más tarde, Kramer escribió «The ecological fallacy revisited», nueva piedra de toque en el estudio de la disciplina, donde revisó nuevos factores que se habían incorporado al estudio del voto económico:

«The evidence for the sociotropic voting is artifactual. The various findings and evidence that ostensibly demonstrate sociotropic voting cannot, in fact, effectively distinguish between that and self-interested behaviour and are perfectly compatible with the null hypothesis of selfinterested pocketbook voting. It is certainly possible, even likely, that American voters are not driven exclusively by self-interest and they also respond to altruistic or sociotropic considerations to some degree» [39].

En fecha tan temprana como 1983, Kramer ya supo reconocer que la motivación egoísta ayuda a comprender, pero no explica por completo el comportamiento electoral de los ciudadanos. Las palabras del profesor norteamericano sirven, además, para introducir una de las líneas de debate académico que se ha mantenido vigente hasta el día de hoy: la distinción entre voto sociotrópico [40] y voto egotrópico; mientras el primero incide en que la dirección del voto viene determinada por la percepción sobre la situación económica del país, el segundo postula que «son las condiciones económicas personales o familiares las que orientan la regla premio-castigo» [41].

Debates y revisión

Si bien es cierto que la dicotomía entre ambos ha sido una cuestión abordada de forma constante en la literatura especializada en las últimas décadas, deriva un litigio anterior que conviene abordar antes de proseguir con el estudio. Se trata del voto prospectivo frente al voto retrospectivo, es decir, del que se pondría en marcha atendiendo a las perspectivas de futuro o, por el contrario, el que se ejerce en función del «recuerdo» [42], del balance de una coyuntura (económica, se entiende) superada. El egoísmo metodológico, al que alude el ya citado Ludolfo Paramio en su análisis del voto económico, implica «que al elector sólo le preocupa el estado de su propio bolsillo, y en segundo lugar la de que el potencial votante valora las perspectivas futuras de la economía a la hora de decidir su voto» [43]. Ocurre, no obstante, que en los términos planteados surge una limitación:

«Un modelo tan sencillo ofrece serias dificultades a la hora de explicar el voto, en particular la dificultad de valorar la sinceridad y los efectos posibles de las promesas electorales. Ciertamente, en la mayor parte de los países se ha producido una familiaridad creciente de los electores informados con las complejidades de la economía, pero aun así no es tan fácil saber si un programa será llevado realmente a la práctica, si funcionará como se espera, y si sus efectos imprevistos no anularán sus ventajas esperadas» [44].

Varios de los primeros teóricos estadounidenses del voto económico, como Morris P. Fiorina o Michael S. Lewis-Beck, a sabiendas de lo restringido del modelo original, introdujeron la conocida salvedad del voto retrospectivo, la votación en forma de recompensa-castigo a la que aludieron Maravall y Przeworski. El investigador Alberto Mora arroja luz sobre dicho debate en uno de sus trabajos más recientes y entronca con las líneas de Key anteriormente referenciadas:

«La mayoría de la investigación respalda la idea de que la retrospección sobre la economía influye en mayor medida sobre el voto que la prospectiva (Fiorina, 1981); Nannestad y Paldam, 1999; Lewis-Beck, 1988; Key, 1966). Es decir, el elector incorpora en mayor medida el elemento evaluativo en el proceso racional de selección electoral» [45].

Sin embargo, diversos autores han nivelado la balanza a favor del voto prospectivo, como la citada Clara Riba y sus compañeros Aída Díaz y Joaquí Bosch, quienes sostienen: «Por cada punto de mejora de las expectativas sobre el estado general de la economía para el país para el próximo año, la popularidad del Gobierno creció en un sexto de punto» [46]. Tres años después, Marta Fraile argumentaría: «Las elecciones no sirven sólo para sancionar la gestión del partido en el gobierno, sino también para elegir entre los programas de los distintos partidos políticos. Por eso el modelo de voto económico incluye las expectativas de los votantes» [47]. Los profesores Santiago Lago e Ignacio Lago, en la misma línea pero menos directos, defienden -recurriendo a Roderick Kiewiet- que «el voto económico retrospectivo es, en definitiva, la definición más sucinta del control electoral en las democracias». [48]

Con los términos del debate abiertos en la actualidad y retomando las premisas iniciales del apartado, cabe señalar que la perspectiva del voto retrospectivo engendró «una variante significativa: si se controla la identificación partidaria, aparece que lo que influye en el elector es su percepción del estado general de la economía, no el estado de su propio bolsillo» [49]; lo que determinaría que «el voto económico sería un voto sociotrópico, no egotrópico (Kinder y Kiewiet, 1979). Cabe interpretar este hecho como una forma de valoración de la competencia de los gobernantes antes que de sus programas, lo que, si bien es racional, no corresponde a lo inicialmente esperable en la teoría» [50]. En un tono similar se expresa Fraile, firme defensora del voto sociotrópico:

«La mayoría de los estudios empíricos que utilizan datos a nivel individual muestran que no hay relación alguna entre la situación económica personal/familiar del votante y su intención o recuerdo de voto. Las razones son obvias: muchos factores que no tienen nada que ver con la acción de los gobiernos pueden influir en el bienestar económico personal o familiar (Kramer, 1983). Existe, no obstante, una relación empírica importante entre las valoraciones de los electores de la situación económica del país y su recuerdo o intención de voto (Kiewit, 1983; Kinder y Kiewit, 1981; Ferejohn, 1986; Lewis-Beck, 1988)» [51].

Las disputas entre voto prospectivo, retrospectivo, egotrópico y sociotrópico -en las que, por lo demás, no se alcanza a esbozar una conclusión última, a juzgar por los planteamientos enfrentados de sus teóricos- evidencian que en fechas recientes [52] ha surgido un ánimo de revisión del modelo de voto económico, especialmente en dos frentes: el primero, al que podría calificarse de extendido (por tomar, de nuevo, un término de Marta Fraile [53]), insiste en que el mecanismo del premio-castigo es insuficiente para explicar la dirección del voto; y el segundo, denominado postmaterialista (en alusión al profesor Ronald F. Inglehart), que siembra la duda sobre si la economía es un elemento de contraste tan sustancial desde los años setenta en adelante.

Sobre el primer frente, el extendido, Maravall y Przeworski ya advirtieron que «los votantes pueden evaluar con precisión la situación económica y aun así hallar razones para no actuar de acuerdo con esa valoración» [54]. Ambos han sido dos de los autores más críticos con la versión inicial del voto económico:

«Si el castigo electoral fuese la única respuesta a un deterioro de las condiciones económicas, entonces los gobiernos interesados en su propia supervivencia evitarían cualquier política que genera dificultades económicas, aunque sólo fuera en el corto plazo (…) Ahora bien, sabemos que muchos gobiernos en las nuevas democracias han sobrevivido a dificultades económicas largas y profundas. Los votantes no siempre rechazan reformas que generan dificultades temporales. Son o sofisticados o crédulos: escuchan las explicaciones, consideran las restricciones, examinan las promesas de la oposición, buscan indicios de responsabilidad» [55].

En su ataque contra un modelo -en su opinión- limitado, han añadido que «las reacciones políticas a la economía están mediadas por las lealtades políticas y la ideología» [56] y concluyen: «la relación causal según la cual las opiniones sobre la economía deciden el voto ha funcionado a menudo en sentido contrario» [57].

El camino marcado por ambos académicos es continuado por Fraile, quien suma nuevos elementos a la revisión:

«Que el partido en el gobierno pierda o no las elecciones depende no sólo de su gestión de la economía y de que los electores la evalúen positiva o negativamente. Depende también de su capacidad para eludir de manera convincente las responsabilidades en épocas de crisis económica, o de compensaciones que ofrezca el electorado en términos de políticas sociales» [58].

Un último autor, David Sanders, introdujo en 1996 una de las premisas más relevantes en estudios posteriores, al tratar «la influencia de las alternativas al Gobierno y de sus ofertas políticas en la hipótesis de la responsabilidad. En ese sentido, Sanders afirma que si la opinión pública considera que la alternativa al Gobierno está mal valorada, la probabilidad de que los electores cambien su voto disminuye. Por tanto, el efecto castigo pierde peso» [59].

De otro lado, la crítica postmaterialista se basa sobre un planteamiento teorizado por Ronald F. Inglehart, quien «viene sosteniendo que desde los años 70 las preferencias de los electores se agrupan a lo largo de dos ejes, uno tradicional relacionado con el bienestar material, y otro de nuevos valores postmaterialistas, relacionado con valores como la autonomía individual y la calidad de vida» [60]. Paramio se refiere a una tesis, la del cambio socio-cultural aparejado al desarrollo económico de las sociedades industriales, que el profesor de la Universidad de Michigan expresa así:

«El movimiento de los valores tradicionales hacia los seculares se lentifica y estanca para ceder el paso a otro cambio más poderoso: el cambio desde los valores de la supervivencia hacia los de la autoexpresión» [61].

Contra los planteamientos de Inglehart caben señalar que «la crisis de los años 90, y el crecimiento del desempleo estructural en Europa [por no hablar de la actual crisis económica], han llevado a muchos autores a dudar de la validez de la tesis de Inglehart: las preferencias tradicionales por el bienestar material serían nuevamente las dominantes en la vida política de nuestras sociedades» [62]. Sea como fuere, la tesis de los valores postmaterialistas es un eslabón más en la revisión del voto económico. 

La crítica exógena

Los ánimos heterodoxos expuestos hasta ahora proceden de los propios estudiosos del voto económico; sin embargo, el análisis sobre el estado actual de la disciplina quedaría incompleto de no establecer conexión con una crítica externa, tal y como ocurrió en los años setenta.

La contienda entre la teoría y la ciencia política continúa vigente en nuestros días, con los mismos bríos y los temas de antaño, aunque los nombres sean distintos a los de cuatro décadas atrás. En esta ocasión, es el insigne filósofo y psicoanalista greco-francés, Cornelius Castoriadis (1922-1997), quien se expresa con dureza, no tanto contra el voto económico como contra varios postulados que lo sustentan. Si Josep Maria Colomer había establecido que el método económico se basa en una estructura tripartita compuesta por el individualismo, la racionalidad instrumental y las consecuencias no intencionadas de las acciones humanas [63], Castoriadis es elocuente en su respuesta -parece, de hecho, haber leído el escrito de Colomer:

«La teoría política, la teoría económica, la sociología, dominados por otra parte por un individualismo metodológico de una ingenuidad indescriptible, siguen desarrollándose como si Freud no hubiera existido, como si las motivaciones de los seres humanos fueran trivialmente simples y ‘racionales’. Pero si, por ejemplo, fueran las motivaciones ‘racionales’ de los seres humanos las que determinaran toda la vida económica, ésta debería ser previsible, lo que evidentemente no es el caso. Lo mismo cabe decir de las ‘teorías políticas’. La contribución, fundamental, del psicoanálisis a la comprensión del mundo humano, nos muestra claramente que no son consideraciones de ‘interés’ económico, ni factores ‘racionales’ los que dominan las motivaciones de los seres humanos y permiten comprender su comportamiento» [64].

Las palabras del maestro nacido en Estambul no son más que el mascarón de proa de una teoría política que trata de rebasar los límites empíricos y racionales impuestos desde su Némesis, la ciencia política. Wolin, Arendt o Castoriadis son las perlas de un collar hiladas por una línea de pensamiento común, filosófico y normativo, que se resiste a pensar en los seres humanos como moléculas de oxígeno, a sabiendas de que su entorno, la realidad social, no es un laboratorio.

Frente a las aspiraciones científicas de aquéllos se yergue la resistencia de éstos, quienes se pertrechan bajo una premisa planteada por el mismo Castoriadis: «La irracionalidad consiste en basarlo todo en el dominio racional» [65] . Quizás aquí lo interesante no sea ya argumentar a favor de una u otra corriente, de eso ya se encargan los autores más eminentes de cada bando; quizá, ahora, lo interesante sea remontarse al inicio del siglo XX, cuando el mismo desencuentro lo protagonizaban un institucionalismo en principio decadente y una ciencia política floreciente. Si, como enseñó el filósofo francés Henri-Louis Bergson (1859-1941), el pasado se encuentra vivo en el presente y en éste se hallan plantadas las semillas del futuro; a buen seguro el debate entre la ciencia política y la teoría política mantendrá su vigencia a lo largo de las próximas décadas, también con el voto económico como uno de los frentes de batalla.

Notas

[1] LÓPEZ TOBAJAS, Agustín: Manifiesto contra el progreso, El barquero, Barcelona, 2005, p. 18.

[2] PEÑAS FELIZZOLA, Olga Luz: «El enfoque conductista en la ciencia política», Universidad Externado de Colombia, marzo de 2010, p. 1. En línea: http://www.bdigital.unal.edu.co/1717/2/olgaluzpenasfelizzola.20102.pdf (17 de enero de 2014).

[3] IYENGAR, Shanto: «Conference on experimentation in Political Science», Northwestern University, 14 de agosto de 2009, p. 2. En línea:http://pcl.stanford.edu/research/2009/iyengar-experiments.pdf (17 de enero de 2014).

[4] BOSITIS, David y STEINEL, Douglas: «A Synoptic History and Tipology of Experimental Research In Political Science» publicado en Political Behaviour, número 9, 1987, pp. 263-284.

[5] GREEN, Donal, DRUCKMAN, James, KUKLINSKI, James, LUPIA, Arthur: «The Growth and Development of Experimental Research in Political Science», American Politic Science Review, volumen 100, número 4, noviembre de 2006, pp. 627-635. En línea:http://www.apsanet.org/imgtest/apsrnov06druckman_etal.pdf (17 de enero de 2014).

[6] VIDAL DE LA ROSA, Godofredo: «Ideología y ciencia política en los Estados Unidos: origen y clímax de la revolución conductista en la ciencia política», Sociológica, número 53, septiembre-diciembre de 2003, p. 72. En línea:http://www.revistasociologica.com.mx/pdf/5303.pdf (17 de enero de 2014).

[7] DAHL, Robert: «El método conductista en la Ciencia Política (Epitafio para un monumento erigido a una protesta con éxito), Revista de Estudios Políticos, número 134, marzo-abril de 1954, p. 92. En línea: http://es.scribd.com/doc/138970218/EL-METODO-CONDUCTISTA-EN-LA-CIENCIA-POLITICa (19 de enero de 2014).

[8] JONES, Tim: «Dewey defeats Truman», The Chicago Tribune, 3 de noviembre de 1948. En línea:http://www.chicagotribune.com/news/politics/chi-chicagodays-deweydefeats-story,0,6484067.story (19 de enero de 2014).

[9] Como es sabido, Truman ganó aquellas elecciones y gracias a dicha victoria comenzó su segunda legislatura al frente de la presidencia en Estados Unidos.

[10] ALONSO ROCAFORT, Víctor: «Las encuestas, esa ciencia inexacta», ColectivoNovecento.org, 28 de noviembre de 2012. En línea: http://colectivonovecento.org/2012/11/28/las-encuestas-esa-ciencia-inexacta/#more-1549 (19 de enero de 2014).

[11] STRAUSS, Leo: Liberalismo antiguo y moderno, Katz, Buenos Aires, 2007, p. 319. Citado en SARAVIA, Gregorio: Thomas Hobbes y la Filosofía Política Contemporánea: Carl Schmitt, Leo Strauss y Norberto Bobbio, Dykinson, Madrid, 2011, p. 257. En línea:http://books.google.es/books?id=b3RLlVP5YJkC&pg=PA257&lpg=PA257&dq=leo+strauss+roma+arde&source=bl&ots=lg1pWmtPYV&sig=jMJgPDWJToAh3zxywxueTpuekBI&hl=es&sa=X&ei=-Q7ZUqCZFY_L0AWG1oDIDQ&redir_esc=y#v=onepage&q&f=false (19 de enero de 2014).

[12] ALONSO ROCAFORT, Víctor: «Las encuestas… Op. Cit.

[13] Si bien economía y politología habían caminado de la mano desde hace siglos, lo novedoso ahora es, según se comprobará, la incorporación del método económico en el análisis de la realidad política.

[14] Schumpeter nació en Moravia, al igual que Freud, región que hoy pertenece a la República Checa pero que en 1883 se encontraba integrada en el Imperio Austro-húngaro. Llevó a cabo sus estudios en territorio austriaco -en la Universidad de Viena-, así como su labor como Ministro de Finanzas, antes de trasladarse a Estados Unidos a comienzos de la década de 1930, país en el que falleció en 1950.

[15] En las últimas semanas el nombre del economista austriaco ha aparecido incluso fuera de los circuitos académicos, como por ejemplo en el artículo de Pablo Simón: «La democracia según Schumpeter», que puede visitarse en el enlace:http://www.jotdown.es/2014/01/la-democracia-segun-schumpeter/

[16] SCHUMPETER, Joseph: Capitalismo, socialismo y democracia, Aguilar, Madrid, 1971, p. 362.

[17] SIN FIRMA: «La teoría de la elección racional y las ciencias sociales», Universidad de California, 1998, p. 173. En línea:http://www.cholonautas.edu.pe/modulo/upload/teoria%20de%20la%20eleccion%20rac.pdf (19 de enero de 2014).

[18] Especialmente en lo que al estudio de la teoría política positiva se refiere, a juzgar por el artículo de Bruce Bueno de Mesquita: «The Rochester School: the origins of positive political theory», publicado en el Annual Review of Political Science, volumen 2, junio de 1999, páginas 269-295. En línea: http://www.annualreviews.org/doi/abs/10.1146/annurev.polisci.2.1.269 (19 de enero de 2014).

[19] VIDAL DE LA ROSA, Godofredo: «La Teoría de la Elección Racional en las ciencias sociales», Sociológica, número 67, mayo-agosto de 2008, p. 224. En línea: http://www.revistasociologica.com.mx/pdf/6709.pdf (19 de enero de 2014).

[20] Ibídem, p. 222.

[21] DOWNS, Anthony: Teoría económica de la democracia, Aguilar, Madrid, 1973, p. 21.

[22] Los planteamientos de Downs también introdujeron una premisa que gozó de transcendencia posterior: la idea de la identificación espacial, en virtud de la cual la mayor parte del electorado es capaz de un lugar de una escala estratégica unidimensional, de izquierda a derecha, con el fin de elegir al partido sobre el que depositará su voto. Ello hila con los estudios acerca de los partidos políticos, ya que los cath all tenderán a posicionarse en el centro para tratar de captar el mayor número de votos.

[23] DOWNS, Anthony: «Teoría económica de la acción política en una democracia»; en VVAA: Diez textos básicos de ciencia política, Ariel, Barcelona, 1992, p. 97. En línea: http://economiaufac.files.wordpress.com/2011/09/teoria-economica-de-la-accion-politica-en-una-democracia.pdf (19 de enero de 2014).

[24] La teoría elitista de la democracia, con modificaciones en sus planteamientos, fue recogida por autores como Giovanni Sartori, John Plamenatz (1912-1975) o William Kornhauser (1915-2001), por citar unos pocos ejemplos significativos.

[25] DOWNS, Anthony: Teoría económica…Op. Cit, p. 37.

[26] DOWNS, Anthony: «Teoría económica de la acción… Op. Cit, p. 96.

[27] PARAMIO, Ludolfo: «Clase y voto: intereses, identidades y preferencias», Revista Española de Investigaciones Sociológicas, número 90, año 2000, p. 85. En línea: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=99717877003 (25 de enero de 2014).

[28] Abrieron la puerta, además, al estudio de lo que más tarde se conoció como las funciones de popularidad.

[29] FRAILE MALDONADO, Marta: Cuando la economía entra en las urnas. El voto económico en España (1979-1996), Centro de Investigaciones Sociológicas, Madrid, 2005, p. 16. En línea: http://books.google.es/books?id=55MZefMy9iIC&pg=PP1&lpg=PP1&dq=cuando+la+economia+entra+en+las+urnas+marta+fraile&source=bl&ots=yKkGHxjaDi&sig=dHJm_UFKgXnUmi-fhZMVGUchBYU&hl=es&sa=X&ei=DFbcUtGLIaev0QW8kIHQDg&redir_esc=y#v=onepage&q=cuando%20la%20economia%20entra%20en%20las%20urnas%20marta%20fraile&f=false (19 de enero de 2014).

[30] ARENDT, Hannah: Sobre la revolución, Alianza, Madrid, 2013, p. 143.

[31] COLOMER, Josep Maria: «La teoría ‘económica’ de la política»; en VALLESPÍN, Fernando (ed.): Historia de la teoría política 6. La reestructuración contemporánea del pensamiento político, Alianza, Madrid, 1995, p. 361.

[32] Ibídem.

[33] MARAVALL, José María y PRZEWORSKI, Adam: «Reacciones políticas a la economía», Revista Española de Investigaciones Sociológicas, número 87, julio-septiembre de 1999, p. 12. En línea: http://www.jstor.org/discover/10.2307/40184172?uid=3737952&uid=2&uid=4&sid=21103304674047 (21 de enero de 2014).

[34] RIBA, Clara, DÍAZ, Aída y BOSCH, Agustí: «Las funciones de popularidad: estado de la cuestión y principales debates», Revista de Investigaciones Sociológicas, número 85, año 1999, p. 172. En línea: http://www.reis.cis.es/REIS/PDF/REIS_085_10.pdf (25 de enero de 2014).

[35] KEY, Valdimer Orlando: The responsible electorate, Vintage Books, Nueva York, 1966, p. 61; citado en MARAVALL, José María y PRZEWORSKI, Adam: «Reacciones políticas… Op. Cit, p. 12.

[36] KRAMER, Gerald: «Short-Term fluctuations in U.S. Voting Behavior, 1896-1964», The American Political Science Review, volumen 95, número 1, marzo de 1971, p. 131.

[37] Hace unos meses, curiosamente, el adjunto a la dirección del diario El Mundo, el periodista John Freddy Müller, rescataba el nombre de Gerald H. Kramer de cara al público no especializado en su artículo «Los pesimistas aciertan más», disponible en el enlace: http://www.elmundo.es/economia/2013/11/09/527d214661fd3dd37c8b4570.html

[38] De la misma forma que podría no existir la accountability (‘rendición de cuentas’) vertical, ya que el Gobierno que sólo tiene interés en ocupar el cargo durante una legislatura tendría en su voluntad marcharse al cabo de la misma sin exponerse a un nuevo examen del electorado.

[39] KRAMER, Gerald: «The ecological fallacy revisited: aggregate- versus individual-level findings on economics and elections, and sociotropic voting», The American Political Science Review, volumen 77, número 1, marzo de 1983, p. 93.

[40] La cuestión del voto sociotrópico fue analizada en los años ochenta por coetáneos de Kramer y Key como d. Roderick Kiewiet, Donald Kinder, John A. Ferejohn o Michael S. Lewis-Beck.

[41] SÁEZ LOZANO, José Luis, JAIME CASTILLO, Antonio y DANALACHE, Paula: «Atribución de la responsabilidad y voto económico en España y Andalucía», Centro de Estudios Andaluces, Andalucía, 2006, p. 5. En línea: http://centrodeestudiosandaluces.es/biblio/imagendoc/00007501_00008000/00007686/00007686_090h0101.PDF (21 de enero de 2014).

[42] MORA RODRÍGUEZ, Alberto: «Una comparación de los modelos de voto económico en las elecciones generales del 2000, 2004, 2008 y 2011 en España», AECPA, 2012, p. 4. En línea: http://www.aecpa.es/congresos/11/ponencias/833/ (25 de enero de 2014).

[43] PARAMIO, Ludolfo: «Clase y voto… Op. Cit, pp. 85-86.

[44] Ibídem, p. 86.

[45] MORA RODRÍGUEZ, Alberto: «Una comparación de… Op. Cit, p. 4.

[46] RIBA, Clara, DÍAZ, Aída y BOSCH, Agustí: «Las funciones de popularidad… Op. Cit; citado en MORA RODRÍGUEZ, Alberto: «Una comparación de… Op. Cit, pp. 4-5.

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