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Notas pre-electorales

Votos y pancartas

Fuentes: Rebelión

1. Tu voto no decide. La crisis europea está dando un desmentido rotundo al mito que, con fórmulas diferentes, utilizan todos los partidos institucionales según el cual: «tu voto decide». En lo que tiene que ver con la economía política, que es la política que aquí y ahora está al mando de todas las demás, […]

1. Tu voto no decide. La crisis europea está dando un desmentido rotundo al mito que, con fórmulas diferentes, utilizan todos los partidos institucionales según el cual: «tu voto decide». En lo que tiene que ver con la economía política, que es la política que aquí y ahora está al mando de todas las demás, el voto no decide.

Efectivamente, en Grecia y en Italia los votos no han decidido quien va a gobernar, sino que van a limitarse a cumplir la obligación de ratificar a personas designadas por «los mercados», calificados como «técnicos» precisamente porque se sitúan por encima de cualquier sufragio ciudadano. Todos son, como dice el diario Le Monde, miembros del «gobierno Sachs», relacionados directa o indirectamente con el banco Goldman Sachs (Papademos le ayudó desde el Banco Central Europeo a maquillar sus cuentas; el actual responsable de la gestión de la deuda griega, Petros Christodoulos, fue también ejecutivo del banco; como es sabido Monti y Draghi son de la casa, a su nivel más alto).

En Portugal e Irlanda, los gobiernos sí corresponden a mayorías parlamentarias, pero sus políticas están bajo las órdenes de la troika, y nadie duda que si perdieran su confianza -es decir, la de «los mercados», para los cuales la troika ejerce de «brazo secular»- caerían sin necesidad de moción de censura.

Y aquí tendremos después del 20-N un gobierno que se apoyará en los resultados electorales, pero que tendrá como todo recorrido moverse entre los dos polos: Portugal/Irlanda/Grecia o Italia, es decir, «rescate exterior explícito» o «rescate interior preventivo». Ahora mismo no hay más. En ningún país de Europa, ningún resultado electoral previsible puede modificar este escenario.

Veámoslo desde otro punto de vista: la economía política del capitalismo tiene como objetivo central que los países «altamente endeudados» -una categoría que tiende a ampliarse- paguen deudas que son impagables. Esta situación convierte a los recortes sociales en una política universal y permanente: -la tienen que aplicar, aunque con diferente intensidad, todos los gobiernos europeos, incluso los de los países beneficiarios de la crisis de la deuda por el mecanismo de los vasos comunicantes (Alemania ha obtenido en los últimos dos años beneficios estimados de 9.000 millones de euros como consecuencia de la bajada de los tipos de interés de su deuda); -es una política sin plazos, ni límites en el volumen de «recortes». Ésa precisamente es la traducción de la reforma constitucional impuesta hace unos meses por la alianza de incivilizaciones entre Zapatero y Rajoy.

Muy probablemente, estamos en vísperas de la implantación de la «Europa a dos velocidades (y una sola política)». Por supuesto el debate de fondo, en el que nos jugamos el futuro, no está en la velocidad que toque a cada país en el reparto, sino en la política que tocará siempre. Por eso habría que proponerse una «Europa de dos políticas», en la que apareciera claramente un polo sociopolítico europeo -que podría llegar a incluir a algunos gobiernos europeos «rupturistas», algo por el momento más que improbable- que encarne, con credibilidad moral y fuerza social, alternativas a la troika y la red de gobiernos e instituciones a su cargo. Esas alternativas nacerán, están naciendo ya, fuera de los procesos electorales, pero necesitarán tiempo, como poco un medio plazo.

2. Votar, ¿para qué? Los objetivos a medio plazo son necesarios para saber hacia donde queremos ir y tenerlo en cuenta en la acción cotidiana. Pero los problemas que amenazan y angustian a las clases trabajadoras, a la gente de abajo en Europa, necesitan respuestas en el corto plazo, cuando todavía no hay relación de fuerzas para conseguir resultados importantes, pero nos estamos jugando llegar a tenerla.

En ese sentido, ¿para qué puede servir que la izquierda alternativa participe en elecciones? No planteo un debate ideológico, sino referido al escenario concreto del 20-N.

Estas elecciones pueden verse como un banco de pruebas para las diversas concepciones existentes en la izquierda alternativa sobre las relaciones entre los campos socio-político y electoral.

Cuando fue elegido candidato por Izquierda Unida, Cayo Lara hizo una afirmación que plantea debates importantes: «Con la pancarta no se cambia el curso de la historia. Con la abstención, el sistema se mantiene y es feliz. La única manera de cambiar el sistema es con el voto». El párrafo suena raro: el 15-M, que es el movimiento de referencia, utiliza muy poco las pancartas; es más bien un movimiento de megáfonos, pizarras en plazas, acampadas y redes sociales… Este cambio de herramientas y símbolos tiene mucho interés político, pero no es ahora el tema principal que quiero tratar.

El tema es dónde está el fundamento activo para cambiar el sistema y qué política electoral puede ser coherente con ese fundamento. Estas notas se basan en que, a diferencia de lo que plantea Lara, el fundamento está en la lucha sociopolítica, es decir la acción de los movimientos sociales y la política elaborada en ellos, no en las instituciones parlamentarias a las que se accede por medio de votos. En consecuencia, la política de la izquierda, incluyendo la política electoral, sólo vale en la medida en que sirva para fortalecer ese fundamento y tiene que justificarse respecto a él.

3. Útil total. Hay lógicamente posiciones muy diferentes en la izquierda alternativa sobre qué hacer el 20-N: todas respetables. Y por tanto discutibles. Dejemos de lado, por favor, ese absurdo mitinero de lo que teme o deja de temer Botín el 20-N. Simplemente, no le teme a nada. Hará falta mucho esfuerzo para que lleguemos a darle miedo. Y el miedo le invadirá desde abajo.

Han surgido varias propuestas desde el movimiento 15-M: estudios de programas de las candidaturas y de las diversas opciones de voto, acciones simbólicas de «voto alternativo», propuestas de uso del voto por internet… Afortunadamente, no han prosperado las tentaciones de identificar al movimiento con algún tipo de voto, pese a algunos intentos subliminales.

Una de estas propuestas creo que merece un comentario. Se llama AritmÉtica 20N. Matemáticas contra el bipartidismo http://aritmetica20n.wordpress.com/ y me llegó por correo electrónico. Le eché una ojeada y no le dí importancia. Hasta que apareció patrocinada por madrilonia, una de las web más potentes de la comunicación alternativa; al día de hoy, no consigo entender las motivaciones de este patrocinio.

En resumen, la iniciativa dice tener como objetivo «arañarle escaños al bipartismo PPSOE». Para ello, recomiendan votar en cada circunscripción a la candidatura «no bipartidista» que tiene más posibilidades de salir. Así, por ejemplo, según sus cálculos, la mejor opción en Asturies es el partido de Álvarez Cascos, en Araba el PNV, en Burgos UPyD, en Ceuta «los caballas», en Soria Equo y así sucesivamente. En la mayoría de las provincias, el voto recomendado es IU; quizás esto ha llevado al candidato por Málaga Alberto Garzón a comentar favorablemente la iniciativa; imagino que no la conoce en su integridad.

Por este procedimiento los impulsores de la iniciativa consideran que: «Podemos hacer imposible que nos gobiernen reventando su legitimidad desde dentro». A la pregunta de cómo pueden proponer el voto a Álvarez Cascos, responden: «Se trata de votar estratégicamente para hacer bajar a los partidos mayoritarios».

Estamos en la apoteosis del «voto útil», el útil total, aunque los autores de la iniciativa no desdeñan los argumentos del voto útil tradicional que usan para sus fines todos los partidos del sistema, incluyendo el «PPSOE»: así se afirma que los votos que no se traducen en escaños se tiran «a la basura». Curioso argumento para gentes antiparlamentarias.

Lo lamentable de esta iniciativa es que surge de gente del movimiento 15-M y está dirigida al propio movimiento. Lo importante no es su impacto: moverá como mucho algunos cientos de votos y desde luego no va a reventar ninguna «legitimidad desde dentro». Pero con la intención de rechazar el sistema llega a conclusiones tan absurdas como proponer el voto a UPyD en media docena de provincias o considerar que votar al PNV «deslegitima más» al sistema que votar a Amaiur. No es lo peor: el «voto estratégico» favorece al partido de Álvarez Cascos, uno de los políticos más cualificados para encabezar aquí un partido de extrema derecha. Imagino que aplicando esta metodología en Francia, el partido más beneficiado sería el Frente Nacional.

Dicen los promotores: «Ha llegado el momento de que juguemos con ellos y les ganemos en el último terreno al que se pueden aferrar para legitimar sus privilegios.» Justamente el problema es quien jugaría con quien, si este juego fuera algo más que una ocurrencia.

4. El cambio. La más que justificada equiparación entre las políticas económicas del gobierno Zapatero y del inminente gobierno Rajoy y el desprecio a la demagogia desesperada, cuando no grotesca, de Rubalcaba para recuperar una imagen de izquierda, desplazan a un segundo plano algunas características propias del cambio que se avecina. No me refiero a las más evidentes relacionadas con las próximas vueltas de tuerca del «ajuste» en los subsidios de paro, la sanidad, la educación, las privatizaciones de infraestructuras básicas, Renfe en primer lugar, los EREs en la administración pública, la degradación del empleo, etc. Quiero señalar tres amenazas más:

-la primera, que la victoria del PP, máxime si es por mayoría absoluta, radicalizará a la «sociedad civil de la derecha». Es pronto para evaluar las posibilidades de autonomización política de la extrema derecha. En cambio me parece un problema cercano que la euforia del «han llegado los nuestros», jaleada por la potente red de comunicación de la derecha, estimule pulsiones reaccionarias que están ya muy presentes en nuestra sociedad, la xenofobia especialmente. En los primeros momentos del 15-M, el secretario general del PP de Madrid Franciso Granados amenazó con movilizar a los «buenos ciudadanos» contra el movimiento. No es nada descartable en los próximos meses y no hay que verlo sólo en forma de grandes manifestaciones. Lo más peligroso es que se produzca en barrios populares, entre gente de abajo. Eso de que «somos el 99%» puede ser verdad objetivamente, pero en la realidad cotidiana, la influencia social del acuerdo o la sumisión a los valores del sistema es muy grande y la desobediencia, o la rebeldía, es aún muy minoritaria.

-la segunda, que el gobierno de Rajoy pondrá en práctica una política de «tolerancia cero» frente a la desobediencia civil. Hasta ahora, el 15-M ha conquistado en Madrid un espacio alegal, que le ha permitido realizar sus actividades, desde manifestaciones y otras formar de uso alternativo de los espacios público a las acciones antidesahucios con riesgos de represión muy limitados o inexistentes. La situación no ha sido la misma en Barcelona, Valencia y otras ciudades, pero en general las protestas pacíficas, muy apoyadas socialmente, se han podido desarrollar sin grandes obstáculos represivos. Esta situación va a cambiar radicalmente con mucha probabilidad. Hay un verdadero arsenal de recursos represivos legales contra la desobediencia civil que se van a intensificar: multas gubernativas, denuncias por desórdenes públicos, resistencia a la autoridad, etc. Es un escenario más complicado que el que hemos conocido y requerirá respuestas específicas.

-en fin, la tercera es que como ya han anunciado varios de sus portavoces, el gobierno del PP cuenta ya con que sus decisiones darán lugar a movilizaciones sociales -Esperanza Aguirre, que gusta de estas exhibiciones de chulería cortijera, habló de «dos o tres huelgas generales»- y está decidido a que no le afecten. Cuenta para ello con la asesoría de Fidalgo, que les ha asegurado que las protestas sociales no serán muy importantes; así se gana un buen sueldo. No hay que olvidar que a este sujeto le faltaron unas decenas de votos para ser elegido secretario general de CC OO en el último congreso.

Éste es un problema mayor, que nos plantea dos desafíos, ambos muy difíciles: por una parte, el repertorio de acciones tradicional, incluyendo las huelgas generales de un día, dirigidas por los sindicatos mayoritarios, basadas en piquetes en los centros de trabajo y manifestaciones por la tarde, no son suficientes para ponerles contra las cuerdas; esto es lo que se esperan y se consideran preparados para afrontarlas; por otra parte, las acciones que sí les crean dificultades (por ejemplo, los bloqueos de la economía a partir de sectores claves, como las gasolineras en las huelgas del pasado otoño en Francia), son ilegales, y necesitan un muy fuerte apoyo social, y sindical, para poderse mantener.

El 15-M ha inventado un repertorio de acciones extraordinariamente eficaz para denunciar al sistema y expresar la indignación popular. Ahora va a tener que seguir inventando, junto con otros movimientos sociales y organizaciones anticapitalistas, porque los problemas son nuevos y difíciles, y no hay ninguna razón para confiar en que las respuestas lleguen del sindicalismo mayoritario.

5. Muerte y resurrección del PSOE. El mejor lema de estas elecciones es, a mi parecer, el de Anticapitalistas: «Desobedece». No puedo decir que sea imparcial en la elección, pero creo que es el que mejor se corresponde con lo que es la candidatura y el que menos parece un vestido de circunstancias que volverá al baúl el día 21. Por el contrario, el peor es el de Rubalcaba. «Pelea por lo que quieres», dicho por el candidato y quienes lo rodean, suena a burla, a desvergüenza. Tiene algo de electoralismo patético, como rodearse de Felipe González, Guerra, Solchaga, Solana, expresando así el temor a perder incluso al electorado más fiel. O como esos supuestos viajes que el improbable presidente haría a Bruselas para descubrirles a Merkel, Sarkozy, Draghi y compañía lo duros que son los «ajustes».

Pero, ¿hay que enterrar al PSOE? En absoluto. Cualquiera que sea el golpe que reciba el 20-N, el bipartidismo imperante jugará a su favor, y volverá a ser la «izquierda» en la oposición, la alternativa «realista», «útil», al PP para dentro de cuatro, o si no de ocho años. La resurrección de los partidos socialistas después de duras derrotas es habitual en Portugal, Francia, Gran Bretaña, Alemania, o aquí mismo tras el descalabro de Almunia… No hay nada más desmemoriado que un votante de izquierdas (quizás esté a su altura un dirigente sindical de CC OO o UGT; es espectacular ver cómo parece que no hubo nunca un consenso sobre la «reforma de las pensiones», una de las decisiones más desastrosas del sindicalismo español desde los Pactos de la Moncloa).

Estas resurrecciones no implican en absoluto una reorientación política. Los partidos socialistas son gestores leales del sistema; en las condiciones de una crisis capitalista grave y prolongada cumplirán los «deberes», según la palabra que se ha impuesto y que se utiliza sin pudor, para definir las orientaciones políticas de los gobiernos viables.

No se puede salir del bipartidismo sin cambiar radicalmente el mapa político de la izquierda. «Cambiar radicalmente» es lo contrario de construir un «tercer partido» cuyo horizonte sea «influir en el PSOE» para presionarlo hacia la izquierda. Conocemos esa política y sus resultados, en Catalunya, en Asturies… Quizás la volvamos a conocer en Andalucía si el PP no estuviera en condiciones de gobernar después de la autonómicas de marzo 2012. El «tercer partido» es un bastón temporal, una estación de paso, siempre subalterna, del «segundo partido», funcional únicamente para que lo siga siendo.

Se trata por el contrario de construir una alternativa sociopolítica anticapitalista que se proponga la ruptura con el sistema y dispute la mayoría social a los poderes establecidos. Es una tarea muy difícil, lejana, de la cual no conocemos ni los primeros pasos, casi imposible, pero creo firmemente que es la tarea.

6. La refundación de IU. Ha cambiado claramente la percepción social de IU. Ha tenido en ello un papel determinante el trabajo parlamentario de Llamazares, especialmente en la oposición a la reforma constitucional. Fue un buen trabajo. Eso sí, muy personalizado, como también lo es su campaña electoral, que ha dado lugar a la parafernalia del «si yo estuviera en Asturias, votaría Llamazares», una historia de incierto futuro bicéfalo para IU si Llamazares sale elegido; no puedo resistir a la tentación de recordar que Joan Herrera hizo una versión involuntariamente ridícula del «si yo estuviera…», añadiendo que de ser madrileño votaría a Equo. Tendría su punto saber qué hubiera votado Herrera en Bilbao, pongamos por caso. Pero enfin, esto no es lo peor que ha hecho Herrera últimamente.

Este cambio de percepción, al que ha contribuido también la portavocía de Cayo Lara, ha aumentado las expectativas electorales, ha movilizado a la organización y a sus simpatizantes como no se veía desde hace años y se concretará probablemente en la captación de la mayor parte del voto perdido por el PSOE que vaya hacia la izquierda. Creí que Equo le disputaría una parte significativa de este voto pero la blanda y amuermada campaña que han hecho no lo indica así.

En consecuencia, IU tendrá un buen resultado el 20-N. Y a continuación anunciará la nueva apertura del proceso de refundación. Habrá que ver si va más allá de una pura puesta en escena de lo ya conseguido (el consenso del aparato incorporando plenamente al sector Llamazares; algunas incorporaciones de personas significadas de las Mesas de Convergencia (que, por cierto, se han evaporado como era de esperar); el restablecimiento del clásico pacto de ayuda mutua con la dirección de CC OO y el único grupo parlamentario a la izquierda del PSOE interesado en los temas de carácter estatal). Y habrá que ver si lo ya conseguido no es su cierre hacia la izquierda. Dependerá de si algo se ha movido por abajo.

Este cambio de la percepción social, ¿va a ir acompañado de un cambio político, bajo el impulso del 15-M? Ese es el discurso, pero no se ven sus consecuencias prácticas.

Voy a partir de una pequeña anécdota. A comienzos del 15-M coincidí en un debate con una militante joven de IU. En las cañas posteriores contó como les había hecho reflexionar esa conocida viñeta de El Roto que decía, más o menos: «La juventud se echó a la calle y de pronto todos los partidos se hicieron viejos». La viñeta planteaba, a su manera, uno de los desafíos del movimiento a la izquierda política: la necesidad de interrogarse a sí misma, de buscarle un contenido real a esa aspiración sobre la nueva forma de hacer política que no conseguíamos hacer pasar de las palabras. Creí que ese desafío había entrado en IU, al menos entre sus militantes jóvenes. Eso podía abrir expectativas de colaboración hasta entonces inexistentes. Pero unos días después, el 15-M organizó una protesta simbólica ante la constitución de los nuevos ayuntamientos. En Madrid, la sentada pacífica fue tratada con desprecio y arrogancia aparatera por Ángel Pérez, el máximo responsable de la organización. No se escuchó ni la menor reacción dentro de IU, solidaria con la gente del 15-M que había sido maltratada. Poco después, tuvo lugar el bloqueo del Parlament de Catalunya, y la imagen inolvidable del dirigente de ICV, Joan Herrera, aliado fundamental de IU entonces y ahora (salvo en Madrid…), entrando en el edificio «protegido» del movimiento por los mossos de escuadra. ¿Alguna reacción? Nada de nada. Hablar del 15-M es más fácil que estar a su lado en momentos difíciles. No me cabe duda de que la gran mayoría de los militantes de IU habrán sentido la subida de ánimo y energía que ha creado el movimiento. Pero creo que IU sigue siendo básicamente la del 14-M, ahora con grupo parlamentario.

Un grupo parlamentario sobre el que la euforia de la campaña de IU está creando expectativas, a mi parecer desorbitadas. Un grupo parlamentario ni cambia sustancialmente las relaciones de fuerzas parlamentarias, ni menos aún cambia las condiciones para la resistencia a la «dictadura de los mercados». Por razones políticas, a las que me referiré en el punto siguiente, pero por razones más elementales de relaciones de fuerzas en la sociedad. En Portugal, en Alemania o en Grecia hay grupos parlamentarios de izquierda, al menos de las dimensiones a las que puede aspirar IU. Incluso en Portugal uno de estos grupos, el del Bloco de Esquerda, desarrolla desde hace años una política de oposición radical al neoliberalismo y al social-liberalismo, y mantiene relaciones de confianza con los movimientos de resistencia social. Y eso no ha logrado impedir la aplicación por unos u otros medios de las políticas de ajuste, cada vez más duras. No estamos en una lucha parlamentaria; el Parlamento es apenas un caja de resonancia, vía medios, de la política-espectáculo. El problema no es ser la «voz de la calle». En estos tiempos, la calle tiene muchos medios para hablar por sí misma y con muchas voces. Una oposición parlamentaria de izquierdas sólo puede hacer una aportación modesta al cambio de las relaciones de fuerzas en la sociedad. Y para hacerlo debe empezar reconociendo esa propia modestia y trabajar desde una deslealtad radical a lo que el Parlamento representa y una lealtad radical a quienes rechazan que el Parlamento les represente.

No sólo hay que elegir campo; hay que saber qué lugar nos corresponde en nuestro campo. Eso forma parte de la nueva forma de hacer política.

7. Los programas. Escribe Zizek: «Es muy importante permanecer alejados del terreno pragmático de las negociaciones y las propuestas ‘realistas’. No debemos olvidar que cualquier debate que se haga aquí y ahora seguirá siendo necesariamente un debate en el campo enemigo y hará falta tiempo para desplegar el nuevo contenido.» Por una vez, de acuerdo.

No tengo nada claro que esos programas electorales de decenas de páginas y centenares de consignas tengan alguna utilidad para la izquierda alternativa, sin excluir a la izquierda anticapitalista. Poquísima gente los lee y son, en el mejor de los casos, el resultado de una elaboración participativa voluntariosa, pero muy limitada. La práctica de la democracia participativa, cuando se la toma en serio, es muy complicada y no es nada fácil articularla con la práctica militante. Queda casi todo por aprender. Bueno es saberlo.

Por otra parte, las campañas electorales se hacen en gran parte en los medios y con el lenguaje de los medios. Por ejemplo, me parece que el programa real de IU se entiende y llega a la gente sobre todo con declaraciones de Cayo Lara cuando critica duramente a las políticas de «recortes», pero también cuando opina sobre el abandono de ETA de la lucha armada («Se trata de una gran victoria de las fuerzas democráticas que hemos defendido siempre la aplicación del Estado de Derecho» (…) «El candidato de IU por Madrid (…) se ha mostrado convencido de que todos los gobiernos, ‘con mayor o peor fortuna’, han intentado acabar con ETA») o sobre la Constitución («Tras criticar los planteamientos ‘aparentemente revolucionarios, que no lo son en realidad’ y el ‘infantilismo de cierta izquierda’, Lara aseguró que ‘el planteamiento estratégico de su organización está contemplado en la Constitución española. Al socialismo o casi al socialismo se puede llegar con la Constitución»). Llama la atención cómo estos planteamientos son coherentes o idénticos con los de Santiago Carrillo cuando era el valedor de la Transición y el «consenso constitucional», fuente de inspiración del «consenso antiterrorista»

Pero cuando uno quiere entender a una organización no puede prescindir de la lectura de su programa electoral. La única sorpresa que he encontrado en el programa de IU es la pifia que contradice una de las tesis más conocidas y más certeras del marxismo. Efectivamente, el programa de IU afirma y reitera que «lo único que produce riqueza es el trabajo» y Marx en la Crítica del Programa de Gotha afirma exactamente lo contrario: «El trabajo no es la fuente de toda riqueza. La naturaleza es la fuente de los valores de uso (¡que son los que verdaderamente integran la riqueza material!), ni más ni menos que el trabajo, que no es más que la manifestación de una fuerza natural, de la fuerza de trabajo del hombre. Esa frase se encuentra en todos los silabarios y sólo es cierta si se sobreentiende que el trabajo se efectúa con los correspondientes objetos e instrumentos. Pero un programa socialista no debe permitir que tales tópicos burgueses silencien aquellas condiciones sin las cuales no tienen ningún sentido» (subrayados en el original).» Miguel Manzanera se ha referido ampliamente a este tema, y a sus consecuencias ecológicas, en un interesante artículo en Rebelión.

Mas allá de este punto -nada académico, por cierto- creo que hay un porcentaje alto de reivindicaciones importantes en el programa de IU muy próximas a las que están en el programa de Anticapitalistas (por ejemplo, las que se refieren a los servicios públicos universales), otras que pueden considerarse discusiones abiertas (por ejemplo, las que se refieren a las reformas fiscales) y otras en las que hay desacuerdos de fondo, especialmente las que tienen que ver con la cuestión nacional, con la posición sobre la Constitución o sobre las formas de hacer política y, en especial, la política profesional. Pese al valor de estos desacuerdos, no creo que hayan sido la razón de que ni se empezara a hablar siquiera de un acuerdo electoral entre IU e IA.

Fin. La utilidad del voto. Las dos preguntas que más me han hecho estos días, amigas y amigos de fuera de los círculos militantes, desde que empezó esta agotadora campaña pre y electoral (no dudo de que pueden ser necesarias, pero no entiendo que haya activistas sociales a los que les gusten estas cosas; me parece mucho más útil y mas interesante el trabajo en los movimientos) son: ¿cómo es posible que después del 15-M la derecha vaya a tener una mayoría absoluta en las elecciones?; ¿por qué no hubo acuerdo con IU? La pregunta difícil es la primera; empezaré por ella.

En un artículo espléndido (otro más), «El poder de la indiferencia», Santiago Alba ha escrito: «…los indiferentes votan mientras que los comprometidos, los interesados, los conscientes se quedan en casa (o votan en miniatura). El bipartidismo gobierna desde hace años sobre la base de una ‘indiferencia’ social frente a la cual los políticos se sienten completamente libres de hacer lo que quieran: las urnas son tan vinculantes como el sexo ocasional en una noche de borrachera.»

Esa me parece la razón fundamental. No lo sé expresar mejor. Pero esto responde sólo a una parte del problema. Hay que referirse también al 15-M. Santiago lo hace así: «¿Y el movimiento 15-M? Su inmenso valor reside en el hecho de que surgió de esa misma indiferencia para repolitizar la razonable desconfianza en los políticos, los partidos y las instituciones. Su potente fuerza deslegitimadora se reflejará escasamente en los comicios, pues quedará absorbida, de manera dispersa, en abstención, voto en blanco y apoyo consciente a fuerzas minoritarias. (…) Se necesita tiempo, es verdad, pero cuanto más anticapitalista sea el 15-M, más conciencia creará; y cuanto más 15-M sea el 15-M, más apoyos recibirá.» Estoy de acuerdo con la conclusión y particularmente en la necesidad de tiempo en el sentido cronológico. Pero creo que al movimiento le falta algo en relación al tiempo político, a «su» tiempo político, que sólo el paso del tiempo no resolverá. No es algo que tenga claro, ni que sea fácil de formular.

Aproximadamente, creo que el 15-M ha nacido del rechazo general al sistema político y a la «dictadura de los mercados». Ahí se mueve, nos movemos, con confianza, con capacidad de convocatoria y con un repertorio de acciones y un tipo de organización eficaces. Ha conseguido enraizarse después en barrios populares, aunque de una manera desigual, y en ellos ha restablecido tejido social, ha creado nuevas acciones potentes como las luchas contra los desahucios (que ya empiezan a ser maniatadas por el «estado de derecho») y también cuenta con formas de organización y un repertorio de acciones básicamente satisfactorio. Ha conseguido también permanecer unido, gracias a la propia presión del movimiento y también a la prudencia con la que organizaciones políticas leales al movimiento han reaccionado ante intentos de exclusión sectarios e injustos. Pero veces pienso que hay un exceso de autocomplacencia en el movimiento, que sería un obstáculo considerable cuando, inevitablemente, se va a enfrentar a nuevos desafíos políticos para los cuales los actuales recursos organizativos y políticos no parecen suficientes. No sé bien cómo puede producirse un paso adelante unitario del movimiento en la acción política. Nacerá probablemente de la propia experiencia, no de debates. Pero tampoco vendrá mal pasar de la lírica a la crítica a reflexionar sobre los logros y los problemas del movimiento.

La segunda pregunta es mucho más fácil de responder. No recuerdo donde he leído que la razón por la que no hubo acuerdo entre IU e IA es que la dirección de IA consiguió la mayoría frente a una minoría favorable al acuerdo. Esto es una pura fantasía. Es cierto que hubo una minoría significativa que estuvo en desacuerdo con participar en estas elecciones. Yo formé parte de ella y, por cierto, reconozco que me equivoqué; no es ahora el momento de explicar en qué y por qué. Pero en esa minoría no sé de nadie que fuera favorable a un acuerdo con IU en las condiciones que ésta organización nos planteó, es decir: ningún debate político; sólo discusión sobre puestos en las listas. Quizás este método le vaya bien a IU con otras organizaciones. Con IA, no. Para generar confianza, y la política unitaria necesita confianza, hay que hablar y escuchar. La política unitaria no puede tratarse como una negociación de intereses. En este caso, de supuestos intereses. Somos militantes, activistas, revolucionarios; no hay entre nosotras y nosotros vocaciones de parlamentario.

Así que ahora después de una buena campaña, con las dosis correspondientes de entusiasmo, agobio, improvisación, cooperación, también problemas de absorción de todas las energías que habrá que evaluar… toca votar. La verdad es que ya iba siendo hora de hacerlo. Probablemente, los resultados serán muy modestos. Éste es un inconveniente que algunos valoramos más y otros menos. No creo que eso afecte en nada a la convicción. Y cuando tanto se reclama el «voto útil» da gusto reclamar el voto por convicción, por confianza en las ideas y el proyecto de Anticapitalistas, por ganas de que se avance y se refuerce. Y pasar de eso del «voto basura»; es verdad que los votos a Anticapitalistas se reciclarán inmediatamente en trabajo en los movimientos. No todos pueden decir lo mismo.

También sin agobiarse demasiado por ser minoritarios. Como dice Jorge Riechmann: «si la respuesta de la mayoría ante la puesta de sol es bajar la persiana, ¿vamos a concederle la razón?»

Miguel Romero es editor de VIENTO SUR

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.