En la Hungría de Orbán, la Polonia ultra, la Italia de Meloni y ahora en España con Abascal, la reescritura del pasado es uno de los principales campos de batalla de la extrema derecha
Que la historia sea un campo de batalla no es ninguna novedad. Siempre ha sido así y siempre lo será. De hecho, es también lo que está pasando en estos últimos años con las nuevas extremas derechas que han pisado el acelerador en sus operaciones de manipulación. A fin de cuentas, George Orwell lo había puesto negro sobre blanco cuando escribió que “todo nacionalismo está obsesionado por la creencia de que se puede alterar el pasado”. En Hungría, Viktor Orbán ha creado incluso un “comisionado gubernamental para la educación patriótica” para que los estudiantes interioricen los valores del honor y la disciplina, y para que estén orgullosos del pasado de su país, también de la dictadura autoritaria del almirante Horthy, de las leyes antisemitas y la colaboración con los nazis. El Gobierno ultra de Varsovia ha aprobado una ley con la que se impide vincular al país con los crímenes del Holocausto. En Italia, Giorgia Meloni y los miembros de su ejecutivo se llenan la boca de burdas reivindicaciones nacionalistas que no solo intentan reescribir la historia desde el presente, sino que la retuercen alterando la verdad factual. Y eso mismo pasa en España.
Cuando hace dos años Éric Zemmour irrumpió en la política francesa, un colectivo de historiadores se sintió interpelado y escribió un breve texto, Zemmour contre l’histoire (Gallimard, 2022), para rebatir la que consideraban con razón “una historia distorsionada, sesgada, marcada por la obsesión identitaria y la exaltación de la violencia, a menudo a costa de errores, malentendidos o directamente mentiras”. Fue una operación útil y necesaria. Algo similar se ha hecho ahora en España frente al uso falsario de la historia por parte de Vox. Al ver cómo la historia se ha puesto “al servicio de un proyecto ultranacionalista acrítico con el pasado”, un grupo de historiadores ha decidido levantar la voz y ofrecer al público un ágil volumen, Vox frente a la historia (Akal, 2023), que no solo desmiente las mentiras del partido ultra acerca del pasado de España, sino que pone de relieve la importancia que la ultraderecha otorga a la historia. Como afirma el editor de la obra, Jesús Casquete, “cuando un grupo u organización política se embarca en la reescritura de la historia hasta convertirla en irreconocible a quienes se han especializado en su estudio, entonces el rigor histórico se erige en una prioridad política y el deber cívico en un imperativo moral”. Bienvenidas sean estas publicaciones que demuestran, además, que los historiadores, al contrario de lo que se repite a menudo, no solo saben hablar a un público que va más allá de los estrechos círculos académicos, sino que el conocimiento histórico es algo que no puede ser menospreciado.
A muchos les resultará patético y ridículo el uso que Vox hace de la historia. No es para menos. Todos recordarán el vídeo que, a finales de 2018, mostró a Abascal galopando a caballo hacia el sur para “reconquistar” Andalucía. Muchos se habrán fijado en las continuas referencias a Covadonga, donde Vox empezó las campañas electorales, o las evocaciones a Lepanto, con las “gloriosas hazañas” de la conquista de América que supuestamente llevó la civilización a unos pueblos subdesarrollados, las loas a Cortés y Pizarro, la celebración de la “época dorada” de los Reyes Católicos, el “universalismo humanitario” del imperio español y un largo etcétera. Algunos se habrán fijado, quizás, en el non plus ultra de la recreación histórica en cartón piedra de la nueva extrema derecha española: en el marco de Viva 22, el evento que el 12 de octubre de 2022 organizó en Madrid, Vox puso en escena un esperpéntico espectáculo titulado “La Historia que hicimos juntos”. Vayan a verlo en YouTube si tienen valentía.
Ahora bien, todo esto nos puede hacer reír o sonrojar de vergüenza ajena. Pero serviría de poco. Porque, en primer lugar, Vox ha demostrado invertir energías y esfuerzo en apelar a la historia “como instrumento de lucha política y afirmación ideológica” con el objetivo de revitalizar “un discurso histórico en buena medida abandonado y académicamente desacreditado”, en palabras de Mateo Ballester. La historia, en síntesis, está en el epicentro de su proyecto y representa uno de los principales campos de batalla de esas guerras culturales que la extrema derecha ha convertido en todo el mundo en su seña de identidad. Como apunta Marcela García Sebastiani, la historia le sirve a Vox “para construir identidad y sentimientos de cohesión colectiva”. En segundo lugar, porque este discurso cala. Así que toca mojarse y contrarrestarlo desde el conocimiento científico. Porque la historia, aunque algunos todavía no se hayan enterado, es una ciencia con un proceso riguroso de consulta, análisis e interpretación de fuentes primarias, y no una opinión para tertulianos que se han leído como mucho los libros de Pío Moa o algún artículo del Marca.
Como explican los autores del libro que, vale la pena subrayarlo, son algunos de los mayores especialistas de la historia española de la edad media, moderna y contemporánea, Vox intenta llevar a cabo una doble operación. Por un lado, presenta el pasado, sobre todo el remoto, como “glorioso e inmaculado”. Ahí encontramos la Reconquista, la Conquista de América y la España Imperial. Según el mismo Abascal, toda la historia de España fue, de hecho, una “epopeya extraordinaria”. Este relato épico de grandeza y unidad nacional no solo busca rememorar una inexistente Edad de Oro de la cual puedan sentirse orgullosos, sino que se presenta también como una especie de Arcadia feliz a la cual se debería volver. De ahí el lema con sabor trumpista: “Hacer España grande otra vez”. Al mismo tiempo, todo esto se vincula con tres de los temas clave del discurso de Vox. In primis, la islamofobia, ya que la identidad nacional se habría forjado frente al “enemigo musulmán” a través de la Reconquista. En segundo lugar, el catolicismo, ya que este habría sido el núcleo de la identidad nacional. En tercer lugar, la antiEspaña, ya que los enemigos internos –las izquierdas y los nacionalismos subestatales– ponen en cuestión este relato épico y llegarían a asumir discursos como la “leyenda negra” acerca del imperio español.
Por otro lado, Vox relativiza los “pasados sucios”. El siglo XIX casi no aparece en la reconstrucción de la historia de España de la extrema derecha: las Cortes de Cádiz acaban siendo subordinadas a la Guerra de la Independencia, mientras que el liberalismo es purgado de los elementos revolucionarios y democratizadores. Poco se dice de la Segunda República, así como de la Guerra Civil y de la dictadura franquista, excepto repetir las mentiras de la “propaganda neofranquista” de los Pío Moa y César Vidal, como apunta Julián Casanova. Así, la Guerra Civil supuestamente comenzó en 1934 por culpa de la izquierda y Franco no fue un dictador sanguinario, sino un “modernizador”. Décadas y décadas de investigaciones y trabajos académicos tirados a la basura.
En resumidas cuentas, Vox recupera la tradición histórica conservadora decimonónica que hizo suya el franquismo. Es decir, la visión menendezpelayana que vincula indisolublemente la nación con el catolicismo y la monarquía, y que fue ampliada luego en Defensa de la Hispanidad (1934) por Ramiro De Maeztu, autor muy querido por Abascal. Algo que, es menester aclararlo por si todavía hay algún despistado, no se corresponde con ninguna investigación histórica rigurosa. Así, supuestamente, la nación española tendría un origen más que milenario cuando cualquier estudiante de primer año de carrera sabe que las naciones no son solo “comunidades imaginadas”, como explicó hace cuatro décadas Benedict Anderson, sino que se crearon en la época contemporánea, entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, que es cuando además se inventaron la mayoría de sus tradiciones, como explicaron Eric J. Hobsbawm y Terence Ranger. Como apunta otro autor del volumen, Xosé M. Núñez Seixas, la de Vox es una “narrativa histórica de marchamo nacionalcatólico”. Y tiene rasgos neofalangistas, como pone de manifiesto Ana Isabel Carrasco Manchado en relación a ese “pasado imperial blanqueado” escrito con una “retórica racista, militarizada y androcéntrica”.
Aquí vale la pena subrayar cómo buena parte de esos relatos los impulsó ya el Partido Popular, aunque sin pisar tanto el acelerador. ¿Se acuerdan de cuando Aznar afirmó que los atentados del 11M fueron una venganza de Al-Qaeda por la Reconquista?, ¿o de cuando Esperanza Aguirre consideró que la conquista de Granada fue “un día de gloria” porque trajo la libertad a las mujeres españolas? De aquellos polvos, estos lodos. De hecho, el mismo PP, o al menos parte de él, sigue compartiéndolos. Basta pensar en lo que vino a afirmar Díaz Ayuso sobre la conquista de América.
Ahora bien, todo esto no se queda solo en el nivel discursivo. En diferentes municipios, Vox ha conseguido que la Reconquista sea parte de un relato oficial de la historia de España. Algunos ayuntamientos, como Badajoz o Alicante, ya han fijado la entrada de las tropas castellanas como día de la ciudad. En el caso de la toma de Granada, esto ha llegado al Parlamento de Andalucía y al Congreso de los Diputados con explicaciones que, en palabras de Alejandro García Sanjuan, alcanzan “cotas de esencialismo intensamente delirante”. En el caso del Ayuntamiento de Madrid recordarán seguramente la decisión de borrar a los dirigentes socialistas, y ministros de la República, Francisco Largo Caballero e Indalecio Prieto del callejero municipal. La iniciativa era obviamente de Vox. El PP y Ciudadanos votaron a favor de la moción en septiembre de 2020. Una verdadera movilización de historiadores, relatada en un capítulo de Eduardo González Calleja, consiguió que en tres ocasiones los tribunales parasen la decisión del Ayuntamiento al asumir literalmente los argumentos del informe técnico, elaborado por 350 especialistas en historia contemporánea de España, en que se afirmaba que la iniciativa de Vox se basaba en “viejos y desacreditados clichés pseudohistóricos de la propaganda franquista”.
Este es solo el principio. Imagínense a Vox en el gobierno y piensen en una de las medidas de su programa, que contempla un “plan integral para el conocimiento, difusión y protección de la identidad nacional y de la aportación de España a la civilización y a la historia universal, con especial atención a las gestas y hazañas de nuestros héroes nacionales”. ¿Verdad que no es algo muy distinto a lo que ha aprobado Orbán en Hungría, un régimen híbrido de autocracia electoral, es decir, no una democracia plena? Pues eso. Porque la historia, como recuerda justamente Marcela García Sebastiani, es “un instrumento inagotable para un combate cultural contra la democracia liberal”. Y los historiadores, que dedicamos nuestra vida al estudio riguroso del pasado, no podemos ni debemos quedarnos al margen de esta batalla. Ni dejar que nuestras democracias se vacíen de contenido.
Steven Forti es profesor de Historia Contemporánea en la Universitat Autònoma de Barcelona. Miembro del Consejo de Redacción de CTXT, es autor de Extrema derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla (Siglo XXI de España, 2021).