Disculpen mi retraso, pero lo cierto es que para ayer, primero de mayo, no pude tener preparada mi columna semanal. Asimismo, como quiera que soy muy considerado con estas efemérides anuales, tampoco deseaba que nadie se tuviera que tomar el trabajo de tener que leer mi columna. Si se trata de que un día como […]
Disculpen mi retraso, pero lo cierto es que para ayer, primero de mayo, no pude tener preparada mi columna semanal. Asimismo, como quiera que soy muy considerado con estas efemérides anuales, tampoco deseaba que nadie se tuviera que tomar el trabajo de tener que leer mi columna. Si se trata de que un día como el de ayer sea una jornada de descanso, no podía ser yo el que trastocara tan feliz idea. Porque en días de fiesta no se pueden plantear conflictos que puedan llegar a abatir a la clase obrera, y yo quería hablar, precisamente, de uno de ellos y no el menor. Me estoy refiriendo al problema de la vivienda. Una amiga mía, Idoia, ha recibido esta semana una carta de su novio, Juanjo. Mi amiga me envío una copia de la carta para que yo le aconsejara. Ella quería saber cuál sería mi reacción si me viera en su situación, pero lo cierto es que tras leer y releer el mensaje, no sé qué recomendación darle… Pero, lean ustedes y juzguen…
Querida Idoia:
No soy capaz de esperar tu vuelta para decírtelo: Nos han concedido una VPO de 30 m2. Nos casamos, Idoia, ¡nos casamos!
Te confieso que no es el piso en sí lo que me tiene loco, sino el pensar en compartirlo contigo. He conseguido un plano y aquí me tienes, regla en mano haciendo cálculos. Mi madre dice que es pequeño. Ya sabes cómo son las mujeres de antes, y ella tiene hasta máquina de coser.
Sé que espacio no nos va a sobrar, pero con ideas tampoco nos faltará. No compraremos la cama de Ikea de 1,80. Por más que mido no cabe, pero pensándolo bien, la de 1,05 es más íntima. Sé que a la larga un camón de 1,80 nos distanciaría.
Tampoco el piano. Tu hermano me lo ha medido y nos faltan 18 centímetros, pero en cambio en ese espacio encaja ideal el ordenador. Claro que sin piano no puedes dar las clases y ya contábamos con ellas para vivir, pero he pensado que puedes seguir dándolas en casa de tus padres. Seguro que ellos encantados de poder verte cada día. Por cierto, tampoco encuentro lugar para todo ese tocho de temario de tus oposiciones, porque aunque había pensado que podías estudiar en la mesa del comedor, no puede ser. He elegido una abatible para que nos quepa el sofá, y si dejamos la mesa todo el día no podemos sentarnos, así que también tendrás que estudiar en tu casa. Será por poco tiempo, porque seguro que la oposición la sacas a la primera. Yo dejaré en la mía los trastos de esquíar, las raquetas y los libros, porque aunque pensé en hacer un cajón-bajo-cama que explicaron en Bricomanía, he desistido. Caber cabe, pero no se puede sacar, porque por un lado se lo impide la pared y por el otro, el armario.
En cuanto a hijos, si el cielo nos bendice con alguno, tengo la solución. Ayer medí el recién nacido de mi hermana y tiene 50 centímetros escasos. Una cuna proporcionada nos cabe junto al sofá si quitámos la lámpara de pie y ponemos un aplique, y cuando descolguemos la mesa para comer, llevamos al niño a la ducha, que es un espacio desaprovechado porque sólo se usa unos minutos al día.
Lo que traeremos es el reloj de pared de tu abuelo ya que aunque no anda le tienes cariño. Le he encontrado un sitio genial junto a la puerta de entrada. Le quitaremos el péndulo y utilizaremos el hueco como librería. He calculado que con una balda a media altura caben holgadamente diez libros y veinte CDs. ¿Ves como todo es cuestión de ideas?
Selecciona nueve de entre tus libros. Yo me llevaré el Ulises de Joyce que lo he empezado veinte o treinta veces y nunca lo termino. Con él sé que tengo lectura para años.
¿A que hemos nacido con suerte? Nos queremos, nos vamos a casar y sobre todo tenemos piso, Idoia, ¡tenemos piso! Ven pronto.
Te quiere, Juanjo.