Recomiendo:
0

La sociedad española más interesada en la proximidad física de la tortura que en el tipo que va secuestrado en el avión

Vuelos de la CIA: ¿pero qué más da el aeropuerto vigués de Peinador o el de Bagdad?

Fuentes: Rebelión

Título: Vuelos de la CIA: ¿Qué más da Peinador o Bagdag Cuando el malogrado Diario 16 -en su momento, un momento puntual, una gran escuela de periodismo en la que aprendimos muchos- comenzó a publicar las corruptelas del entonces director de la Guardia Civil, Luis Roldán, la conmoción fue grande en el entorno político pero […]

Título: Vuelos de la CIA: ¿Qué más da Peinador o Bagdag

Cuando el malogrado Diario 16 -en su momento, un momento puntual, una gran escuela de periodismo en la que aprendimos muchos- comenzó a publicar las corruptelas del entonces director de la Guardia Civil, Luis Roldán, la conmoción fue grande en el entorno político pero no alcanzó de lleno a la opinión pública. Meses después de haberse iniciado la campaña informativa contra este ladrón de dinero público, un semanario sensacionalista publicó unas fotos suyas en las que, medio en pelotas, participaba con amigos y amigas en un festín de medio pelo que no llegaba al grado de fiestorro que muchos de nosotros -yo, el primero- nos hemos pegado en más de una ocasión para alegrar el cuerpo. Esas fotos le valieron la condena definitiva de la opinión de la calle a pesar de que no representaban delito ni falta alguna más allá de los códigos morales de cada uno. A mí ese linchamiento me pareció abominable porque fomentaba la ignorancia sobre el verdadero problema: que este tipo era un delincuente que nos robaba a todos los españoles.

Estos días vuelvo a tener las mismas sensaciones al ver el revuelo generado por las noticias sobre los aviones del espionaje estadounidense que usaron aeropuertos españoles en el traslado de seres humanos para su tortura en terceros países (como si el secuestro previo y el futuro incierto no fuesen una tortura en sí misma). La mayoría de los medios, los más entregados a la frase fácil, les llaman los vuelos de la muerte o de la infamia. Periodistas sesudos describen con pelos y señales en qué momento aterrizó el avión en tal o cual aeropuerto, cuántas personas había dentro del aparato y qué pidieron a los servicios de asistencia, pero no encontré reflexiones sobre la cuestión de fondo, ni una. ¿A mí que coño me importa cuántas ventanillas tiene el avión? Es como ver la imagen de un muerto de hambre en Etiopía y ponerse a discutir sobre si lo que tiene en las pestañas es el anófeles o la tse tse.

En cualquier caso, las posiciones críticas de los medios están relacionadas, estrictamente, con la presencia de los aviones de torturadores en territorio español y lo incómodo que resulta para nuestra sociedad frívola estar tan cerca de hechos aberrantes pero que nosotros mismos hemos provocado. Lo importante no es el abuso cometido, la injusticia en sí misma, sino cómo nos enfrentamos -también los medios y los periodistas- a la proximidad física de esta tortura y cómo distanciarnos moralmente de la sensación de culpa que esto produce. Si estos aviones hubieran operado en otros países la discusión se habría disipado. En realidad, estamos más preocupados por corregir y readaptar nuestro complejo de culpa -reflexión egoísta- que por el tipo que va en el avión con rumbo desconocido -reflexión en unos solidaria y en otros altruista (yo prefiero la primera). Y ese tipo secuestrado y prisionero de futuro incierto podría ser yo, o usted. Pero nadie dedica una línea al reo, ni una, o al hecho mismo de torturar.

Personalmente, no he conseguido escandalizarme nada con las noticias sobre los vuelos de los torturadores por el espacio aéreo español. Yo me escandalicé cuando empezó la masacre en Bagdad. Todo lo que sucedió con posterioridad forma parte de la lógica de todas las guerras salvajes. O qué esperábamos.

He de recordar, además, que en la misma página en la que se comentaban los vuelos de la CIA -que son los vuelos de Aznar y de las Azores, porque es lógico pensar que las guerras, cuando se declaran, se hacen con armas y para matar- aparecía otra noticia sobre el nuevo destino de un buque español dedicado hasta ahora a la caza de narcotraficantes en alta mar: ahora se va al sur a interceptar embarcaciones de emigrantes africanos. Esos son también viajes de la infamia y de la muerte que hay que atajar, por lo visto, con más tesón que a los violentos delincuentes de la droga a gran escala. Las informaciones que recibimos a diario sobre los movimientos migratorios -lo que puede y lo que no puede pasar fronteras, lo que pasa libre y lo que recibe aranceles, etc- son una de las grandes manipulaciones de este siglo que algún día será cuestionada por los historiadores.

Nota: Buena parte de la prensa de hoy insiste en la denominación de cayucos para los barcos que fabrican los emigrantes africanos para llegar a Europa. Alguien pone una estupidez de moda y todos detrás, por miles y miles. Yo no soy especialmente pomposo ni generoso en vocabulario -hasta es posible que no escriba con ninguna belleza- pero sigo la máxima de no emplear aquellas palabras cuyo significado desconozco o que acaban de llegar impuestas por una moda. Y debo ser el único ignorante del país por la frecuencia con la que me ayudo del diccionario. Quiero pensar que la mayoría de personas con un mínimo de cultura marítima saben que un cayuco no tiene nada qué ver con esas grandes barcazas que se construyen los africanos. Lo de patera ya es un término que no suele ser correcto en muchos de los botes o lanchas que llegan de África, pero lo de cayucos es, para resumir, como llamar avión a un helicóptero. Los cayucos son aquellas canoas hechas de un único tronco que se manejan con un remo con forma de cuchara y que transportaban a Ava Gardner y a Clark Gable de un lado a otro en Mogambo. Por cierto, en la película también son los africanos los que no dejan de bogar a pesar de que los inmigrantes son, esta vez, los blancos.