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Vuelve el guerrero del antifaz

Fuentes: Rebelión

Las revueltas populares (jamás revoluciones) que han sacudido durante las últimas semanas al mundo árabe, son estas semanas objeto de multitud de análisis, que tratan de encontrar un futuro posible, para el que brotan cientos de teorías, aunque la mayor parte de ellas caigan, en mi modesta opinión, en el hermoso paisaje de un optimismo […]

Las revueltas populares (jamás revoluciones) que han sacudido durante las últimas semanas al mundo árabe, son estas semanas objeto de multitud de análisis, que tratan de encontrar un futuro posible, para el que brotan cientos de teorías, aunque la mayor parte de ellas caigan, en mi modesta opinión, en el hermoso paisaje de un optimismo tan voluntario como infantil.

El primer premio, en cuanto a fe y convicción, lo podría obtener Atilio Borón*, quien en un pormenorizado escrito llega a hablar de la Revolución de Octubre, lo que no es sino síntoma inequívoco de un romanticismo del que llevo huyendo decenas de años, sin que por ello mi esperanza sobre un mundo mejor haya sufrido menoscabo, al menos en lo que se refiere a mi comportamiento periodístico, en la certidumbre de mantener viva la obligación de transmitir cierta serenidad, pero también recelo y sospecha, en procesos como el sucedido en Egipto, donde la ciudadanía salió a la calle, en masa, para exigir demandas de libertad.

Un mínimo sentido de la realidad debe hacernos mirar a todos lados, escudriñando en las rendijas, divisando el bosque que quieren cubrir los árboles, pero jamás deteniendo la mirada en el dedo que señala no el cielo, sino el infierno; ese que se oculta tras la decisión del ejército egipcio de conceder al poder civil seis meses para organizar una democracia. Como si ello fuera comprar una lavadora a plazos.

Las fuerzas armadas de Mubarak ya han recibido la orden de Washington y Bruselas (USA y la CE), para construir el entramado del que surgirá el principal actor de una película de ciencia ficción titulada Democracia yanqui para el Islam, que bien pudiera dirigir un realizador como Alex de la Iglesia, al que felicito personalmente por su coraje en el asunto de la Ley Sinde (cencia), lo que no es óbice para repudiar su Balada Trompetera por un simple motivo: la España del PPSOE es así, de tortura y pandereta, gracias a filmes como La Vaquilla, Volver a empezar, la serie Cuéntame y la famosa Balada, ejemplos de caspa y necedad voluntarias, dada la solemne ausencia de obras rotundamente críticas con una dictadura repugnante, que se muestra a las nuevas generaciones como una etapa simpática, merced no solo a esas cintas, sino al comportamiento y declaraciones de personajes como Imanol Arias, encaramado en el pedestal de la estulticia, pasando por las peanas donde se sitúan Almodóvar, Santiago Segura y Juan Echanove, defensores del silencio mediático del franquismo, mudos ante las víctimas del terror fascista y la monarquía borbónica, pero ácidos parlanchines contra del sistema cubano.

Es comprensible, pero no admisible, que muchos colegas anhelen civilizar a su manera a un mundo islámico en lo concreto, y africano por extensión, en el que no existieran ni el burka, ni el velo, ni el Corán, ni siquiera las chilabas, y menos los niños-bomba o la ablación del clítoris (aunque no sea tradición árabe), o la lapidación, para trocarlos bajo un régimen más democrático y humanitario, por otras costumbres más sanas y cultas como recortar salarios y pensiones, privatizar la sanidad y la cultura, consentir la tortura al descubierto, apoyar las invasiones en las que se asesinan miles de niños, mujeres y ancianos, más la vergüenza que supone el babeo de ministros de Exteriores (Moratinos y Jiménez), de una ex presidenta de gobierno (Fernández de la Vega) y un Fiscal General de Estado (Conde-Pumpido), asegurando al embajador USA en España, que el gobierno de Zapatero, como el de Aznar, están dispuestos a dejar la piel para impedir que varios mercenarios yanquis sean procesados en España por el asesinato del cámara José Couso.

Se trata de imponer al mundo árabe un sistema respetuoso hasta el límite, en el que lo civilizado fuera inyectar un líquido mortal a un condenado por homicidio, sentarlo en una silla eléctrica o hacerle respirar un gas mortal. Un régimen en el que los ciudadanos dispongan de armas con las que segar la vida de decenas de estudiantes o vecinos, donde el fascismo sea una doctrina permitida, promocionada y consentida.

Se combate en Occidente para montar en ese mundo árabe, un sistema que permita el robo, la estafa y la evasión de capitales, disfrazándolo de inversiones monetarias en el extranjero; que consienta que miles de mujeres vendan su cuerpo y alma en la calle, anunciándose en diarios y televisión, porque ello no es tan humillante como llevar un velo; ese es el Edén al que la civilización cristiana (que no agnóstica, porque para eso hay sátrapa en el Vaticano, cómplice de la pederastia que distingue a su Iglesia), promete a los seguidores de Mahoma, sumiéndoles en las arenas movedizas de un mayor desconocimiento, de un enorme analfabetismo, de manipulación periodística, de otra injusticia más sibilina, porque los líderes del IV Reich, en Washington y Bruselas, se niegan a admitir, y menos a creer que solo el conocimiento es la virtud (Sócrates), que un pueblo culto es un pueblo libre (José Martí).

Al Islam, en su conjunto, le sobran reyes, príncipes, jeques, dictadores, mandatarios y ministros, apoyados desde hace decenios por esos dos epicentros de la delincuencia y el genocidio; porque tanto los Obamas o las Merkel, los Berlusconis y Sarkozys, han mantenido encantados ese tipo de rateros millonarios, ya que a su vez, quienes campan en Marbella o Miami, ceden los bienes de un pueblo a quien mejor paga.

Al Islam le hace falta una revolución bolivariana, en la que el ejército se sienta parte del pueblo y no su carcelero, como en España. Al Islam no le hacen falta, para modernizar sus sociedades y pueblos, ni Rajoys, Uribes o Santos, ni Garcías, Lobos o Zapateros, ejemplos vivos de inutilidad social y cultural, sino Chávez, Chés, Castros, Ortegas, Lulas, Correas y Morales, con todos sus defectos, pero con todas sus virtudes.

Si Túnez y Egipto comenzaron un proceso popular, vestido de revuelta multitudinaria (que no revolucionaria), si el sobresalto argelino todavía no provocó la chispa esperada, en otras partes del mundo árabe, las gentes ignoran la miseria de nuestras transiciones a la democracia. Yemen, Bahrein, Jordania, Siria e Iraq particularmente, son teatros de futuras manifestaciones multitudinarias contra esos regímenes, que han servido de sostén y soporte, en muchos casos, al sionismo de Israel. Mientras tanto, mil ojos armados vigilan atentamente la evolución de esas algaradas.

Que no se mueva nadie: llegan las transiciones. Octubre no será rojo, sino negro, como el petróleo, verdadera razón de todas las revueltas teledirigidas y pagadas con los cheques sin fondo de Wall Street.

Se ha decidido que el Islam es culpable. Debe pagar su herejía tragando democracia por un tubo, y por el otro, el oro negro fluye directamente a los Bancos de la Santa Iglesia Neoliberal.

Manuel Gago fue un maravilloso dibujante. El Guerrero del Antifaz, un gilipollas al servicio de la Santa Cruz. Fernando un niñato, digno de Gran Hermano. Hoy prefiero imaginar a Alí Khan yaciendo con la Condesita Ana María… aunque me da en la nariz que al final se casa con la Duquesa de Alba.

(1) Polítologo y sociólogo argentino, escribió «¿Un Octubre en el mundo árabe?». http://www.rebelion.org/noticia.php?id=122269

En el blog del autor: http://tenacarlos.wordpress.com/2011/02/15/%C2%A1%C2%A1-vuelve-el-guerrero-del-antifaz%C2%A1%C2%A1/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.