Nota de edición: Este artículo de Sacristán de principios de los cincuenta, probablemente de 1951, debía formar parte de la Enciclopedia Política Argos, un proyecto editorial, que finalmente no llegó a editarse, en el que el papel de Esteban Pinilla de las Heras fue esencial.
El escrito del joven Sacristán fue publicado, en edición de Laureano Bonet, en mientras tanto, nº 63, otoño de 1995, pp. 55-58, y ha sido recogido por Albert Domingo Curto en su edición de Manuel Sacristán, Lecturas de filosofía moderna y contemoránea, Madrid, Trotta, 2007, pp. 59-62.
Sacristán escribió también la voz «Personalismo» para esa misma enciclopedia (también recogida en Lecturas de filosofía moderna y contemporánea, ed cit, pp. 63-70, y en el citado número de mientras tanto) y editó en Laye, en 1951, como hiciera igualmente Gabriel Ferrater, reseñas de obras de S. Weil -«A la espera de Dios», «Intuiciones precristianas», entre ellas- que pueden verse ahora en: Manuel Sacristán, Papeles de Filosofía, Icaria, Barcelona, 1984, pp. 468- 479 (Uno de estos escritos se reproduce en la nota final de edición).
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La preocupación política de Simone Weil es anterior a su vocación religiosa. Data de 1931, cuando, al ser nombrada profesora de filosofía en el Liceo de Puy-de-Dôme (Auvernia) entra en contacto con los sindicalistas de la «Révolution Prolétarienne», publicación no-stalinista. Impulsada por ideas bien precisas y por sentimientos profundos, pide un permiso especial y trabaja como obrera de fábrica desde el martes 4 de diciembre de 1934 hasta finales de 1935. Luego interviene en la guerra civil española, cae -de vuelta a Francia- bajo las leyes antisemitas y antiizquierdistas de Vichy, quedando separada de su profesión, consigue salir de Francia, llega a New York (vía Casablanca) y luego a Inglaterra donde, sometida voluntariamente al régimen alimenticio del racionamiento francés, muere tuberculosa el 24 de agosto de 1943, en el sanatorio de Ashford (Kent).
Si en su vida la vocación política (que nunca desapareció en ella) fue anterior cronológicamente a sus experiencias religiosas, en cambio, el conjunto de sus ideas revolucionarias parece haber estado pidiendo desde el primer momento el fondo religioso que les da la posterior intuición religiosa central. Un cuadro de las ideas políticas de Simone Weil -cuadro que es posible establecer a pesar del carácter fragmentario de la mayoría de sus escritos- resulta poco profundamente comprensible si no está trazado sobre el fondo omnipresente de su experiencia y su teoría religiosas.
Principios religiosos del pensamiento político de S.W.– El pensamiento religioso de Simone Weil es lo suficientemente sistemático para poder ser estructurado expositivamente en una teología bastante completa. Pero sólo tienen importancia directa sobre sus ideas políticas los principios religiosos que coinciden en configurar, dentro de su teología, una moral rigurosamente personalista. Este núcleo de pensamiento se organiza a través y en torno del desarrollo del siguiente principio: sólo la persona tiene un valor substantivo, un valor ante la transcendencia. La consideración como substantivas de entidades que no sean la persona es una forma de idolatría.
Si a este principio se une -no meramente añadido, sino ligado en el origen- el principio religioso del amor, se tiene el fondo teológico completo (por más que esquemático) de la ideología política de S. W.
Doctrina política de Simone Weil.- Al encerrarse en el campo de la teoría política, S. W. lleva a cabo, en primer lugar, una armonización del principio personalista con el principio del amor. La forma en que realiza esa conjunción es de una violencia intelectual muy propia del pensador religioso: como que el fin primordial del individuo es su propia perfección como persona y ésta requiere ante todo el cumplimiento de los imperativos básicos de la conciencia, la persona que ha sido colocada en el centro del reino del ser es, ante todo, la persona «del otro». El principio del amor -o de la justicia, pues ambos términos son rigurosamente sinónimos en la teología de Simone Weil, nada sentimental- resuelve por su primacía el posible conflicto que puede albergar en su seno un personalismo de tipo individualista clásico. La formulación de esta solución por S. W. adopta una terminología jurídica: «La notion d´obligation prime celle de droit, qui lui est subordonnée et relative» («La noción de obligación es primaria frente a la de derecho, que le es relativa y le está subordinada») [1]
El auténtico problema para un pensamiento político personalista -sobre todo, si es de cuño religioso- consiste en la aclaración y definición de la naturaleza de las entidades intermedias entre la persona y la transcendencia: familia, municipio, estado…S.W. ha dedicado un libro -el único totalmente compuesto por ella- a desarrollar su visión de ese problema. Ese libro, llamado sin duda a hacerse clásico, fue escrito en Inglaterra durante la guerra, a petición de los colaboradores del general De Gaulle (que nunca utilizaron las ideas de la autora) y responde con su mismo título al problema de la justificación de las entidades intermedias entre el hombre y la transcendencia. L´Enracinement, el arraigo o enraizamiento es, para S.W., una necesidad radical del hombre. Es para ella una cuestión de hecho comprobable que el hombre no puede desarrollar sus posibilidades esenciales si carece del arraigo físico y psíquico que le prestan las que venimos llamando «instancias o entidades intermedias». Familia, municipio, sociedades, estado, se justifican porque son la tierra en la que la persona arraiga para crecer y madurar. Esta justificación lleva en sí, naturalmente, una compatibilidad esencial con las transformaciones revolucionarias más radicales: pues no es tal o cual forma de Estado la que es justificada, ni siquiera el Estado como tal o la familia o la asociación; sino sólo esas formas en cuanto suministradoras de arraigo humano. Y una forma concreta de estado o de sociedad familiar o económica o de cualquier tipo, deja de tener justificación alguna y debe perecer, incluso por vía revolucionaria, cuando lejos de suministrar aquel humus necesario para la vida del hombre, se convierte, por su naturaleza masiva o injusta, en un frío elemento de desarraigo: éste es el caso antonomásico del estado político-social causante de la proletarización de Occidente.
Aquí se insertan de nuevo, vivificados y sistematizados por esos principios profundos, las preocupaciones revolucionarias de S.W. El proletario, en efecto, es un ser forzosamente desarraigado: las demasiadas horas de trabajo junto con el cansancio, le quitan la posibilidad de arraigar en entidades de tipo cultural, intelectual o no -el estudio o el folklore, por ejemplo- mientras que el carácter mecánico y casi incomprendido del trabajo de las grandes fábricas le impide arraigar en lo que acaso sea para S.W. el primer terreno de enraizamiento del hombre: el propio trabajo. De aquí que el proletario tenga casi cerrado el camino hacia su constitución en persona auténtica, porque es ilusorio esperar que en un desarraigado forzoso puedan llegar a madurar las posibilidades de libertad íntima que configuran la idea del hombre-persona, no mero individuo zoológico. Los fundamentos teológicos del pensamiento de Simone Weil conducen, pues, con todo rigor, a una doctrina política revolucionaria de extrema izquierda. Y esa concatenación lógica da razón y profunda unidad a su vida de mística y militante sindicalista.
En el último recodo del pensamiento de la gran escritora prematuramente muerta, aparece de nuevo el tema religioso, planteando un aparente contrasentido que es preciso aclarar: como en la mayoría de los místicos, se da en Simone claramente la idea de que en el ideal religioso de justicia (la humildad de estilo de S.W. nos rechaza el usar aquí términos como «santidad» o «perfección») la persona (el místico) prescinde también, forzosamente, de los bienes del arraigo o enraizamiento, para quedar absolutamente solo y desnudo ante la transcendencia. Esto, empero, es compatible con la postulación de arraigo para el hombre que lleva a cabo su teoría política: pues sólo puede entregarse, abandonándolo todo, incluso el bien humano radical, aquél que posee ese bien. En último término, los fines que persigue la política o debe perseguir al proporcionar arraigo a los hombres, son fines morales, definidores o preparadores de la situación del hombre: sólo después se abren las cuestiones religiosas. (Naturalmente, este «después» no tiene valor cronológico, sino lógico o sistemático).
El pensamiento político de Simone Weil ofrece la interesantísima característica de servir desde un punto de vista religioso-experimental a la corriente personalista revolucionaria que se va abriendo paso en la Europa contemporánea, sin estar previamente hipotecado al proselitismo o propaganda de alguna de las gigantescas máquinas públicas internacionales que se disputan desde hace tiempo el alma de los europeos.
Precisamente por eso, la obra de Simone Weil sufre constantes bastardeos. El lector debe estar prevenido contra el editor de los libros de S. W. que en nuestra lista bibliográfica van seguidos del asterisco* .
Bibliografía: La pésanteur et la Grâce, París, Plon, 1948. L´Enracinement, París, Gallimard, 19ª ed., 1949. La connaisance surnaturelle, París, Gallimard, 1950. Attente de Dieu, * París, Editione du Vieux Colombier, 1950. Intuitions prechrétiennes, * París, Editione du Vieux Colombier, 1951. Lettre à un religieux, París, Gallimard, 1951. Por último, la casa Plon, de París, está editando los Cuadernos de Simone Weil, en su estado de borradores; pero, al parecer por dificultades técnicas, tampoco da íntegros los textos de análisis histórico-filosófico (textos griegos principalmente), ni los estudios matemáticos
Nota MSL:
[1] L´Enracinement, pág. 7.
Nota edición: Los cinco primeros libros citados en la bibliografía fueron comentados por Sacristán para Laye. El siguiente texto es su reseña de «A la espera de Dios».
Simone Weil Attente de Dieu. Éditions du Vieux Colombier. París, 1950.
Vergonzoso volumen, realmente. Es de suponer que J. M. Perrin se ruborice, desde el momento en que realizó esta hazaña editorial, cada vez que recuerde la ingenuidad con que Simone Weil le confió textos y palabras. El volumen se compone de 46 páginas de «Introducción general» del señor Perrin, 14 páginas más de notas e introducciones especiales debidas a la misma pluma, un tanto enferma de logorragia y -menos mal- unas cartas y cinco estudios de Simone Weil.
Lo grave es el contenido de esas notas e introducciones de Perrin, pues ni una sola respeta íntegramente el pensamiento a que se refiere. Este hombre no ha sido capaz de leer ni una sola línea sin esperar que el texto dijera lo que él ya piensa desde los primeros días de su infancia. Cuando el texto no se presta a ello ni leído al revés, el editor no tiene más reacción que ésta: medir cuidadosamente los extraños «centímetros» espirituales que separan al pensamiento de S. W. de lo que tenía que haber dicho. Ni una sola nota presenta sencillamente el texto de S. W., o se limita a someterlo a una crítica interna. Ni siquiera a una honrada y abierta crítica externa. Lo que hace es proyectar una versión astigmática de las construcciones de S. W.: no falta ninguna línea pero todas padecen distorsiones, por el mero hecho de soportar en sus extremos las introducciones, o por estar referidos los textos a problemas de una concreción y materialidad que el pensamiento de S. W. no se propuso nunca.
El hecho sería doble, triple, no sé cuántas veces vergonzoso (ya que viene cubierto por esa indudable garantía que es para el lector un editor presentado como el amigo más íntimo del autor en sus años productivos) si no estuviera tan claro que más que de mala fe se trata de incapacidad para entender y aceptar que algo existe en el mundo que no sea uno mismo o la proyección de la propia creencia. J. M. Perrin es un buen escritor. Pero no es el primer caso de gran inteligencia que no puede entender más que sus creaciones propias. Poco a poco va uno descubriendo que es más difícil saber leer que ser un genio.
Además de las impertinentes y abundantes páginas del editor, el volumen contiene en primer lugar seis cartas: dos sobre temas teológicos (Bautismo), una sobre un problema moral concreto, dos autobiográficas y una última, importantísima (carta del 26 de mayo de 1942, desde Casablanca) que muestra cómo Simone Weil se dio al fin cuenta de lo difícil que es tratar con quien no puede entender nada porque ya ha decretado que lo entiende todo. El imperturbable editor la publica y ¡la contesta! Supongo que es un caso único en la historia editorial, sobre todo, estando muerto el autor. La contestación, naturalmente, no es tal contestación, sino una muestra más de impermeabilidad.
En la segunda mitad publica Perrin un estudio pedagógico, otro sobre la desgracia y la teoría de las formas del amor implícito de Dios, de importancia en el pensamiento de la autora. Por último, se encuentra en el libro la exposición del Padrenuestro (según el texto griego de San Mateo) y el deslumbrante apunte acerca de «los tres hijos de Noé y la historia de la civilización mediterránea».
A pesar de todo, los textos de Simone Weil son más del triple de los de su editor en este volumen, escrito en una colaboración que Simone Weil habría rechazado probablemente, según puede inferirse de su carta desde Casablanca.
Sobre el personalismo, otro de los artículos que elaboró para la Enciclopedia, escribía Sacristán en la entrada «Filosofía» (Papeles de filosofía, ed cit, pp. 117-118):
«[..] La tendencia filosófica así llamada no es patrimonio de una escuela, según opinión de representantes caracterizados del grupo personalista más influyente de la postguerra, que es el francés. Al morir, Mounier estaba precisamente preparando una antología de textos «personalistas» recogidos de toda la historia de la filosofía. En la obra de Mounier, el personalismo es probablemente ante todo un intento de conciliar la teoría socialista (en versión más o menos marxista) de la sociedad con el subjetivismo existencialista y con el espiritualismo cristiano. Mounier mismo ha puesto en relación el origen de su actitud filosófica con la crisis económica mundial de 1929-1931… El personalismo es un esfuerzo por comprender y superar el conjunto de la crisis del siglo XX.
La plataforma filosófica que se da a ese intento se caracteriza -aparte de por la influencia de Marcel, perceptible en la doctrina del carácter metafísico fundamental de la intersubjetividad- por la falta de lo que podría llamarse «materiales auxiliares» -científico-naturales y científico-sociales- y por la total ausencia de sistematicidad. El personalismo cultiva un tipo de pensamiento que casi parece quedar absorbido por sus críticas del marxismo por un lado y del idealismo por otro. Tesis y conjuntos orgánicos de ideas son casi inhallables en esta filosofía. A lo sumo se encuentran en ella formulaciones de un ideal de integridad o plenitud personal, libre de la «cosificación» o «alienación» del hombre, entendiendo que la «radicación» de esa personalidad plena no puede darse más que en la trascendencia religiosa».
En torno a Sacristán, Gabriel Ferrater, Laye, Simone Weil y acerca de proyectos de los años cincuenta no finalizados, tiene interés este paso de Esteban Pinilla de las Heras de su imprescindible En menos de la libertad. Dimensiones políticas del grupo Laye en Barcelona y en España, Anthropos, Barcelona, 1989:
«[…] La enorme resonancia intelectual que ha tenido desde mediados de 1987, en el mundo anglosajón, el inicio de la publicación en Londres de las Obras completas de Simone Weil (en traducción al inglés). Pues acontece que el Grupo Laye fue el pionero en España y en el mundo de hablas hispanas, y concretamente en Barcelona, ya a principios del decenio de 1950, en el conocimiento, exégesis, y crítica, de las primeras obras editadas en el original francés, de la que era autora aquella moralista, combatiente política, mujer y pensadora de unas cualidades singulares, que fue Simone Weil. Manuel Sacristán y Gabriel Ferrater publicaron en Laye extensos comentarios a las primeras ediciones (obviamente, póstumas) de los escritos de Simone Weil, e incluso Laye llegó a anunciar la confección de un número monográfico dedicado al estudio de los textos de quien ya entonces era juzgada como una de las grandes figuras intelectuales europeas en los tormentosos años que condujeron a la Segunda Guerra Mundial. Ese número de Laye no llegó a publicarse y solamente en parte se conservan en mis archivos algunos escritos de Manuel Sacristán que hubiesen podido contribuir a él. Las circunstancias de la censura española de aquel período tampoco hubiesen permitido la edición de un tal volumen. De lo que hay que dejar constancia es de que hubo un grupo de intelectuales barceloneses (unos, catalanes de nacimiento; otros, de adopción) que se percataron de la transcendencia del hecho intelectual e histórico, con varios decenios de antelación a lo acontecido después en el ámbito cultural anglosajón. Por ello, esta prioridad barcelonesa merece ser destacada, y es necesario además profundizar en ella»
Finalmente, en la voz «Libertad» que Sacristán escribió en torno a 1954, también para la Enciclopedia Política Argos-Vergara (ahora en Manuel Sacristán, Lecturas de filosofía moderna y contemporánea, ed cit, pp. 45-57), puede verse el siguiente paso con referencia explícita a Simone Weil:
«[…] Todas y cada una de las limitaciones vitales pueden impedir a la persona realizar el desarrollo que es su más auténtico ser, porque yugulan su libertad entitativa. La miseria, la ineducación, el desarraigo, la ignorancia, la pérdida de contacto con la tradición del mundo en que se nace, son otras tantas trabas que estancan al hombre en un momento previo al ejercicio de la plena libertad. Simone Weil ha observado que en muchas prostitutas se da una pérdida de la conciencia de continuidad, un «morcellement du temps», que aniquila su libertad constitutiva, por más libre de coacción que se encuentre su libre albedrío, su independencia de meros individuos, su libertad no personal. El liberalismo clásico, desconocedor en la práctica y sólo en la práctica de la necesidad de proteger esa libertad constitutiva del hombre, se ha visto llevado a la contradictoria y angustiosa situación de hacerla prácticamente irrealizable por intentar mantener un sistema de libertades externas y superficiales que, en el juego de los factores económicos, siguieron permitiendo unas condiciones de vida esclavizadoras de las clases inferiores, sólo ligeramente más vivibles que la situación de esas clases hasta entonces».
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