Poniendo carita de inocente, todo aquel que haya tenido un gramo de responsabilidad en la llegada de la derecha al gobierno tratará de escabullirla. Unos, mirando para el techo, otros, mirando para el lado buscando en los ganadores la posibilidad de reciclarse, manteniendo los niveles alcanzados. O subiendo. Habrá manera de probar que fueron buenos […]
Poniendo carita de inocente, todo aquel que haya tenido un gramo de responsabilidad en la llegada de la derecha al gobierno tratará de escabullirla. Unos, mirando para el techo, otros, mirando para el lado buscando en los ganadores la posibilidad de reciclarse, manteniendo los niveles alcanzados. O subiendo. Habrá manera de probar que fueron buenos chicos y que tienen competencia en las tareas que se impondrá el nuevo gobierno, quizás no tan distintas de lo que se venía haciendo.
Tarde o temprano, el peso de la realidad deberá inocular la necesidad de una autocrítica de magnitud gigantesca. Resulta una afrenta el desfile de carteles de Pinochet con la banda presidencial y los gritos que le dedican el triunfo. Pero el caso es que la irrupción de la derecha no es después de una lluvia, al modo de las callampas. Los esfuerzos hechos durante tanto tiempo, tarde o temprano, debían dar frutos. La Concertación hizo todo porque hubiera un 17/01. No fue por la irrupción de Marco Enríquez-Ominami, ni por los rebeldes votos nulos que ganó la derecha. Fue por la persistencia de la soberbia, por la ceguera, por la certeza de una eternidad en el poder, en el convencimiento de «hacerla de oro».
Quien de manera más honesta reproduce lo que muchos deben estar pensando es Belisario Velasco. Dijo: «El triunfo de Piñera es bueno para todos». Habrá que dilucidar a quiénes se refiere cuando dice todos. Lo que queda claro es que ya la derecha no es esa sombra oscura que amenazaba con destripar a sus opositores.
Lo que mejor explica la desaparición del cuco de la semana pasada son las muestras de comprensión y cariño ofrecidas al ganador por parte del perdedor. Palabras cordiales, tratamiento coloquial, ofertas de colaboración y referencias a la amistad de larga data. Se insinúa una reedición de la política de los consensos en este segundo tiempo de una transición que pareciera no terminar nunca.
Se dijo hasta el cansancio que no es lo mismo quién gobierne. No lo será para los mismos de siempre, pero es legítimo tener alguna duda, a juzgar por esos gestos, que lejos de diferenciar, hermanan.
Alguien se hará cargo de los cálculos erróneos y explicará por qué no hubo transferencia del 80% de la popularidad de la presidenta a su delfín. Y por qué las cosas no cuadran, a pesar de haber sido la coalición más exitosa de la historia, todo dicho, eso sí, frente a un espejo.
La transferencia de la popularidad de la presidenta, según dicen las agencias de crear y eliminar personalidades, no fue posible. La idea extraña de comparar peras con melones genera, necesariamente, la diferencia entre unas frutas y otras. No es lo mismo para el populacho la gestión que puede hacer Bachelet para convencer a un tenista de jugar en el equipo de Copa Davis, que negar una histórica deuda a los profesores, o no subir un par de puntos los sueldos de los trabajadores.
La votación de La Araucanía refleja lo que han hecho en esa zona los helicópteros, las balas y los tres muertos de hace poco. Difícil trasformar en votos el trato dado a los mapuches en esa zona. Más de alguien recordará que durante el gobierno que termina hubo subsecretarios del Interior, que no se mandan solos, que dirigían con mano de hierro la represión que no discriminó en edad, género o condición.
Una cosa es con guitarra y otra cosa es sin guitarra. Pasará mucho tiempo antes que las aguas se aconchen y se vea mejor el fondo. Habrá que ser testigo de la mutación de los prepotentes de todo este tiempo. Habrá que ver en tanto renuncias, alejamientos, transferencias, vueltas de chaqueta y de carnero. Y silencio, mucho silencio.
Los ancestrales dirigentes de las organizaciones sociales, muchos de ellos ex postulantes a la Cámara, fruncirán los ojos para hacer mejor puntería al gobierno de los millonarios. Quizás no se pregunten qué hicieron para prevenir la debacle.
La Concertación se convenció que para hacer caminar el modelito era condición necesaria amaestrar, cuando no eliminar, el movimiento social y sindical. Así, por la vía de la cooptación, la penetración y las leyes, terminaron con centrales sindicales durmiendo siesta y poderosas organizaciones sociales anuladas, mirando por la ventana.
Ahora la Izquierda tiene la palabra. Si se agudizan o no las condiciones para emprender luchas mayores, no va a depender del gobierno de los millonarios. Va a ser responsabilidad de quienes durante todo este tiempo no hemos sido capaces de proponer una idea de país que ordene a sus militantes, adherentes, simpatizantes. Que encante el alma de la gente sencilla y que las haga caminar.
La Izquierda debe poner fin a su autoexclusión, convocar a su propia Asamblea Constituyente, generar para sí misma una Constitución democrática, eliminar su binominal interno y sustituirlo por un sistema de verdad democrático. Y enarbolar el sueño de un país más humano como la más preciada bandera.
(Publicado en «Punto Final», edición Nº 703, 22 de enero 2010 – [email protected])