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Charlie-Hebdo

¿Y ahora? Los hechos, su alcance y los retos

Fuentes: Viento Sur

 «¿Ya no queréis saber nada de las clases ni de sus luchas? Tendréis entonces la plebe y las multitudes anómicas. ¿Ya no queréis saber nada de los pueblos? Tendréis bandas y tribus. ¿Ya no queréis saber nada de los partidos? Tendréis el despotismo de la opinión». (Daniel Bensaïd, Elogio de la política profana. Península, Barcelona, […]

 «¿Ya no queréis saber nada de las clases ni de sus luchas? Tendréis entonces la plebe y las multitudes anómicas. ¿Ya no queréis saber nada de los pueblos? Tendréis bandas y tribus. ¿Ya no queréis saber nada de los partidos? Tendréis el despotismo de la opinión». (Daniel Bensaïd, Elogio de la política profana. Península, Barcelona, 2009, p. 348).

Es demasiado pronto para extraer todas las consecuencias de los acontecimientos de estos últimos días, pero es necesario tomar conciencia de lo que ha pasado. Hemos asistido a un momento histórico. Sobre todo, por la fuerza y la masividad de las manifestaciones del sábado 10 y el domingo 11 de enero: en todo el país se han movilizado casi cinco millones de personas. Algo jamás visto.

Por encima de todas las confusiones, estas manifestaciones han constituido un gran momento de fraternidad humana, como lo ha puesto manifiesto la reacción y el comportamiento de la gente: hablando entre ella y ayudándose mutuamente para poder avanzar en medio de la presión que ejercía la multitud concentrada. Algunas imágenes de las tardes del sábado y el domingo, que no duraron mucho, nos recordaban los momentos vividos en las manifestaciones de 1995 o 1968, en las que por encima de todo estaba la solidaridad.

La composición de las manifestaciones, que agruparon a cerca de 5 millones de personas, era fundamentalmente de gente asalariada y, también, de jóvenes. Tanto en las ciudades como en la mayoría de los suburbios se trataba de manifestaciones populares. Aun cuando no hayan sido «socio-sindicales» o «de lucha social», estas manifestaciones muestran que la sociedad se moviliza. Se puede discutir sobre esto, pero las movilizaciones han congregado, sobre todo, al «pueblo de izquierdas». Confraternizando contra la barbarie del terror y a favor de las libertades democráticas y de la libertad de expresión, hemos denotado la presencia de pancartas o carteles contra todos los racismos (antisemita o antimusulmán). Al mismo tiempo, tampoco tiene mucho sentido darle vueltas al «Todos somos Charlie» repetido hasta el infinito.

Los millones de personas que han hecho «Todos somos Charlie» es un grito de solidaridad humana que estalló contra los asesinatos. Se podía haber manifestado de diferentes maneras. Se hizo referencia a la idea de un «Charlie obrero»; es decir, vincular la solidaridad con los periodistas asesinados a la necesidad de una movilización por los derechos sociales. Una idea discutible pero que en el fondo expresa un planteamiento justo: el de dar un contenido democrático y social a la movilización y a la emoción. suyo ese eslogan no expresaban su apoyo a la línea editorial de la revista, del mismo modo que la gran mayoría de quienes decían «todos no somos Charlie» conocían más o menos la revista, pero no la leían.

Ese fue el sentido del movimiento profundo de la sociedad que se expresó desde el 7 de enero y los anticapitalistas tenían que formar parte de él, dialogar con esos millones de ciudadanos y ciudadanas que forman parte del mismo. No se trataba de manifestaciones reaccionarias. Y, sobre todo, no estaban hegemonizadas por la «Unión Nacional», por las políticas securitarias o antisociales anunciadas por el gobierno. La sociedad se movilizó espontáneamente, con una gran confusión pero en un sentido progresista. Este es el punto de partida de nuestra reflexión y el marco en el que es necesario examinar los problemas que nos plantea.

Primer problema, la Unión nacional. Estuvimos en lo cierto al denunciar la operación de «Unión nacional» tanto con Sarkozy como en relación a las maniobras de Marie Le Pen. Tuvimos más razón aún al denunciar a los «sátrapas internacionales» que acompañaron a Hollande en su operación para dar pábulo al imperialismo francés y a las diversas coaliciones imperialistas. ¡Qué escándalo que los Netanyahu, Bongo, Orban y otros asesinos de las libertades fueran invitados a este desfile! ¡No había que firmar ninguna declaración conjunta ni con Hollande, ni con el PS o la UMP, ni acudir a la cabeza de la manifestación u organizar conjuntamente la cita «presidencial»! Desde este punto de vista hay que remarcar que si bien en un primer momento Jean-Luc Mélenchon y el Front de Gauche tomaron parte en la operación, el sábado a la tarde ya se desvincularon de la misma. ¡Era tan escandalosa! Nosotros, por nuestra parte, teníamos que haber expresado esas críticas pero hubiéramos tenido que subrayar mucho más la prioridad de la solidaridad con las y los millones de manifestantes. Porque la gente no se chupa el dedo: la gente no fue a las manifestaciones para apoyar las maniobras políticas que se estaban urdiendo. De estas manifestaciones, lo que va a quedar en la memoria de la gente, son los millones de participantes y no el coro de los «señores» del planeta.

Segundo problema: la presencia en la movilización de la juventud arabo-musulmana. Fueron decenas de miles de personas franco-argelinas, marroquís o tunecinas las que estuvieron en las calles con cantidad de banderas de los países del Magreb. Pero la mayoría de la juventud arabo-musulmana no estuvo presente. La «línea» editorial de Charlie-Hebo ha ejercido un contrapeso en ello; de la misma forma que ha actuado el sentimiento de «dos pesos, dos medidas» que opera en la represión (Dieudonné condenado, Zemmour no)/1. La débil movilización en Marsella es un indicativo de esta desigualdad en la movilización. El riesgo de ruptura es real. Es necesario -y constituye una de nuestras tareas prioritarias- hacer frente a este riesgo de fractura. De entrada, luchando contra las políticas de austeridad y sus consecuencias para la gente más pobre y más desfavorecida que vive en los suburbios. Luchando a favor de la igualdad de derechos y, en concreto, a favor del derecho a voto para los extranjeros. Los revolucionarios debemos estar al frente en la lucha contra la islamofobia, tenemos que denunciar todos los actos racistas. Tenemos que defender el derecho de los musulmanes a practicar su religión y las mezquitas cuando son atacadas. Es necesario que el movimiento obrero y democrático se sitúe de su lado. Eso empieza con expresiones tangibles de solidaridad como la ayuda a los más jóvenes en las escuelas. La población árabe-musulmán tiene que ser defendida contra toda agresión cuando es atacada por ser árabe o musulmana.

Este antirracismo, también lo hacemos extensible al antisemitismo. Ahora mismo, es necesario diferenciar más que nunca -y sabemos que es difícil- entre la política sionista del Estado de Israel y la población judía, a la que tenemos que defender, también, contra todas las agresiones cuando es atacada por ser judía.

Tercer problema: la voluntad del gobierno es utilizar estos acontecimientos para incrementar el arsenal jurídico de la «Ley Antiterrorista» a golpe de leyes liberticidas, como la Patriot Act impuesta por Washington tras el 11 de septiembre. Se trata de un problema fundamental: no se puede combatir el terrorismo atentando contra los derechos y libertades fundamentales. Las organizaciones obreras y democráticas deben enfrentarse a cualquier medida gubernamental que vaya en ese sentido. Por lo tanto, deben negarse a participar, de cerca o de lejos, en las reuniones que van a comenzar en torno al «Pacto de Seguridad» propuesto por el PS.

Cuarto problema: ¿Cómo evitar el choque de barbaries: la barbarie imperialista y la de organizaciones como el Estado islámico (Daesh) y Al-Qaeda? Es en la tierra abonada de la barbarie imperialista y del apoyo a dictaduras que oprimen día a día a millones de seres humanos en el planeta, donde prosperan las organizaciones fundamentalistas y terroristas. Se alimentan de las intervenciones imperialistas occidentales como las desarrolladas por Estados Unidos y otras potencias occidentales en Afganistán, Medio Oriente y en Iraq, o de la de países regionales como Qatar, Arabia Saudí, Turquía… A menudo, estas organizaciones fundamentalistas ha estado inicialmente apoyadas por Washington o Estados como Pakistán. Pero ahora, estas organizaciones desarrollan su propia política y su propia estrategia de confrontación.

Es necesario recordar sin cansancio una evidencia: la violencia terrorista de estos movimientos se dirige, sobre todo, contra las poblaciones de los países musulmanes. Atacan todas las libertades y los derechos fundamentales, y ejercen un papel contra-revolucionario muy grande, por ejemplo, contra las aspiraciones progresistas de las «primaveras árabes». Imponen un grado de terror que nos recuerda a los movimientos fascistas de los años 1930. Son enemigas del género humano. Nuestros camaradas de Pakistán caracterizan algunas de estas organizaciones fundamentalistas (lo que puede generar debate) como fascismos religiosos. En cualquier caso hay que combatirlas mientras sigan con sus actos bárbaros, sea en Paria o en el norte de Nigeria. Combatirlas en nuestro propio país pero, también, impulsando la solidaridad a nivel internacional: luchando contra las guerras imperialistas, prestando ayuda a los movimientos progresistas que resisten frente al asalto fundamentalista en Kobané, Alepo o en Pakistan y defendiendo en todas partes a las víctimas de su intolerancia.

Quinto problema: nuestra debilidad y la debilidad en general del movimiento obrero en sus bastiones históricos; sobre todo en Europa. La globalización capitalistas está hundiendo nuestras sociedades en una espiral de crisis sociales sin fin. La precarización se extiende y adquiere una dimensión dramática. Ni la «izquierda de la izquierda», ni los sindicatos son capaces de ofrecer una respuesta radical a estos ataques drásticos del capital globalizado. En estas condiciones, los fundamentalismos (de todas las religiones) y las nuevas extremas derechas (xenófobas y racistas) intentan ocupar el terreno ideológico de la radicalidad. Necesitamos un amplio frente internacional de resistencia antifascista, antifundamentalista; pero también una izquierda militante capaz de ofrecer una alternativa radical al capitalismo. Para lograrlo, esta izquierda debe arraigarse en los sectores de la población golpeadas por la precariedad, lo que actualmente no es el caso. Ahí tenemos un verdadero talón de Aquiles.

En fin, otras dimensiones que debemos tomar en cuenta en relación a la situación política francesa. ¿Logrará François Hollande utilizar esta crisis para alzarse, más o menos, como el Bonaparte por encima de los partidos para asegurar su candidatura en 2017? ¿Podrá, tirando del hilo de esta operación de Unión nacional, continuar con su política de austeridad y agravar la situación social de millones de trabajadores y trabajadoras? ¿Llegará a poner freno a la extrema derecha que, durante estos últimos días, ha estado marginalizada?

La dinámica de la movilización de la sociedad durante estos últimos días abre también otra posibilidad: la indignación y la aspiración democrática pueden adquirir un contenido social a través de luchas y movilizaciones a favor de los derechos, por la dignidad, contra la injusticia social, contra todas las opresiones, a favor de la igualdad de derechos. Es necesario impulsar juntos esas luchas comunes para superar nuestras divisiones de las que los poderes dominantes extraen su fuerza.

Los anticapitalistas deben hacer todo lo posible para que este impulso democrático siga adelante.

Nota

1/ Dieudonné, humorista que profesa su anti-semitismo abiertamente; Zemmour, periodista político, que profesa abiertamente su racismo, xenofobia e islamofobia (ndt) .

François Sabado y Pierre Rousset Militantes del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) de Francia.

Fuente original: http://www.vientosur.info/