España arrastra desde el siglo XIX una idea de monarquía que es incompatible con una democracia.
No porque las monarquías sean incompatibles con la democracia -aunque esencialmente lo son por su principio hereditario- sino porque en el desarrollo de la historia de España, los Borbones no han hecho nada para que el principio democrático esté por encima del principio monárquico. Todo lo contrario.
En 1845, el General Narváez, con la ayuda de Donoso Cortés, sentaban las bases del «doctrinarismo español», que se asentaba sobre el hecho de que la soberanía estaba compartida entre la corona y la nación. A partir de ese momento, los españoles iban a ser españoles no porque tuvieran una Constitución que les reconociera derechos, sino porque eran «españoles». En vez de derechos, identidad, aunque la identidad no se coma.
En el siglo XXI, herederos de esa tradición interesada, las derechas van a todos lados con las banderas diciendo que lo único importante es ser español. Luego pueden posicionarse en contra de la subida del salario mínimo. Pero con la bandera cada vez más grande.
En el siglo XXI, Urdangarín iba a los políticos de la democracia a pedirles dinero en nombre del Rey. Y se lo daban. Porque la legitimidad monárquica siempre ha pesado más que la democrática en los gobernantes españoles.
Las derechas españolas siempre han sido intrínsecamente monárquicas, porque con los borbones nunca han visto cuestionados sus privilegios. Mientras que en Francia le cortaban la cabeza al Rey, en España se preparaban las condiciones para que Fernando VII impidiera después el desarrollo del liberalismo. Los Borbones intentaron crear un cordón sanitario para que las ideas revolucionarias francesas no pasaran los Pirineos y Carlos IV fue el primero que no entendió que la monarquía era un depósito de la nación, y no una posesión de los borbones. Cuando le quiso pasar la corona a Napoleón, el pueblo se negó y comenzó la guerra de la independencia, que fue la primera guerra civil española.
Para los Borbones, la monarquía no viene de ninguna Constitución: viene de la historia. Fue Juan Carlos I de Abu Dhabi el que le dijo a Suárez: «Tú estás aquí porque te ha puesto el pueblo con no sé cuántos millones de votos… Yo estoy aquí porque me ha puesto la Historia, con setencientos y pico años. Soy sucesor de Franco, sí, pero soy el heredero de 17 reyes de mi propia familia».
Lo que se construyó en 1845, y luego se apuntaló con la Constitución de Cánovas del Castillo en 1876, es la base de esta derecha retrógrada que tenemos. Hay que, al menos, reconocerle que ha sido coherente en los últimos dos siglos.
La derecha siempre ha sido monárquica, porque así se concentraba el poder en una sola mano. Además, el Rey mandaba en el ejército. Por eso, la alternativa democrática en España, desde el siglo XIX, siempre ha sido republicana.
Por la misma razón, la derecha siempre ha sido centralista, para impedir que, sobre todo el municipalismo, pusiera en cuestión el control del país. Por eso la alternativa siempre ha sido juntista y federalista.
La derecha siempre ha sido católica, porque así sojuzgaba y sometía a las mayorías analfabetas e ignorantes. La alternativa era laica y apostaba por la educación popular y la lucha contra el analfabetismo. Y cuando era creyente, era más cristiana que católica. La educación pública sería uno de sus baluartes, frente a la educación religiosa y privada defendida por la derecha.
La derecha siempre ha estado en contra de los derechos para las mayorías. Se opuso al sufragio universal y luego al femenino, se opuso a los sindicatos y a la jornada de ocho horas, se opuso a la legalización de los partidos obreros y siempre defendió los privilegios de terratenientes, latifundistas, señoritos, banqueros y altos funcionarios. La alternativa siempre fue socialista y comunista, defendía el sufragio, los sindicatos de trabajadores, los derechos laborales y acabar con los privilegios. Algo no muy diferente de lo que pasa en 2020.
La derecha dice que España es suya y seguro que muchos de ellos se lo creen. En el entorno de VOX y también del PP, dicen que para eso ganaron una guerra.
Por todo esto golpean a la izquierda con la bandera, con la cruz, con la lengua, con los muertos, con cosas que son de toda la comunidad, pero que solo las entienden, en su lectura excluyente, como si les pertenecieran. Y cuando no les encaja en su marco, las desprecian o las aniquilan. Sean las víctimas del franquismo o del 11M, sean los «otros españoles», sean, como
Es tanta la soberbia autoritaria de la derecha que incluso golpean con la Constitución, de la que solo le interesan algunas partes. Las partes que tienen que ver con la identidad, nunca las que tienen que ver con los derechos sociales.
Banderas, crucifijos, coronas, una idea imperial de la lengua, reales academias llenas de señores mayores conservadores, torturar del toro o una cultura empresarial basada en hacer regalos a los reyes antes que en ser competitivos.
Pero hay una España nueva que no es monárquica, que no es centralista, que no es católica, que no es taurina, que está en contra del privilegio y que, además, está gobernando. Y la derecha de la identidad brama. Porque cree que España es suya
Y la derecha llamando a Don Pelayo y Don Pelayo que no viene.