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Cronopiando

¿Y qué hacemos con los demás ecuatorianos?

Fuentes: Rebelión

Y no me refiero a los dos ciudadanos ecuatorianos muertos en el atentado de Barajas, ni al que muriera como soldado del ejército español, meses atrás, en alguna de las pacíficas guerras de humanitaria violencia que libra el estado español en el mundo. Hablo de los miles de emigrantes que no tienen papeles, permisos o […]

Y no me refiero a los dos ciudadanos ecuatorianos muertos en el atentado de Barajas, ni al que muriera como soldado del ejército español, meses atrás, en alguna de las pacíficas guerras de humanitaria violencia que libra el estado español en el mundo.

Hablo de los miles de emigrantes que no tienen papeles, permisos o cartas de trabajo; hablo de los que, desde Africa, llegan en pateras si sobreviven a la travesía; de los que son detenidos si eluden las alambradas, los muros, las fronteras; de los que cruzan ocultos en furgones que no siempre abren a tiempo sus puertas para rescatarlos vivos; de los que son deportados drogados para que no causen mayores problemas; de los que son explotados como mano de obra barata en campos de labranza o en andamios. Hablo de todos los emigrantes que han tenido que abandonar sus países de origen, como resultado, entre otras razones, de las políticas económicas que el primer mundo impone.

Para los tres primeros ecuatorianos el gobierno reservó, como reconocimiento a su infortunio, el premio de la nacionalidad para ellos y sus familiares, así como otras ayudas y facilidades. La clase política, especialmente, el Partido Popular, ha mostrado una sensibilidad hacia las víctimas tan conmovedora que llamarla virtud sería poca cosa. Y hasta los medios de comunicación, los mismos que suelen suponer un rumano detrás de cada asalto, que en cada pandilla urbana sospechan un dominicano, que se figuran colombianos en cada alijo de droga descubierto, que en cada prostituta blanca imaginan una polaca, que podría ser brasileña o caribeña de ser india o mulata, que sólo ve delincuentes cuando mira a emigrantes, curiosamente, en esta ocasión, dejaron atrás recelos y sospechas y, como puestos de común acuerdo, acompañaron a los familiares de las víctimas, visitaron sus lugares de origen, conocieron a sus vecinos, comprendieron su desesperada lucha por salir adelante y reconocieron consternados hasta su propio pasado de emigrante frente a los cadáveres de los ecuatorianos.

Pero acabados los llantos compungidos de políticos y contertulios, algo habrá que hacer con los miles de emigrantes que, afortunadamente, no mueren víctimas de las bombas, porque sería muy triste, luego de tantos entrañables y solidarios encuentros entre nacionales y extranjeros, que los contertulios de los medios, una vez caduquen los fraternos efectos de estos días, vuelvan a suponer como albano-kosovares a los autores del próximo atraco, y a la mafia rusa en cada nueva denuncia de extorsión, y a Al Qaeda tras de cada mezquita. Sería, en verdad, penoso y lamentable que Rajoy, por ejemplo, una vez se disipen las actuales y humanistas circunstancias, vuelva a afirmar que «la migración provoca marginación y delincuencia», o que «un dato que no podemos obviar es que el 45% de los detenidos este año en Madrid son extranjeros»…