“El peor enemigo de un pobre es otro pobre que se cree rico y defiende a quien los hace pobres a ambos” (José Mujica)
“¿Y si…?” No es infrecuente utilizar este condicional que realiza el cerebro, encendiendo las alarmas, ante situaciones cuyas consecuencias y escenarios posibles se ignoran y le incapacita para tomar una decisión satisfactoria. La pregunta mantiene la mente aprisionada, con cierta indecisión preocupante; la inseguridad de la mente siempre encontrará mil justificaciones racionales para crear incertidumbre. Todo queda eclipsado hacia un temor futuro por algo que aún no ha sucedido. Es como un mecanismo automático del cuál desconocemos la ubicación del botón de apagado. Por mucho empeño que se ponga, es difícil tener la respuesta pues son muchos los factores que se escapan al control de la acción. Cuando acontece tal situación, lo mejor sería detener el momento: parar. Y es muy posible que, en esta situación de reflexión tranquila, se pueda encontrar “la buena solución”.
Somos muchos los que, en estos momentos, ante las elecciones de 23-J, nos encontramos en la incierta duda del “¿Y si…?”; sobre ella quiero hacer alguna reflexión, al ver cómo se están cerrando los acuerdos en Comunidades Autónomas y Municipios en toda España entre el Partido Popular y VOX. En algún artículo anterior, ya escribí algunas ideas sobre los efectos no deseados; desde la sana visión de abrir camino a la esperanza y con el fin de evitar efectos no deseados, es importante prever cuáles pueden ser sus implicaciones y consecuencias. Viendo como han sido la elecciones a las presidencias de ciertos parlamentos autonómicos, gracias a los acuerdos de VOX con el Partido Popular, lo que sucedió en el Parlamento de Castilla y León, es ya casi una broma, pues el giro ultra está siendo total: en el Parlament de les Corts Valencianes, como presidenta, María de los Llanos Massó, dirigente de VOX y de la máxima confianza de Santiago Abascal, ultracatólica, antiabortista y ex dirigente de la asociación española de extrema derecha “Hazte Oír”; presidenta de las Cortes de Aragón, Marta Fernández, negadora del cambio climático, de la violencia de género, una ley aprobada en el Parlamento español por unanimidad hace 20 años, contraria a las vacunas contra el coronavirus, para ella Pedro Sánchez es “un dictador” y el Papa Francisco “un ser luciferino”; y en el Parlament Balear, Gabriel Le Senne, beligerante contra el cambio climático, racista y negacionista de la violencia machista, para quien “las mujeres son más beligerantes porque carecen de pene”. ¡Unas joyas! Hoy mismo, María Guardiola presidenta del PP en Extremadura, en una carta dirigida a los populares, plagada de justificaciones, medias verdades y muchas mentiras, una política que se enorgullecía de sus razones morales para negar acuerdos con VOX y alardeaba de su coraje y esfuerzo por mantener a salvo su independencia, ha cambiado de opinión, pues en estos tiempos de locura y ambición por “el poder y los sillones” se requiere mucha honradez y decisión para permanecer fiel a uno mismo. Así ha escrito a sus militantes: “No voy a fallaros”. “Soy muy consciente de que también es imprescindible el respeto, el diálogo y el acuerdo pragmático con la formación de Vox en Extremadura. Compartimos una prioridad, pasar página a las políticas socialistas. Es lo que nos debe preocupar”. A doña María Guardiola habría que recordarle lo que escribió Dostoyevski en “Los hermanos Karamazov”: “Quien miente y escucha sus propias mentiras llega a no distinguir ninguna verdad, ni él ni quienes le rodean”.
Ante tantos acuerdos ya sin complejos, olvidando estrategias éticas y levantando las líneas rojas que Feijóo y quienes le acompañan en su campaña estaban utilizando, esta es la razón por la que mis reflexiones se convierten en un condicional posible y en una pregunta retórica: Y si llegaran a gobernar juntos el Partido Popular, con Feijóo como Presidente y VOX con la vicepresidencia de Santiago Abascal, ¿qué sería de la sanidad pública, de la educación pública, de la dependencia, de la subida del salario mínimo, de la “ley rider”, de la creación de empleo, de una legislación laboral que recupera derechos y protege a los trabajadores, de la ley de vivienda, de la revalorización de las pensiones, de los impuesto a las grandes fortunas, de la ley contra la violencia de género, de la ley de eutanasia, de la normalización del conflicto catalán, de la inversión en transición ecológica, de los impuestos a las entidades financieras y a las empresas energéticas, de la Ley de Memoria Histórica, de la ley trans, de la recuperación del diálogo social, etc, etc, etc.…
Como escribía hace días la periodista Cristina Monge, siempre ha habido un componente emocional en cualquier elección, pero ahora, en el paradigma de la democracia de audiencia, el componente emocional ha cobrado más importancia, casi al punto de hacer desaparecer los contenidos y los programas. Somos muchos, y cada día más, viendo cómo se fraguan esos pactos inasumibles democráticamente que se han realizado y se continúan firmando entre el PP y VOX. ¡Con qué rapidez se está convirtiendo en normal lo que muchos creíamos impensable! De ahí que sea oportuno recordar a todos los que vamos a votar el 23-J, qué queremos para mejorar nuestra democracia en línea de progreso.
Resulta indignamente escuchar a la señora Ayuso y a los que la cortejaban en su toma de posesión como presidenta de la Comunidad de Madrid, Feijóo y toda su “troupe” resumiendo lo que quiere hacer, leyendo -no sabe decir nada con sentido cuando no lo lee- contra “el sanchismo”, ese término inventado para centrar su desconocido programa en insultar a Sánchez y no hablar de sus inexistentes políticas. Como recordaba en mi artículo anterior en Nuevatribuna, en nuestra mano, en nuestro voto, tenemos el poder cambiar la futura política en la buena dirección y no apoyando con nuestro voto a quienes quieren retrotraernos al “añorado franquismo”. Con VOX está sucediendo lo que decía Antonio Machado a través de Juan de Mairena: “es lástima que sean siempre los mejores propósitos aquellos que se malogran mientras progresan las ideas de los tontos…”.
Y de todos esos “¿Y si…?” que señalaba al inicio, quiero añadir alguna reflexión concreta: Y si gobernara el PP con Vox, ¿qué sería de la educación pública? Teniendo claro que la reflexión filosófica, la educación y la crítica no deben ser otra cosa que señalar los riesgos indeseables, no ya de lo imprevisto, sino de las evidencias fraguadas en los pactos firmados entre la ultraderecha (VOX) y su gemela la derecha (PP) que deben ser modificado para no repetir los errores mediante nuestro formado e informado voto, verdadero antídoto frente a la banalidad de ciertos políticos.
Como escribió Kant, el sano criterio filosófico y la capacidad más importante a desarrollar en la ciudadanía es el pensamiento crítico, orientado a saber discriminar cuáles son los políticos fiables y los que no lo son; saber distinguir la verdad del ruido informativo, pues la falsa información está asestando un duro golpe a las relaciones entre los ciudadanos y los diversos medios de comunicación. Al final, la información que llega sin criterio o sin contrastar es ruido, y el ruido, molesta y atonta. En el estresante ámbito de la infoxicación, tenemos miedo a perdernos algo importante si nos desconectamos de tanta información que no necesitamos. La rabia de no poder con todo lo que recibimos sólo se soluciona con un replanteamiento de vida que ponga en su sitio y organice las verdaderas promesas que nos ofrecen en campaña electoral y cómo son al final, sus resultados. Escuchando a determinados políticos y tertulianos, sobre todo en campañas electorales, se evidencia de inmediato la diferencia entre la dialéctica y el desparpajo, la oratoria y la facundia. Sin ser demasiado exigentes, pero empleando la incomodidad crítica que da la filosofía, no estamos acostumbrados a pensar, pero sí a creer que, porque alguien ocupe un alto cargo y poder y domine el desparpajo y la facundia, se le reviste del don del acierto y se le convierte “en papa infalible”. Con clarividencia y sensatez, hace apenas dos días, dibujaba y decía “El Roto”, ese gran filósofo del ensayo gráfico en el diario El País, adivinando a quién podía referirse: “Vamos a construir una España Nueva con los planos de la Antigua”. El voto responsable debe darse en función de propuestas que mejoren la vida y los derechos de los ciudadanos y no en base a eslóganes vacíos.
Muchos somos, siendo internamente demócratas, los que aprendimos a anhelar y a vivir con riesgos en la vergonzante tristeza de una execrable dictadura que duró 40 años, arriesgando demasiado, incluso, a costa de perder la libertad por querer cambiarla. Hoy debemos tocar las teclas justas para convencer a quienes aún puedan ilusionarse de que es posible impedir un gobierno en el que sean necesarios los votos de VOX. Siendo conscientes, resulta difícil comprender cómo pueden dar su voto al fascismo, pensionistas, trabajadores con bajos salarios, estudiantes becados, facultativos y profesionales de la sanidad y de la educación públicas, quienes dedican su vida a ayudar a los demás, sensatos ciudadanos que han mejorado en derechos; si llegan a votarles, si alcanzan la mayoría para gobernar, llegarán a experimentar cómo volvemos al enfrentamiento y a la pérdida de nuestra vida pacífica en común y sufrirán en carne propia la merma de tantos derechos conseguidos en democracia, sobre todo, con los gobiernos de progreso. Sería como repetir de nuevo un pasado de nuestra historia cuando en los tiempos de las Cortes de Cádiz los defensores de la Constitución exigían “libertad” y “cambio”, y los reaccionarios respondían gritando “¡vivan las cadenas!” en defensa de su “santa tradición” (hoy “su franquista tradición”), pues estamos escuchando hablar de “cambio y libertad” a quienes se oponen a toda ampliación de derechos de la ciudadanía, a la igualdad de género sin discriminaciones, a la reforma laboral contra la precariedad, al derecho de expresión sin leyes mordaza, a la defensa del medio ambiente saludable sin negacionismos anticientíficos. El voto debe darse en función de propuestas progresistas y no en base a eslóganes vacíos y reaccionarios.
Los que vivimos los años complicados de la transición estamos convencidos de que, sin un apoyo decidido para renovar el sistema educativo, la transición democrática de nuestro sistema político hubiera sido imposible. En las sociedades democráticas la educación constituye un derecho fundamental, un servicio público que el Estado debe asegurar como garantía de igualdad de oportunidades, independientemente de que la iniciativa privada pueda actuar en favor de sus propios intereses, económicos, ideológicos, o ambas cosas. El Artículo 27 de la Constitución Española de 1978 hace referencia al derecho a la educación y a las libertades y principios que rigen el sistema educativo en España; reconoce el derecho fundamental de todas las personas a recibir una educación, garantiza la libertad de enseñanza, establece que la educación tiene como objetivo el pleno desarrollo de la personalidad y el respeto a los principios de convivencia democrática y de derechos y libertades fundamentales, asegura que la educación no sólo proporciona conocimientos, sino que también contribuye a formar ciudadanos comprometidos con los valores democráticos, reconoce el derecho de los padres a elegir el tipo de educación que deseen para sus hijos, siempre que esté dentro del marco legal establecido, pudiendo optar por centros educativos públicos o privados, pero subrayando que éstos deberán cumplir ciertos requisitos establecidos por la ley para garantizar la calidad y el cumplimiento de los fines educativos; garantiza, asimismo, que todas las personas tengan acceso a la educación, estableciendo la gratuidad en la enseñanza obligatoria, lo que implica que no se podrán cobrar cuotas por recibir la educación básica y determina que la ley puede establecer mecanismos de ayuda y becas para aquellas personas que requieran apoyo económico para acceder a otros niveles educativos no obligatorios.
Por otro lado, dicho artículo establece la obligación del Estado en promover la ciencia y la investigación científica como elemento fundamental en el progreso económico, cultural y social del país y fomentar, así, el avance del conocimiento y el impulso a la innovación en diferentes campos del saber; finalmente, reconoce el derecho de los profesionales de la enseñanza a establecer centros docentes y otorga a las administraciones públicas el papel de controlar la calidad de la educación, establecer las condiciones de creación y autorización de centros educativos y garantizar el cumplimiento de los principios de este artículo.
Esta idea, que juntamente con la de la importancia de la formación como fuente de progreso hizo de la educación pública y de calidad una prioridad en los inicios de la democracia con el partido socialista desde 1982, con la llegada de los gobiernos neoliberales y la tendencia a privatizar y rebajar el gasto público se ha visto seriamente afectada y en peligro con las exigencias que está imponiendo VOX a Feijoo si quiere llegar a ser presidente si consigue ganar las elecciones del 23-J. Los gobiernos de Aznar y de Rajoy, en el marco constitucional que poseen las Comunidades Autónomas, algunas de las gobernadas por el Partido Popular, en concreto, la Comunidad de Madrid que hoy preside, recientemente reelegida con mayoría absoluta, Isabel Díaz Ayuso, cómoda con las políticas de VOX, han defendido una disminución de impuestos que contribuye al debilitamiento de las prestaciones sociales básicas ofrecidas por el Estado, entendiendo que esa debilidad terminaría por desprestigiar a los servicios públicos, en especial los sanitarios y educativos, fomentando así su conversión en negocio privado y ayudando más a quienes más tienen. Como escribió hace tiempo en uno de sus brillantes artículos en Nuevatribuna el profesor de Historia Moderna y Contemporánea, Pedro Luis Angosto: “Resulta difícil explicar y explicarse cómo una persona del nivel ético e intelectual de Isabel Díaz Ayuso, puede haber llegado al cargo de máxima responsabilidad política de la comunidad más rica de España; una comunidad que se beneficia del efecto de la capitalidad por muchos motivos, que presume de insolidaria con los de dentro y los de fuera, y que decide bajar a los más ricos para luego, inmediatamente, pedir fondos al Gobierno Central que subsanen sus carencias financieras”. Pero no es tan difícil explicar la torpe gestión de una política cuyo modelo y maestra ha sido Esperanza Aguirre, primera y nefasta ministra de educación con José María Aznar allá por mayo de 1996, conocida política, que, como Ayuso, tampoco hace ascos a VOX, pues se identifica con gran parte de su ideología y de la que no cabe mejor descripción que la realizada hace años por el ex director de ABC, José Antonio Zarzalejos: “Aguirre es una persona que, sobre todo, es vanidosa. Después, creo que es bastante ignorante, le faltan unas cuantas lecturas, por no decir muchas. Y finalmente es una persona miserable, con una ambición poco controlada y un entorno de colaboradores que me voy a limitar a calificar como complicado. Me he encontrado con una mujer intervencionista, intolerante, que encaja mal las críticas, impertinente y con aquella especie de chulería que ella tiene. Y con esa vanidad de hacerse una biografía autorizada titulada La Presidenta”.
Esta nueva sociedad que necesitamos plantea retos y desafíos, exige cambios radicales y profundos que van más allá de los sistemas educativos formales y de la educación reglada. La educación entendida como un proceso a lo largo de toda la vida, la responsabilización educativa de los diferentes agentes que forman parte de una comunidad y la no delegación de responsabilidades en la escuela, la revalorización social y mayor cualificación de las y los profesionales de la educación, la reafirmación de la educación como un instrumento poderoso de lucha contra las desigualdades y a favor de la cohesión social, la formación de una ciudadanía crítica y solidaria, más creativa y capaz de seleccionar y transformar la información en conocimiento, son sólo algunos ejemplos de los retos a los que se debe enfrentar la educación en el presente y en el futuro más inmediato si queremos construir esa “sociedad educativa” que propugna la UNESCO; una educación cuyo objetivo fundamental es el de “aprender a ser” o, lo que es lo mismo, “aprender a conocer”, “aprender a hacer” y “aprender a convivir”.
Todos los partidos políticos en sus programas asumen la importancia de la educación en el marco nacional e internacional, apostando por construir un modelo educativo equilibrado entre crecimiento económico, transformación urbanística y bienestar, cohesión social y participación ciudadana. De este marco progresista exceptúo a VOX y a algunas Comunidades regidas por el Partido Popular, como es la Comunidad de Madrid que desde hoy continuará como presidenta Isabel Díaz Ayuso, al poner como Consejero de Educación y Universidades a don Emilio Viciana, una persona sin la menor experiencia y vínculo con la educación que el voluntarismo incompetente de quien lo ha nombrado para el cargo. Pero para ser capaces de verificar la sinceridad con la que los políticos valoran de verdad la importancia de la educación, considero que hay que partir de algunos principios esenciales:
Que se apueste por un verdadero proceso de innovación, reflexión y análisis capaz de dilucidar cuáles son los retos que los centros educativos tienen planteados en la nueva sociedad del conocimiento y la información y cuál debe ser en ellos el papel de los diferentes responsables de la Comunidad educativa, especialmente, del profesorado. Las antiguas fórmulas no valen para siempre; se quedan obsoletas: se hace necesario investigar si hay que dar un paso más allá en la concepción y configuración de los centros educativos.
Un sistema educativo eficaz y perdurable trabajado en propuestas y estrategias asumidas y aprobadas por todos, no puede ser obra exclusiva de unos pocos y, encima, enfrentados, sino la obra de muchos y unidos: un proyecto de toda la Comunidad educativa del Estado; es decir, un pacto para convertir la educación en la llave del conocimiento y la convivencia. La educación es, sin duda, uno de los instrumentos más importantes utilizados por cualquier sociedad para transmitir a sus alumnos y futuros ciudadanos los bienes científicos, sociales y morales que la definen, para transmitir, en una palabra, el modelo de sociedad que todos queremos y, por tanto, que todos defendemos. En estos momentos, el gran reto con el que nos enfrentamos es cómo incorporarnos a la denominada sociedad de la información, del conocimiento, de la IA y a tener en cuenta lo que los avances pedagógicos diseñan y exigen, compaginándolo con el refuerzo y la extensión de los valores democráticos, los cuales, en las sociedades modernas, parecen debilitarse a la misma velocidad a la que avanza el desarrollo económico, científico y tecnológico.
Este reto exige, sin duda, un esfuerzo educativo importante. Lo que cada vez tenemos más claro es que, a pesar de la magnífica voluntad y demostrada profesionalidad de la mayoría de los docentes y de que los centros escolares continúan siendo las instituciones educativas más importantes, no pueden dar respuesta por sí mismos a los cambios científicos, sociales y culturales que las sociedades modernas plantean. Hoy existe una multiplicidad de agentes y escenarios educativos que se añaden a los ya tradicionales de la escuela y la familia, y que tienen cada vez mayor impacto en la formación de las nuevas generaciones. Hace falta, pues, que la sociedad, la comunidad, y no sólo la escuela, se responsabilicen de la educación de sus ciudadanos y ciudadanas, promoviendo, sobre todo, los valores que son esenciales para la convivencia y la cultura cívica democrática, en torno a las siguientes líneas fundamentales:
La educación no puede ser únicamente un instrumento de progreso y de desarrollo científico y tecnológico, sino que debe ser también un instrumento para garantizar la cohesión social y la lucha contra las desigualdades. No se trata solamente de adecuar la enseñanza formal a los nuevos requisitos económicos y productivos, sino también de utilizar la educación como fuente de valores y actitudes que fomenten una ciudadanía autónoma, crítica y participativa, animada por valores cívicos y solidarios.
Parece urgente repensar el papel de las instituciones, de modo particular las Comunidades Autónomas y los municipios como administraciones más cercanas a las personas y más idóneas para garantizar los derechos ciudadanos en la educación, ya que, cada vez más, los movimientos cívicos reclaman nuevos derechos ciudadanos que sólo un gobierno democrático del territorio puede garantizar; ello implica, necesariamente, la conquista de competencias en temas como la justicia local, la seguridad, la promoción económica, la cultura, el bienestar social o la educación.
Tenemos claro, para eso los elegimos, que los políticos están para solucionar problemas, no para crearlos. Tenemos también claro, como decía Séneca que “no existe viento favorable para el que no sabe a dónde va”. ¿Sabe VOX qué quiere y a dónde quiere ir? Tal como se está conduciendo y comportando desde su aparición como partido, más aún desde su presencia en el Congreso de los diputados, en los distintos parlamentos autonómicos y en los ayuntamientos, lo que pretende es condicionar la agenda política del Partido Popular, y lo está consiguiendo; también condiciona la agenda de casi todos los medios de comunicación que les dan presencia y voz; crea problemas ficticios que no existen o para los que no tienen solución. Mientras el éxito de esta situación es para VOX, el error del necio es para el Partido Popular, que se están dejando arrastrar con el seguidismo estúpido “del palo y la zanahoria”. El Partido Popular están incurriendo en un grave error en el seguidismo a Vox al convertir los centros escolares, la educación en último término, en un campo de batalla política e ideológica; permitir, con la imposición de su “pin parental” que los padres puedan vetar la asistencia de sus hijos a las actividades programadas por los centros educativos, ha traspasado lo inaceptable. Acusar a la LOMLOE, como dice los de VOX que es una ley para adoctrinar a los alumnos, es ignorar qué es el adoctrinamiento. Adoctrinar es cuando el exministro Wert proponía españolizar a los niños catalanes porque intentaba crear un programa de formación política en la dirección que él consideraba buena; o cuando el cardenal Cañizares creía que existían “fuerzas ocultas que pretenden instaurar un nuevo Orden Mundial Internacional” y que la “ideología de género provocará la destrucción humana”. El problema de estas memeces trasnochadas es la simplificación de mensajes o la falta de suficiente sentido crítico. Es normal que estas simplezas lleguen a los centros educativos, y más si existen políticos que las hacen suyas y medios de comunicación que las amplifican.
VOX se está aprovechando de las contradicciones que tienen el PP, pues donde tienen que gobernar, necesitan contar con ellos. VOX obtiene rentabilidad política; sabe que “la censura parental” además de una plataforma ideológica para hacerse con el discurso educativo, les da rentabilidad electoral. Escuchando, sin tiempo aún para gobernar lo que han dicho y dicen muchos de los que ya ostentan cargo en las elecciones del 28-M, van de la sensatez al esperpento. Decía Michel de Montaigne, “nadie está libre de decir estupideces, el problema es decirlas con énfasis”. Y las estupideces de quien hoy preside como VOX algunas instituciones son para sentir vergüenza y miedo. No hay salida a una educación de calidad y duradera si se entra en la confrontación, si el conjunto de la sociedad no participa en la mejora del sistema educativo y no lo apoya en su desarrollo. VOX, y los que con seguidismo servil aceptan su ideología educativa, ignoran o desprecian, o ambas cosas, la estructura pedagógica de las leyes educativas y qué son y para qué se crean los centros educativos.
Por la calidad democrática y la revalorización e importancia que tiene el voto ciudadano, se impone un esfuerzo de la ciudadanía por reflexionar a quién damos nuestro voto cuando vamos a las urnas y por construir mejores alternativas a la luz de la calidad democrática que queremos. Ello implicaría una mayor reflexión ética, una exhaustiva información y una más sólida formación cívica. La democracia corre el riesgo de reducirse a simples cálculos electorales. No basta denunciar el presente, calificándole de forma injusta e insultante de “gobierno sanchista o frankestein” para retornar a un pasado nostálgico; lo importante es recomponer la democracia asociando razón, cordura, ética, libertad e identidad para promover el bien de todos los ciudadanos y no sólo el de aquellos que nos votan a nosotros. Una democracia se consolida cuando es la expresión política de una sociedad libre, feliz, solidaria y bien gestionada.
No se puede obviar una cuestión tan transcendental para la política como es el tema del voto y los valores que la justifican; no deja de ser esta una de las razones por la que el descrédito de la política está siendo un hecho entre la ciudadanía. Votar es complicado porque exige, desde la ética ciudadana, formación e información; como la “democracia”, también el “voto” tiene polisemia de significados. Y aunque con matices, hoy apostaría yo por el “voto útil”: es decir, si quiero progreso democrático o vuelta a un pasado heredero del franquismo.
No quiero finalizar estas reflexiones sin agradecer el consejo que el fallecido Nuccio Ordine, el filósofo y escritor italiano ganador de la última edición del Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, nos hace al elogiar las ideas de la obra de Martha C. Nussbaum, filósofa norteamericana, profesora de derecho y ética en las facultades de Derecho y de Teología de la Universidad de Chicago titulada “Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades”. En su obra nos ofrece una oportunidad para reflexionar sobre la crisis mundial de la educación y su estrecha relación con el futuro de las sociedades democráticas. Esta crisis, que ella denomina silenciosa, pone en fuerte tensión y en conflicto la idea de la educación concebida como una herramienta para el crecimiento económico -poco preocupado por una reflexión sensible sobre la equidad en el acceso y las oportunidades, y por la salud, la educación y la calidad de vida de la población pobre y rural- y para el modelo de desarrollo humano de una educación liberal, que es indispensable para cultivar las democracias del mundo global.
Según Nussbaum, en la actualidad hay una fuerte tendencia a considerar que el principal objetivo de la educación es enseñar a los estudiantes a ser económicamente productivos, y, según parece, las cosas que sí importan son aquellas que preparan para una carrera laboral. Según la autora, esta visión limitada de la educación, basada en habilidades rentables, ha erosionado nuestras capacidades para criticar la autoridad y para sentir compasión por las gentes que son diferentes o están marginadas, y se ha convertido en un obstáculo para el desarrollo de nuestra capacidad para tratar los problemas globales complejos. Y dado que la educación se ha vuelto cada vez más utilitaria, más centrada en la profesionalización y con un recorte significativo de las artes y humanidades en todos los niveles educativos, que es la teoría de Ayuso compartida por Feijoo y en línea con VOX, la pérdida de habilidades asociadas a la formación humanística está poniendo en peligro la salud de las democracias y la esperanza en un mundo basado en el respeto mutuo entre seres de distintas latitudes y geografías. Con este diagnóstico, Nussbaum advierte sobre el peligro de reducir la educación a una herramienta de la economía y de valorarla desde la idea de la rentabilidad otorgando un papel desproporcionado a la ciencia y a la tecnología, y cultivando únicamente habilidades útiles por su alta aplicabilidad para la producción y la globalización económica, que tanto preocupa a los dirigentes del mundo.
Sin caer en el pesimismo, pero desde mi razonable duda, casi convertida en certeza, repito lo que titulo en estas reflexiones: Y si gobernara el PP con Vox, ¿qué sería de la educación pública? Tendería a desaparecer.