Cierta teoría asegura que Alfonso Sastre (Madrid, 1926) es uno de los mejores escritores de teatro del siglo XX de España. Pero casi nadie ha podido medir la tesis. Durante años, ningún espectador ha podido ver ninguna pieza suya sobre un escenario. ¿Explicaciones? Desde el entorno del autor se relaciona su exclusión con su militancia […]
Cierta teoría asegura que Alfonso Sastre (Madrid, 1926) es uno de los mejores escritores de teatro del siglo XX de España. Pero casi nadie ha podido medir la tesis. Durante años, ningún espectador ha podido ver ninguna pieza suya sobre un escenario. ¿Explicaciones? Desde el entorno del autor se relaciona su exclusión con su militancia comunista y, sobre todo, con su relación con el nacionalismo radical vasco. Sea cierto o no, el silencio se rompe ahora con tres estrenos inminentes (Han matado a Prokopius, en San Sebastián, el 26 de enero, centrada en el conflicto vasco; ¿Dónde estás, Ulalume, dónde estás?, en San Sebastián de los Reyes, el 27 de enero; y su versión de Marat, en febrero, en el Centro Dramático Nacional). Además, el Círculo de Bellas Artes de Madrid acogerá desde el lunes un ciclo sobre su obra.
Pregunta.- Siempre aparecía usted diciendo que los premios están bien pero que quería eran estrenos…
Respuesta.- Llevaba 11 años sin un estreno. Se dieron paradojas como la del año en que recibí el premio Max: nadie puso en escena una obra mía. Pero bueno, eso ocurre en el teatro, los momentos de atención no obedecen a pautas razonables. Sobre todo, ahora que ha desaparecido la figura del autor consagrado
P.- Y no teme que le pase como a los pintores de su generación, a los pintores de El Paso, que hacían una obra muy dura y que ahora están asimilados en la cultura oficial…
R.- No creo que nadie haya tomado la decisión de convertirme en cultura oficial. Este ciclo y estas representaciones no son parte del sistema, son el fruto de la iniciativa de algunos amigos. Pero bueno, sí, entiendo lo que dice. El triunfo puede ser peligroso. Si Valle hubiera sido aceptado por la gente del teatro, que era muy reaccionaria, no habría hecho los esperpentos.
P.- ¿Y el fracaso?
R.- Es espantoso, porque se hace difícil seguir escribiendo. Si no hay relación con el público, si no hay retroalimentación, uno se convierte en un autista, en un robinson, apartado de la realidad. ¿Que si yo me sentí fracasado? Hombre, sí, hubo momentos en que me sentí así.
P.- Han matado a Prokopius, por ejemplo, permanecía inédita…
R.- En 1996 escribí tres piezas con los mismos personajes inspirados en la novela negra. Creé una pareja de detectives con un falangista obrerista y la hija de un comunista represaliado. Y les inventé un caso sacado de la actualidad de aquella época: el asesinato de un diputado de Herri Batasuna en Madrid. Ibamos a estrenar ese verano pero nos encontramos con mucha tensión política en el País Vasco aquel año. Así que el proyecto se abandonó. Y ahora, con la tregua..
P.- Entonces dijo: «¿Qué pensarán los patriotas vascos? ¿Y los otros vascos? ¿Y los patriotas españoles?».
R.- Claro, porque la obra no tiene un mensaje unívoco. El arte, si no es panfletario, y no debe serlo, tiene que ser ambiguo. Debe buscar las contradicciones, y liberarlas aunque eso sea incómodo políticamente para el propio autor. A mí me ha pasado muchas veces. He tenido obras que fueron censuradas por comunistas… y que después recibieron la desaprobación de los propios comunistas. Hasta de El escuadrón de la muerte se dijo que era militarista.
P.- Sorprenden esos argumentos relativistas en un hombre de convicciones muy fuertes y muy duras…
R.- Mi discurso político es inequívoco. Soy comunista, creo en el proyecto utópico del comunismo. Es lo que deso y lo que soy. Cuando se derrumbó el comunismo soviético y mis colegas cayeron en la melancolía, yo pensé: «Bien está que se derrumbe. Reconsideremos críticamente la utopía». Y a eso dedico muchas de mis energías ahora.
P.- ¿Se considera bueno para entender los argumentos del otro?
R.- Sí, absolutamente. Y es gracias a la dramaturgia donde hay que entender la ambigüedad de los personajes, incluso de los negativos. De hecho, creo que las negociaciones ETA-Gobierno hubiesen ido mejor con un dramaturgo como yo entre los mediadores [sonríe].
P.- ¿Pero eso no es lo opuesto a su posición política, a decir que el otro es el enemigo del pueblo?
R.- Tengo muchísimo escrito en torno al llamado terrorismo, en torno a sus contradicciones y sus razones. Toda la evolución de mi pensamiento se puede leer.
P.- ¿Le duele la incomprensión?
R.- Sí, como a todo el mundo. Pero así es esta vida. He escrito miles de páginas para hacerme entender. Si no lo logré, tendré que seguir intentándolo. Lo malo es que a veces no se quiere entender. Ni oír. Por ejemplo, cuando digo que no quiero pacificación para Euskadi. Pacificación era la pax romana que se imponía por opresión policial. Y yo eso no lo quiero.
P.- La coda de ¿Dónde estás, Ulalume, dónde estás? decía algo así como «Esto es el acabose». ¿Cómo se va de la utopía de los 50 al acabose?
R.- Ahí creí que terminaba con el teatro. No se me representaba ni en Madrid ni en Euskadi, estaba desilusionado, un poco robinson, como decía antes. Puede que me faltaran ideas también, no lo recuerdo con precisión… La obra era buena y pensé que era el momento para dejarlo.
P.- ¿Tuvo que ver algo la caída del Muro de Berlín?
R.- Aquello fue una sorpresa pero no me afectó tanto. Yo había sido crítico con la URSS, aunque callara para no dar argumentos a los imperialistas. Así que cuando cayó el Muro, me dediqué a la autocrítica, no a la melancolía como otros. ¡Algunos se deslizaron hacia el anticomunismo! El tiempo nos va dando la razón. Ya nadie cree que la Historia haya acabado y el debate marxista está muy vivo. Venezuela, yo creo, es el socialismo del siglo XXI.
P.- Pero, ¿y ese pensamiento teatral utópico? ¿Qué fue de él?
R.- La tecnología introdujo factores inimaginables para nosotros. La televisión se llevó buena parte del peso social y político que tenía el teatro… aunque no ha acabado con nosotros. Puede que desapareciera el teatro de las grandes salas, pero un local con 100 butacas permite hacer maravillas estéticas y poéticas. De hecho, hay más teatro que nunca. Aunque sea inarticulado… Cada obra muere en sí misma. Ésa es, en parte, la causa de mi desencanto.
P.- Hablando de desencantos, ¿cómo se sintió el 30 de diciembre?
R.- Apenado, claro. Toda guerra es indeseable, toda tregua es deseable. Pero en mi pena también pesa el hecho de que la tregua no abriera un verdadero proceso de paz. No se afrontó el conflicto político de Euskadi que reside en que la mitad de los vascos no se sienten españoles. Y eso es así, haya violencia o no.
P.- Otegi sugiere que el atentado le dejó desconcertado. ¿Y a usted?
R.- Desconozco el debate interno de Batasuna, pero creo en la buena voluntad de paz de Otegi. Le escucho, me aclara cosas y sí, me ayuda a configurar las dudas que tengo.