Existe la idea en la izquierda de que la problemática medioambiental es una cuestión ajena a las clases sociales. Pareciera que compete a la ciudadanía, a la humanidad, a las personas conscientes, etc. Los más fieles a la ortodoxia, admitiendo la existencia de estas, pero al no calzar con sus representaciones idealizadas, argumentan que en […]
Existe la idea en la izquierda de que la problemática medioambiental es una cuestión ajena a las clases sociales. Pareciera que compete a la ciudadanía, a la humanidad, a las personas conscientes, etc. Los más fieles a la ortodoxia, admitiendo la existencia de estas, pero al no calzar con sus representaciones idealizadas, argumentan que en este tipo de problemáticas dichas diferencias se diluyen, adquiriendo un carácter indeterminado, «aclasista».
Por el contrario, sostenemos que la problemática medioambiental es una cuestión que involucra especialmente a las distintas clases sociales. Ninguna solución puede existir al margen de estas, y de sus respectivos intereses y proyectos. Y aún más, en el estadio actual del capitalismo global, la problemática medioambiental no es sino una expresión de «la lucha de clases realmente existente».
Esta es una contradicción del capitalismo que emplaza directamente a la moderna clase obrera. Golpea sus condiciones de vida, y abre espacio para su constitución como actor político con capacidad de acción colectiva propia, y posibilidad de organizar y aunar extensos sectores populares tras un proyecto de transformación social.
La izquierda tiene que tomar nota respecto de las nuevas realidades que impone la actual etapa del capitalismo y las formas que adopta la lucha de clases, y debe dar cuenta de estas en lo político-programático. En el asunto medioambiental, el desafío está en la formulación de un ecologismo obrero. O sea, un ecologismo que se asiente en la moderna clase trabajadora y que además se inserte en el proyecto emancipador histórico de esta clase: el socialismo.
Este ecosocialismo tiene que diferenciarse de las intenciones, deseos piadosos y asistencialistas reactivos a la emergencia con las víctimas de las desastrosas, e incluso mortales, consecuencias medioambientales del desarrollo capitalista, rechazar la invocación a principios abstractos de reglamentación social e idealizaciones románticas de tiempos pasados de la humanidad; para, en cambio, fundamentarse en las posibilidades que ofrecen el desarrollo de las contradicciones capitalistas y la descarnada realidad de la lucha de clases.
Las «zonas de sacrificio» del capitalismo chileno
La situación que actualmente padecen los habitantes de las comunas de Quintero y Puchuncaví en la V región se suma a otros hechos de similar naturaleza que han afectado a distintas localidades del país en los últimos años (Freirina, Chiloé). El común denominador de todos ellos responde a la anatomía específica que el desarrollo del capitalismo en Chile le ha impuesto a la actividad económica.
Históricamente, y liberado de toda traba bajo la fase neoliberal, la incesante búsqueda de ganancias ha llevado al gran capital en Chile a afincarse en la explotación rentista de recursos naturales: minería, pesca, acuicultura, actividad forestal, agroindustria, etc., las cuales le han permitido extraordinarios y permanentes niveles de rentabilidad.
Complementariamente, y parte del mismo complejo industrial, se ha instalado paralelamente a dichas actividades una industria manufacturera procesadora de recursos naturales de escaso valor agregado y altamente contaminante: fundiciones, plantas de procesamiento de pescado y elaboración de celulosa, etc.
Bajo esta modalidad de acumulación se han configurado zonas enteras en que, en el altar del crecimiento económico, sus habitantes son población sacrificable. Si bien no se reconoce oficialmente, para nadie es un misterio que para las propias autoridades hay zonas del país cuya población debe cargar con los costos medioambientales que el capitalismo chileno genera, incluso a costa de su propia salud. Son las denominadas «zonas de sacrificio».
Entre estas comunas se encuentran: Tocopilla, Mejillones y Huasco en zona la norte; Quintero, Puchuncaví y Titil en el centro; y Coronel y Hualpén en el centro-sur del país. Ocho en total.
Trabajadores y zonas de sacrificio
Habitan en estas comunas unas 330 mil personas. Población con altos contingentes de pobreza, que la expone al chantaje económico del gran capital y sus representantes que les prometen empleos y mejores condiciones de vida.
Desde el punto de vista de la composición social destaca el marcado sesgo hacia las clases populares de su población, con especial predominancia obrera. Si a nivel nacional la clase obrera, con su grupo familiar incluido, se acerca al 44% de la población total, en las zonas de sacrificio esta proporción se eleva al 54%.
El 51% de ocupados que habitan en las zonas de sacrificio laboran como obreros, mientras que a nivel nacional es un 42%. Una proporción importante de estos (42%) se desplaza cotidianamente fuera de estas áreas. De este modo, con el flujo de obreros que habita en estas zonas y que se desplaza a trabajar fuera y aquel que, habitando fuera, se desplaza hacia dichas comunas, se tiene que un poco más de dos tercios (70%) de la clase obrera que se desempeña en las zonas de sacrificio corresponde a población lugareña, mientras que el resto es una población obrera «foránea».
Las clases sociales ante la cuestión medioambiental
La cuestión medioambiental cruza transversalmente a la sociedad chilena, y seguramente irá cobrando mayor fuerza con el correr de los años.
Sus impactos son tales que obligan a las distintas clases sociales a tomar posición. Particularmente amplios sectores de las clases medias se sensibilizan con el tema, que puede llegar a constituirse en uno de los elementos para nuevos arreglos institucionales en el sistema de dominación burguesa. Arreglos que busquen encausar «racionalmente» la actividad de los capitales individuales en pos de garantizar la sostenibilidad general de la acumulación.
Las clases populares, en tanto, son impulsadas a la acción ante la desesperación por el deterioro de sus condiciones de vida y salud, llegando incluso a la pérdida de sus fuentes laborales y de sustento (pescadores artesanales, trabajadores de la industria salmonera).
Para la clase obrera, que sufre con particular fuerza las consecuencias del daño ambiental, esta lucha se constituye en otro espacio de su acción contra el capital. Un ámbito más de su experiencia como actor político.
Casos como los de Quintero y Puchuncaví literalmente constituyen para la clase obrera, una cuestión de vida o muerte. El capitalismo le pone ante una disyuntiva sin solución posible en este sistema de dominación político y económico. Las únicas alternativas reales dentro sus límites son simplemente una muerte lenta por envenenamiento o la miseria por falta de trabajo.
La alternativa socialista
El desastre ecológico es la expresión de las contradicciones que desgarran globalmente al capitalismo contemporáneo. Su solución demanda que la naturaleza de dicho régimen social sea cambiada. Se requiere que la producción adquiera una forma social distinta a la capitalista, una socialista.
Solo la socialización de los medios de producción podrá poner a funcionar a la economía bajo un plan global que aproveche los avances científico-técnicos disponibles. Posibilitará además la puesta en práctica de patrones de producción y consumo socialmente racionales y que garanticen los equilibrios ecológicos, despojándolos a su vez del estrecho y peligroso marco al que los constriñe la incesante búsqueda de ganancias.
La solución de la cuestión medioambiental, por tanto, se inscribe necesariamente dentro del proyecto emancipador de la clase obrera. No hay otro actor que pueda dar una respuesta real y definitiva al problema.
Consideraciones para una política ecosocialista
Algunas consideraciones acerca del ecosocialismo como programa político de los trabajadores.
– Renovación programática de la izquierda
Una de los asuntos que el desastre ecológico del capitalismo ha desnudado con particular crudeza es la obsolescencia del programa industrialista levantado por la izquierda durante el siglo XX. La industrialización ha dejado de ser una demanda revolucionaria en tanto que lo que hoy enfrenta la clase obrera no es la pobreza derivada de la falta de desarrollo industrial capitalista, sino de las consecuencias que este último impone sobre sus condiciones de vida.
Ya nada soluciona que la producción pase del capital privado al Estado, para que este a su vez emule y sustituya a la burguesía como agente del desarrollo económico. De hecho, precisamente los sucesos de Quintero y Puchuncaví han develado la responsabilidad de empresas modélicas de la fase desarrollista del capitalismo chileno.
Si alguna vez el desarrollismo burgués y el socialismo pudieron haber tenido puntos en común en sus respectivas agendas programáticas, hoy ya no. Para efectos de la acción política de la clase obrera, deben quedar claramente diferenciados el capitalismo de Estado del socialismo.
El industrialismo no constituye una opción ecológicamente viable. La reciente emergencia de nuevas potencias industriales ha demostrado que si se replicara el patrón de desarrollo de los capitalismos desarrollados las consecuencias medioambientales serían insostenibles. No resulta ecológicamente factible que los países monten individualmente una industria propia a escala nacional a imagen y semejanza de los grandes centros de la acumulación mundial.
Por lo mismo, el ecosocialismo requiere una perspectiva internacional. La racionalización de los procesos de producción y consumo que este implemente no podrán ser completos si no se llevan a cabo en un marco que traspase las fronteras nacionales, y bajo el principio de una nueva división internacional del trabajo que aproveche racionalmente el actual desarrollo de las fuerzas productivas. La tragedia medioambiental encontrará una solución sostenible y definitiva solo con la integración económica de las naciones basada en la complementariedad socialista, en oposición a la actual integración de competencia capitalista.
– Conciencia y acción de clase
Otro de los elementos que ha evidenciado la situación de las zonas de sacrificio ambiental en Chile es la separación que enfrenta la clase obrera en relación al lugar de trabajo con el que ella y su núcleo familiar habitan. A partir, entonces, de esta separación relativa entre las condiciones de vida y las condiciones salariales-laborales, las cuales no tienen por qué tener una conexión directa entre sí, bien pueden originarse comportamientos diferenciados -y hasta contradictorios- en el seno de esta.
Precisamente una de las potencialidades de la problemática medioambiental para la clase obrera es la necesidad que se le plantea a crecientes contingentes de esta de elevarse por sobre la conciencia corporativista-sindical /1, y confluir además en la acción con otras clases populares.
– Independencia de clase
Finalmente, las organizaciones de izquierda que actúen en el seno de los trabajadores deben ante todo velar por preservar su independencia de clase. Esclarecer a ojos de estos los distintos intereses en juego con el fin de que no terminen siendo usados como elemento de fuerza en las pugnas inter burguesas. Evitar que la clase obrera se desgaste y divida inútilmente librando una guerra que no es la suya.
1/De hecho, fue Marcos Varas, presidente del sindicato de ENAP, quien rápidamente salió a deslindar responsabilidades de la estatal en la crisis de Quintero y Puchuncaví. Sibilinamente esgrimió la condición estatal en defensa de esta, deslizando supuestos intereses privatizadores tras las voces del gobierno que la señalaban como responsable. Cabe recordar que los gobiernos corporativos de ENAP y Codelco contemplan la presencia de representantes sindicales en sus respectivos directorios. Varas es precisamente, a parte de presidente del sindicato, miembro del directorio de ENAP.
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