Como recordaba el gran sociólogo barcelonés Esteban Pinilla de las Heras1, el término ‘raza’ no tuvo en los años veinte del pasado siglo la significación zoológica-biologista que pasó a tener tras su uso por nazis, pre-nazis y sus seguidores e imitadores. En España, durante los años de la dictadura del general Primo de Rivera, el […]
Como recordaba el gran sociólogo barcelonés Esteban Pinilla de las Heras1, el término ‘raza’ no tuvo en los años veinte del pasado siglo la significación zoológica-biologista que pasó a tener tras su uso por nazis, pre-nazis y sus seguidores e imitadores. En España, durante los años de la dictadura del general Primo de Rivera, el término, usado ya entonces, no designaba ninguna hipotética «raza española».
El día de la Raza había sido instaurado en 1917 por el presidente argentino Hipólito Yrigoyen, él mismo de ascendencia vasca e indígena. Dirigente del Partido Radical2, había llegado al poder en 1916. La raza del presidente Irigoyen no sólo eran las comunidades provenientes de la ascendencia española sino la resultante del mestizaje entre descendientes de personas originarias de la Península ibérica, de toda la península, y los descendientes de los antiguos pobladores de América.
Fue posteriormente, durante los primeros años de la dictadura del general golpista Franco, cuando el 12 de octubre, el día de la Raza, luego llamado día de la Hispanidad, recibió la significación imperial que en absoluto había estado presente en el ánimo e intencionalidad del presidente argentino Yrigoyen.
Curiosamente, Manuel Sacristán, al reseñar para Laye un ensayo introductorio de Jean Wahl 3 , había sugerido a principios de los cincuenta una singular definición de Hispanidad:
Las personas propensas a creer que la Hispanidad no pasa de ser un pretexto para la retórica gruesa deben considerar la riqueza literaria que nos llega de la América española. Entonces descubrirán -por ejemplo- que Hispanidad es, cuando menos, eso que nos permite leer La Colmena.
Los Breviarios del FCE son tal vez los más sorprendentes de todos esos libros que nos remite la Hispanidad. Son en principio, manualitos divulgadores. Pero con frecuencia sus satinadas páginas producen sorpresas de cierta magnitud. De mucha es la que proporciona el manual de Wahl.
(…) Quedamos, pues, en que, por el momento, la Hispanidad es eso que nos permite leer La Colmena de Cela y la Introducción a la Filosofía de Jean Wahl.
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Sea como fuere, la historia española de esa celebración tiene un momento altamente significativo. El 12 de octubre de 1936 había sido declarado por el fascismo español como día de la Raza y la Hispanidad. Cuatro días antes, el día 8, Miguel de Unamuno había publicado en los periódicos de Salamanca el «Mensaje de la Universidad de Salamanca a las Universidades del mundo», y al día siguiente «empezó la preparación editorial de la «Fiesta de la raza» en los periódicos, con un «vibrante» suelto, empedrado de tópicos y exaltación patriótica»4.. El día 11 la prensa de los alzados en armas inició la publicación de la carta-pastoral de Enrique Plà y Daniel, a la sazón arzobispo de Salamanca. Fechada el 30 de septiembre de 1936, la pastoral llevaba por título «Las dos ciudades». En el índice de la primera entrega periodística se señalaba: «Año 1936, piedra miliar en la historia de España. Revolución y Contrarrevolución. Los dos amores que las engendraron y con ellas a las dos ciudades. Frente al vandalismo de los hijos de Caín, el heroísmo y el sublime y fructífero martirio de los hijos de Dios».
El día 12, en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, se organizó un acto de exaltación hispánica y racial que se convirtió «en un aquelarre de simbolismos y gritos rituales fascistas»5. Miguel de Unamuno, rector de la Universidad, presidía la mesa. El general Franco le había cedido su representación en el acto académico6. Era la primera ocasión para que los militares amigos de Hitler y Mussolini, alzados contra la II República española, pudieran exaltar abiertamente los valores por los que se habían sublevado y «por los que estaban llenando de sangre los campos y las ciudades de España»7.
El estallido de la guerra había pillado al autor de La agonía del cristianismo en Salamanca, ciudad que, junto con Burgos, funcionaba como capital de facto de los facciosos antirrepublicanos. En aquellas primeras semanas, el pensador vasco mostró un apoyo expectante hacia los sublevados contra la legalidad republicana y el número de sus disparates políticos no es un cardinal menor. Su extravío ideológico y su confusión política no fueron, se miren como se quieran mirar, una simple y breve nota a pie de página8.
En la mesa del acto, además del propio Unamuno, figuraban el cardenal Enrique Plà y Daniel, de origen catalán; el fundador de la Legión, el general Millán Astray, con sus armas en la mano; Carmen Polo, la esposa del general golpista, con sus escoltas personales
La puesta en escena siguió el siguiente desarrollo. Intervinieron, en primer lugar, José María Ramos Loscertales, catedrático de Historia, un ex liberal converso de última hora, que habló del imperio español y de las esencias históricas de la raza; el dominico P. Beltrán de Heredia, también historiador de la Universidad de Salamanca, el más comedido de los participantes, quien hizo referencia a los maestros de la vieja Universidad, y a su «humanística y humanitaria preocupación por los modos de la colonización americana, en especial su compañero de Orden, el P. Vitoria, burgalés, creador del derecho de gentes»9 y coartada de los supuestos valores espirituales que los levantados en armas contra la Constitución republicana decían defender10. Francisco Maldonado de Guevara, catedrático de literatura de la Facultad de Filosofía, habló del caudillo, de las maldades de la URSS y de la necesidad de exterminar a la anti-España. José María Pemán habló a continuación y sugirió que cada uno, que cada español en su pecho construyera un Alcázar de Toledo.
El legionario Millán Astray, falto de un brazo, un ojo cubierto, cojeando de una pierna11, habló a continuación.
Astray: Catalunya y el País Vasco son cánceres en el cuerpo de la nación. El fascismo, remedio de España, viene a exterminarlos, cortando en la carne viva y sana como un frío bisturí. La carne sana es la tierra, la enferma su gente. El fascismo y el ejército arrancarán a la gente para restaurar en la tierra el sagrado reino nacional… Cuando Franco lo quiera y con la ayuda de mis valientes moros (sic), que si bien ayer me destrozaron el cuerpo, hoy merecen la gratitud de mi alma por combatir a los malos españoles… Porque dan la vida por la sagrada religión de España, escoltan a nuestro Caudillo12.
Astray, junto con el auditorio exaltado: ¡Viva la muerte!
Astray (con gritos muy varoniles): ¡España! ¡Una! ¡España! ¡Grande! ¡España! ¡Libre!
Unamuno, que entonces tenía 72 años respondió a continuación: Todos estáis pendientes de mis palabras y todos me conocéis y me sabéis incapaz de callar. Callar significa a veces mentir, porque el silencio puede interpretarse como aquiescencia. Yo no podría sobrevivir a un divorcio entre mi consciencia y mi palabra. Seré breve y la verdad es más verdad cuando se expone desnuda.
Quisiera, pues, comentar el discurso, por llamarlo de algún modo, del general Millán Astray… Dejemos aparte el insulto personal que supone la repentina explosión de ofensas contra vascos y catalanes. Yo nací en Bilbao, en medio de los bombarderos de la segunda guerra carlista. Luego me casé con esta ciudad de Salamanca, tan querida, pero jamás he olvidado mi ciudad natal. El obispo [Unamuno señaló al cardenal Plà y Daniel] quiéralo o no, es catalán, nacido en Barcelona… Acabo de oír el grito necrófilo y carente de sentido de ¡Viva la muerte! Me suena lo mismo que ¡Muera la vida! Y yo, que he pasado la vida creando paradojas, he de deciros, como autoridad en la materia, que esa ridícula paradoja me repugna…
El general Millán Astray es un inválido. No es preciso decirlo en tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Desgraciadamente hay hoy demasiados inválidos en España. Y pronto habrá muchos más. Me aterra penar que el general Millán Astray pueda dictar normas de psicología de masas. Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era simplemente un hombre, y no un superhombre, viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como digo, que carezca de esa superioridad de espíritu, suele sentirse aliviado viendo como se multiplica el número de mutilados alrededor de él.
Millán Astray, sentado en el extremo de la mesa presidencial que había golpeado repetidamente con su única mano, y que se había alzado y había interrumpido a Unamuno, gritó: ¡Mueran los intelectuales! ¡Viva la muerte!
Auditorio, como coro fascista: ¡Mueran los intelectuales! ¡Viva la muerte!
José María Pemán [ahora entre el público]: ¡No! ¡Abajo los falsos intelectuales! ¡Traidores!
Unamuno (concluyendo el acto): Estamos en el templo de la inteligencia y yo soy aquí su sumo sacerdote. Vosotros estáis profanando un sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Y ahora os digo: venceréis pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y el derecho en la lucha. Me parece inútil deciros que penséis en España. He dicho.
Hubo riesgo de linchamiento. Carmen Polo, el cardenal Plà y otro general franquista presente en el acto condujeron a Unamuno fuera del paraninfo y lo metieron en un automóvil. Unamuno tropezó, al salir, en la puerta de la Universidad. Una multitud de brazos en alto y de gritos patriótico-fascistas rodeó el coche. El general legionario se enfrentó todavía con el viejo rector con un gesto de desafío, junto al estribo mismo del coche de Carmen Polo. Dejando la multitud atónita y exaltada, Unamuno fue conducido por a calle de la Rúa a su domicilio. Poco a poco fue recuperando la normalidad.
Los periódicos del día siguiente, 13 de octubre, abrieron la primera página con los siguientes titulares: «La fiesta de la Raza se celebro este año en Salamanca con excepcional y magnífica solemnidad».
Desde luego: no hubo referencia alguna al incidente entre Unamuno y el general golpista Millán Astray.
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Destituido del rectorado, arrestado en su domicilio, Unamuno murió pocos meses más tarde, el 31 de diciembre de 1936.
Durante este período de arresto se arrepintió mil veces de haber contemporizado con los sublevados. En una carta de este período, dirigida a un periodista francés, Unamuno pronosticaba que
En esta guerra que se libra en España morirán cientos de miles de personas y miles de otras deberán marchar al exilio y jamás podrán volver… Porque la dictadura que se avecina en España será la más brutal que hayan conocido los tiempos. Se nutrirá del maridaje entre la sacristía y el cuartel
El tiempo no falsó sus palabras. Años más tarde, enero de 1957, se incluyeron en el índice de libros prohibidos dos de sus obras. Una de ellas, La agonía del cristianismo, porque el censor dedujo por el título que el ensayo abonaba el final de la cristiandad.
La Iglesia católica, apostólica y romana, vértice indiscutido del régimen franquista, uno de sus intelectuales orgánicos con mayor influencia y larga sombra, redactó una larga nota para justificar el atropello que fue publicada por la prensa en los primeros días de febrero de 195713. No tiene desperdicio:
La Iglesia no se mueve en un campo de interés humano ni tampoco en su cometido el de señalar los valores humanos en el mundo de la cultura. Consciente de su misión sobrenatural se mueve con la más amplia libertad en los límites de su competencia, subordinando a dicha misión sobrenatural todo motivo de orden terreno. Don Miguel de Unamuno ha sido ensalzado por mucho tiempo un escritor de rara fuerza, como un rebelde, y su actitud ante los grandes movimientos literarios y políticos le ha valido la adoración de cuantos aman la libertad de pensamiento como el valor supremo del hombre y la sociedad. La Iglesia, al condenar las dos obras del rector de Salamanca y al amonestar a los católicos contra los peligros doctrinales y morales de otras obras de Miguel de Unamuno, no expresa un juicio sobre el valor literario o filosófico y mucho menos sobre la intención del autor. Condena la negación del dogma y la ignorancia de la verdad […] Esto no es una novedad ni un retorno a la Edad Media. Es, simplemente, la posición lógica de quien tiene absoluta consciencia de su sobrenatural misión […] Y es precisamente esa actitud la que libra a la Iglesia de todo compromiso con un opinión pública.
Esta Iglesia era la abanderada del nacional-catolicismo que, bien mirado, y para hablar en sus términos, tenía poco de nacional: expulsaba fuera de ella no sólo a Unamuno sino incluso a Ortega y Gasset.
El mismo Pinilla de las Heras apuntaba una reflexión, obvia por conocida, refiriéndose al poder de la Iglesia romana14:
En mi experiencia iberoamericana ulterior, años más tarde, he comprobado que la Iglesia reclama la libertad y trabaja por la libertad de la mayoría, cuando ella está en minoría. Pero en cuanto tiene poder suficiente y consigue la subordinación del poder político, tiende a transformar a este en brazo armado que implemente sus decisiones. Y esto, tanto antes como después del Concilio Vaticano II.
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Como otros símbolos e instituciones asociados al franquismo -la bandera bicolor, el himno patachín-patachán15, la Iglesia católica, las familias de siempre, la Justicia, el Ejército, la misma Monarquía- la transición también intentó dulcificar aristas, alejar aceleradamente el tiempo pasado y girar o alterar significados en sentido democrático. El día de la raza sería el día de España, el día de la nación. No se escogió el 6 de diciembre, día de la Constitución, acaso más consistente con ese objetivo, ni desde luego, el 14 de abril, el 16 de febrero o el 1º de Mayo, pongamos por caso.
No es necesario hacer consideraciones o valoraciones políticas. De manera realista, estratégicamente, acaso calcularon que una o dos generaciones, sectores de ellas cuanto menos, no iban a poder identificarse con esas celebraciones ni con esos iconos. Era de hecho un aspiración quimérica. Era imposible que determinadas gentes pudieran sentirse próximas a todo ello: a la bandera, al día de la Raza, a la Monarquía borbonada. Había que tragar mucha quina y el cuerpo, como el alma, tiene sus límites. El estómago no podía soportar tanta acidez.
Pero al paso que van -el tiempo no acuña en bronce los pactos puntuales-, basta detenerse un momento en lo anunciado para este 12 de octubre de 2007 y su nueva reconversión en día de exaltación patriótica y de concursos que prueben y demuestren quien es más español(gol), es posible que el desencuentro entre los símbolos de la España oficial y los sentimientos de la ciudadanía real que exige aire trece veces por minuto, se extienda a sectores ciudadanos más jóvenes, mucho más jóvenes. En beneficio de todos, y de la memoria democrática no entregada, ¡que así sea!
(No lo tomen como un exabrupto final pero, sinceramente, me sale de dentro: ¡Que les den!. Dijo el poeta y nos lo cantaba Paco Ibañez: «¡Hasta enterrarlos en el mar!·». Pues eso).
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1 Esteban Pinillas de las Heras, En menos de la libertad. Dimensiones políticas del grupo Laye en Barcelona y en España. Anthripos, Barcelona, 1989, p. 83.
2 Pinilla de las Heras señala que la presidencia de Irigoyen abría la posibilidad por vez primera de un gobierno popular que no fuera conservador ni estuviera a los dictados de la oligarquía terrateniente.
3 «Reseña de Jean Wahl, Introducción a la Filosofía«. M. Sacristán, Papeles de filosofía. Icaria, Barcelona, 1984, pp. 483 y 486.
4 Luciano G Egido, Agonizar en Salamanca. Unamuno, julio-diciembre de 1936. Barcelona, Tusquests, 2006, p. 138.
5 Bernat Muniesa, Dictadura y Transición. La España lampedusiana. Vol I. La dictadura franquista 1919-1975. Publicacions i edicions de la UB, Barcelona, 2005, pp. 55-58.
6 Recuérdese que el dictador Francisco Franco, con el seudónimo de Juan de Andrade, escribió el guión de «Raza», película dirigida en 1941 por José Luis Sáenz de Heredia, familiar de José Antonio Primo de Rivera.
7 Luciano G. Egido, Agonizar en Salamanca, op cit, p. 139.
8 Véase, por ejemplo, Luciano G Egido, Agonizar en Salamanca. Unamuno, julio-diciembre de 1936, ob cit. Sin embargo, años después, la obra de Unamuno (o parte de ella) influyó en un sector crítico de jóvenes falangistas que fueron rompiendo paulatinamente con el franquismo y con la misma Falange. Indicios de ello pueden verse en Estilo, Qvadrante y Laye. Véanse a este respecto las declaraciones de Juan-Carlos García Borrón, Josep Mª Castellet y Jesús Núñez, «Pocholo», en Xavier Juncosa, Integral Sacristán, El Viejo Topo, Barcelona, 2006.
9 Luciano G Egido, Agonizar en Salamanca, op. cit, p. 144.
10 Pedro J. Ramírez, el director de El Mundo que cultiva muy bien la figura del clásico señorito español, aseguraba en una tertulia de la COPE del día 9 de octubre que el actual borrador de la ley de la Memoria histórica deforma los hechos, dado que el franquismo había sido una respuesta legítima a los excesos, abusos y crímenes de la Segunda República española. Las máscaras, muy gastadas, caen y el rostro aparece con las antiguas y conocidas arrugas que desde hace décadas ha ocultado a quien acaso no ha querido ver o no se ha esforzado lo suficiente..
11 La Vanguardia, 17 de agosto de 2004, Barcelona. «Grandes discursos del siglo XX». Egido da una versión algo diferente (op. cit, pp. 151-153).
12 Las versiones que he manejado no coinciden exactamente en cuanto a las palabras de Millán Asttray. Sea como fuere, alguno de las personas que intervinieron habló en ese línea.
13 Esteban Pinilla de las Heras, op. cit, p. 46.
14 Ibidem, p. 47.
15 Mi padre, un obrero derrotado, un ex-campesino que nunca dejó de serlo que había perdido su hermano de 20 años en la batalla del Ebro, cuando yo era joven, me solía cantar una versión del himno franquista llena de palabras fuertes que evito reproducir pero que, en esencia, en muchas de sus afirmaciones, era semánticamente verdadera, y si nos ponemos rigurosos y nos adentramos en el ámbito de las lógicas multivaloradas, incluso infinitamente valoradas, verdadera-verdadera, sin sombra del valor falsedad.