«18 de Julio. Si tenemos que volver a pasar, pasaremos», así podía leerse esta mañana en los carteles colocados en Madrid llamando a un desfile de la Falange. Aunque en forma bien distinta, desde la supremacía democrática y al igual que en los países de nuestro entorno, es bueno para nuestra sociedad recordar estos eventos […]
«18 de Julio. Si tenemos que volver a pasar, pasaremos», así podía leerse esta mañana en los carteles colocados en Madrid llamando a un desfile de la Falange. Aunque en forma bien distinta, desde la supremacía democrática y al igual que en los países de nuestro entorno, es bueno para nuestra sociedad recordar estos eventos históricos que, por dramáticos y hasta heroicos para quiénes los sufrieron, deben constituirse en referencias públicas sobre la necesidad de conservar y defender valores duramente conquistados, como el de la justicia o la libertad, subvertidos en el siglo pasado por ideologías totalitarias que siguen vivas y hasta repuntan en nuestro país, viendo exhibir impunemente sus banderas y símbolos que, al contrario que sucede en la Unión Europea, no han sido declaradas ilegales, prohibidas y penada su pertenencia, por las exaltaciones de los regímenes que sostuvieron y que implantaron largas dictaduras, cuyas consecuencias todavía lamentamos en el caso español.
Esta falta de resolución y valentía del gobierno, al propio tiempo que ha desalentado y puesto en su contra a un amplio y cualificado sector social, sensible a la recuperación pedagógica de los principios democráticos, ha conseguido envalentonar a una derecha montaraz, instalada en la herencia ideológica del franquismo, cuyos símbolos y aura sociológica ampara y justifica, promoviendo sonoras oposiciones a las leyes y avances sociales y despreciando a las víctimas del franquismo con su negativa a que los demócratas españoles puedan recuperar la Memoria Histórica democrática y antifascista, exigiendo su derecho a saber, a la justicia y a la reparación, tal como establecen la legislación de la ONU sobre los derechos humanos vigentes en España, y con cuyo incumplimiento el gobierno español y la judicatura, se encuentran en un permanente ejercicio de prevaricación por omisión de deberes, por el imperativo legal de actuación de oficio o, en su defecto, a instancia del clamor que se eleva desde la izquierda y desde las asociaciones de víctimas del franquismo.