La pregunta estrella de la noche en el programa Tengo una pregunta para usted, con el que TVE premió ayer al presidente del Gobierno, fue la referida al precio del café. Así cabe constatarlo a la vista de la importancia que le conceden casi todos los periódicos de la mañana. Zapatero respondió que un café […]
La pregunta estrella de la noche en el programa Tengo una pregunta para usted, con el que TVE premió ayer al presidente del Gobierno, fue la referida al precio del café. Así cabe constatarlo a la vista de la importancia que le conceden casi todos los periódicos de la mañana. Zapatero respondió que un café vale 80 céntimos y el ciudadano que hizo la pregunta se mofó diciéndole que eso sería en tiempos «del abuelo Pachi», con lo que el buen hombre demostró dos cosas: la primera, que él no tiene ni idea de lo que costaba un café en tiempos del abuelo de Zapatero, y la segunda, que él tampoco sabe cuánto vale un café. Mayormente porque es imposible, dado que el precio de la taza de café en los bares y cafeterías de España no está sujeto a regulación, de modo que lo mismo puede costar 80 céntimos que dos euros, o más.
El error de Zapatero no estriba en ignorar el dato, sino en tener un equipo de apoyo tan flojo. Un encuentro televisado como el de ayer no puede dejarse al azar, confiando en los reflejos del entrevistado. La pregunta -una pregunta de ese estilo- era predecible, y Zapatero debía tener preparada una respuesta estándar. Ese tipo de preguntas maliciosas son un tópico del género, desde que hace muchísimos años a un presidente francés (creo que fue a Valéry Giscard d’Estaing) le dejaron en evidencia al quedar claro que no tenía ni idea del precio del billete de metro.
De lo que se trata con esas preguntas es de demostrar que la gente situada en las alturas no tiene ni idea de cómo vive el pueblo llano. Lo cual es cierto, aunque extensible a bastantes de los altos ejecutivos -también de los medios de comunicación- que esta mañana ríen la anécdota. Me sé de más de uno y más de diez que es seguro que ya ni recuerdan el último día que se subieron a un transporte público. Y, la verdad, tampoco me parece ni tan raro ni tan grave.
Lo que sí me parece grave es que no se hayan oído protestas -yo no las he oído, al menos- por el hecho de que la Radiotelevisión pública española haya programado dos programas estelares de este tipo, uno para el presidente del Gobierno y el otro para el que llaman «el líder de la oposición». No me voy a detener hoy en el hecho de que ese título sea una solemne impostura, porque la oposición en el Parlamento español carece de un líder único. Lo que me importa más, e incluso me escandaliza, es que pase como la cosa más natural del mundo este intento de apuntalar el bipartidismo en España. Con todo lo de malo que eso encierra.
Si la política oficial española no es todavía radicalmente insufrible, si aún no nos hemos vuelto a instalar del todo en los tiempos de Cánovas y Sagasta, con su alternancia formal y su identidad esencial, es, precisamente, gracias al hecho de que, además de los dos grandes partidos, en el Parlamento están representados otros que, mal que bien, pueden alterar ese juego infernal de las alternancias sin alternativas. Yo, al menos, no me engaño: si Rodríguez Zapatero está haciendo la política que está haciendo es porque no logró la mayoría absoluta y hubo de pactar con algunos grupos menores. Basta con ver las diferencias que hubo entre el Aznar de su primera legislatura, cuando se vio obligado a entenderse con otros, y el Aznar de la segunda, cuando logró la mayoría absoluta, para apreciar el valor que posee el no bipartidismo.
Toda la otra oposición -todo lo que no es ni PSOE ni PP- tenía que haber puesto el grito en el cielo ante esta iniciativa de RTVE, diciendo a la dirección del ente público que quién se cree que es para dedicarse a tan descarado fomento del bipartidismo.
Pero no lo ha hecho.
En fin, luego pasa lo que pasa.