El mundo no se dirige de acuerdo con la ciencia del clima. En mitad del abucheo casi histérico producido desde la Cumbre climática de Copenhague, merece la pena recordar este hecho. Si las cosas se hubieran hecho vigilando cuidadosamente con un ojo los motores ecológicos del planeta, y los niveles de recursos de sus depósitos […]
El mundo no se dirige de acuerdo con la ciencia del clima. En mitad del abucheo casi histérico producido desde la Cumbre climática de Copenhague, merece la pena recordar este hecho. Si las cosas se hubieran hecho vigilando cuidadosamente con un ojo los motores ecológicos del planeta, y los niveles de recursos de sus depósitos de combustible, hubiera parecido muy distinto. El parque de nieve de interior más grande del mundo no estaría, por ejemplo, en el abrasador Emirato de Dubai, en Oriente Medio. El transporte público sería rápido y barato, y Richard Branson sería un cultivador desconocido, ocupado de reciclar en su parcela cultivada orgánicamente.
Sin embargo, el miedo a los ajustes que probablemente serán necesarios para detener el peligroso cambio climático parecen servir de combustible al vitriolo de la minoría vociferante que ataca la ciencia del clima. Resulta extraño pensar que estas cosas puedan suceder. Ahora se cuenta un chiste que lo resume muy bien. Un académico da una conferencia en la que enumera los resultados de la acción por el clima: independencia energética, agua limpia, aire limpio, trabajos verdes, ciudades vivibles, niños saludables, et., etc. Un hombre del público estalla: «¡¿Pero y si resulta que es un gran fraude y creamos un mundo mejor por nada?!».
Y, desde luego, no es un fraude. La química básica del calentamiento global ha sido entendida, y permanece inalterable, desde hace 200 años. Los artículos concernientes a la ciencia de las últimas semanas han sido del tipo «¿cuánto tiempo pueden mantener la respiración?». No del tipo «¿realmente podemos respirar bajo el agua?». Al mismo tiempo, las tendencias observadas sobre los gases de efecto invernadero, medidas desde el último informe importante por el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), revelan lo opuesto al alarmismo.
De haber cedido hacia algún lado, el IPCC ha sido demasiado conservador, habiendo subestimado lo rápido que podríamos ser impulsados hacia el peligroso cambio. Las emisiones reales de carbono incluso han ido más allá de su «escenario de combustibles fósiles más intensivo». Dejemos a un lado la inclusión en su último informe de una fecha errónea para la fusión de los glaciares del Himalaya, sacada de un nuevo informe del World Glacier Monitoring Service, que detallaba una «aceleración ininterrumpida en la fusión» de los glaciares de todo el mundo.
Tristemente, en este mismo momento, los negacionistas del cambio climático tienen poco que temer. No tenemos directivas ni acciones ni remotamente iguales a la amenaza. ¿Y por qué? En parte porque el mundo no es dirigido con respecto a las leyes físicas básicas que entendemos bien. Se dirige de acuerdo con los dictados de una disciplina mucho más variable, la economía, cuyos conocimientos y propuestas se someten a un examen mucho menos riguroso. El mundo real palpita fiablemente de acuerdo con las leyes de la termodinámica y la conservación de la energía. No se puede afirmar esa coherencia para el concepto de que un enfoque desregulado e impulsado por la codicia es la manera más eficiente de organizar la banca. ¿Qué sucedería si se sometieran las directivas económicas a los mismos estándares de evidencia y revisión que la ciencia del clima?
¿Qué pasaría si las ciencias naturales adoptaran los supuestos que subyacen en los modelos económicos de la corriente principal? Incluyen las afirmaciones clásicas de que todos somos absolutamente racionales, que tomamos decisiones que no se ven afectadas por los comportamientos de los demás, que tenemos la «información perfecta», que sabemos todo lo importante que hay que saber. O bien aquella de que hay un número infinito de pequeñas empresas que compiten en mercados abiertos sin barreras que impidan la entrada (pensemos en Walmart, Microsoft, Amazon, Tesco, Google). Y también la idea de que el consumo puede crecer infinitamente en un planeta finito.
La economía ortodoxa se basa en simplificaciones que distorsionan tanto el mundo real que lo hacen irreconocible, pero sus dogmas básicos son crédulamente repetidos casi diariamente en los periódicos de tirada nacional y en las noticias televisadas. Un enfoque basado auténticamente en las evidencias de la manera de hacer la política económica produciría un sistema remotamente diferente al que tenemos, de la versión «los negocios que sigan como siempre» que tan ansiosamente parecen defender los escépticos del clima. Si tenemos en cuenta su tarea, la amplia gama de temas cubiertos, los miles de científicos implicados y el gran tamaño de sus informes, lo que sorprende del trabajo del IPCC es que compararlo con cualquier análisis económico usado para dirigir realmente el mundo es como comparar el Oxford English Dictionary completo con una guía de slang publicada por el Sunday Sport.
En otros lugares, algunas voces piden que haya un informe diferente de los escépticos del clima. Por una parte, no tiene sentido: si la ciencia de los escépticos fuera lo bastante buena como para ser dada a conocer en publicaciones decentes con revisión entre iguales, sería considerada junto con la otra por el IPCC. Aunque por otra parte, la idea de someter a los negacionistas al mismo grado de revisión rigurosa que se somete a los demás es una perspectiva deliciosa. Ciertamente, si se hiciera, su informe final sería realmente breve.
Y de seguir las tendencias actuales, sigue siendo un hecho que a finales de 2016 el nivel de gases de efecto invernadero en la atmósfera será bastante improbable que permanezcamos por debajo del crecimiento crítico de dos grados de temperatura. 82 meses y contando…
Andrew Simms es director de New Economics Foundation:
Traducido por Víctor García para Globalízate
http://www.globalizate.org/82m080210.html
Artículo original:
http://www.guardian.co.uk/commentisfree/2010/feb/01/climate-change-banking-economics