«El momento más grave de mi vida fue mi prisión en una cárcel del Perú» César A. Vallejo M. Este año -2010- se cumplen 90 años de uno de los acontecimientos más nefastos y oscuros de nuestra historia judicial. Curiosamente, el hecho marcó, sin embargo, un hito en la vida del afectado y un rumbo […]
«El momento más grave de mi vida fue mi prisión en una cárcel del Perú»
César A. Vallejo M.
Este año -2010- se cumplen 90 años de uno de los acontecimientos más nefastos y oscuros de nuestra historia judicial. Curiosamente, el hecho marcó, sin embargo, un hito en la vida del afectado y un rumbo distinto en el proceso de la literatura abriendo cauce al surgimiento universal del más alto exponente de la poesía nacional: César Abraham Vallejo Mendoza.
Ocurrió, en efecto, que en una provincia del norte del Perú – Santiago de Chuco, departamento de La Libertad- y en medio de una fiesta local los gendarmes de la policía se sublevaron contra el Subprefecto por reclamos vinculados al pago de sus salarios. En la revuelta, participaron algunos civiles que agitaron el ambiente y provocaron una violencia mayor que dejó como secuela una casa incendiada, un policía muerto y varios ciudadanos heridos.
Rivalidades aldeanas y odios pueblerinos generan una situación insólita: César Vallejo, el poeta que entonces frisaba los 28 años, y que había vuelto al pueblo la noche anterior, se vio involucrado en los hechos y, como consecuencia de ello, fue detenido el 6 de noviembre de ese año cuando se hallaba refugiado en la casa de campo de Antenor Orrego, en las afueras de Mansiche y fue conducido a la cárcel de la ciudad de Trujillo, donde quedó privado de su libertad, con otras 11 personas.
Vallejo debió sufrir los efectos de una carcelería injusta que se prolongó indebidamente hasta febrero de 1921, cuando fue salió de la cárcel sin que, por eso, se viera librado del acoso judicial que se mantuvo como espada de Damocles, sobre él, por largos años.
Hoy se sabe por cierto, que no tuvo nada que ver con los aciagos sucesos ocurridos en la fiesta de Santiago. Pero el hecho marcó decisivamente la vida del poeta hasta el extremo que lo decidió a emigrar del Perú y a no retornar nunca. En el extremo, sus restos permanecen en un cementerio de París y todos los intentos de repatriarlos tropezaron tanto con su voluntad expresa de no volver al Perú y con la lucha de quien fuera su esposa, Georgette de Vallejo, que hizo respetar la decisión de su esposo en tal sentido.
Y es que, en efecto, la prisión dejó en el alma de Vallejo una huella indeleble, un rastro que nunca alcanzó a desaparecer, y que marcó la ruta de sus pasos tanto en su vida, como en su obra. Bien podría decirse que el poeta nunca alcanzó verdaderamente a recuperarse del trauma que le generó la prisión; pero nunca, tampoco, un hecho de esa magnitud elevó a y un espíritu selecto a la magnitud que alcanzó Vallejo.
J.M. Cohen, reconocido estudioso de la literatura latinoamericana asegura que César Vallejo es «uno de los poetas geniales» de siglo XX. Y añade que nadie lo iguala, «salvo Maiakovski, Pasternak, Rilke, Machado y un par de otros». Y es que, en efecto, el encarcelado ciudadano de 1920 se proyectó, gracias a su capacidad creadora, a los niveles más altos de la poesía universal.
En Vallejo, sin embargo, se entremezclan diversos elementos. A su condición de peruano auténtico, es decir, de indio orgulloso de su ancestro; se suma una grandeza espiritual pocas veces registrada. Por eso, Jean Cassou lo llamó «un hombre, entre los hombres de su pueblo». Un hombre convocado sin duda, a la lucha por la libertad.
Y en esa lucha, viajó a la capital de la República con su primer libro bajo el brazo «Los heraldos negros» publicado en 1918 y entregó en 1923 su segunda creación -«Trilce»- que fue recibida con extrema frialdad -y hasta con hostilidad- por la crítica literaria de la época.
José Carlos Mariátegui, sin embargo, entendió nítidamente el mensaje de Vallejo. En su poesía, dice el Amauta, «es siempre un alma ávida de infinito, sedienta de verdad. La creación en él es, al mismo tiempo. Inefablemente dolorosa y exultante. Este artista no aspira sino a expresarse pura e inocentemente. Se despoja, por eso, de todo ornamento retórico, se desviste de toda vanidad literaria. Llega a la más austera, a la más humilde, a la más orgullosa sencillez en la forma. Es un místico de la pobreza que se descalza para que sus pies conozcan desnudos la dureza y la crueldad de su camino».
Hoy nadie discute ni la altura humana de Vallejo ni su inmensa calidad literaria. Pero sí hay quienes pretenden ocultar algunos aspectos esenciales de su vida y de su obra.
Aún ahora, algunos buscan omitir la militancia política de César Vallejo. El poeta, fue comunista. Se vinculó a las luchas del proletariado en sus años de estancia francesa, pero se identificó con el ideal socialista a partir de su admiración por la Revolución Bolchevique del año 17. Por eso militó en el Partido Comunista Frances y por eso viajó a Rusia y recogió sus impresiones referidas a la construcción del socialismo en ese país en su libro: «Rusia en 1931».
Bien podría decirse que no todas sus apreciaciones fueron -como se dice- «ortodoxas», pero nadie podría mostrar un sólo texto contrario al ideal que encarnara la experiencia leninista.
Nuevamente en Francia, en los primeros años de la década del 30, desarrolló una constante actividad revolucionaria, razón por la que fue forzado a abandonar ese país y buscar refugio en España. Allí se vio envuelto en al tumultuoso escenario de la Guerra Civil, y tomó partido -resueltamente- por la causa de La República. Bien podría decirse que fue un combatiente por la causa republicana, como lo acreditan también sus poemas de «España, aparte de mi este caliz», verdaderos poemas épicos de la lengua castellana.
Luchando por esa causa, Vallejo estuvo entre los organizadores del Congreso de Intelectuales Antifascistas -Valencia, 1937- compartiendo responsabilidades con hombres del talento de Antonio Machado, Rafael Alberti, Miguel Hernández y Pablo Neruda; y luego del cual debió volver a París donde murió en abril de 1938.
Aunque Vallejo nunca llegó a tener en nuestro país el reconocimiento oficial que su vida y su obra merecen; su mensaje de esperanza en un futuro mejor subyace en la conciencia de los peruanos. Hoy, muchos esperan que sea verdad su buen augurio: «Necesitas comer, pero, me digo / no tengas pena que no es de pobres / la pena, el sollozar junto a su tumba / remiéndate, recuerda, / confía en tu hilo blanco, fuma, pasa lista / a tu cadena, y guárdala detrás de tu retrato / Ya va a venir el día, ponte el alma».
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / www.nuestra- bandera.com
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