Nota de edición, julio de 2019: un instituto de secundaria de Santa Coloma de Gramenet, una ciudad obrera pegada a Barcelona, ha celebrado a lo largo del curso 2018-2019 sus primeros cincuenta años. En ese instituto, el Puig Castellar (lleva el nombre de un poblado ibérico de la ciudad), he trabajado durante 35 años, desde […]
Nota de edición, julio de 2019: un instituto de secundaria de Santa Coloma de Gramenet, una ciudad obrera pegada a Barcelona, ha celebrado a lo largo del curso 2018-2019 sus primeros cincuenta años. En ese instituto, el Puig Castellar (lleva el nombre de un poblado ibérico de la ciudad), he trabajado durante 35 años, desde septiembre de 1982 hasta el 1 de octubre de 2017.
Se ha editado un libro como recuerdo con textos y testimonios de profesores, ex alumnos y trabajadores no docentes. Mi contribución es este escrito que pueden leer a continuación.
*
Para los alumnos/as y exalumnos/as del Puig Castellar, con la admiración y devoción a ellos debida. Para los/as ausentes.
Estos días azules y este sol de la infancia.
Antonio Machado (1939)
Ceremonia de la entrega de medallas de los 200 metros lisos en los Juegos Olímpicos de 1968 que se celebran en México, el país que había acogido a miles y miles de refugiados republicanos españoles que huían del fascismo. Dos atletas estadounidenses, Tommie Smith (oro en la final) y John Carlos (bronce) suben al podio y levantan el puño en alto envuelto en un guante negro. Tommie y John «gritan», recuerdan al mundo que los negros, en EEUU y en muchos otros países del mundo, siguen siendo ciudadanos de segunda o tercera clase, no ciudadanos incluso. Sube también al podio Peter Norman, medalla de plata, un corredor australiano que contempla cómo sus dos acompañantes bajan las cabezas, cierran los ojos y alzan los brazos. Peterno levanta el puño pero alza su voz. Luce un parche en el que lleva bordadas las iniciales OPHR: Olympic Project for Human Rights (Proyecto Olímpico por los Derechos Humanos). Smith y Carlos son expulsados de por vida del movimiento olímpico. Unos meses antes, el primer medallista había visto morir a Martin Luther King, asesinado el 4 de abril de 1968,en el balcón del hotel Lorraine de Memphis.
Sube también al podio Peter Norman, medalla de plata, un corredor australiano que contempla cómo sus dos acompañantes bajan las cabezas, cierran los ojos y alzan los brazos. Peter no levanta el puño pero alza su voz. Luce un parche en el que lleva bordadas las iniciales OPHR: Olympic Project for Human Rights (Proyecto Olímpico por los Derechos Humanos). Smith y Carlos son expulsados de por vida del movimiento olímpico. Unos meses antes, el primer medallista había visto morir a Martin Luther King, asesinado el 4 de abril de 1968, en el balcón del hotel Lorraine de Memphis.
Los adolescentes de medio mundo que estábamos viendo la ceremonia no entendíamos muy bien lo que estaba pasando pero, de algún modo, aquel acto de dignidad, compromiso, decencia y rebeldía quedó grabado en nuestras almas. Hasta el día de hoy, ahí sigue. No lo hemos olvidado, nunca lo olvidaremos.
Los tiempos, lo cantaban Dylan y Joan Baez, estaban cambiando. El movimiento por los derechos civiles y contra la guerra imperial de exterminio en Vietnam movilizaba a millones de ciudadanos en Estados Unidos. La Europa popular se erguía también en pie de paz y resistencia. Miles y miles de estudiantes parisinos -y de toda Francia- aspiraban a un mundo más justo y más libre en Mayo del 68. Al igual que sus compañeros alemanes, querían dejar de nadaren las heladas e inhumanas aguas del cálculo egoísta. En el país de Denis Diderot y Jean Jaurès, el movimiento obrero organizó una gran huelga general, una de las más importantes de su historia, que impuso mejores sociales. En Checoslovaquia, la Primavera de Praga anunciaba la posibilidad -muy real- de un comunismo democrático, no burocrático, equitativo, participativo y emancipador. Otros movimientos sociales alternativos levantaban también su voz. La II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (CELAM), clausurada en Medellín (Colombia) el 6 de septiembre de 1968, es considerada uno de los hitos más importantes de la historia eclesial contemporánea, junto al Concilio Vaticano II del que -afortunadamente- bebió.
La reacción, por supuesto, usó sus «sin razones» de siempre, la fuerza y las armas. Muchos activistas fueron masacrados; gente inocente fue asesinada. La matanza de la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco el 2 de octubre de ese mismo año es un ejemplo. Elena Poniatowska, premio Cervantes de Literatura en 2013, escribió páginas imborrables sobre aquel crimen que tampoco hemos olvidado.
En España, eran aquellos tiempos de silencio pero también de resistencia antifascista y fraternidad. Cinco años antes, había sido asesinado Julián Grimau, militante del Partido Comunista de España, y un año después, Enrique Ruano Casanova, un estudiante antifascista madrileño, sería torturado por la BPS (la Brigada Político-Social del Régimen) y arrojado al vacío. El fascismo seguía en pie de barbarie e inhumanidad.
Mientras tanto, en Santa Coloma de Gramenet, allí donde la ciudad perdía entonces su nombre, unos trabajadores, cuyos orígenes territoriales podemos conjeturar (andaluces, extremeños, murcianos, aragoneses, también catalanes), construían el que sería el primer Instituto público de la ciudad. ¡El primero, en 1968, en una ciudad que debía tener entonces unos 95 mil habitantes! Aquel tiempo de vida, lucha democrática, resistencia, organización popular, libertad y emancipación impregnó probablemente las aulas del nuevo Instituto. Durante años… aunque todo fluye (como nos enseñaba, sabiamente, el oscuro Heráclito de Efeso) y nada permanece si no nos esforzamos en conseguir que las cosas continúen transitando por su verdadero sendero.
Ya han pasado cincuenta años desde entonces. ¡Cincuenta! De algo de lo sucedido en este medio siglo (he trabajado 34 años en el Puig) me gustaría hablarles. Pienso sobre todo, al escribir estas líneas, en estudiantes y exestudiantes del centro (maestros míos algunos de ellos en la actualidad), y en sus familiares y amigos. A ellos me dirijo en primer lugar, a todos ustedes también.
El guión de esta nota en la que tendré que dejar muchas cosas en el tintero: recuerdos, disculpas, agradecimientos y un breve apunte moral para finalizar.
Los recuerdos. El de todos ustedes, que son muchos, en primer lugar. He olvidado algunos nombres, pero no sus caras. Recuerdo, con dolor, con mucho dolor, a las personas ausentes, a los estudiantes (después amigos y amigas) que ya no están entre nosotros. Temprano levantó la muerte el vuelo, demasiado temprano (César Vallejo, «Masa»: […] Le rodearon millones de individuos, /con un ruego común: «¡Quédate hermano!»/ Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo./ Entonces todos los hombres de la tierra le rodearon;/ les vio el cadáver triste, emocionado;/ incorporóse lentamente,/ abrazó al primer hombre; echóse a andar…»).
De los otros recuerdos, tal vez el más imborrable: la visita de una treintena de brigadistas internacionalistas ya mayores al Puig, con un salón de actos absolutamente abarrotado. Los aplausos aún resuenan en mis oídos; la emoción sigue viva, muy viva. Lo mismo, exactamente lo mismo, sucedió cuando vinieron los compañeros de Amical Mauthausen, dos personas que habían estado en aquel campo de horror y exterminio.
Recuerdo también a muchos conferenciantes invitados que no están entre nosotros. José María Valverde, Francisco Fernández Buey, Albert Dou, Pere de la Fuente, por ejemplo. También, afortunadamente estos segundos están muy vivos, a Manuel García Doncel, un gran conocedor de la obra de Isaac Newton que nos ayudó a celebrar el tricentenario de la publicación de los Principia; Albert Recio, un gran economista y activista; Manuel García Carpintero, uno de los filósofos más importantes de nuestro país; Héctor Silveira, un jurista muy comprometido; Rafael Poch de Feliu, un periodista como pocos, despedido de La Vanguardia hace pocos meses. No son todos los nombres.
En el marco de la ciudad, en los actos y jornadas organizados por el Grup de Filosofía del Casal del Mestre del que formaba parte el departamento de filosofía del Puig, nos visitaron Jesús Mosterín, Pilar Fibla y Toni Domènech (que tampoco están ya entre nosotros, Mosterín murió afectado por un mesotelioma). También Manuel Cruz, Paula Olmos, Luis Vega, José Luis Moreno Pestaña, Enric Tello. Muchos más.
No me olvido de los grupos de poesía o de teatro, como «Carpe diem», o de aquella magnífica exposición sobre paradojas que organizaron los alumnos de 3º de BUP. Tampoco de los estudiantes que colaboraron (con artículos, interesantes artículos que ahora emociona leer) en el «Jo què sé? Revista d’opinió dels instituts de Santa Coloma».
Todo aquello dio vida, mucha vida, al Puig. No habita nuestro olvido en nada de ello. Nunca habitará, desde luego que no.
Toca ahora disculparme. Les pido disculpas por hablar a veces de lo que no sabía. Les pido disculpas por las clases mal preparadas y también por las mal dadas (que probablemente han sido muchas, más de las razonables).Por los «rollos filosóficos inaguantables», que ni yo mismo entendía del todo, formulados con escaso orden y nulo concierto. Por las respuestas mal dadas a preguntas de interés que ni siquiera llegué a comprender bien. Por no decir, cuando tocaba decirlo, «no sé, de esto poco puedo decirles, tengo que pensar y estudiar más».
Les pido disculpas también por aburrirles; mucho, soy muy consciente. Por los apuntes incomprensibles. Por los falsos alardes de una no menos falsa erudición. Por no haberles explicado mejor uno de los «cuentos filosóficos» más hermosos, el de la caverna de la Politeia platónica, que se han escrito nunca. Por no recoger mejor sus inquietudes. Por mi probable descortesía en algunos momentos. Por mis nervios demasiado a flor de piel en ocasiones. Por no hablarles apenas de filósofas, no sólo de filósofos. Por mis pesadísimos «rollos lógicos» (¿de dónde me vendrá esta adicción incontrolable e incorregible a la lógica matemática?). Por los exámenes imposibles (¡largos, demasiado largos!), sin tiempo para responderlos en condiciones. Les pido disculpas por ser incapaz, algunas veces, de ponerme o intentar ponerme en su lugar. Por las notas injustas (que han sido varias, más de una y de dos, algunas de ellas aún duelen). Les pido disculpas por no defenderles más cuando debía haberles defendido de atropellos, de verdaderos atropellos, en sus derechos básicos. Por caer, a veces, en un corporativismo lamentable y, peor aún, acomodaticio y cobarde, muy cobarde.
Me disculpo también por no ser a veces consciente del esfuerzo que ustedes y sus familias estaban haciendo: trabajando en tareas nada fáciles, estudiando, viviendo (¡hay que vivir!), siendo activos en partidos y movimientos sociales críticos, luchando, jugándosela. Demasiado para cualquiera, incluso para ustedes. Me disculpo por no haberles explicado, más de una vez y en detalle, lo que para mí significaba trabajar en un Instituto de una ciudad, la suya (que también ha llegado a ser muy mía), que era y es el lugar de residencia de uno de mis héroes de la lucha antifranquista, Paco Téllez, un trabajador de la construcción salvajemente torturado por el fascismo. Me disculpo por no haberles hablado del obrero asesinado en 1973 (a los 27 años), a las puertas de la Central Térmica, en Sant Adrià del Besòs, Manuel Fernández Márquez, colomense como ustedes (¡Y sin calle que lo recuerde en su propia ciudad!). Me disculpo por no haber defendido mejor la continuación de los estudios de bachillerato en horario nocturno, por no haberme enfrentado sin pelos en la lengua y con más coraje al (ir)responsable político de aquella injusta y nefasta decisión, el entonces consejero de Educación (uno de los peores que hemos tenido, el peor probablemente, ¡y han sido muchos y muchas los y las peores!) del gobierno catalán. Estoy hablando, como recuerdan, de Ernest Maragall.
Les pido disculpas también por no haber conseguido que algunas aulas lleven nombres que hubieran dignificado aún más nuestro Instituto. Me disculpo por no haber hecho más, mucho más, para que dos héroes de nuestro tiempo, Paco Puche y Paco Baéz, malagueño y sevillano respectivamente, no vinieran a nuestro instituto para que nos explicaran lo mucho que saben sobre la industria criminal del amianto (que probablemente haya afectado a conocidos suyos). Me disculpo también por no haberles explicado que me llamo Salvador por mi tío, el joven hermano de mi padre, caído en la batalla del Ebro a los 20 años defendiendo la II República española. Les pido disculpas por no haberles contado nunca que mi segundo apellido, Arnal, proviene de la hija de un trabajador oscense, cenetista, asesinado en mayo de 1939, recordado en el «Memorial dels Immolats» con el nombre y el apellido cambiados: Josep Arnau por José Arnal. Les pido disculpas por no haberme enfrentado con mayor contundencia a aquella agenda, falsa históricamente, nefasta ideológicamente, sobre 1714 que se distribuyó el curso 2013-2014. También por las cosas muy mal hechas, que no son pocas, por los comportamientos inadmisibles, absolutamente inadmisibles, en los que muchas veces no puedo dejar de pensar. También por los olvidos, por los malos consejos, por las cosas dejadas a medias, por los promesas incumplidas…
Les dejo respirar un momento y les cuento uno de esos olvidos de los que hablaba, el que más me avergüenza probablemente. También, luego, uno de esos malos consejos.
Hace más de 20 años, Pere de la Fuente, un profesor de filosofía del Terra Roja, y el que les está hablando escribimos un libro en honor de un lógico, traductor, activista y filósofo que había sido maestro nuestro y que había fallecido diez años atrás, en 1985. Lo titulamos: Acerca de Manuel Sacristán. Ese libro, que ahora puede verse -no es una broma ni tampoco un alarde- en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, fue posible por la colaboración -que de hecho fue mucho más que una colaboración- de un joven estudiante de COU del Instituto. Se llamaba, se llama, Antonio Rosa, un fotógrafo muy reconocido, amigo probablemente de algunos de ustedes. Su nombre debería haber figurado como coautor del libro al lado de los nuestros, con letra mayor incluso. Mía es toda la responsabilidad de que así no se hiciera. No pensé, no fui capaz de pensar, no caí en lo más elemental. Y no solamente fue eso. Mi descortesía, «mi olvido», es tan inadmisible que ni siquiera cité a Antonio en el apartado de agradecimientos de la presentación. Sigo sin entender cómo fui tan poco ético, tan descortés. Más claramente: tan torpe, tan idiota, tan impresentable.
El mal consejo del que les hablaba. Al finalizar el COU, en la última clase, tenía la costumbre de preguntar a los alumnos qué iban a estudiar. Mi intención: animarles, fuera cual fuera su elección; indicarles que estudiaran lo que más le gustara, sin cálculos de ningún tipo. Una de esos alumnos, tal vez fuera el curso 1986-87, me respondió que iba a estudiar Derecho. No cumplí mi regla: le dije que no lo hiciera, que de ninguna manera, que se aburriría, que él no encajada en una carrera así. Mi error fue mayúsculo. A día de hoy, Carlos es profesor titular de Derecho, magistrado, director de la UNED de la ciudad y uno de los grandes especialistas del mundo en temas de derechos de la infancia y juventud. Pensarán seguramente: «calladito hubieras estado más guapo» (mi madre solía decírmelo). De acuerdo, estamos de acuerdo.
Les hablaba de disculpas, sigo con ellas. Me centro ahora en otras de carácter más general.
Les pido disculpas por no haberme (por no habernos) opuesto con más coraje, por haber permitido que se externalizara, se privatizara a un colectivo de trabajadores, esencial para nuestro Instituto, como eran y son los trabajadores de la limpieza, que, no por casualidad, han sido, a lo largo de los años, mujeres en su gran mayoría, compañeras que han desempeñado y desempeñan una tarea básica, pero que están en nómina de una empresa privada que, por supuesto, no se singulariza por su generosidad remunerativa. Los negocios, afirman, son los negocios; las currantes a currar y a callar o a hablar bajito.
Les pido disculpas también por callarme, por no enfrentarme a explicaciones que se han dado a veces en nuestro instituto del secuestro (en el barrio de Gràcia de Barcelona) y atentado violento contra dos ex profesores del Puig, Isabel Izquierdo y Federico Jiménez Losantos. Pere Bascompte Carbonell, militante entonces de Terra Lliure, ató a un árbol al segundo , le pegó un tiro en la rodilla y se largó. Ahí te pudras. No piensen que es cosa del pasado. Algunos grupos catalanes de rock han hecho canciones sobre esta gran «acción patriótico-revolucionaria». Canciones, dicen, muy divertidas, muy «cañeras». Les dejo el enlace de una de ellas: «Inauguració» (2011), del grupo Brams (el cantante es Francesc Ribera, alias Titot, que ha sido edil -no sé si aún lo es- del ayuntamiento de Berga: https://www.youtube.com/watch?v=MOAmFaX1jV4). Una de sus «divertidas reflexiones»: «I dueu en el genoll una perla que confirmarà arreu el món la fama d’estalviadors que tenim la gent d’aquesta terra, que amb una sola bala, que amb una sola bala, haurem guanyat la terra!». Quin riure, quin riure! ¿A qué es divertido?… No, claro que no, no lo es.
Que FJL se convirtiera con el tiempo, no lo era en aquellos momentos (era entonces un buen conocedor de la obra de Manuel Azaña), en un periodista de la derecha-muy-derecha española (no en una facha como a veces decimos aquí, incluyendo en el término-concepto todo lo que no coincide con las posiciones secesionistas), no justifica nada. Nada. No justifica ningún secuestro, ningún atentado, ninguna inhumanidad, ninguna cancioncilla estúpida que pretende transmitir, supuestamente, valores rompedores de izquierda.
Por lo demás, Isabel Izquierdo, que luego se fue a trabajar a Estados Unidos, era una excelente persona, de las que no se olvidan, y una magnífica profesora de inglés. La traté durante años, puedo dar fe de ello. Muchos de ustedes también seguramente.
Les pido también disculpas por no haber estado a la altura de las circunstancias en el caso del atentado-crimen de Hipercor. No lo estuve cuando milité en Iniciativa per Catalunya -¡menudo nombre!- con la esposa-viuda de Xavier Valls, un arquitecto colomense muerto en aquel acto de barbarie, pero, sobre todo, por no ser capaz de darme cuenta del buen hacer, de la valentía, de la corrección moral, más allá de nuestras diferencias políticas o de cualquier otro orden, de Manuel Ángel, un profesor de Matemáticas del Puig, que no confundió nunca lo que no debía ser confundido y acudió puntualmente, todos los años, al lugar del desastre, para apoyar a las víctimas, a las cuales, otro de mis errores, jamás fui capaz de invitar a nuestro instituto, para que nos explicaran lo sucedido y su situación, cuando fui Jefe de Estudios del nocturno.
Les pido disculpas -el dolor aún permanece- por no haber sido capaz de convencer al profesorado de que el patio del Puigtuviera como nombre los de Miguel Hernández y Pere Casaldàliga. ¡40, no 15 o 12, sino 40 profesores votaron en contra! Pensarían que eran nombres poco adecuados para un Instituto como el nuestro. Total incapacidad mía para argumentar adecuadamente.
Les pido disculpas también, no me extiendo más en este punto, por la participación del Instituto, que abrió en días no lectivos sin que ninguna votación del claustro o del consejo escolar lo autorizara, en las jornadas de movilización secesionista del 9-N y del 1-O. No parece que la opinión mayoritaria de la comunidad educativa del Puig fuera en la dirección de la decisión tomada. Basta mirar el porcentaje de participación ciudadana colomense en esas jornadas de agitación separatista.
Paso a los agradecimientos. El primero, el más evidente, agradezco la existencia del Puig y agradezco el esfuerzo, que no sería menor, de los trabajadores que lo construyeron (puedo imaginarme las condiciones de trabajo… sé, mejor dicho, cuáles eran sus duras condiciones laborales: ¡hasta mediados de los años setenta trabajaban unas 55 horas semanales!). Agradezco el esfuerzo de tantas y tantas personas que en momentos muy difíciles lucharon por conseguir una enseñanza y una sanidad públicas al servicio de la ciudadanía. Agradezco el haber conocido en el Puig la que ahora es mi esposa y compañera, una colomense, nacida en la Barceloneta, de padres andaluces, como muchos de ustedes. Agradezco sus ganas de aprender, su amor por el saber, su verdadera pasión filosófica en el mejor sentido de la palabra «filosofía». Agradezco haber conocido en el Puig a profesores inolvidables, a profesores que jamás olvidaré (dejándome muchos en el tintero, cito cinco nombres: Toni Martí, Miguel Candel, Estefanía Castillo, Antoni Mussons y Francisco Gallardo). Agradezco las salidas y los viajes de fin de curso. Agradezco su paciencia, su interés en las clases. Agradezco haber sido profesor de dos hijos de un amigo muy admirado, Paco Téllez (les he hablado antes de él). Agradezco la generosidad de Pepe, «Pepillo» le llamábamos, aquel conserje que permitía que los viernes nos reuniéramos en el Instituto el «Col.lectiu Perplexitat», un grupo de profesores, alumnos y ex alumnos, hasta altas horas de la madrugada, las 2 o las 3 (al finalizar le despertábamos, Pepe dormía en el instituto, rompiendo su descanso). Agradezco lo mucho que ustedes me han enseñado a veces sin saberlo. Agradezco lo mucho que me han dado, su generosidad, su cariño, su amor en algunos casos. Agradezco su oposición activa a la permanencia de España en la OTAN. Agradezco, por supuesto, su NO a la guerra, su NO a los recortes-hachazos, su NO a la privatización del sistema público de enseñanza. Agradezco el interés que han mostrado ustedes, en mis últimos años, en las clases de Economía, donde uno podía decir abiertamente, sin miedo a escandalizar, que el capitalismo era el capitalismo, que no era ningún sistema de producción-distribución, ninguna civilización digna de tal hombre, que tuviera a los seres humanos como finalidad central.
Les agradezco los poemas dedicados. Les agradezco los regalos, los detalles. Por ejemplo, aquel poema de Luis Cernuda, enmarcado por alumnos de 3º A, que yo no era capaz de decir bien: «Si el hombre pudiera decir lo que ama…» (lo dije, esta vez sí y sin errores, el día de mi boda). Les agradezco haberme contado bellas historias sobre sus nombres. Un ejemplo entre mil. Una alumna de hace algunos años se llamaba «Amanda» y me explicó, muy orgullosa, que se llamaba así porque sus padres querían recordar con su nombre a Víctor Jara, a la unidad popular chilena y al presidente Salvador Allende.
Y, sobre todo, les agradezco su diversidad, sus raíces, el no renunciar a ellas, el haberme enseñado que nuestras identidades pueden ser varias, sin contradicción y sin contradecirnos, y que podemos sentirnos fraternalmente unidos, hermanados de verdad, a gente muy cercana de otros lugares, al tiempo que podemos sentirnos muy alejados de gentes de aquí, que viven en los barrios altos, muy altos y muy privilegiados, como cantaba Víctor Jara. Que comentarios como este – [el andaluz es] «un ser insignificante, incapaz de dominio, de creación»-, escrito por una «gran personalidad del país», son absolutamente injustificables, vomitivos.
«Todo llega a su fin» cantaba un grupo de mi juventud y déjeme que vaya finalizando con un poema que alguno de ustedes me dijo un día en clase. Es de Brecht: «Oda a la dialéctica». La traducción que uso es la de un gran germanista, Antoni Domènech (les he hablado antes de él). El texto brechtiano tiene que ver con ustedes, con todos ustedes, con lo que significan, con lo que significa la ciudadanía trabajadora de su ciudad. Dice así:
Con paso seguro marcha hoy la injusticia.
Los opresores se disponen para otros diez mil años.
El poder asegura: lo que es, persistirá como es.
Voz, ninguna llega, sino las de los dominadores
Y en los mercados, dice bien alto la explotación: Ahora
Llegó por fin mi hora.
Y entre los oprimidos muchos dicen ahora:
Lo que queremos, no ha de venir jamás.
Quien aún siga vivo: ¡que no diga jamás!
Lo seguro, no es seguro.
Lo que es, no persistirá como es.
Cuando los dominadores hayan hablado
Hablarán los dominados.
¿Quién osa decir jamás?
¿De quién depende que persista la opresión? De nosotros.
¿De quién depende su quiebra? De nosotros, también.
Quien haya sido derrotado, ¡que se levante!
Quien esté perdido, ¡que luche!
¿Quién detendrá al consciente de su situación?
Porque los vencidos de hoy son los vencedores de mañana
Y del jamás, saldrá el todavía.
El punto: los vencidos, los menospreciados, los y las maltratadas de hoy serán los vencedores amables y afables de mañana. Sin desesperar pues, con la cabeza bien alta. Como decía Gabriel Celaya, un poeta-ingeniero muy leído (y contado) en mi juventud: ustedes anuncian algo nuevo, ustedes son algo nuevo.
Falta la conclusión, la moralina. Todo lo que les he contado se puede resumir en una anécdota que es más que una anécdota.
A finales de junio de este año, 2018, un reconocido musicólogo catalán, Joan Magrané Figuera, escribió un tuit, el que ahora les copio:
Este exquisito musicólogo habla con marcada sensibilidad clasista de ciudades dormitorio y de espectáculos de fin de curso en barrios periféricos. Podríamos ser nosotros: Singuerlín, Santa Coloma, nuestros encuentros, nuestras músicas.
Pero no importa, no importa nada. El senyor Joan Magrané Figuera puede reírse de quien quiera y cuando quiera. Al hacerlo, se retrata a sí mismo y muestra, al hacerlo, la «profundidad y hondura» de su sensibilidad, su antiquísimo e hiriente aristocratismo. Lo grave no son sus palabras ni su «profundo» pensamiento. Lo grave, lo realmente grave, es que todo un presidente -demediado, vicario o teledirigido, como prefieran- de la Generalitat de Catalunya, un presidente marcadamente supremacista e hispanofóbico haya escrito: «Me gusta». Nadie, ninguno de ustedes, ningún alumno o ex alumno del Puig, ninguno de sus amigos y familiares, lo hubiera escrito. Ninguno. Ustedes, afortunadamente, están hechos de otra pasta.
Es un honor, todo un honor, haber estado en su compañía durante tantos y tantos años. Hay una reflexión de Jean-Paul Sartre -de L’Espoir maintenant- que ha recordado oportunamente hace muy poco Éric Vuillard, el autor de El orden del día (¡no se la pierdan!): «Nunca he considerado la esperanza como una ilusión lírica». Yo tampoco. Lo aprendí de ustedes, de su decir, de su hacer, de su consistencia, de su forma de estar-en-el-mundo y, sobre todo, de su modestia, antes, mucho antes, de leer el comentario del que fuera compañero de Simone de Beauvoir.
Barcelona, 13 de septiembre de 2018
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.