En las últimas semanas el gobierno español ha iniciado una intensa campaña centrada principalmente en tratar de convencer a la población de que la crisis está finalizada y que ahora solo queda la definitiva y paulatina recuperación. Ésta será larga y lenta, pero aseguran que será. Con esa intención los mensajes subrayan machaconamente que «la […]
En las últimas semanas el gobierno español ha iniciado una intensa campaña centrada principalmente en tratar de convencer a la población de que la crisis está finalizada y que ahora solo queda la definitiva y paulatina recuperación. Ésta será larga y lenta, pero aseguran que será. Con esa intención los mensajes subrayan machaconamente que «la crisis es historia» y que el 2015 será el primer año de la recuperación esperada. Volveremos por fin a ser quienes fuimos en esa sociedad del consumo compulsivo y del crecimiento sin medida permanente. Pero habría que recordar que estos discursos e intenciones no hacen sino evidenciar lo poco que ha aprendido la tradicional clase política pues, entre otras cosas, fueron precisamente los parámetros de crecimiento sin límite y la búsqueda obsesiva de beneficios a cualquier precio los que nos enterraron en la sucesión de crisis (económica, social, política, de valores, de cuidados, medioambiental…) que hoy todavía padecemos. Luego, aunque esos deseos fueran ciertos, es necesario subrayar que volver a los mismos parámetros no aseguraría sino una nueva y posiblemente definitiva caída.
Pero, más allá de lo anterior, volvamos a las proclamas sobre esa salida de la crisis que pretenden imponernos y analicemos éstas y algunas otras igual de importantes. Las primeras se construyen sobre datos económicos del tipo de que el desempleo está cambiando su tendencia y ahora se orienta levemente hacia su disminución. Claro, dadas las cotas que se han alcanzado (por encima del 25%), es muy previsible que éstas difícilmente puedan ir más allá y que, por lo tanto, la tendencia cambie. De forma casi imperceptible, pero cierto es que es una fluctuación hacia la baja. Aunque a esto habría que argumentar que, posiblemente, se basa más en un cambio propio de tendencia que por las medidas articuladas por los sucesivos gobiernos para salir de la crisis. El hecho verdadero es que en los últimos siete años el paro no ha hecho sino subir hasta las cotas antes señaladas y ahora, cuando se nos anuncia el fin de la crisis, no hay datos fiables en este campo que avalen que este cambio se debe a esas brutales medidas de recortes tomadas. Que en los últimos meses las fluctuaciones suelan moverse en unos pocos miles de personas, es difícil cargarlo en la mochila de las medallas que el gobierno pretende cargarse. Pero, bien al contrario, si se podría argumentar que muchas de esas medidas implantadas contra los derechos adquiridos por la clase trabajadora, como la famosa reforma laboral, no hicieron sino incidir en el aumento continuo del paro por el abaratamiento del despido que facilitó, además de un crecimiento (ahora si) de las peores condiciones de trabajo.
Pero además, hay también otros datos, no solo económicos sino también sociales, que siguen creciendo de forma incontrolada y que el mismo gobierno habitualmente pretende esconder como si no fueran relevantes como indicadores de la verdadera situación de absoluto fracaso, en que se encuentra inmerso.
Recordemos por unos momentos los grandes discursos que se hacían hasta hace menos de una década sobre los derechos humanos y, de forma especial, el referente al derecho a la vida como uno de los más importantes. Se podría señalar, una vez más, que en el corpus de los derechos humanos todos son igualmente importantes y todos deben de ser igualmente respetados y ejercidos por ser indivisibles, interdependientes y estar interrelacionados. Y esto precisamente haría denunciable el hecho de que, entre otros muchos, el derecho a una vida digna, era y es sistemáticamente olvidado (excepción hecha de cuando la derecha intenta justificar la vulneración del derecho de las mujeres a decidir sobre sus propios cuerpos). Y todo ello, cuando cada vez más personas en situación de empobrecimiento pueden preguntarse para qué vale la vida si ésta no se puede vivir con dignidad.
Y es precisamente la violación continua de este último derecho el que en el actual sistema político-económico neoliberal y patriarcal que se ha implantado aprovechando la excusa de la crisis económica, la que más ha crecido. Todos los datos e indicadores, sean del orden que sean, así lo demuestran mes a mes, dejando en clara evidencia la responsabilidad en ello del gobierno actual, ya que se entiende a éste como el último garante en el respeto y ejercicio de todos los derechos humanos; o, ¿no es esa ya una de sus responsabilidades?
Como sabemos, el número de personas a las que se viola este derecho básico a una vida digna no hace sino crecer continuamente, parejo con el crecimiento de la desigualdad entre las personas. Ya no únicamente por los millones de personas en paro, sino también por aquellas otras miles que hoy trabajan en absoluta precariedad hasta el punto de que a pesar de no estar en las listas de desempleo, constituyen ya una clara capa social empobrecida. Este sistema neoliberal, económico y político, nuevamente recupera los primeros tiempos del capitalismo industrial del siglo XIX cuando las masas de trabajadores y trabajadoras eran mayoritariamente sectores sociales empobrecidos debido a su brutal explotación laboral. Hoy, después de décadas de luchas, como demuestran los datos, la historia se repite y resurgen las clases de trabajadoras empobrecidas que se suman a aquellas personas desempleadas en la búsqueda de una vida digna. Y por mucho que te saquen de las estadísticas del desempleo para presentar éxitos gubernamentales hipotéticos y salidas ficticias de la crisis, a cada vez más personas les cuesta, o directamente no pueden, llegar a final de mes con el salario (¿misería?) que perciben por su trabajo.
Según los datos más recientes el 34% de las y los trabajadores del estado español cobran menos de 645 €uros al mes, el equivalente al salario mínimo, y con esa cantidad es imposible la vida digna. Por mucho que el gobierno español pretenda negar el aumento de la desigualdad y el riesgo de que ésta se convierta en estructural al sistema, la verdad es insistente. Los estudios más recientes señalan que hay un 20’7% de personas en el estado español por debajo del umbral de pobreza y que este dato en Europa solamente es superado por países como Rumania y Letonia. La pobreza severa alcanza ya a más de 3 millones de personas y el 20% más rico de la población tiene una renta siete veces superior a la del 20% más pobre.
Estos son datos incontestables por mucho que se quieran maquillar o matizar, por mucho que se pretendan ocultar detrás de la leve disminución del desempleo o del aumento del consumo navideño.
En este contexto, hay que recordar que la desigualdad no es sino la consecuencia de un problema social y, por lo tanto, habrá que convenir que el aumento de la primera es prueba evidente de que el segundo también crece. Y éste, por mucho que el gobierno así pareciera creerlo, no es un fenómeno natural, sino otro de tipo histórico y político, además de económico y, evidentemente, social.
En otros periodos de la historia de la humanidad se ha demostrado persistentemente que cuando el problema social de la desigualdad crece hasta límites en que el sistema dominante no tiene ninguna opción de solución, la situación se deteriora hasta el punto de provocar estallidos y revueltas sociales de profundo calado hasta dar lugar a un cambio radical de ese sistema. Transformaciones que no necesariamente vinieron siempre asociadas a procesos violentos, pero si revolucionarios. Y todo parece indicar que estamos cada día más cerca de otro momento histórico de similares características, por que el aumento de la desigualdad social de forma claramente desbocada y la continua violación del derecho a una vida digna para todas las personas está creando y recreando todas las condiciones para que este otro nuevo momento histórico vuelva a hacerse realidad.
(Nota.- Este texto se ha centrado en el estado y gobierno español, pero aunque con cifras diferentes, habría que señalar que las constantes son iguales en gran medida si hablamos de Euskal Herria, de Grecia, de…., por lo tanto que ningún gobierno se sienta al margen de estas condiciones señaladas para la necesaria transformación social y política posible).
Jesus González Pazos. Miembro de Mugarik Gabe
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