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La administración Obama, Shell y el destino del océano Ártico

Perforar o no perforar, he ahí la cuestión

Fuentes: Huffington Post

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

Una pregunta del Jeopardy! para Vd.: «Hay dos mares americanos donde pueden verse ocho especies diferentes de ballenas, ¿cuáles son?». A menos que Vd. sea un inuit, un biólogo marino o un entusiasta del Ártico, como yo, supongo que muy probablemente no va a saber contestar ni sobre los mares ni sobre las ballenas. La respuesta es: El mar de Chukchi y el adyacente mar de Beaufort, bordeando el Ártico de Alaska, y allí pueden verse de forma habitual ballenas de Groenlandia, belugas y grises, mientras que las ballenas de aleta, las rorcuales australes, las ballenas minke, las ballenas jorobada y las narvales cada vez se aventuran más por esos mares según el Ártico y sus aguas van calentándose a toda velocidad.

El problema, sin embargo, es que la importante compañía petrolera Royal Dutch Shell está decidida empezar a perforar este verano en el mar de Chukchi y eso podría, a largo plazo, acarrear el fin de uno de los últimos grandes ambientes oceánicos relativamente vírgenes del planeta. Permítanme explicarles por qué los afanes perforadores de Shell resultan tan peligrosos. Sólo tienen que acordarse de la explosión de una plataforma de perforación, la Deep Water Horizon de BP, que devastó el Golfo de México. Ahora, imaginen que sucede lo mismo sin que a la vista haya posibilidad alguna de limpiar el mar.

Puede que haya oído hablar de «la sexta extinción«, la forma en que las especies están en estos momentos extinguiéndose a un ritmo sin precedentes. No obstante, los mares del Ártico de Alaska son aún los santuarios no sólo de decenas de miles de ballenas sino también de cientos de miles de morsas y focas, millones de pájaros, miles de osos polares e innumerables peces de más de cien especies, por no mencionar toda la poco carismática vida submarina que se escapa de nuestros ojos pero que compone la red alimenticia: el fitoplancton, los erizos de mar, las galletas y los pepinos de mar, por nombrar sólo unos cuantos. Piense en el océano Ártico como en uno de los últimos paraísos ecológicos marinos que quedan en el planeta.

Y ahora, vamos con el petróleo. Conseguir petróleo en el Ártico supone utilizar una de las formas más peligrosas de perforación posibles, porque no existe ninguna tecnología probada que pueda limpiar un vertido grave de petróleo en los distantes mares helados en medio del frío y la oscuridad de uno de los entornos más hostiles de la Tierra. Los témpanos de hielo constituyen una constante amenaza incluso durante la temporada de aguas abiertas del breve «verano», como Shell comprobó en 2012 cuando uno de sus barcos perforadores se encontró con un témpano del tamaño de Manhattan y se vio obligado a desconectarse de su ancla en el fondo marino y detener las operaciones. La intensa niebla restringe sobremanera la visibilidad. Las tormentas no son la excepción sino la norma y son cada vez más frecuentes y violentas en una región que se calienta rápidamente.

Ballenas beluga con sus ballenatos cerca de la laguna de Kasegaluk, frente a la costa del mar Chukchi, julio de 2006. Se sabe que alrededor de 4.000 ballenas beluga van a parir a esa laguna. En ese día de primeros de julio, vimos casi 1.000 ballenas con sus crías recién nacidas en una franja de una milla. (Foto de Subankar Banerjee)

He pasado mucho tiempo en el Ártico y créanme que es un ambiente muy inhóspito para las personas ajenas a él. A finales de septiembre, cuando el verano da paso al otoño, en los mares empieza a formarse hielo y la oscuridad desciende. Si se produjera un vertido al final de la potencial y breve temporada de perforación, no podría hacérsele frente hasta el verano siguiente. Pero aunque la explosión tuviera lugar durante el verano, no existe infraestructura para responder ante el desastre. La estación más cercana de la Guardia Costera está a más de 1.500 kilómetros. Y tengan en cuenta que una catástrofe así no se reduciría al Ártico. Como indica el reciente estudio del Consejo Nacional de Investigación estadounidense respecto a las respuestas ante un vertido de petróleo en el Ártico: «El riesgo de un vertido de petróleo en el Ártico supone un gran peligro para las naciones del Ártico y sus vecinos».

Añadan a ese potencial escenario de pesadilla otro hecho detalle: Shell se ha ganado una bien merecida reputación como «la compañía que más ha manchado el Ártico». En septiembre de 2012 inició las perforaciones exploratorias en las aguas del Ártico estadounidense con un permiso condicional de la administración Obama, poniendo fin a un año desastroso en el que una de sus dos torres de perforación, la Kulluk, se hundió en el Golfo de Alaska la víspera de Año Nuevo. El otro buque perforador, el Noble Discoverer, sufrió daños tras incendiarse, y en ambos casos fueron multados por la Agencia de Protección Medioambiental por violar el Acta por un Aire Limpio, y el contratista de Noble Drilling fue declarado culpable en 2014 de todas las ocho graves acusaciones presentadas contra él por violaciones medioambientales, teniendo que pagar 12,2 millones de dólares en multa y pagos en servicios comunitarios. Debido a los daños sufridos en sus equipos de perforación, Shell tuvo que renunciar a sus planes de perforación en 2013. Una sentencia del tribunal en enero de 2014 a favor de las tribus locales inuit y de los defensores del medio ambiente obligaron a la compañía a no perforar tampoco durante ese verano.

Desde entonces, el precio del petróleo se ha desmoronado creando un movimiento sísmico en la industria del petróleo, liquidando todo tipo de futuros planes por todo el planeta para perforar en las aguas del Ártico: la noruega Statoil aparcó sus planes de perforación en el mar de Barents frente a la costa norte del país y devolvió los tres contratos de arrendamiento que había comprado en la Bahía Baffin frente a la costa oeste de Groenlandia. Chevron puso en espera indefinida su plan para perforar en el mar Beaufort en Canadá. Tras la crisis de Ucrania y las sanciones estadounidenses a Rusia, a ExxonMobil se le prohibió que trabajara con la compañía petrolea Rosneft en un plan conjunto para realizar perforaciones en el mar de Kara en el Ártico ruso. Aunque no se hubieran producido esas sanciones, los bajos precios del petróleo habrían hecho de esas exploraciones una perspectiva menos viable, por el momento.

«Así pues, es a Shell a quien le corresponde mantener vivos los sueños de la industria petrolera en el Ártico», sugirió un periodista, y en efecto, el 29 de enero, esa compañía anunció que, después de una pausa de dos años, este verano empezará a hacer perforaciones en el mar Chukchi. Dos semanas después, la administración Obama emitió su declaración suplementaria final de impacto medioambiental sobre el lugar donde se llevarán a cabo las perforaciones, la controvertida venta y arrendamiento Chukchi 193, con lo que el plan de Shell estará un paso más cerca de hacerse realidad.

Pero antes de considerar la política de las perforaciones de petróleo allí, vamos a bucear un poco en el océano Ártico y en la historia de su explotación.

¿Quién tiene la propiedad del océano Ártico?

Durante más de cuatro siglos, las naciones occidentales han mirado el océano Ártico como un cofre del tesoro económico. El aceite extraído a las ballenas del Ártico ayudó a impulsar las economías de los países de Europa y Norteamérica, poniendo en peligro de extinción a la magnífica ballena de Groenlandia.

Oración tras una cacería de ballenas. El patriarca inuit Isaac Akootchook y el capitán ballenero James Lampe rezan una oración para dar gracias al Creador y a la ballena por ofrecer su carne a la comunidad de Kaktovik, en la costa del mar de Beaufort. (Septiembre 2001, foto de Subhankar Banerjee)

En febrero de 1980, el futuro creador de Sherlock Holmes, Arthur Conan Doyle, entonces estudiante de medicina de veinte años, interrumpió sus estudios para realizar un viaje de seis meses con un barco ballenero del Ártico, el Hope, como cirujano del mismo. Por su diario sabemos que el ansia de enriquecerse triunfaba sobre cualquier preocupación por la posible extinción de la ballena de Groenlandia. «Los precios tienden a subir rápidamente porque el número de criaturas está disminuyendo», escribió, «es probable que no queden más de 300 de ellas vivas en toda la extensión de los mares de Groenlandia». Otro día añadió que: «Las criaturas… son las dueñas de esos mares inexplorados». Desde luego, esos mares eran cualquier cosas menos «inexplorados» porque los buques comerciales estaban surcándolos para conseguir una buena cosecha de ballenas, por tanto consideren cómo se sentiría al ver la vida en ese océano.

En nuestros días, y hasta donde los mares pueden «poseerse», los gobiernos se apropian de ellos y los están vendiendo por trozos a los postores más altos: las compañías petroleras. No obstante, la propiedad o control territorial para la explotación comercial es sólo un aspecto de la historia del océano Ártico. La magnífica y compleja ecología de los mares del norte está ahora alterada por tres fenómenos causados por el hombre: cambio climático, acidificación de los océanos y contaminación.

El hielo del mar Ártico está desapareciendo a un ritmo espeluznante gracias al cambio climático, que está teniendo impactos devastadores sobre los osos polares y las morsas de la región. En el mar Beaufort del sur de Alaska y en el Ártico canadiense, la población de osos polares disminuyó en un 40% entre 2001 y 2010. Mientras tanto, en seis de los últimos ocho años, decenas de miles de morsas del Pacífico se están congregando en las islas-barrera y en la tundra en el mar de Chukchi porque no queda hielo marino sobre el que descansar. En la costa, las morsas están lejos de sus fuentes de alimento y las más jóvenes corren especialmente el riesgo de ser pisoteadas hasta la muerte por los adultos de la colonia.

Banquisa frente a la costa del mar de Beaufort, julio de 2002. (Foto de Subhankar Banerjee)

La caza comercial de las ballenas en la región, que empezó en 1848, terminó alrededor de 1921 cuando el petróleo sustituyó al aceite de ballena como combustible preferido. Sin actividad industrial en esas aguas desde hace medio siglo, la población de ballenas de Groenlandia empezó lentamente a recuperarse. Las ballenas no dependen del hielo marino como los osos palores y las morsas, por eso en 2011 se estimó que la población de ballenas de Groenlandia en el Ártico estadounidense era de casi 17.000 y está aumentando a un ritmo de un 3,7% al año.

Sin embargo, el medio siglo de calma comercial en los mares de Beaufort y Chukchi llegó a su fin a finales de la década de los setenta cuando empezó la exploración petrolífera. A principios de los noventa, la cara caza de petróleo en los mares del Ártico había fracasado en gran medida y todos los contratos de arrendamiento se liquidaron. La segunda oleada de exploraciones de gas y petróleo en el Ártico sólo empezó cuando George W. Bush llegó al poder. Entre 2002 y 2008 se vendieron más de tres millones de acres de arrendamientos en los mares de Beaufort y Chukchi, al tiempo que se generaban sustanciales controversias y apelaciones de los pueblos tribales inuit y de los grupos medioambientales. La persistencia de esta resistencia a las perforaciones, junto con el reciente colapso de los precios, ha marcado el segundo ciclo de auge y caída de las exploraciones en el Ártico. Por ejemplo, la compañía francesa Total se marchó sencillamente del Ártico estadounidense en 2012 indicando que las perforaciones mar adentro podrían provocar un «desastre», y otras compañías han puesto la cuestión de las exploraciones en modo espera indefinida, pero no Shell.

Inevitabilidad y aceleración

A nivel histórico, la investigación patrocinada por el gobierno en el Ártico estadounidense no ha estado impulsada por el distintivo de la ciencia, de la curiosidad, sino por el deseo de perforar en busca de gas y petróleo, es decir, dos impulsos con una naturaleza muy poco científica. El primero responde al ansia inculcada por las compañías petroleras de transformar la decisión de perforar en un sentimiento de inevitabilidad y el segundo es el afán patrocinado por las empresas del petróleo para acelerar ese proceso.

De hecho, según el estudio sobre posibles respuestas ante los derrames de petróleo del Consejo Nacional de Investigación, la recogida sistemática de datos en los mares de Chukchi y Beaufort sólo empezó a finales de la década de 1970, es decir, justo cuando la primera oleada de exploración del petróleo en alta mar en el Ártico estaba calentando motores. En tierra, la situación era la misma: el estudio global inicial de la flora y la fauna de la Reserva Nacional Ártica de Alaska no se llevó a cabo hasta mediados de la década de 1980, después de que la administración Reagan hiciera un esfuerzo para abrirla al desarrollo, y (ironía de ironías) el desastroso vertido de petróleo del Exxon Valdez en 1989 fue lo que salvó a la reserva de su explotación industrial.

Aunque desde entonces sólo se han hecho algunos estudios esporádicos sobre esos ambientes marinos, nunca se ha llevado a cabo un estudio global de referencia de los mares de Beaufort y Chukchi; ni tampoco hay conocimientos profundos de cómo funciona la red alimentaria marina en esos mares, o los tamaños de población y distribución de cualquiera de las especies amenazadas (ballenas, osos polares, morsas y focas). Se considera incluso que los datos existentes «no son lo suficientemente fiables o precisos como para examinar las tendencias, evaluar las influencias del cambio climático o estimar los daños a nivel de poblaciones en caso de un vertido de petróleo», según el estudio del Consejo Nacional de Investigación.

El primer estudio de referencia de Hanna Shoal, uno de los lugares más productivos a nivel biológico en el mar de Chukchi sólo empezó a primeros de agosto de 2012. A finales de ese mes, la administración Obama dio a Shell un permiso condicional para que empezara a hacer perforaciones en los mares de Chukchi y Beaufort. Es decir, no ha sido la ciencia del Ártico la que ha guiado la política pública sino que esta ha corrido a ponerse al día respecto a la agenda extractiva de las grandes petroleras.

En estas circunstancias y teniendo en cuenta los peligros de una exploración extrema en ese medioambiente, resulta curiosa la prisa por la inevitabilidad exhibida por dos administraciones sucesivas. Y a pesar de la reciente caída de los precios del petróleo, que convierte las perforaciones en el Ártico en algo prohibitivamente caro y poco rentable, aún siguen erre que erre con la idea. El 27 de enero, la Casa Blanca mencionó una decisión que había adoptado a favor de la conservación con este tranquilizador titular en la página web de la Casa Blanca: «El Presidente Obama protege la naturaleza marina virgen en Alaska». El Presidente había en efecto retirado 9,8 millones de acres de las aguas del Ártico estadounidense, incluido Hanna Shoal, de futuras ventas de arrendamiento para el gas y el petróleo. Sin embargo, dos semanas después, la administración emitió también la declaración final suplementaria de impacto medioambiental para la venta de arrendamiento Chukchi 193, que incluye extensiones de las aguas adyacentes del Ártico y las de aguas arriba de Hanna Shoal. En esas aguas, por lo general, la «protección» es una exageración en cualquier caso porque, como expresó en 2012 un destacado científico del equipo de estudio sobre Hanna Shoal, «todo lo que pase en las aguas de los sitios donde se está perforando puede acabar afectando a esta rica región».

Mantener los recursos de las profundidades marinas del Ártico

Los contratos de arrendamientos que la administración Bush vendió en los mares de Beaufort y Chukchi, entre ellos el 193, produjo importantes debates y tuvo que enfrentarse a desafíos legales. Una coalición de organizaciones medioambientales y de nativos de Alaska presentó una demanda contra los arrendamientos, la inadecuada recogida de datos científicos por parte del gobierno y su falta de voluntad a la hora de valorar de forma apropiada lo que podría significar una potencial explosión para la ecologías de las regiones y la vida de las culturas indígenas de allí.

Fueron los demandantes quienes ganaron en dos ocasiones, primero en 2010, en el tribunal federal de distrito estadounidense para el distrito de Alaska, y después, en enero de 2014, en el 9º circuito de los tribunales de apelación. Tras esa sentencia, el Departamento de Interior volvió finalmente a la casilla uno y, el 31 de octubre de 2014, publicó un nuevo borrador de impacto medioambiental suplementario que reconocía algunas de las realidades ecológicas que se producirían de llevar a cabo perforaciones en los mares del Ártico. Sugería que había un 75% de posibilidades de que se produjeran uno o más vertidos graves (el equivalente a más de mil barriles) si se empezaban allí perforaciones de gran alcance y que cualquier vertido tendría consecuencias ecológicas catastróficas. El período para los comentarios públicos sobre el borrador terminó el 22 de diciembre.

Sin embargo, el pasado febrero, la administración Obama emitió la declaración final de impacto para la venta del arrendamiento 193 y siguió adelante con el proceso. Al Departamento de Interior le había llevado entonces menos de dos meses, incluidas las vacaciones de Navidad, para tener en cuenta los más de 400.000 comentarios públicos que recibió. «El análisis se hizo corriendo y deprisa para satisfacer el deseo de Shell de perforar este verano», me dijo por teléfono Leah Donahey, director de la campaña Océano Ártico en la Alaska Wilderness League. La matriarca inuit y conservacionista Rosemary Ahtuangaruak me envió este correo: «Nos enfrentamos a un plan para perforar el océano Ártico, nuestro océano, nuestro jardín, nuestro futuro. Con un océano limpio conservamos nuestras tradiciones y cultura, nuestra vida, salud y seguridad. Nos arriesgamos a perderlo todo con esta decisión».

Desde luego, la pregunta sería la siguiente: En un país que en los últimos años ha abierto tantas perspectivas de nuevas perforaciones, desde los campos de petróleo de Bakken, en Dakota del Norte, hasta el Golfo de México, creando lo que los expertos en energía denominan los «EEUU saudíes», ¿por qué hay tanta prisa para industrializar el océano Ártico? Shell tiene una larga historia en el intento de imponer su liderazgo en la exploración y perforación del Ártico y, a pesar de la poco propicia situación mundial ante las onerosas modalidades de perforación, continúa impulsando el proceso tan velozmente como puede.

Esa es la pregunta que se nos plantea desde hace mucho tiempo. Por ejemplo, en el otoño de 2010, la compañía lanzó una campaña multimillonaria «Tenemos la tecnología, sigamos adelante», para presionar a la administración Obama y que diera luz verde a los necesarios permisos para las perforaciones exploratorias en los mares de Beaufort y Chuckchi. En 2012, tras obtener los pertinentes permisos, llevó a cabo una campaña desastrosa de perforaciones, demostrando sin duda alguna que «no tenía la tecnología» para enfrentarse al extremado Norte. No obstante, sabiendo eso, y sabiendo también que no existe tecnología para poder limpiar un derrame de petróleo grave en el oscuro, helado y prohibido medio ambiente de los mares del Ártico, Shell vuelve de nuevo a la carga una vez más.

 Tormenta en la laguna Kasegaluk, julio 2006. Foto de Subhankar Banerjee

Como parte activa de la competición en curso entre las principales petroleras, Shell está intentando claramente establecerse tan rápido como sea posible como el actor dominante de las perforaciones de alta mar en el Ártico, al igual que hizo BP en el Golfo de México, con los resultados conocidos por todos de la explosión de la plataforma Deepwater Horizon en 2010. Sin el embargo, el Golfo es una especie de Club Med comparado con el Ártico. Permitir que Shell perfore en el mar de Chukchi cuando el precio del petróleo es bajo y sus beneficios se han hundido sería de hecho un acto temerario, dado que cualquier compañía bajo presión en cualquier lugar tiende a recortar costes y a no comprometer la seguridad. Shell ha fijado ya un precedente. En 2012, la decisión de la compañía de evitar los impuestos de Alaska la obligó a trasladar su plataforma de perforación Kulluk de Alaska a Washington, sólo para verla hundirse hasta el fondo en el camino.

Hay cosas que pueden decirse, como que el sol se pone por el oeste. En el extremado medioambiente de los mares del Ártico, si se permite que se siga adelante una de esas cosas que pueden asegurarse es un devastador vertido de petróleo. La administración Obama, que acaba de abrir la costa atlántica suroriental a futuras exploraciones y perforaciones a gran escala en busca de petróleo, está ahora apunto de permitir que Shell convierta las aguas del Ártico estadounidense en una zona de desastre. Que eso va a suceder tarde o temprano es cosa hecha como la compañía siga adelante. Que Washington siga considerando si permite que Shell lo haga debería dejarnos pasmados a todos.

La decisión final sobre si se debe «poner fin o confirmar» los contratos de arrendamiento en el mar de Chukchi se tomará el 20 de marzo. Shell necesita aún varios permisos antes de que pueda encaminarse hacia el norte. La administración Obama no puede aprobar esos permisos hasta que finalice el contrato de arrendamiento 193. Esto puede haber contribuido al apresurado análisis de la administración sobre esa declaración de impacto.

En enero, la prestigiosa revista científica Nature publicó un estudio añadiendo un factor más que obvio a la ya sombría ecuación. El desarrollo de los recursos de gas y petróleo en el Ártico, escribió, sería «inconmensurable con los esfuerzos para limitar el promedio del calentamiento global a dos grados centígrados». Es decir, en un momento en el que el planeta sufre una saturación de petróleo, es posible que la administración Obama añada otra fuente potencial de petróleo extremo a la lista de fuentes futuras de calentamiento del planeta a causa del efecto invernadero.

Piense en las perforaciones en el Ártico como futura catástrofe en un único y tentador paquete. En abril, EEUU asume la presidencia del Consejo del Ártico. Si decide permitir que Shell siga adelante, ¿cómo va a presentarse ante el resto de los estados-nación del Ártico, las naciones y organizaciones indígenas del Ártico y el resto de nosotros? ¿Será como perforador-en-jefe del Ártico, calentador-en-jefe del planeta, o un país comprometido con aliviar el cambio climático y luchar por la conservación de la vida biótica y las culturas indígenas en medio de la sexta gran extinción masiva en la historia de la Tierra?

Subhankar Banerjee fundó ClimateStoryTellers.org en agosto de 2010. Es fotógrafo, escritor y activista, de nacionalidad estadounidense nacido en la India. Su libro más reciente es Artic Voices: Resistance at the Tipping Point . Sus fotografías del Ártico están actualmente en exhibición en dos exposiciones, en el Nottingham Contemporary del Reino Unido y en la colección de arte McMichael canadiense en Ontario, Canadá.   Ha sido profesor del Institute for Advanced Study en Princeton y en la Universidad Fordham en Nueva York. Ha recibido diversos premios por su labor en defensa del planeta.

Fuente: http://www.huffingtonpost.com/subhankar-banerjee/to-drill-or-not-to-drill-that-is-the-question_b_6791692.html