No hace falta ser niño para defender los derechos del niño; no hace falta ser hombre para defender los derechos del hombre; no hace falta ser mujer para defender los derechos de la mujer, que son los mismos que los del hombre; no hace falta ser homosexual para defender los derechos del homosexual, que son […]
No hace falta ser niño para defender los derechos del niño; no hace falta ser hombre para defender los derechos del hombre; no hace falta ser mujer para defender los derechos de la mujer, que son los mismos que los del hombre; no hace falta ser homosexual para defender los derechos del homosexual, que son los mismos que los del hombre y los de la mujer; no hace falta ser pobre para apoyar las políticas y a los políticos que se disponen a combatir la pobreza.
Han tenido que llegar demasiado lejos los abusos de los gobernantes hasta ahora en España, para que la sociedad civil reaccionase a través de formaciones políticas de nuevo cuño pertrechadas de una nueva moral, que en realidad es la moral más antigua, resueltos a atajarlos, a corregirlos y a evitarlos.
Porque si idealista es esa persona que piensa en los demás tanto como en sí mismo, no es España, cuna de quijotes y de cristianos que nunca debieran olvidar al prójimo, precisamente el país donde más abundan los idealistas. Lo sé de buena tinta y por experiencia propia, porque yo soy uno de ellos y no conozco a ninguno de mi generación ni de la siguiente. España, además de eso, por mucha solidaridad que se publicite en ciertos estratos sociales y al margen de gestos puntuales, todavía adolece en su conjunto de mucha primariedad en ciertas materias y razonamientos. Tiene destellos de lucidez acerca de «el otro», como lo prueba ese 85% de los españoles encuestados que respeta la homosexualidad. Pero en general, hasta que no nos golpea la adversidad, hasta que no vivimos en carne propia un contratiempo severo o una ofensa personal… hasta que no llega el momento preciso en que nos vemos personalmente despojados u ofendidos, raro es el que, estando acomodado, se resiente visiblemente de la precariedad ajena y brama por la justicia social. Eso, cuando no nos alegramos del mal ajeno. Y así nos va… Un país que, desde el punto de vista internacional, tiene más fama como territorio poblado por fanfarrones y vividores alternados ahora con millones que viven una vida lamentable, que valor específico como país respetable.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte los movimientos sociales emergentes convertidos en partidos políticos, responden al reclamo y las llamadas de una multitud de idealistas que aunque yo decía antes que no abundan, empiezo a pensar que estaban escondidos…
Jaime Richart. Antropólogo y jurista.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.