La última vez que hablé con Tkiki Benegas fue en el museo del Prado, por pura casualidad. Un momento de melancolía, de ternura me atrevería a decir, algo irreal pues el militante socialista que yo había conocido y con el que compartí días inolvidables en la lucha contra la dictadura franquista hacía tiempo que había […]
La última vez que hablé con Tkiki Benegas fue en el museo del Prado, por pura casualidad. Un momento de melancolía, de ternura me atrevería a decir, algo irreal pues el militante socialista que yo había conocido y con el que compartí días inolvidables en la lucha contra la dictadura franquista hacía tiempo que había desaparecido. Ningún rastro político de aquel joven que arriesgaba tanto en la lucha contra el Estado burgués, ante mí un representante de ese Estado al que yo seguía, y sigo, oponiéndome.
Su papel destacado en el PSOE en el País Vasco, y en la constitución del PSE (febrero de 1977) y el hecho de que fuese el miembro de la Comisión Ejecutiva del PSOE (desde 1974) que tenía la responsabilidad de la relación con las Juventudes Socialistas, fueron los motivos por los que tuvimos muchas ocasiones de compartir espacios y tiempo.
Me caía bien, algo por encima de nuestras diferencias políticas (palpables desde el congreso de las Juventudes Socialistas de julio de 1975 en Portugal), era un «jatorra» y no disimulaba que se llevaba mejor conmigo que con algunos de «los muchachos del aparato» de las JSE. Siempre recordaré un comentario airado de Miguel Angel del Pino (candidato del clan sevillano para domesticar las «trostskystas» juventudes), dirigido a Txiki y a quien suscribe revelando que le molestaba el buen rollo que había entre los dos: «Los vascos sois la hostia, os da igual dormir en cualquier hotelucho, pero para comer sí que os cuidáis».
En noviembre de 1975 estalló una crisis en las Juventudes Socialistas que es el resumen del debate más importante que ocupaba al conjunto de la izquierda en la Transición, pero que sólo se dio abiertamente en esta organización juvenil, que era el sector más radical de la familia socialista, gozando de bastante autonomía en su funcionamiento y política.
Al morir el dictador, se editó un panfleto clandestino en nombre de la Comisión Ejecutiva de las Juventudes (viajé en tren a Madrid a recoger los panfletos para llevarlos a Pamplona y repartirlos) en el que correctamente se decía que la operación de la sucesión monárquica a la muerte del dictador, era una prueba de la debilidad de la clase dominante y del régimen en que se sustentaba y que necesitaba la monarquía para reorganizar a la reacción en torno a ella y que era, a todas luces, el momento de la ruptura sin pactos con el régimen.
Los dirigentes del partido se echaron las manos a la cabeza (pues aunque nosotros no teníamos pruebas, en ese momento junto con la dirección del PCE ya estaban apañando la renuncia a la lucha por la ruptura democrática y habían aceptado el continuismo de la llamada «transición pactada»), y desataron una crisis en las juventudes intentando defenestrar a la dirección federal y sustituirla por sus acólitos.
Pero el Comité Nacional de las JSE no aceptó esa opción. Con Txiki como representante del partido se llegó a un acuerdo que les libraba del riesgo de perder la votación y les daba tiempo para reconducir la situación.
Se nombró una gestora de cinco miembros que dirigiría la organización para mantener un debate que dejase claro si la juventud respaldaba la política de «ruptura pactada» del partido o si, por el contrario, mantenía las tesis elaboradas en nuestro Congreso de Lisboa.
Esa dirección provisional quedó compuesta por el propio Txiki, dos miembros que defendían las posturas de Felipe González y Guerra (Miguel Angel del Pino y Pedro Viana, «Gora»), otro que defendía la más clara postura revolucionaria (Luis Osorio, «Rati») y yo mismo, entonces «Manu», que era mi nombre de guerra.
El hecho es que Ramón Jáuregui, con quién mantenía una relación cordial por nuestro trabajo conjunto en Euskadi, vino a hablar conmigo sondeándome para saber si les iba a respaldar a ellos, pero a esas alturas ya me había posicionado claramente con el ala de izquierdas y con el documento que representó nuestras posiciones y que hoy tiene un gran valor para entender ese período: «Desde la dictadura franquista hacia la revolución socialista».
En los meses que duró el debate bromeamos diciendo que habíamos tenido su vida en nuestras manos. Al cruzar el puerto de Pajares, en aquellos tiempos heroicos de carreteras cubiertas de nieve, y mientras intentaban poner unas cadenas (evidentemente inadecuadas) a las ruedas del coche de alquiler, Txiki impulsado por necesidades biológicas pisó en un arcén inexistente hundiéndose en la nieve hasta la cintura, superado el susto y muertos de risa los dos «izquierdistas» le ayudamos a recuperar la tierra firme.
Precisamente en ese viaje, creo recordar que la noche víspera de la asamblea de Gijón, sucedió una de las anécdotas más reveladoras. Txiki, durante la cena, nos presentó a uno de los dirigentes más emblemáticos del PSOE de aquellos tiempos, represaliado por las luchas mineras y miembro de la Comisión Ejecutiva Federal del partido, Agustín González, «Otilio», que moriría en 1977. En un momento de la conversación, Agustín se dirigió a nosotros para decirnos, «yo soy de los vuestros, comparto vuestras posiciones sin pactos con la burguesía, pero en la CE del partido soy el único, así que hay que aceptar la posición mayoritaria».
Al salir de la casa, Txiki nos advirtió, «De acuerdo, Agustín también es partidario del «frente único de clase», pero si lo intentáis utilizar mañana en la asamblea, yo diré que es mentira y él que es un compañero disciplinado me dará la razón y quedaréis como embusteros». Le dijimos que no se preocupase, que nos centraríamos en los argumentos del debate, pero nunca he podido olvidar esa conversación.
El debate, federación por federación, nos enfrentó al aparato del partido y aunque sirvió para formar una oposición marxista que, más tarde en julio de 1976, se agruparía en torno a la revista Nuevo Claridad, no pudimos derrotar a una maquinaria que ya se movía en los parámetros de la dirección de dos partidos que sólo pensaban en su acceso a las instituciones burguesas aceptando la reforma del franquismo desde el propio franquismo.
Aunque seguimos hablando en ocasiones, hasta mi expulsión del PSOE en mayo de 1977, la aceptación por parte de Txiki de las medidas represivas contra la izquierda provocó que le dirigiese duras palabras de reproche pues, sinceramente, lo veía natural en otros pero esperaba más de él.
Fue el principio del fin de la democracia interna en las organizaciones socialistas, se nos marginó de los órganos de dirección y después las purgas, las expulsiones y las disoluciones de federaciones enteras.
La descomposición del PSOE se aceleró, a la par que la del PCE, hasta llegar al salto cualitativo en el congreso extraordinario de 1979 que lo convirtió en «un partido de orden».
A lo largo de 1977 y 78 fuimos expulsados de las juventudes, del partido y también de la UGT. Tkiki se quedó del otro lado, pero hoy no puedo evitar pensar que su sonrisa al ayudarle a salir de la nieve aún brillaba cuando nos encontramos en una sala del Museo del Prado.
Cada uno hemos seguido caminos muy distintos y ahora que el suyo ha terminado, aun siendo consciente de su papel y del abismo político que nos ha separado, no puedo olvidar a aquel joven, poco mayor que yo, con el que compartí la ilusión de que el socialismo era el futuro de la humanidad.
Agur Txiki, compañero, que la tierra te sea leve. Adiós José María Benegas.
Alberto Arregui (miembro de la Presidencia Federal de IU)
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