Menuda tarea la encargada a los dirigentes y funcionarios de Estados Unidos y Cuba que deben ponerse de acuerdo para hallar el camino hacia la normalización en las relaciones entre dos países tan vecinos como diferentes. Ante todo porque la normalización no puede reducirse a reproducir una situación pretérita, porque las relaciones entre Cuba y […]
Menuda tarea la encargada a los dirigentes y funcionarios de Estados Unidos y Cuba que deben ponerse de acuerdo para hallar el camino hacia la normalización en las relaciones entre dos países tan vecinos como diferentes.
Ante todo porque la normalización no puede reducirse a reproducir una situación pretérita, porque las relaciones entre Cuba y Estados Unidos siempre ha sido afrentosas.
Las desavenencias entre Estados Unidos y Cuba que originan las presentes tensiones provienen de políticas contrapuestas de uno y otro Estado que derivan de la contradicción entre la vocación independentista de los cubanos y los afanes de una cúpula de orientación imperialista que poco tiene que ver con los mejores intereses de los ciudadanos de la nación estadounidense.
En los albores del siglo XX, Estados Unidos impuso a Cuba un tipo de relación -por entonces novedosa-, que hoy se reconoce como neocolonialista. Estados Unidos había intervenido de manera oportunista en la guerra de independencia que Cuba libraba contra España, cuyo sistema colonial apetecía y finalmente obtuvo.
Washington logró así convertir a Cuba en un país dependiente de Estados Unidos sin conquistarlo a la usanza tradicional. De hecho, el término «esfera de influencia» se convirtió, desde entonces, en un eufemismo internacional para el neocolonialismo.
Posteriormente, Estados Unidos intervino militarmente en Cuba en 1906, 1909 y en 1912. Desde 1925 los intereses de Estados Unidos en Cuba estuvieron protegidos por un cruel dictador que fue derrocado en 1933 por una insurrección popular.
Washington envió a Cuba un embajador especial encargado de prevenir el surgimiento de un gobierno de tendencia izquierdista tras el poderoso movimiento revolucionario que se había desarrollado en la Isla para derrocar al tirano.
El Presidente Franklin D. Roosevelt, movido por estratégicos intereses derivados de la guerra mundial que sobrevendría, declaró lo que denominó «Política del Buen Vecino» y se manifestó contrario a las intervenciones armadas en América Latina, lo que redujo las tensiones en la región.
Respecto a Cuba, se revocó en este período la enmienda Platt pero se mantuvo la base militar de Guantánamo y se firmó un nuevo acuerdo azucarero que reforzó la dependencia cubana de EEUU.
Tras dos décadas de «democracia representativa» supervisada por Washington, en marzo de 1952 el «hombre fuerte» de Estados Unidos en Cuba, Fulgencio Batista, produjo un golpe de estado llamado a impedir el ascenso de un gobierno que se anunciaba inusualmente honesto y por ello disfrutaba de mucha popularidad, pero no era el favorito de Washington.
La lucha armada contra la tiranía fue la réplica de los cubanos. Batista recibió amplio apoyo norteamericano. Había consejeros militares estadounidenses en cada arma y en la policía. La base militar de Guantánamo suministró combustible y municiones para los aviones del dictador que bombardeaban indiscriminadamente áreas rurales y poblados indefensos.
Luego del triunfo revolucionario de enero de 1959, el régimen estadounidense encabezado por Dwight Eisenhower inició un período de acciones hostiles contra Cuba continuado por las sucesivas administraciones hasta la actual, siempre con la CIA como instrumento principal.
Estados Unidos cortó la cuota azucarera asignada a Cuba y el gobierno cubano respondió nacionalizando los centrales azucareros de propiedad norteamericana. Inmediatamente, el Estado Mayor Conjunto las Fuerzas Armadas de EEUU recomendó al Presidente que autorizara una invasión total a la Isla.
Una fuerza de 1 500 mercenarios, entrenados, armados y dirigidos por la CIA, desembarcó en la bahía de Cochinos, en la costa Sur cubana. La invasión resultó un humillante fracaso para Estados Unidos al ser derrotada en solo 72 horas.
Diez sucesivos gobiernos de los Estados Unidos han intentado estrangular a la revolución cubana con todos los medios a su disposición, a excepción de la guerra abierta y total. Las actividades terroristas promovidas por Estados Unidos han provocado la muerte de unos tres mil quinientos cubanos, en tanto que más de dos mil personas han quedado mutiladas por tales acciones. Sabotajes en objetivos económicos, acciones de guerra bacteriológica y repetidos atentados contra la vida de Fidel Castro y otros dirigentes ha sido algunas de las manifestaciones del desigual enfrentamiento.
En 23 votaciones anuales consecutivas, el bloqueo económico decretado por Estados Unidos, fue rechazado por una abrumadora mayoría de los Estados miembros de la Asamblea General de las Naciones Unidas, sin que Washington respondiera a tal clamor casi unánime de la comunidad internacional.
Por tanto, ante la inexistencia de referentes más justos, la normalización de las relaciones con Estados Unidos solo puede significar para los cubanos el avance hacia unos vínculos más respetuosos y más equitativos. Es eso lo que debía estar en la cartera de Obama en su próxima histórica visita a Cuba.
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