Allá por los años de los setenta se escuchaba con frecuencia aquello de que muchas de las muertes habidas en la Guerra Civil lo habían sido por rencillas personales o familiares. Fue uno de los argumentos, junto con el de «todos fueron iguales», que se lanzaron en los últimos años del régimen franquista para esconder […]
Allá por los años de los setenta se escuchaba con frecuencia aquello de que muchas de las muertes habidas en la Guerra Civil lo habían sido por rencillas personales o familiares. Fue uno de los argumentos, junto con el de «todos fueron iguales», que se lanzaron en los últimos años del régimen franquista para esconder la realidad de lo ocurrido, una vez que el discurso fascista de la postguerra había perdido su sentido.
Francisco Espinosa ha señalado entre uno de los rasgos del discurso histórico que se ha formado en los últimos años defiende que durante la guerra del 36-39 no hubo una guerra de clases, sino que la «cuestión represiva debe tratarse como (…) el desbordamiento sin limites de pasiones colectivas y miedos ancestrales» (1).
Miguel Caballero Pérez es autor del libro Las trece últimas horas en la vida de García Lorca (Madrid, La Esfera de los Libros, 2011) y unos años antes escribió con Mª Pilar Góngora Ayala Historia de una familia. La verdad sobre el asesinato de García Lorca (Madrid, Ibersaf Editores, 2007). En los dos libros ha puesto de relieve que la muerte del poeta y dramaturgo granadino fue debida principalmente a rencillas familiares, dejando en un plano secundario los motivos políticos e incluso la condición homosexual del escritor. Este verano, con motivo del ochenta aniversario de la muerte de García Lorca, ha vuelto a insistir en su interpretación de lo ocurrido, como se refleja en varias entrevistas realizadas e incluso en el uso que distintos medios de comunicación están haciendo sobre el contenido de sus libros.
En el escrito en 2007 se abunda en los motivos familiares a través de un largo recorrido en el tiempo, desde los antepasados de García Lorca en el siglo XVIII hasta el siglo XX, en el que se centran en la figuras del padre, Federico García Rodríguez. Para Caballero y Góngora los negocios diversos y los intereses en los que estaban involucrados los progenitores del poeta, donde se combinaban las herencias recibidas en las respectivas familias y la propia actuación del padre, habían provocado desavenencias y rencillas entre las distintas ramas familiares que surgieron a lo largo de más de un siglo.
Todo ello fue provocando que durante las últimas décadas aparecieran tales divisiones familiares, que en el inicio de la sublevación militar de julio de 1936 acabaron aflorando y se buscó resolverlas violentamente. A dos de las ramas familiares, la Roldán y la Alba, atribuye Caballero las mayores desavenencias con el padre del poeta y el que algunos de sus miembros participaran en los hechos que acabaron con su muerte. Menciona por ello a Juan Luis Trescastro, casado con una prima del padre, que estuvo entre los que le detuvieron en la casa de los Rosales y se cree que también en el fusilamiento; y Antonio Benavides, que estuvo entre los componentes del pelotón de fusilamiento.
En un artículo aparecido 2011 (2) aparecen estas declaraciones de Caballero: «Este tipo de rencillas personales le quita épica e idealismo a su muerte, y contradice la tesis simplista de que fue ejecutado por rojo y por maricón. Es verdad que las implicaciones republicanas de Lorca fueron otra causa más de su muerte, pero no la principal. Además, no les hizo gracia que su abuelo [Federico García Rodríguez, el padre de Lorca] apareciese como un tiburón económico, un prestamista, que mantuvo unas intensas luchas de poder con los Roldán».
En el segundo libro Caballero ha seguido las pistas trazadas por el periodista Emilio Molina Fajardo, que había indagado en los años setenta acerca de las personas que estuvieron relacionadas con la muerte del poeta. Este periodista, de militancia falangista en la postguerra, buscaba exonerar a su partido sobre lo ocurrido con García Lorca, con el fin de poner el acento en las personas vinculadas a la CEDA, a la que pertenecía Ramón Ruiz Alonso, el personaje en el que se ha centrado en mayor medida la responsabilidad de la muerte. Para ello realizó 48 entrevistas y aportó 79 documentos, si bien en vida evitó publicar el trabajo, en el que no se dan más nombres de los necesarios. Fue su viuda quien en 1983 decidió hacerlo con el título Los últimos días de García Lorca (Córdoba, Almuzara, 2011).
En su investigación Caballero ha calificado como fiables una decena de los testimonios aportados por Molina Fajardo y, dentro de ellos, sólo cinco como fundamentales, el de «cinco personas [que] vivían en sitios distintos, no se conocían de nada y sus declaraciones, que fueron tomadas en épocas distintas, son coincidentes» (3). En su resultado final Caballero no ha dudado en mencionar los nombres relacionados con la muerte de García Lorca: José Valdés Guzmán y Nicolás Velasco Simarro, como principales autoridades militares de Granada; Ramón Ruiz Alonso, Federico Martín Lagos y Juan Luis Trescanto, como personas que fueron a detenerlo; los hermanos Rosales, falangistas, en cuya casa se refugió antes de ser detenido; los policías Julio Romero Funes, José Mingorance y Manuel Jiménez de Parga, que lo interrogaron durante su estancia en el Gobierno Civil; Rafael Martínez Fajardo y Antonio González Villegas, los policías que lo trasladaron a Víznar; José Mª Nestares y Manuel Martínez Bueso, los jefes militares de la zona de Víznar; Pedro Cuesta Hernández y Eduardo González Aurioles, los vigilantes hasta el fusilamiento; y los miembros del pelotón de ejecución, dirigido por Mariano Ajenjo Moreno y formado por Antonio Benavides Benavides, Salvador Baro Leyva, Juan Jiménez Cascales, Fernando Correa Carrasco, Antonio Hernández Martin, Antonio Ayllón Fernández, Silvio Rodríguez García y Antonio Hernández Jiménez.
Es cierto que Caballero ha ahondado en algunos aspectos que ya Agustín Penón y Ian Gibson habían investigado (4), concretamente los referidos al componente familiar de los odios de García Lorca y su familia, dentro, eso sí, del microcosmos existente en la ciudad y el entorno de Granada. Sin embargo, ha hecho de esos componentes el centro de su explicación del asesinato. E incluso ha ido más allá, como se desprende de sus declaraciones.
Recientemente, en una de ellas ha llegado a decir: «Hay que destacar que [Lorca] nunca estuvo metido en política, aunque sí se encontraba muy vinculado con la República. De hecho, fue funcionario en la Junta Nacional de Música y Teatro Lírico. Federico era republicano, pero no era rojo ni socialista. No le interesaba mucho la política, ni estaba vinculado al Partido Comunista» (5). Añadiendo más adelante que «Se han apropiado indebidamente de un personaje que para nada era de izquierdas (…). Tenía amigos desde la derecha más rancia, como José Antonio Primo de Rivera, hasta la izquierda más radical, como era Alberti. Era un hombre muy sociable».
Resulta sorprendente, en primer lugar, decir que nunca estuvo metido en política cuando a continuación lo relaciona con algún puesto en la administración republicana, que califica, eso sí, como de funcionario. No menciona su participación directa en las campañas de difusión de la cultura a través de la compañía de teatro La Barraca (6), que eran algo más que una actividad profesional, y se olvida de su apoyo explícito a posturas progresistas, incluyendo la firma de manifiestos públicos antifascistas o de apoyo al Frente Popular (7). Luis García Montero, que ha escrito bastante sobre García Lorca (8), ha declarado hace poco que fue un personaje «muy politizado», añadiendo que, no habiendo militado en ningún partido, «fue un activista de toda la política republicana. Así es que esa leyenda que puso en marcha el franquismo de que su muerte fue fruto de una reyerta entre homosexuales, o una ‘vendetta’ de rencores familiares es falsa» (9).
Es cierto que García Lorca había nacido en el seno de una familia burguesa e influyente en Granada. Un origen social que le permitió tener un título universitario (al parecer, inmerecido) y poder vivir en la Residencia de Estudiantes madrileña o viajar por el mundo. José Antonio Fortes ha criticado furibundamente que se caracterice como popular el contenido de su obra, diciendo que se trata en realidad de un neopopulismo propio de la ideología burguesa. En uno de sus artículos ha llegado a escribir: «de la mano del socialidealismo, queda impuesta la mediocridad intelectual de un alias Federico García Lorca, tal como si se tratara de ‘la poesía popular’, la poesía del pueblo y además en armas» (10).
Una postura controvertida, muy distante y distinta, por ejemplo, de la que tienen Carlos Blanco Aguinaga, Julio Rodríguez Puértolas e Iris Zavala, para quienes el Romancero Gitano «responde a su profundo instinto de lo poético en cuanto popular-inconsciente, a su conocimiento certero de que nada es ‘difícil’ para el pueblo, ni nada demasiado fácil para el intelectual auténtico» (11). Manuel Tuñón de Lara, a su vez, ha escrito: «Lo popular en Lorca no es, pues, gratuito ni ‘estetizante’. Su creación dramática, sobre todo -truncada, pero tan importante-, responde a una temática de sentimentalidad colectiva popular. Eso sí, de lo popular-rural» (12).
Que Federico García Lorca naciera en un ambiente burgués, pero que en el tránsito por el mundo donde se puso en contacto con nuevas realidades fuera capaz de interpretarlas con la riqueza literaria y hasta artística con que lo hizo, nos dice mucho. Que en sus vivencias personales hiciera de su orientación sexual como algo propio, pese a la homofobia dominante, nos dice también mucho. Que en su opción vital llegara a declarar cosas como que «En este momento dramático del mundo, el artista debe llorar y reír con su pueblo. Hay que dejar el ramo de azucenas y untarse en el fango hasta la cintura para ayudar a los que buscan azucenas», nos permite calibrar mejor el alcance del tránsito que fue recorriendo (13).
Hijo de la burguesía granadina, no le perdonaron que en gran medida renegara de ella y también de lo que políticamente defendían. Tampoco le perdonaron que su grandeza literaria superara con creces la medianía cultural,cuando no ignorancia, de su clase y los dardos que lanzó en su obra a esa clase y a las instituciones que la defendían. La homofobia que sufrió, llena de epítetos maliciosos, eran las resonancias de la ideología de patriarcado que tanto impregnó al fascismo.
Quienes en julio de 1936 se sublevaron contra la República actuaron conscientemente sin compasión contra cientos de de miles de personas, en su mayoría gente del pueblo. Pero no sólo, también contra quienes, habiendo nacido en otra cuna, habían apostado por la gente humilde. Como lo hizo Federico García Lorca:
«El mundo está detenido ante el hambre que asola a los pueblos. Mientras haya desequilibrio económico, el mundo no piensa. Yo lo tengo visto. Van dos hombres por la orilla de un río. Uno es rico, otro es pobre. Uno lleva la barriga llena, y el otro pone sucio el aire con sus bostezos. Y el rico dice: ‘¡Oh, qué barca más linda se ve por el agua! Mire, mire usted el lirio que florece en la orilla’. Y el pobre reza: ‘Tengo hambre, no veo nada. Tengo hambre, mucha hambre’. Natural. El día que el hambre desaparezca va a producirse en el mundo la explosión espiritual más grande que jamás conoció la humanidad. Nunca jamás se podrán figurar los hombres la alegría que estallará el día de la gran revolución» (14).
Notas
(1) Lucha de historia, lucha de memorias. España 2002-2015. Sevilla, Aconcagua Libros, 2015.
(2) Díaz de Quijano, Fernando (2011): «Miguel Caballero. ‘Lorca no fue asesinado ni por rojo ni por maricón'», en El Cultural, 16 de agosto, http://www.elcultural.
(3) Ibídem.
(4) De Penón, Miedo, olvido y fantasía. Crónica de la investigación de Agustín Penón sobre Federico García Lorca (1955-1956), Alboroque (Granada), Comares, 2009. Y de Gibson, El asesinato de Federico García Lorca, Barcelona, Bruguera, 1981; Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca. 1898-1936, Barcelona, Plaza&Janés, 1998; o Cuatro poetas en guerra. Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Miguel Hernández, Barcelona, Planeta, 2007.
(5) Serrano, María (2016). «Se han apropiado indebidamente de Lorca, que para nada era de izquierdas», entrevista a Miguel Caballero en andaluces.es, 9 de junio, http://www.
(6) Bécarud, Jean y López Campillo, Evelyne (1978), Los intelectuales españoles durante la II República, Madrid, Siglo XXI; y Tuñón de Lara, Manuel (1984), Medio siglo de cultura española (1885-1936), Madrid, Taurus.
(7) En la obra de Ian Gibson El asesinato de Federico García Lorca hay un apéndice titulado «Documentos sobre el pretendido ‘apoliticismo’ de García Lorca» (p. 327 y ss.) que resulta altamente clarificador. Hilario Jiménez Gómez (Alberti y García Lorca. La difícil compañía, Sevilla, Renacimiento, 2009) ha incluido en su libro el apéndice «Recopilación de manifiestos políticos aparecidos entre 1933 y 1936», en los que coinciden las firmas de ambos poetas. Andrés Sorel, por su parte, ha dedicado a este asunto el capítulo «Lo social y lo político en Lorca» en su libro Yo, García Lorca, Madrid, Zero/ZYX, 1977.
(8) Su último libro se titula Un lector llamado García Lorca, Madrid, Taurus, 2016.
(9) Sigüenza, Carmen (2016). «García Montero: de Lorca hay que recordar su obra, pero sin olvidar su muerte», en eldiario.es, http://www.
(10) «Los lugares intelectuales en la Segunda República» (2009), en Julio Rodríguez Puértolas (coord.), La República y la cultura. Paz, guerra y exilio, Madrid, Akal (p. 235). De este profesor universitario pueden leerse varios escritos, como «Populismo y literatura» (2005), en La Jiribilla, enero, http://epoca2.
http://www.ideal.es/granada/
(11) Historia Social de la Literatura española (en lengua castellana), v. 3, Madrid, Castalia, 1978, p. 313 y ss.).
(12) Tuñón de Lara (1984: 244).
(13) Sorel (1977: 153), tomado del diario El Sol, en la edición del 10 de junio de 1936.
(14) Manuel Tuñón de Lara (1984: 244) cita el texto del La Voz del 7 de abril de 1936; Andrés Sorel (1977. 151) de El Heraldo de Madrid del 8 de abril de 1936.
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