La crisis ecológica demanda cambios profundos en el paradigma económico, político y cultural y un plan de emergencia para alcanzar logros significativos en las dos próximas décadas
En el verano de 2014, hace ya más de dos años, se lanzaba el manifiesto Última llamada. En él, sus promotores explicaban cómo la civilización industrial, con sus niveles de producción y consumo, se había establecido a costa de agotar los recursos naturales y energéticos, romper los equilibrios ecológicos de la Tierra y generar unas profundas desigualdades entre las personas.
La sociedad occidental en los últimos dos siglos, y, especialmente, en las últimas décadas, ha construido una forma de vida absolutamente incompatible con la lógica de los sistemas naturales. En el plano material, lo que hemos celebrado como avance y progreso ha crecido socavando las bases materiales que sostienen el mundo vivo, arrasando la especie humana como parte de él, y repartiendo los beneficios temporales de ese metabolismo económico de forma enormemente injusta.
Se acumulan cada vez más noticias que evidencian que la vía del crecimiento basada en la extracción de minerales finitos, en la alteración de los ciclos naturales y en la generación de cantidades ingentes de residuos es ya un genocidio a cámara lenta. Son ahora también instituciones poco sospechosas de ecologismo radical, como la Agencia Internacional de la Energía o Naciones Unidas, las que aportan información que, aunque con retraso, refrenda los trabajos que desde hace décadas ha realizado parte de la comunidad científica y el movimiento ecologista.
Los cambios son tan intensos y acelerados que se ha considerado conveniente cambiar el nombre a la época geológica. Se estima que en 1950 el Holoceno queda superado y se inaugura el Antropoceno, caracterizado por el hecho de que los seres humanos hemos cambiado las reglas del juego que organizaban lo vivo desde hace millones de años. Nos hemos convertido en el mayor agente modelador de la corteza terrestre y en un factor capaz de variar la regulación del clima y alterar los procesos de la biosfera. Un agente más impactante que vientos, lluvias y corrientes marinas.
El declive en la disponibilidad de energía fósil y de minerales, los escenarios catastróficos del cambio climático, las tensiones geopolíticas por el acceso a los recursos y los procesos de expulsión de muchas personas a los márgenes de las sociedades o fuera de la propia vida muestran que los sueños de progreso del pasado se están quebrando y que es urgente acometer transiciones que, desde la equidad y la justicia, permitan encarar las pérdidas ya irreversibles y frenar el deterioro que aún sea posible detener, tratando de proteger de una potencial dinámica de colapso a las mayorías sociales.
Estamos atrapados en la trampa perversa de una civilización que si no crece no funciona, y si crece, destruye las bases naturales que la hacen posible. Nuestra cultura olvida que somos, de raíz, dependientes de los ecosistemas e interdependientes.
La sociedad productivista y consumista no puede ser mantenida por un planeta con sus límites desbordados. Necesitamos construir una nueva civilización capaz de asegurar una vida digna a una enorme población humana que habita un mundo de recursos menguantes. Para ello van a ser necesarios cambios radicales en los modos de vida, las formas de producción y redistribución, el diseño de las ciudades y la organización territorial: y sobre todo en los valores que guían todo lo anterior.
Es desesperante ver cómo, a pesar de las evidencias cada vez más patentes, existe una situación de anestesia en el mundo político y económico. En las instituciones, el debate en torno a estos asuntos es prácticamente inexistente y la urgencia de actuar contrasta dramáticamente con la inacción o, incluso, la profundización de las peores prácticas.
Necesitamos una sociedad que se marque como objetivo recuperar el equilibrio con la biosfera, y utilice la investigación, la cultura, la economía y la política para avanzar hacia ese fin. Frente a este desafío las soluciones meramente tecnológicas, tanto a la crisis ambiental como al declive energético, son insuficientes. La crisis ecológica no es un síntoma más, sino que determina todos los aspectos de la sociedad: alimentación, transporte, industria, urbanización, conflictos bélicos, el drama de las migraciones forzosas… Se trata, en definitiva, de la base de nuestra economía y de nuestras vidas.
Conscientes de esta urgencia, el Foro de Transiciones, un espacio transdisciplinar de reflexión y propuesta sobre las transiciones socioecológicas, impulsado por Fuhem y CONAMA, pretende entrar de lleno en el qué hacer ante los enormes desafíos que tenemos delante.
En el trabajo La Gran Encrucijada. Reflexiones en torno a la crisis social y el cambio de ciclo histórico hemos querido llamar la atención sobre el cambio de ciclo histórico que ha supuesto la llegada al Antropoceno. Partiendo de la correlación que existe entre la destrucción ecológica y los modelos económicos hegemónicos y vigentes, ponemos el foco en la necesidad de cambios profundos en el paradigma económico, político y cultural y apostamos por el establecimiento de un plan de excepción y emergencia para alcanzar cambios significativos en las dos próximas décadas. Igualmente apuntamos estrategias y líneas de trabajo en esta dirección a escala de país y en relación con la escala europea.
El libro dibuja el marco de un trabajo más amplio que hemos denominado Tiempo de Transiciones, que intentará avanzar en el campo de las propuestas sectoriales para la reconversión ecológica de nuestras sociedades y la reflexión sobre otros relatos culturales que puedan crear el contexto adecuado para que estas propuestas sean viables. Este trabajo pretende servir, como mínimo, para estimular un debate en torno a las urgencias y actuaciones concretas, sabiendo que no serán pequeñas las resistencias de las élites económicas y políticas frente a estos cambios de lógica y que, por tanto, la construcción de poder ciudadano será fundamental para lograr frenar la máquina y torcer un rumbo que conduce al desastre.
No tenemos otro propósito que tratar de responder a la interpelación del manifiesto Última Llamada cuando decía: «Una civilización se acaba y hemos de construir otra nueva. Las consecuencias de no hacer nada -o hacer demasiado poco- nos llevan directamente al colapso social, económico y ecológico. Pero si empezamos hoy, todavía podemos ser las y los protagonistas de una sociedad solidaria, democrática y en paz con el planeta».
Yayo Herrero es activista ecofeminista y militante de Ecologistas en Acción. Dirige la fundación Fuhem.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.