Los misiles dialécticos que se cruzan Pablo Iglesias e Iñigo Errejón, no son un debate. Son un exceso de verbalismo pensado en clave interna para cerrar filas cada uno con los suyos. Francamente es una lástima que se recurra a un recurso que recuerda vivamente a la vieja política. Da lugar a bandos colectivos simplificados, […]
Los misiles dialécticos que se cruzan Pablo Iglesias e Iñigo Errejón, no son un debate. Son un exceso de verbalismo pensado en clave interna para cerrar filas cada uno con los suyos. Francamente es una lástima que se recurra a un recurso que recuerda vivamente a la vieja política. Da lugar a bandos colectivos simplificados, auto satisfechos, y acaban cansando a quienes esperan o esperaban que Podemos fuera una verdadera alternativa. Este intercambio poco edificante podría derivar en una batalla en Vista Alegre que aunque se vista de transparente y democrática puede sonar a disputa de caudillos. Para empezar hacen mal sectores de Podemos en autodenominarse pablistas y errejonistas. Es incluso triste porque reduce el debate de las ideas a lealtades personales. Si a eso se le añade la exageración verbal el resultado son nudos difíciles de desatar.
Lo cierto es que el viaje de Podemos ya no es fácil de interpretar. Muchos comprendimos como un acierto su desapego fundacional de la izquierda tradicional para crear algo nuevo, no contaminado por un exceso de consignas, ritos, y una mala traducción de la ideología en política, y ahora nos encontramos con un probable regreso a las trincheras donde la izquierda cavó su permanente marginalidad.
Para debatir sobre la razón de ser de Podemos es necesario dejar a un lado falsos dilemas que confunden. No creo que nadie, esté en la corriente que esté, tenga una preferencia unilateral por la lucha política en las instituciones o la luchas sociales en las calles. Este dilema no es tal, en mi opinión, pues creo que unos y otros son conscientes de la complementariedad de las dos vías. Es verdad que la unilateralidad puede desnaturalizar a Podemos, pero yo no veo esa amenaza. En todo caso estamos asistiendo a una gran dificultad para movilizar en las calles.
En cambio pienso que el dilema entre radicalidad o moderación está mal enfocado, puede que de un modo interesado. Los cierto es que lo uno y lo otro no son per se una virtud. Tampoco ambos conceptos representan al eje izquierda-derecha. Así por ejemplo la radicalidad ideológica puede neutralizar la eficacia política y los exabruptos ser una fábrica de hacer enemigos. Pero la radicalidad como modo de ir a la raíz de los problemas es siempre un acierto. Por su parte, la moderación puede ser un deslizamiento hacia lo conservador o puede ser una buena manera de ampliar la base electoral para hacer viable un cambio de la realidad social y política en profundidad. Creo que en esto último si hay tema de debate.
Efectivamente, Podemos necesita tener claro si se conforma con ser una fuerza de resistencia o sigue ambicionando el objetivo de ganar el gobierno en solitario o en compañía. Si se trata de resistir puede servir el regreso a las trincheras clásicas de la izquierda, pero si se trata de ganar esa es una vía agotada, muerta. La posibilidad de ganar radica en la capacidad de persuadir a una amplia mayoría social, incluyendo en ella a electores que no habiendo votado a la izquierda sufren las consecuencias de los recortes y pueden ser sensibles a la confrontación de los de abajo contra los de arriba. Este dilema remite a Podemos a elegir entre construir y hacer una política transversal o quedarse en un discurso de izquierda para la izquierda, autocomplaciente. Si es lo último las habas están contadas. Si se decide por la transversalidad el camino hacia el gobierno sigue abierto.
Pero, este asunto, está directamente vinculado a lo siguiente: ¿Podrá Podemos alcanzar por sí mismo el gobierno? La respuesta es no. Son ya cuarenta años de ver los comportamientos electorales en el estado español y sus tendencias conservadoras, además, el factor sorpresa de Podemos, su frescura, ya no es tal. Es más, las encuestas indican que Podemos es el partido que más rechazo provoca en el conjunto del estado español. No hay otra opción que buscar un espacio de alianzas con el PSOE y con fuerzas nacionalistas vascas y catalanas. Lo digo sin saber muy bien cómo puede concretarse. Pero lo afirmo desde la convicción que la otra alternativa, la de la soledad, no hará posible recorrer un camino de victoria.
Ocurre, sin embargo, que hacer este debate sobre transversalidad, exige poder hacerlo en condiciones de igualdad, sin que se contamine por las preferencias de los asistentes a Vista Alegre de una u otra cara o liderazgo. Quien propone que se vote en un paquete proyecto político y liderazgo trata de aprovechar su tirón personal para hacer más fácil el triunfo de sus tesis. Su argumento es que debe haber correspondencia entre proyecto y liderazgo, lo que también puede servir para defender que el secretario general nombre a la ejecutiva y, dando un paso más, para afirmar que lo óptimo es concentrar todo el poder en una persona. Realmente es como para ser pesimista sobre el futuro de Podemos a la vista de este tipo de artimañas que desvelan tácticas viejunas.
No es momento de palabrerías. Es el momento de conectar con la mayoría de la sociedad más que nunca para que Vista Alegre sea una verdadera caja de resonancia de las necesidades e intereses populares y convertirla en un proyecto transformador. Una baza destacada es la cantidad de gente joven que piensa que Podemos le puede representar. Para ello no sólo bastan los votos sino que es necesario la conexión cotidiana con las realidades sociales y sus luchas. Las posibilidades de avance de Podemos van a depender de la imagen que proyecte y, sobre todo, de su capacidad para ser consecuente y no modificar desde la cúpula comportamientos y posiciones políticas que unas veces defienden una cosa y más adelante lo contrario. Sé de gente que ha perdido su ilusión a la vista de un recorrido que algunos dirigentes de Podemos vienen haciendo, descapitalizando su credibilidad. Recuperar esa ilusión mucho depende de una democratización interna y de una claridad en el proyecto político que recoja lo esencial del 15-M.
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