Corre a toda prisa el mes de marzo de 2017 y de la anunciada reforma constitucional cubana no se sabe nada. Se hace fatigante el silencio sobre un acontecimiento tan importante para el futuro del Estado cubano, sobre su institucionalidad y a propósito del Estado de Derecho como valor y principio. La nueva constitución puede […]
Corre a toda prisa el mes de marzo de 2017 y de la anunciada reforma constitucional cubana no se sabe nada. Se hace fatigante el silencio sobre un acontecimiento tan importante para el futuro del Estado cubano, sobre su institucionalidad y a propósito del Estado de Derecho como valor y principio.
La nueva constitución puede traer un nuevo régimen de propiedad, que incluya la privada, una nueva declaración de derechos, un sistema distinto de garantías a los derechos humanos y de la administración pública, pero podría también no tocar nada de estos contenidos.
El nuevo texto podría sorprendernos con un sistema de gobierno presidencialista, porque suponemos que la República no está puesta a debate, pero la discusión sobre el tipo de gobierno debería ser enorme porque enormes son sus consecuencias para el sistema político.
La Constitución reformada podría eliminar el Poder Popular como forma del Estado cubano o estaría en posición de democratizar la administración local actual, con instituciones fresquísimas que permitan la autonomía del municipio.
La reforma deberá esclarecer el futuro del sistema electoral cubano y con él cambiaría no solo la democracia como régimen político, sino que se esbozarían posibles nuevos órganos estatales.
La nueva Constitución debe confirmar o abandonar la idea martiana de República «con todos y para el bien de todos» y deberá decidir el destino del pluralismo político en la Isla y uno de sus dilemas máximos: ¿monopartidismo o pluripartidismo?
¿Qué dirá la Constitución sobre la igualdad conquistada en 1959 y consagrada en 1976? ¿Qué dirá sobre la democracia socialista y sus bases preciosas, la rendición de cuentas, la revocación de mandatos y la crítica como método de control popular?
Todas estas encrucijadas son un vistazo a una parte de las preguntas que deberíamos hacernos en estos días. La discusión sobre la Constitución no puede ser un asunto de escogidos, ni de comisiones secretas. Los temas intocables de la Constitución actual deberían haber sido llevados a referendo desde antes de comenzar este proceso.
Si hacemos una interpretación estricta de la Constitución actual, el tercer párrafo del artículo tres del magno texto, incluido en la Reforma de 2002, no permite, dentro de este orden legal e institucional, cambiar ni al Estado ni al resto de los órganos del sistema político, porque este es declarado irreversible, por la citada reforma.
Lo anterior significa que la reforma en curso debiera ser total, dada la imposibilidad de cambiar el sistema económico y político, consagrada en 2002.
Una nueva Constitución, sin embargo, significa una refundación nacional, de principios jurídicos, económicos, políticos, sociales y de orden institucional. Sería sorprendente que en el año 2017, con todas las fuerzas concentradas en un Estado hegemónico, provenientes de una Revolución trascendental, con instituciones experimentadas y cuadros de dirección con décadas en sus puestos, perdamos la oportunidad de cambiar democráticamente la Constitución de la República.
Nada parece anunciar la elección de una Asamblea Constituyente para crear la Constitución nueva en Cuba. La falta de información sobre el proceso de elaboración de una propuesta, sobre sus bases, sus integrantes, sus principios de organización del trabajo, sus metas y sobre el tiempo en que debieran ofrecer resultados, demuestra que la Asamblea Constituyente no es una opción.
Una vez más la historia de Cuba da una oportunidad para unir al pueblo en una tarea constructiva, edificante de futuro y de seguridad. Este es el momento de sumar a la política a miles de personas agotadas por el inmovilismo, por la burocratización de la vida, por la crisis económica y por la desconfianza en el cambio.
Cuando deberíamos estar en medio de la fiesta que significa participar en la modelación de un nuevo Estado, de unas nuevas bases de libertad y de desarrollo económico y social, lo que hacemos es suspirar por la desazón del suspenso.
Una Constitución no es un documento cualquiera, no es solo una referencia programática, que podemos observar o no, se trata de la ley suprema que nos damos como soberanos de una República, para limitar el poder del Estado, para declarar nuestros derechos y para asegurarnos un futuro de estabilidad e imperio de la ley.
Esperar por la noticia de que una nueva Constitución nos será enseñada, como si se tratara de una princesa recién nacida, es un acto de traición a la idea misma de República por la que se ha luchado en Cuba desde 1868.
Fuente: http://cubaposible.com/reforma-constitucional-cuba-oportunidades-encrucijadas/