Abra el tanque de gasolina de su querido automóvil y derrame un litro de la refrescante Coca-Cola o Pepsi-Cola, para que el motor empiece a sobrecalentarse, bloqueándose los inyectores, tapándose el filtro y dañando la bomba, malogrando la cámara de compresión, perdiendo potencia de arranque, y teniendo que gastar una fortuna para repararlo en un […]
Abra el tanque de gasolina de su querido automóvil y derrame un litro de la refrescante Coca-Cola o Pepsi-Cola, para que el motor empiece a sobrecalentarse, bloqueándose los inyectores, tapándose el filtro y dañando la bomba, malogrando la cámara de compresión, perdiendo potencia de arranque, y teniendo que gastar una fortuna para repararlo en un taller mecánico.
Ninguna persona en su sano juicio, va a sustituir la gasolina de su vehículo por las corrosivas bebidas gaseosas, ya que con el motor averiado no podrá llegar con premura al trabajo, no podrá llevar a los niños al colegio, no podrá rezar los domingos en la Iglesia, y no podrá disfrutar de los orgasmos pasionales.
Sin embargo, muchísima gente prefiere cuidar la salud de su automóvil, antes que preservar la salud de su organismo. Cada día abrimos la boca, arqueamos el brazo, y dejamos que la deliciosa gasolina con hielo, vaya intoxicando el tracto gastrointestinal de un sediento cuerpo humano, que no puede resistirse a la burbujeante ignición.
Los ocho vasos de agua, el zumo de naranja y las cosechas de vinotinto, no pueden reemplazar la alta viscosidad del aceite automotriz, que castiga con fuerza los riñones, el hígado, el colon, la vesícula y el páncreas, de los millones de hombres y mujeres que siguen piloteando a ciegas, el gran sinsentido de sus enfermizas vidas.
En esas enfermizas vidas, siempre hay espacio para la grasosa comida chatarra, para las golosinas de glucosa, y para las terribles bebidas gaseosas. No es casualidad, que más de 350 millones de personas a nivel mundial sufren de diabetes, porque la adicción al azúcar, a la insulina y a la Hiperglucemia, son las grandes obsesiones que se diagnostican en el siglo XXI.
Nuestro automóvil es nuestra vida. Lo llevamos al auto-lavado, le tomamos fotografías, le cambiamos los neumáticos, lo encendemos con cuidado, le pulimos el espejo retrovisor, y hasta lo besamos en el garaje. El amigo incondicional con tracción en las cuatro ruedas. Justificamos todos los billetes que invertimos en su compra, y no dejamos que ningún loco ingrese al templo sagrado.
Nuestro cuerpo no vale nada. Fue una simple obra de la Naturaleza, que obtuvimos gratis, sin gastar un centavo y sin endeudarnos con el banco. Por eso permitimos que la Coca-Cola y la Pepsi-Cola, defequen su gasolina con hielo dentro de nuestra garganta, ya que no tenemos la suficiente conciencia, para reconocer la culpa y pagar el precio de la mediocridad.
Cuando falla el motor de nuestro vehículo, llega el cambio de las bujías, de los anillos, de las válvulas, de los cilindros y del cigüeñal. Cuando falla el motor de nuestro organismo, llega la obesidad, las úlceras, la insuficiencia renal, la diálisis, el cáncer y la muerte.
El motor del automóvil podemos subastarlo en la Internet, podemos venderlo en los clasificados del periódico, o podemos regalárselo al sobrino rebelde. Pero si nuestro motor corporal ya no da señales de vida, solo podemos vestir de negro en el funeral, llorar con dolor frente al féretro, y ofrecerles a los invitados más bebidas gaseosas durante el novenario.
Pensamos que jamás vamos a morir, y por eso todos los días ingerimos litros y más litros de Coca-Cola y Pepsi-Cola, para que el Dios Dinero sea testigo de la clásica estupidez humana, y así nadie sienta arrepentimiento de doblegar al noveno mandamiento.
Aunque el cuerpo humano se compone aproximadamente por 70% de agua, sabemos que para muchísimos individuos a escala global, el 70% de agua se transformó en una mezcla de hidrocarburos líquidos inflamables, obtenidos de la destilación del crudo de petróleo, y usado para aplacar la sed del organismo en el hogar, en la oficina, en la universidad y en las calles.
El tono rojizo de la sangre en los Seres Humanos, se coaguló en una sustancia oscura venenosa, llena de carbohidratos, saborizantes artificiales y color caramelo. Vamos obstruyendo el flujo sanguíneo, erosionando el metabolismo y muriendo lentamente, por culpa del inconfundible sabor de la Coca-Cola y la Pepsi-Cola.
En la gasolina solemos hallar benceno, parafina, plomo, xileno y tolueno. Y en las gaseosas solemos hallar aspartamo, ciclamato sódico, ácido fosfórico y cafeína. Todos los compuestos químicos y vegetales se perciben adictivos, pesados y abrasivos. Un litro de gasolina proporciona al arder, una energía de 34,78 megajulios. Un litro de gaseosa proporciona al ingerir, una energía por encima de las 400 kilocalorías.
La gasolina se extrae por fraccionamiento, presión y condensación. Las gaseosas se consumen con espasmos, eructos y chistes sucios.
Estamos ardiendo en fuego, y el humo de la combustión interna explotará el día de acción de gracias. No vomitamos, porque aceleramos con el ritmo de la taquicardia. No convulsionamos, porque el octanaje pudre los 32 dientes. No carbonizamos, porque la carretera es el gran infarto de miocardio.
Las llamas del incendio son el reflejo de una sociedad tonta, borrega e ignorante. Preservamos el árbol de levas y deforestamos el árbol de clorofila. Somos títeres en dos patas capaces de beber cianuro, porque en Facebook bebieron cianuro y lo compartieron en sus redes sociales. Quien beba más cianuro será el rey del circo, y si te mueres con una gran sonrisa serás tópico tendencia.
Vivimos en un Mundo de reguetón, consumismo y capitalismo. Le arruinamos el presente a los intelectuales, y le aberramos el futuro a las deidades. Somos la consecuencia de un pasado lleno de transnacionales, que llenaron de Transculturación a los monigotes del vecindario.
Dígame ¿Ganó el Real Madrid o el Barcelona? ¿Ya te compraste el nuevo Iphone? ¿Qué dijo hoy la CNN sobre la Polinesia? ¿Viste la nueva película de Tarantino? ¿Ya apostaste dólares en Pokerstars? ¿Tienes familia en Miami? ¿Me compro un Beagle o un Pitbull? ¿Puedo pagarte con una Gift-Card? ¿A qué hora juegan los Yankees? ¿Cuál es tu nueva selfie en WhatsApp? ¿Homero Simpson o Peter Griffin? ¿Quién ganará la Fórmula 1? ¿Ya cagaste?
Los monigotes siempre celebran su analfabetismo bebiendo gasolina con hielo, comiendo un cuarto de libra con queso, y fumando la nicotina en el fondo del alcohol. Ellos no tienen las suficientes neuronas en sus cerebros, para discernir con autonomía en la vida.
Por eso las gasolineras se abastecen las 24 horas del día con los reality-shows, con la guerra en Medio Oriente, con la hipnosis de las torres gemelas, con las tarjetas de crédito Visa y MasterCard, con los extraterrestres de Hollywood, con los acuerdos de paz en la ONU, con los millonarios sermones del Vaticano, y con los balones de fútbol.
No hay duda que el gripado existencial destruye la paz del planeta Tierra, por cada combustible fósil quemado para obtener la nafta y el diésel, que enfatizan los gases de efecto invernadero, el cambio climático y el calentamiento global. Y es por culpa del exagerado calor en la Antártida, que las transnacionales como Coca-Cola y Pepsi-Cola van aumentando la huella hídrica global, contaminando las fuentes de agua potable, robando el pan de los más pobres, y privatizando los recursos naturales del Medio Ambiente.
Es tan grande la desesperación de los niños africanos, que serían capaces de beber la gasolina con hielo, para no morirse de tristeza en el abismo de Kampala. Un error justificable debido a la pobreza extrema que viven en sus pueblos, donde el agua tiene sabor a polvo de ladrillo. Pero ninguno de nosotros vive tal grado de miseria, como para infectar sus venas, arterias y capilares, bebiendo litros y más litros de la espumosa ignorancia cañera.
Gasolina con hielo es una metáfora que simboliza la suciedad de la sociedad, evocando la protesta y el rechazo que sentimos, hacia el modo de vida que impera en esa sucia Sociedad Moderna, la cual no se cansa de vivir ciega, sorda y muda en su cajita de cristal.
En esa hermosa cajita de cristal viven los narcotraficantes, que venden la droga de los más débiles. Viven los evangelistas que te venden la felicidad, a cambio de comprar la peste bubónica. Viven los padrotes que violan de espalda, mientras predican la noche soleada. Y viven los trabajadores que trabajan para vivir.
Gasolina con hielo es dormir en tiempos de guerra, es rezarle el rosario a un avestruz, y es comprar cuentos chinos en el supermercado. Si seguimos bebiendo Coca-Cola y Pepsi-Cola, la próxima vez que encendamos nuestro querido automóvil, seguro que explotaremos sin el crucifijo de las llaves, sin el freno al volante y sin el cinturón de seguridad.
Hoy es un buen día para abrir los ojos, despertar de la esclavitud mental, y aceptar la peor de las derrotas.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.