El 9 de septiembre de 1983 fue retirada la estatua de Franco en la ciudad de València. El dictador montado en su caballo, como el invicto general de todas las batallas. Allí estaba desde 1964, como en muchas plazas de su España victoriosa. El dictador se había muerto el 20 de noviembre de 1975. La […]
El 9 de septiembre de 1983 fue retirada la estatua de Franco en la ciudad de València. El dictador montado en su caballo, como el invicto general de todas las batallas. Allí estaba desde 1964, como en muchas plazas de su España victoriosa. El dictador se había muerto el 20 de noviembre de 1975. La democracia empezaba a llegar con cuentagotas. Con mucha muerte en el camino de esa Transición que algunos adornan con la floritura de modélica, de tranquila, de exportable como si la historia fuera lo mismo que un cargamento de naranjas o jamones pata negra. En 1979 se celebraron las primeras elecciones municipales. En la ciudad de València ganaron las izquierdas. Primero fue alcalde el socialista Fernando Martínez Castellano, pero pronto lo sustituyó otro compañero de partido: Ricard Pérez Casado. Uno de los primeros acuerdos del consistorio fue la retirada de la estatua de Franco de la plaza hoy llamada del Ayuntamiento y entonces (o eso creo) del País Valenciano.
Pasaron cuatro años desde aquel acuerdo y finalmente se decidió que adelante, que ya era hora de la retirada de la estatua. Antes lo había intentado el FRAP, pero los anclajes eran demasiado profundos. Ahora, al fin, el desmontaje parecía posible. Pero los tiempos tranquilos no eran tan tranquilos. El franquismo seguía vivo porque las ataduras de la dictadura habían maniatado este país durante cuarenta inacabables años. Por eso decidieron que los trabajos de retirada de la estatua se harían por la noche. El miedo seguía en todas partes. Un amplio sector de la policía formaba parte de la extrema derecha. O la extrema derecha formaba parte de la policía. Eso había. No me lo invento. La madrugada del 8 al 9 de septiembre empezaron los trabajos de desanclaje. Imposible. El caballo y su jinete estaban anclados y bien anclados en el asfalto de la plaza. Poco a poco fueron acudiendo grupos de extrema derecha. Ahí también la Alianza Popular de Fraga Iribarne y Rita Barberá. Los operarios del ayuntamiento desistieron. La dictadura estaba bien clavada en la tierra y en las conciencias de la gente. Cuarenta años no se borran en una noche.
Ya avanzada la mañana del día 9, un grupo de voluntarios, ataviados con monos de trabajo y ocultos los rostros en capuchas, se presentaron a pie de estatua y pasadas las dos de la tarde culminaron su retirada. Casi mil personas acudieron a la protesta contra esa retirada. Gritos. Amenazas. Agresiones a quienes desmontaban la estatua. Brazos en alto, el saludo fascista. Gargantas a grito pelado entonando el «Cara al sol». Algunos policías ayudaban en lo que podían a esos grupos ultras. Al final hubo follón, actuación policial en la dispersión de los manifestantes. Coronas de flores depositadas por sus partidarios: para que la memoria franquista siguiera oliendo a muerto.
Esto que les cuento sucedió el 9 de septiembre de 1983. Han pasado casi 35 años desde entonces. Me pregunto si lo que ahora pasa con el franquismo es muy distinto a lo que pasaba en aquellos años. Y si he de hacer caso a lo que está pasando ahora cuando hablamos de la dictadura, concluyo que no, que no es lo mismo pero que no es tan distinto a lo de entonces. Miren, si no, lo que está pasando en Callosa de Segura, el pueblo de la Vega Baixa donde el ayuntamiento progresista retiró hace unos días la cruz de los caídos en cumplimiento de la Ley de Memoria. En esa cruz constan los nombres de los muertos que lucharon en el bando fascista cuando la guerra. Sólo esos nombres. Habían acordado su retirada en 2016. Hubo amenazas a los miembros del consistorio. Las redes sociales ardieron contra la retirada de la cruz. Dos años después la decisión fue firme y la cruz fue desmontada de su pedestal y llevada a un espacio de memoria de la localidad. El desmontaje fue de madrugada. Grupos falangistas acudieron para impedir la retirada del vestigio franquista. Hubo vigilias con rezos y cirios a las puertas de la iglesia. El cura arengó de vez en cuando para que la llama de las velas se mantuviera a toda mecha. Los caralsoles y brazos en alto apoyando los rezos y los cirios, para dejar bien claro que la Falange y la autoridad eclesiástica no andan desparejados después de tanto tiempo. La violencia falangista otra vez, como en tantos sitios. La policía detuvo a dos de esos violentos. Pero luego llegó el Tribunal de Justicia y anuló la retirada de la cruz. La Justicia, ¡ay la Justicia, siempre la Justicia!
Han pasado 35 años desde aquel día de septiembre de 1983 en que fue retirada la estatua de Franco en Valencia. Entonces esa retirada fue de madrugada, con amenazas y altercados provocados por los franquistas. Ahora ha pasado exactamente lo mismo en Callosa de Segura, pero con la cruz de los caídos en vez de con la estatua de Franco. ¡¿Cuántas cosas ha hecho mal esta democracia para que 42 años después de muerto el dictador siga habiendo tanto miedo a la hora de contar su historia deleznable y de retirar los símbolos que nos lo recuerdan permanentemente?! La democracia, ¡ay la democracia, la pobre democracia!
Fuente: http://www.eldiario.es/cv/opinion/franquismo-pobre-democracia_6_737086285.html