El año 1968 fue un año de esperanza. Parecía que se estaba a las puertas de una gran revolución mundial: los movimientos estudiantiles y las huelgas obreras se sucedían por diferentes lugares del mundo (principalmente en Italia, Francia, Japón y México, pero también en Galicia y en otros lugares); la ofensiva del Tet supuso el […]
El año 1968 fue un año de esperanza. Parecía que se estaba a las puertas de una gran revolución mundial: los movimientos estudiantiles y las huelgas obreras se sucedían por diferentes lugares del mundo (principalmente en Italia, Francia, Japón y México, pero también en Galicia y en otros lugares); la ofensiva del Tet supuso el principio de la derrota norteamericana en el Vietnam; en los EEUU el movimiento estudiantil se manifestó contra la guerra, se reorganizó el movimiento feminista y, tras el asesinato de Martin Luther King, se reorganizó un potente movimiento afroamericano que giró alrededor de los Black Panther. A pesar de la contundencia de las fuerzas contrarrevolucionarias en contra de esos ‘despertares’, la esperanza daba muestras de fortaleza: triunfo socialista en Chile y gobierno de Allende en el año 1970, revolución de los claveles en el Portugal de 1974 o incluso las movilizaciones obreras y estudiantiles que marcaron el tardofranquismo (desde los acontecimientos en Ferrol en 1972 hasta la aprobación de la Constitución en 1978). Sin embargo, aquellos años de esperanza fueron una ilusión y la Primavera de Praga, la primera señal de una peligrosa derrota en la que no sólo derrotaron la esperanza de millares de personas que soñaban con otro mundo… sino que construyeron un mundo en el que se le dice a las nuevas generaciones que ‘no hay futuro’.
El primer acto de la Primavera de Praga tuvo lugar el 5 de enero de 1968. Ese día, el Comité Central del KSC (el partido comunista checoslovaco), destituía a Antonín Novotný y nombraba secretario general a Alexander Dubček, el hombre que iba a poner en marcha una reforma en el socialismo checoslovaco que no buscaba distanciarse del socialismo -como había ocurrido con la revolución húngara de 1956-, sino que buscaba profundizar en su democratización.
El siguiente acto fue el 5 de abril de 1968. En la reunión del Comité Central del KSC celebrada ese día, se aprobaba el Programa de Acción, que entre algunos sectores de izquierdas comenzó a ser conocido como el programa del socialismo de rostro humano y con el que los checoslovacos pretendían seguir su propio camino hacia el comunismo. El documento presentaba una serie de líneas de acción en diferentes ámbitos: con respeto a las libertades individuales y los derechos políticos, defendía la libre creación de partidos que aceptaran las instituciones socialistas, el derecho a la huelga, la libertad total de expresión y de movimientos…, así como el reforzamiento de los órganos de poder democráticamente elegidos; en este sentido, lo que se pretendía con este documento era reforzar el carácter democrático del socialismo, avanzar en la construcción del socialismo… y responder a las necesidades económicas de la sociedad checoslovaca de esa altura, que ya no era a sociedad de 20 años atrás. Efectivamente, en el ámbito económico se redujo el papel del Estado a uno mero planificador general, encargado de las cuestiones macroeconómicas y del comercio internacional, favoreciendo en ese sentido la vía de la autogestión. En otros dos ámbitos: la estructura del Estado y las relaciones internacionales, se instauró el modelo federal, que reconocía los mismos derechos a Chequia que a Eslovaquia, y se mantuvieron los lazos con los países socialistas, aunque se le dio un nuevo impulso a las relaciones internacionales basadas en la cooperación y el pacifismo o la no agresión.
El socialismo que se desprende de este programa de acción, así pues, no puede reducirse a la liberación de los trabajadores de la explotación capitalista -lo que ya se había conseguido en los pocos años de proceso socialista en Checoslovaquia-, sino que debía conducir, además, al pleno desarrollo de las personas. He ahí la perspectiva que en el PSUC había puesto de relieve Manuel Sacristán, como expone Salvador López Arnal en la obra La destrucción de una esperanza (AKAL, 2010).
La invasión y ocupación de Praga el 20 de agosto de 1968 es el acto final de esta dramática destrucción de la esperanza.
Repensar hoy sobre aquellos acontecimientos es una obligada necesidad si queremos construir una alternativa a la barbarie capitalista, pero hace falta no caer en la infructuosa tentación de repensar todo de nuevo: la obra de Sacristán, uno de los más lúcidos críticos de la invasión, es un buen punto de partida en esta nueva andadura.
Este artículo es una versión de Praga: primavera de 1968, publicado el pasado 22 de marzo de 2018 en el suplemento Faro das Culturas, del periódico Faro de Vigo.
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